En la historia de la humanidad abundan los ejemplos de personas que han venerado las plantas, bien sea por filosofía de vida, por religión o por una conciencia nacida de la propia experiencia. Usted quizá conozca a alguna.
Narraba Saramago que su abuelo Jerónimo, un pastor y contador de historias, al presentir que la muerte parecía cercana, fue a despedirse de los árboles de su huerto, abrazándolos uno por uno, llorando ante ellos porque sabía que jamás volvería a verlos.
Muchas gracias @Liceu_cat nuestras plantas aprovecharon ❤️ pic.twitter.com/3UiD7NPiYA
— RavinRach (@rach_raging) June 22, 2020
Mi propia familia contó con un amigo que, a finales de los años noventa, cuando en la región norte de Cuba y en casi todo el archipiélago la sequía se iba comiendo los campos, optó por el suicidio, ante la inevitable hambruna que empezaba a matar a sus animales y arruinaba sus cosechas.
Hasta el momento sigue siendo el hombre más risueño y sencillo que yo recuerde. Sin embargo, la situación que otro habría transitado de manera más pragmática lo condujo a un callejón al cual no vio otra salida debido a su propia sensibilidad.
Escribo esto porque la semana pasada supe que el Gran Teatro del Liceo, la ópera de Barcelona, reanudó sus actividades interrumpidas por la COVID-19 con un concierto muy particular y altamente sensible.
Contrariamente a lo esperado, el espectáculo tuvo público y estuvo engalanado para la ocasión. Un teatro verdaderamente repleto. Se vieron plateas, palcos, balcones, todos los espacios colmados. En lugar de personas, los asientos tenían plantas: 2 mil 292 macetas en las cuales se empinaban ejemplares de especies diversas.
La iniciativa, nacida en estos tiempos de cuarentena en los que la naturaleza aprovecha para tomar fuerzas en algunos lugares, pertenece al artista español Eugenio Ampudia, quien, respondiendo al llamado de Víctor García de Gomar, director artístico del teatro, ideó este espectáculo sucedido la noche del domingo 22 de junio, en honor a la naturaleza.
El mensaje, además de naturalista y político, era lógicamente filosófico. Así lo dijo Ampudia al diario La Vanguardia: “Cuando sucedió la delicada situación que hemos pasado, miré y saqué mis conclusiones. Y una de ellas es la relación con el resto de las especies que habitan el planeta. No solo como observador de sus estrategias sino en un plano de absoluta igualdad, que es lo que tiene que darse”.
En lo que se conoció como “Concierto para el bioceno” (de biocenosis: conjunto de organismos de especies diversas, vegetales o animales en un determinado territorio), el cuarteto de cuerdas UceLi, formado hace tres años en Balcelona por Yana Tsanova y Oleg Shport (violines), Claire Bobij (viola) y Guillaume Terrail (chelo) interpretaron la pieza “Crisantemi”, una elegía que –dicen– el italiano Giacomo Puccini compuso de un tirón una noche.
A la hora prevista comenzó el espectáculo, también transmitido en vivo por streaming. En el video se puede observar el lunetario, donde ejemplares de más de 40 familias de plantas parecen expectantes. De repente se escucha el audio. Avisa: “Bienvenidos al Gran Teatre del Liceu, por respeto al público y a los artistas, les rogamos apaguen sus teléfonos móviles y no hagan fotografías durante el espectáculo, así mismo les pedimos que eviten ruidos que puedan alterar el disfrute de la ópera. Muchas gracias”.
Seguido, las luces descubren el escenario ya preparado con los instrumentos y, enseguida, los cuatro músicos –francesa, búlgara, suizo y ruso– ocupan sus lugares. Antes de sentarse, reverencian al peculiar público, toman sus asientos luego y comienza la ejecución de una obra con duración de seis minutos.
La alta concentración de dióxido de carbono no atenta contra la afinación; la melodía se escucha maravillosa y es así como las plantas parecen satisfechas. Terminada la pieza, cuando esa melodía nos ha hecho evocar otros tiempos y geografías, se escucha lo que parece ser un gran aplauso, que no es más que el sonido de las hojas en movimiento, grabadas con antelación.
Todas esas plantas, cargadas con la energía de ellas mismas y con la de la música, fueron poco después a manos de muchos de los médicos que han luchado contra la enfermedad en estos tiempos del nuevo coronavirus. Sus organizadores advierten que, igualmente, pudieron haber ido a parar a manos de quienes trabajan en los cajeros de los supermercados. Pero pertenecen ya al personal sanitario, a todos los que trabajan en los hospitales, hombres y mujeres de oficios y profesiones diversos.
Qué mejor obsequio que ese, qué gesto más sencillo y grande a la vez se puede tener para con todos los que han puesto su cuerpo por salvar el de los otros. Imagino a una de estas personas con la planta en la sala de su casa, mientras observa la ciudad. La planta en su maceta, susurrando entonces para ella la música que lleva dentro y la que aprendió en el teatro. Es ese su mensaje, su secreto.