Desde su anuncio en el Festival Internacional de Teatro de La Habana de llegar a las 100 funciones, la más reciente puesta en escena de Teatro El Público suscitó expectativa, pues en esta ocasión se trataba de una obra ya conocida por los espectadores, aunque con poca visibilidad en cartelera en un primer momento.
Desde su estreno a finales de 2008 Las amargas lágrimas de Petra Von Kant causó furor, como suele suceder en las obras que presenta Carlos Díaz en su sede del Trianón. En aquella ocasión Fernando Hechevarría interpretó el rol protagónico de manera magistral, uno de sus papeles más aplaudidos en las tablas, secundado entre otros por Lester Martínez y Yanier Palmero, ambos a la altura del histrionismo demostrado por Hechavarría en las primeras presentaciones hace ya 10 años.
Este año regresó Petra a su casa de La Habana. Sábados y domingos el Trianón abre sus puertas con la esperanza de que dentro de unos meses una nueva tarja recordará las 100 ocasiones en que la atormentada diseñadora de modas desfiló por la alfombra roja que le preparó Carlos Díaz para quedar inmortalizada en la escena cubana.
Un renovado elenco de actores y actrices intercambian con otros que tuvieron la oportunidad de ser parte de las primeras funciones hace una década atrás.
Dos nombres sobresalen: el joven Enmanuel Galbán y la ya experimentada Yailene Sierra, quienes alternan algún que otro fin de semana con Hechevarría, quien vuelve a asumir a Petra Von Kant con sus ataques de celos y el glamour que la caracteriza para poder contrastar su interpretación, cual ejercicio crítico, con la de quienes ahora se adentran en la piel de esta poderosa mujer, producto del imaginario del cineasta y dramaturgo alemán Rainer Werner Fassbinder.
Son los nuevos rostros quienes se roban la atención del público por estos días. Tanto Galbán como Sierra tienen el reto de atraer al público capitalino durante meses al teatro, una tarea titánica en una ciudad donde el arte de las tablas va perdiendo protagonismo entre los más jóvenes, ante otras propuestas de divertimento más a tono con los tiempos que corren.
Difícil tarea para Galbán supone el rol de la exitosa y arrogante diseñadora de moda, quien tiene que lidiar con su pasado tormentoso y su presente, aún más complicado en materia amorosa al conocer a la sensual Karin, quien seduce y logra jugar con los sentimientos de Petra, desesperada ante las dudas por el amor de la muchacha.
A pesar de su corta edad este actor logra transmitir la madurez necesaria para asumir en escena a una mujer de mediana edad, llena de conflictos personales, insegura a pesar de su arrogancia y su egolatría.
Galbán transmite esa bipolaridad, por así decirlo, de Petra, con sus trastornos y arrebatos casi impredecibles, en este sentido ayuda su imagen juvenil y lozana, aspecto que no le pesa a la hora de interpretar a una mujer madura.
Verlo en este papel supone una sorpresa para aquellos adaptados a verlo asumir roles menores, mayormente en televisión, donde ha desarrollado buena parte de su carrera profesional. Vale la pena llegarse más de una vez al Trianón para disfrutar de esta Petra, producto de arduos meses de ensayo previo, y salir del teatro conmovido ante tanto pesar con el que carga esta mujer, quien parece tenerlo todo, vano espejismo que se difumina ante la cruda realidad.
Yailene por otra parte brinda una Petra más cercana a la concebida por Fassbinder. Su condición de mujer se ajusta más a la protagonista, inmersa en la llamada crisis de mediana edad.
La actriz conoce la dinámica de Carlos Díaz, factor que influye en un elenco preponderantemente femenino, en el caso de Yailene, factor que se invierte casi en su totalidad, pues Galbán sube a escena con un elenco poco más inclusivo que hace más atractiva la puesta en escena.
El trabajo de Sierra permite una mayor identificación del personaje con el panorama cubano, a pesar de que Díaz no buscó adaptar el guión de Fassbinder a la Cuba moderna, otro de los aciertos de la obra.
En esta Petra se podrán identificar más de una mujer, envuelta en una etapa de su vida donde poco le importa el qué dirán ante la felicidad propia, meta que busca constantemente la protagonista durante cerca de dos horas de espectáculo, si lo logra o no, queda el mensaje abierto al espectador, al final cada cual es feliz a su manera aunque pocos lo crean y a menos les importe.
Lo cierto es que cada Petra Von Kant concebida por los protagonistas carga con sus amargas (incluso dulces en ocasiones) lágrimas. Carlos Díaz sabe que este personaje merecía sus 100 funciones desde hace mucho y ahora la pone a disposición del público, ese que pocas veces le ha fallado en el empeño de mantener en vida el teatro cubano, con sus alegrías y también sus lágrimas amargas.