El movimiento deportivo cubano, otrora mejor de América Latina y uno de los más actualizados en cuanto a técnicas de entrenamiento en el siglo pasado –bajo la influencia del campo socialista–, da continuamente la impresión de no saber adaptarse a los tiempos modernos y eso representa un riesgo inmenso.
Durante la última década hemos sido testigos de un éxodo notable de atletas de la Isla en múltiples disciplinas, atletas talentosos, de primer nivel, que lejos de su país han demostrado luego su tremenda calidad.
El voleibol es uno de los deportes que más han sufrido la emigración y, en consecuencia, sus fanáticos, que por años disfrutaron de la calidad excelsa de los equipos y sus logros en los más disímiles escenarios.
En el pasado siglo, cuando fue creada la Federación Internacional de esta disciplina, eran pocos los países que desarrollaban este deporte, en su mayoría naciones pertenecientes al bloque socialista, Cuba incluida.
Ellos dominaban, en gran medida porque no había demasiados competidores de nivel. Antes de 1990, por ejemplo, solo la maquinaria de la Unión Soviética, China y Japón tenían títulos mundiales en la rama femenina.
Con la desaparición del gigante soviético y la ascensión de un grupo de mujeres del Caribe, Brasil y Estados Unidos, el mundo del voleibol comenzaba a cambiar. Eran aires de nuevo milenio. Poco a poco, con la llegada del 2000, se notó un declive de aquellos países que tenían apoyo de la URSS, como fue el caso de Cuba, que luego del año 2000 no ha vuelto a ganar ninguna otra medalla mundial que no sea la plata en el Grand Prix de 2008.
Esto es un pequeño botón de muestra, una prueba de que no hemos avanzado en medio de un escenario complejo, en el que tiende a dominar el más poderoso. Cuba, a sabiendas de sus limitaciones económicas, no ha buscado nuevas alternativas para no perecer en el camino, más bien ha levantado muros que cortan el paso.
En el caso de su voleibol masculino, por ejemplo, la Isla prácticamente renunció a profundizar vínculos con sus estrellas establecidas en los circuitos profesionales, una de las vías que hubiera permitido la progresión en un marco de extrema competitividad.
Ya ese pasado no se puede cambiar, pero hay todavía una oportunidad de corregir el rumbo, y la Federación Cubana de Voleibol la tendrá sobre su mesa en breve. En las próximas horas, un grupo de jugadores reconocidos internacionalmente “rematarán” el último intento que les queda en la recámara para intentar romper la rueda que debió ser destruida nueve años atrás.
En La Habana, se llevarán a cabo negociaciones para esclarecer los términos que posibilitarían su regreso a la selección nacional, a fin de afrontar los Juegos Panamericanos de Lima y, como compromiso fundamental, el proceso de clasificación olímpica que Cuba arrancará en agosto próximo contra Rusia, Irán y México.
Se mencionan los nombres de Robertlandy Simón, Maykel Sánchez y Raidel Hierrezuelo, pero no se sabe si alguno de ellos pudiera borrarse de esta lista que se ha difundido en las redes sociales, o si algún otro pudiera sumarse.
Lo cierto es que, en nueve años de declive total de nuestro voleibol masculino, jamás nos habíamos acercado tanto a este momento de conciliación. El “sí” de los jugadores no está garantizado, dependerá mucho de lo que estén dispuestos a sacrificar.
Tampoco está asegurado el visto bueno de la Federación Cubana y el INDER, que pondrán condiciones que difícilmente cambiarán. Explotarán una tenue ventaja en la mesa de negociaciones: el deseo de estos talentos de llegar a los Juegos Olímpicos.
El futuro del voleibol cubano no pasa solo por el entendimiento con sus estrellas disponibles en el resto del mundo, pero si este capítulo no concluye en buenos términos, quizás haya sido en vano todo el esfuerzo de los últimos años de potenciar la base y desarrollar nuevas generaciones con cualidades punzantes.
Si no se llega al entendimiento, quizás se esfume cualquier proyecto de futuro, porque sería la gota que colme el vaso. Tras un lustro de movimiento errante, que incluye la fallida política de contratación (solo unos pocos jugadores insertados en ligas de segundo nivel), muchas de las jóvenes promesas buscarán mayor libertad para decidir dónde continuar sus carreras.
Llegados a este punto, la suerte está echada y en poco tiempo conoceremos cómo termina todo. Ojalá no prevalezcan ganancias personales, ojalá todos piensen en que, si Cuba vuelve a la élite, todo será mejor para los federativos, para los jugadores y para los fanáticos.
Hace nueve años fuimos subcampeones mundiales, para en menos de dos temporadas salir del mapa. Hoy, el voleibol masculino cubano, aunque no haya ganado nada, vuelve a correr un riesgo mayúsculo: el riesgo de desaparecer, como el femenino, del cual casi no encontramos rastro.