Black women didn’t know what the hell they wanted because they were defined by things they didn’t control, and until they had the confidence to define themselves they’d be stuck in the same mess forever.
Nina Simone
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Se me invita a mantener columna y voy llegando.
Podría argüir, por aquello de que al primer amor siempre se vuelve, que siendo mi primera carrera el periodismo es difícil no rendirse a su llamado, aun cuando como profesora es casi sin aliento que consigo mantener al día mis compromisos con estudiantes y colegas, mi propia escritura.
Pero no hay ni nostalgia ni melodrama tras mi decisión de tomar este espacio. Me presento aquí por otras razones. Porque lucho por nombrarme a mí misma en lugar de ser contada por los otros; que lo que pienso y diga salga de mi propio deseo, no reforzando proyecto ajeno. Ni Cecilia Valdés ni Sab ni María Antonia ni Esteban Montejo ni Carmela Bejarano —la “negrita” de Lydia Cabrera—; ni mucho menos Nirvana del Risco, aquella protagonista de una novela para la que Wendy Guerra no encontró mejor título que Negra.
No existo ni me revelo para que de lo negro en mi piel sean imaginados los colores de la nación solo tras diluirlos en la solución adormecedora del mestizaje. No soy la negra en la popa juntándose al español que en la proa —¿dónde si no?— veía Nicolás Guillén, tan apresurado en guisar su “color cubano”, su deseo… El deseo de tantos de salvarse flotando dentro de la caldosa nacional. ¡No! No se me beberá de un trago ni seré la copa de la canción con la que el poeta nos informa del inminente secuestro de la mujer de Antonio. No me derrito en un son apaciguador para niños antillanos. Soy mi propia canción, que nunca saldrá de garganta que no sea la mía. Por eso, aquí estoy, abriendo columna.
Tampoco me escribo para avanzar una u otra agenda; para apuntalar aquel o este poder.
Todos, si nos dejamos ser, terminamos reconociéndonos tan complejos que ningún poder lograría alcanzarnos. Cada intento por domesticarnos se desharía ante la plena aceptación de nuestra intrínseca incomprensibilidad. Si nos es permitido o si nos permitimos ser, y no nos dejamos hacer, comprendemos que no tenemos por qué ser comprendidos. ¿Quién necesita la identidad?, preguntaba a un tiempo que respondía el jamaiquino que por supuesto era mucho más que jamaiquino, Stuart Hall. ¿Quiénes sino aquellos que han creado y dicho e impuesto las identidades las necesitan? Negra cubana o de cualquier otra nacionalidad, caribeña o latinoamericana y afrodescendiente, exiliada o emigrante: sí y no… Etiquetas que me dicen sin contarme. No las creé yo. No me sirven para ser.
Habanera deambulante entonces entre Europa y las Américas, descendiente de africanos esclavizados y de mucho más que no apareció nunca registrado en partidas de nacimiento y certificados de compra-venta; producto del saqueo y la violación tanto como del amor y la furia. He sido animal urbano, suburbano y rural. Sueño en demasiados idiomas a la vez y es quizás por eso que mis días no son siempre días; desbaratándose en polvo se confunden con la noche. Se equivocaba la Zambrano, se equivocaba; no es solo en el trópico donde la luz encubre y la noche revela. No es el Caribe allí donde la naturaleza alcanza su más precisa y dedicada matemática. Lo que vio la malagueña entre febril y abotargada tras los tropicales almuerzos origenistas fue apenas la ensoñación diaspórica que a tantos nos embarga. Cuba, la isla misma, es diáspora. Se engaña y pretende engañarnos quien persista en hablar de una Cuba de adentro y otra de afuera. Ni en tiempos de pandemia se hace realidad el espejismo. Tal vez, mucho menos en época de pandemia, cuando las energías sesgadas por el confinamiento se vuelcan sobre Facebook, WhatsApp, Instagram y Twitter, mientras se espera en las colas.
Cuba es tan diaspórica como cualquier otra nación en las Américas.
De demasiado nos llega el linaje a todos nosotros.
Marino es el mío.
Solo Olokun conserva mi cifra y lo sé aun si llevo tiempo entendiendo que es imposible para mí alcanzarla. La guarda consigo en esos abismos a los que, para evitar que con su furia se tragara al mundo, con siete cadenas fue al inicio de los tiempos amarrado o amarrada (que poco caso hacen los orichas de la conformidad de género). Surjo pues de esa oscura y violenta historia que solamente Olokun puede recordar. Allá abajo yace lo perdido y lo soñado. Escondido en las rocas, dentro de cada partícula de arena, pegado al musgo y las algas que envuelven los viejos grilletes tal vez sujetando aún la osamenta de los que cayeron al Atlántico.
He aprendido también que tiene que bastarme con la certeza de que no por invisible sea inexistente mi clave. Basta con sentirla abismalmente en cada músculo, incrustada a mis huesos.
“¿Qué permanece en mí de esa mujer?
¿Qué nos une a las dos?
¿Qué nos separa? (…)
¿Quiénes son éstas que se parecen tanto a mí,
no sólo por los colores de sus cuerpos? (…)
¿Quién es esa mujer
que está en todas nosotras huyendo de nosotras,
huyendo de su enigma y de su largo origen?”, insistente, pregunta Nancy Morejón en “Persona”.
Ripostemos ante alguna frase dicha, discutamos, admirándola también, nos enfade o desespere, es ella la primera entre nosotras en arrebatar para sí el trono que es suyo, mientras celebra quiénes somos como negras cubanas: nuestra rabia y nuestra miel. No le fue su lugar graciosamente ofrecido; lo ha conquistado Nancy, haciendo valer la fuerza de una dinastía cimarrona. Y como tal, toca ahora acercársele con los mismos gestos que ha esgrimido ella, por su parte, al reconocerse en la estirpe de la culebra perseguida y maltratada, pero siempre hábil en escabullirse de sus enemigos y perdurar, trasmutada, hasta el presente, donde devuelve el golpe y la afrenta y se sabe dueña de su espacio y su tiempo:
“Y cuando despiertes de tu sueño,
continuada tu estirpe,
sacúdete, pega, muere y mata tú también
que ya vuelas y vives en tu justo lugar,” concluye su poema “Hablando con una culebra”.
Escrivivencia le llama al recorrido de esos caminos por los que nos llevan las mujeres negras, fundadoras e inspiradoras de nuestro ser y estar, otra gran dama negra de las letras latinoamericanas, la brasileña Conceição Evaristo. Al presentar ese concepto, escribir la vivencia, desde la vivencia y con la vivencia, aclara además que no es la suya canción de cuna para arrullar a los amos en la casona: esos que se duerman solos con su propia música. Nuestra experiencia trasmitida de un vientre a otro, mujeres que escribiéndonos nos parimos a nosotras mismas, tinta negra derramándose infinita, nos advierte Evaristo:
A voz de minha filha
recolhe em si
a fala e o ato.
O ontem – o hoje – o agora.
Na voz de minha filha
se fará ouvir a ressonância
O eco da vida-liberdade.
Nieta, hija y madre.
He sido y soy también amante y esposa y amiga, pero no quiero ahora detenerme en mis hombres con y sin color (tampoco en las mujeres); queden ellos para otra entrega en mi columna. Hoy permanezco solo, al inaugurar este espacio, debiéndome a mis madres, conocidas y desconocidas, marinas todas, desde una y otra orilla del Africa a las Américas. Ellas me han traído hasta aquí, como Yemayá y sus hijas bien saben hacerlo, ola tras ola de siglo en siglo. Juntas andando.
¡Aché!