Mirar un almanaque argentino de este año que ya casi finaliza, me hizo recordar un hecho que había pasado por alto. Y es que la cantante Mercedes Sosa, también conocida como La Negra, se fue el 4 de octubre de 2009 después de una larga batalla contra la muerte, hace ya diez años. Su inconfundible voz se apagó luego de una enfermedad que la mantuvo inmóvil hasta que su cuerpo no resistió más y batió alas.
La Negra encarnó como nadie la voz de una América Latina que estaba como despertando y adquiriendo conciencia de sí misma. Y simbolizó, acaso también como nadie, el espíritu de resistencia frente las dictaduras que asolaron al Cono Sur durante otra época de reflujo.
En 1975 fue arrestada durante un concierto. Más tarde las amenazas de muerte la obligaron a abandonar la Argentina en 1979, hasta regresar de ese exilio a principios de 1982. En el otoño de 2000, ganó un Grammy al Mejor Álbum Popular por Misa criolla, y de nuevo en 2003 y 2006 por Acústico y Corazón libre, respectivamente. Y en 2011 un Grammy Latino por el álbum póstumo Deja la vida volar.
Catalogarla de folklorista puede resultar una simplificación que soslaya el hecho de que en las entrañas de lo local puede encontrarse muchas veces lo universal, un viejo aserto de un pensador europeo que, en su caso, parece hecho a la medida. Sus interpretaciones trascendieron las fronteras, y lo mismo se le escuchaba y escucha en Londres que en Buenos Aires, New York, México DF, Londres o París.
La generación cubana de los años 70 se acopló con La Negra después del golpe de Estado al presidente democráticamente electo Salvador Allende, y escuchó sus canciones en un momento en el que el cerrado nacionalismo de los 60 iba cediendo terreno en medio de nuevas influencias y relaciones. Con la presencia de exiliados chilenos en las calles de La Habana, los casetes de Mercedes Sosa eran escuchados por los jóvenes de entonces con la misma pasión que los discos de la Nueva Trova, con la que ella se hermanaba naturalmente.
También por esa misma época nos empatamos con la música del movimiento tropicalista brasileño –Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Edu Lobo…– gracias a la labor del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC al cabo de un memorable recital Cuba-Brasil en la Cinemateca de Cuba.
Mercedes Sosa tuvo con Cuba tuvo una relación especial, cantó varias veces en la Isla llenando teatros y plazas. Andando el tiempo, pocos años antes del fin de su vida, dijo cosas que no gustaron, lo cual devino obturador para que no se le viera ni escuchara por la radiodifusión nacional, movida que ha tenido, históricamente, expresiones distintas.
Es que la relación de los escritores y artistas con la esfera de lo político no ha sido nunca ni unilateral, ni lineal, ni plana. Si se fueran a tomar acciones por sus opiniones o conductas, poetas tan definitivos como T. S. Elliot o Jorge Luis Borges no se salvarían.
Durante una época, en efecto, en Cuba se silenció a Carlos Santana debido a un incidente en el Perú de Velasco Alvarado, de donde lo expulsaron. Y también por distintas razones (o sinrazones) a cantantes como Julio Iglesias, José Feliciano, Raphael… Como en la canción: para luego (mayormente) volver. Los desterrados de la radiodifusión oficial siguen siendo músicos cubanos, sobe todo de Miami, debido a sus posiciones políticas. Y, sin embargo, están informalmente disponibles para todo el que los quiera oír/ver.
Por cierto, ahora que abordo el tema, de un tiempo a esta parte marginar músicos, en especial reguetoneros (pero no solo) se ha convertido en un problema obsesivo en Miami, donde se han venido disparando tendencias de opinión y mecanismos que establecen un vínculo mecanicista y muchas veces artificial entre música y política. Y lo hacen con el device puesto en modo emocional, calificando de “comunista” a todo el que disienta de esa avalancha de la Guerra Fría, que ha estado ahí desde el principio de los tiempos. Y en este caso, con la Primera Enmienda de la Constitución como telón de fondo, tan fantasmagórico como terrible.
Pero ese discurso se ve de manera muy distinta lejos de su centro emisor, incluso en un ambiente polarizado como el que se vive en los Estados Unidos de hoy. Y ha contribuido en no escasa medida a que se siga percibiendo a los cubanos como maestros de la intolerancia, y a que de sitios como Montana, Utah, Indiana, Kansas, Oklahoma o New York les (nos) pongan medallas de plátano en el pecho.
Una representación, por otra parte, bastante bizca porque no todos entran por ese aro, según se evidencia en la última encuesta del Cuban Research Center (CRI, 2018), que desde 1991 viene estudiando las percepciones y visiones de los cubano-americanos sobre la política de los Estados Unidos hacia la Isla en Miami-Dade, bien diferentes a lo que preconiza esa narrativa en términos de viajes, contactos, remesas…
Mercedes Sosa murió con el corazón en el lugar donde siempre lo tuvo. Por eso, y por su condición de verdadera artista, quedará en la memoria colectiva. Hay que dar gracias a la vida, que nos la dio. Lo dijo un trovador nacido en San Antonio de los Baños: “Mercedes -como Yupanqui y Violeta- es oro sustancial de las raíces de los Andes, tesoro de nuestro patrimonio sin tiempo. Bienaventurada es Mercedes Sosa”.
Fantastica!