Buenos días, confinados,
desde mi casa en Sevilla.
Hay un sol con mascarilla
encima de los tejados.
Hay pájaros inspirados
dando un concierto gratuito.
Vaya streaming exquisito.
Vaya twits inteligentes.
Trending topics diferentes
(de los que yo necesito).
Las 9 de mañana.
16 de marzo. Bien.
Hay un gorrión que también
desayuna en mi ventana.
Será larga esta semana.
Días de confinamiento,
sosiego, recogimiento,
compañía familiar.
No hay más remedio que estar
“en casita”. Y yo contento.
Como me echo todo el año
arrastrando una maleta
por las calles de planeta
estar “safe” no me hace daño.
No me siento nada extraño.
Converso conmigo mismo,
exacerbo el optimismo,
medito, escribo, releo.
¿Y mi deporte? El tecleo:
“versofisioculturismo”.
Pesa el silencio. Es tan denso
que se puede rebanar.
Huele a silencio mi hogar
y yo aspiro fuerte y pienso.
El clima social es tenso.
El gobierno decretó
Estado de Alarma y no
se puede andar por la calle.
Que la disciplina estalle
(por una vez, digo yo).
Ayer todos los balcones
y ventanas españolas
cómo en gigantescas olas
se llenaron de ovaciones,
vítores y exclamaciones
en homenaje a enfermeros,
médicos y ambulancieros
que, sobre todo en Madrid,
batallan contra el COVID.
Nuestros héroes verdaderos.
Esto del confinamiento,
esto de la cuarentena,
se impone a ver si se frena
este ataque virulento
del COVID. Y yo me siento
como un extra, un figurante
de un filme algo delirante,
simplón y catastrofista.
¡Pero qué buen guionista
es Dios! (Ni Spielberg, ni Dante).
Y ante contagios y muertos
y miedo y preocupación,
salta al aire la canción,
llegan los ciber-conciertos.
Grandes músicos abiertos
a la entrega fraternal.
Rozalén. Kanka. Ruibal.
Marwan. Drexler. Muchos otros
(que son partes del “nosotros”
de este aislamiento social).
Porque la música ablanda
este encierro contingente.
El miedo está en el ambiente
pero la música anda
(en solitario, sin banda)
haciendo más llevadera
la reclusión. Qué manera
de acompañar y sanar.
Cuando está enfermo el hogar
la música es la enfermera.
Hay miedo. Hay preocupación.
Se impone el #Quédateencasa.
Después veremos qué pasa.
Después vendrá la re-acción.
Ahora las órdenes son
salir lo menos posible.
Hay un rival invisible,
un asesino serial,
microscópico y brutal,
tan letal como intangible.
Yo nunca vi nada igual.
Yo de casa no me muevo.
Un cuarto de siglo llevo
aquí y es excepcional
la situación. Es total
la sensación contingente.
Cuánto miedo en el ambiente.
Cuántas dudas y preguntas.
Todas las respuestas juntas
no calmarán a la gente.
Ya hay 8000 contagiados
y 300 fallecidos.
Madres, abuelos, maridos,
hijos que están devastados.
Cierto, estamos asustados.
Aunque haya algún inconsciente
que actúe ligeramente
y lo tome como un juego.
Ya vendrán los llantos luego.
¡Está muriendo la gente!
No, que no suene alarmista,
que no impere el pesimismo.
Pero en España, ahora mismo,
si la gente se despista
la pandemia nos conquista
y se nos va de las manos.
Miren a los italianos.
¡Más de mil muertos! ¡Qué horror!
Tomen nota, por favor,
países americanos.
Lamento que esta mañana
haya crónica “enfermiza”.
Yo igual prefiero la risa
y la fiesta cotidiana,
pero en tierra sevillana
y en toda España esto impera.
El Coronavirus era
hasta hace poco algo “ajeno”
pero ha ganado terreno
y amenaza a España entera.
No obstante, hay humor, canciones,
memes y vídeos simpáticos.
Hay más vecinos empáticos
que en “normales” situaciones.
Aplausos en los balcones.
Risotada. Carcajada.
Y yo aquí, con la mirada
clavada sobre el teclado.
¡Si aún ni he desayunado!
¡Se me enfrió la tostada!
Sevilla, 16 de marzo de 2020.