La soledad tiene diversos significados para cada persona, pero algo en común: que no nos deja indiferentes. En algunos casos se vincula con la tristeza, el dolor, las pérdidas, el aislamiento o el abandono. En otros, es una elección para reconectar con uno mismo, reflexionar, meditar o simplemente estar en nuestra propia compañía. Esa realidad puede mirarse solo desde la perspectiva de quien la vive, porque las emociones que genera son bien distintas.
Por un lado, debemos considerar la historia de vida. No va a vivir la soledad de igual manera una persona que ha sufrido abandonos en la infancia (ya sea por separación de los padres, muertes o ausencias prolongadas) que alguien que disfrutó de la compañía y la seguridad familiar. A su vez, si se ha crecido con una autoestima sana, aprendiendo a amarse a uno mismo, para nada será un problema disfrutar de estar a solas.
El ser humano es, por excelencia, social; la necesidad de relacionarnos constituye un tema de supervivencia. No podemos vivir sin estar en vínculo con otros. Por esa razón, la soledad puede ser una experiencia muy negativa si no se trata de una elección personal por motivos específicos, o si no se maneja de forma saludable.
El mundo actual, igualmente, nos propicia diferentes vías para estar interconectados. Para comunicarnos no solo contamos con la vía cara a cara. Las nuevas tecnologías y el internet nos permiten compartir tiempo y espacio desde un escenario virtual. Por tanto, la perspectiva de la soledad debería contemplar esas nuevas maneras de compartir unos con otros.
La pandemia que estamos viviendo, que nos ha confinado, aislado y privado del vínculo social in situ (porque debemos distanciarnos físicamente), nos ha retado a disímiles encuentros. Grupos de Whatsapp, videollamadas en otras plataformas como Zoom, Meet, Team y Facebook, entre otras redes sociales, han resultado genuinos espacios de vinculación social. Ante esa realidad, la soledad pasaría de estar determinada por la presencia corporal de otra persona a múltiples y nuevas formas de relación; muchos somos los que nos hemos sentido más acompañados y reconectados que nunca.
Hasta aquí, queda claro que lo que más nos puede afectar es sentirnos solos. Por tanto, más allá de combatir la soledad como realidad objetiva, debemos enfocarnos en trabajar internamente con nuestras emociones y nuestra autoestima. Ambas directrices serán los pilares que nos ayudarán a no ver la soledad como algo negativo e, inclusive, a amar los espacios o momentos a solas.
Si echamos un vistazo al mundo que nos rodea, es posible identificar muchos cambios respecto a momentos de la infancia o a las historias contadas por nuestros mayores.
La sociedad actual se caracteriza por un estilo de vida mucho más individualista. La desconfianza y el egocentrismo están muy presentes en diversos espacios. Es muy común que los hijos reclamen para ellos una habitación individual. También, que la recreación mediada por los aparatos tecnológicos no requiera de otros. Incluso un videojuego en línea con otras personas puede ser muy impersonal: no te nombras o muestras como eres, sino que fantaseas con avatares de características humanas o fantásticas. La organización en los espacios de trabajo puede encerrarnos en cubículos, o debemos recorrer largas distancias que consumen nuestro día. Estar tan ocupados y preocupados por alcanzar un bienestar material nos cobra un precio elevado. Por ejemplo, los hijos pasan su tiempo solos, las parejas no tienen tiempo para conversar, y ya no se comparte con otros familiares y amigos por el mismo argumento.
Nos vamos quedando “solos”, porque no cultivamos los vínculos significativos o los dañamos. Este es un planteo del problema, porque está acompañado de no saber lidiar con las consecuencias derivadas de las decisiones que nos aíslan. Ahí llega el sentimiento de soledad, acompañado de malestar subjetivo. Puede haber pérdida de apetito o nos alimentamos mal porque “no tiene sentido cocinar solo para mí”. También puede aparecer sensación de vacío, angustia, tristeza o depresión, cuando los síntomas son más persistentes y nocivos para la salud.
Es cierto que a algunas personas les gusta más que a otras la idea de estar a solas. Sin embargo, conocemos la soledad desde muy pequeños: nos toca despedirnos de los padres cuando nos dejan en el jardín (círculo infantil, kínder o como le llamen en diferentes países). Si empezamos a relacionarnos con ella como una parte de nuestra vida, resolver problemas de forma autónoma, rupturas amorosas, pérdidas de empleo, muertes de seres queridos, proyectos de emigración, entre otros, serán algo sano con lo cual lidiamos, gestionamos, aprendemos y hasta en determinados momentos disfrutamos.
¿Cuáles son las consecuencias de no saber estar a solas?
- Relaciones de dependencia. La dificultad de manejar este sentimiento hará que busques a otros sin importar lo que tengas que dar a cambio. Siempre percibirás la amenaza del abandono y, en casos en que la otra persona se dé cuenta, puede usar esa “debilidad” tuya para pedirte sacrificios a cambio de permanecer a tu lado. Por tal razón, puede que aceptes planes que no deseas, tratos que no son sanos o decisiones en las que no participas.
- Relaciones insanas: Es común escuchar que una relación es tóxica. Este punto va más allá de la dependencia, pues específicamente me refiero a las distintas formas de violencia o a vincularte con amigos o parejas que no te aportan a tu crecimiento personal. ¿La raíz de esto cuál es? Prefieres estar con alguien porque, aunque te haga sufrir, la simple idea de estar solo/a es insoportable y lo evitarás a toda costa.
- Sobrecarga de tareas. La estrategia de no pensar, de evadir la soledad a cualquier precio, a veces te puede llevar a trabajar larguísimas jornadas (incluso fines de semana) con tal de no llegar a casa, donde nadie te espera. Siempre estarás buscando qué hacer para no pensar o no estar solo.
- Angustia. Esta emoción se siente como opresión en el pecho, ganas de llorar y/o pensamientos desagradables ante algo que consideramos amenazante para nuestro bienestar. La soledad, cuando es vivida como algo negativo, puede llevarnos a sentirnos de esa manera. Cuando la angustia está presente, entras en un círculo vicioso de sensaciones, emociones, pensamientos y conductas poco saludables, porque ese malestar te priva de buscar alternativas favorables, bloquea tu creatividad y hasta te puede llevar a la pérdida del sentido de tu vida.
¿Qué podrías hacer para aprender a estar solo/a?
- Aprende a mirarte con amor, valorando tus cualidades y defectos, tus fortalezas y debilidades, para que estar contigo no sea angustioso, sino una oportunidad de cuidarte y reflexionar en tu vida.
- Busca actividades que te gusten y no requieran la presencia de otros. Por ejemplo: cuidar de tu cuerpo, leer, cocinar, cuidar tus plantas, caminar, ver la televisión, escribir, pintar, hacer manualidades, etc.
- Identifica los beneficios de la soledad, para que no sea un “fantasma” que te acecha. No lo es, es parte de la vida el aprender a estar solos.
- Haz de tu espacio en solitario un ambiente agradable, donde disfrutes estar. Rodéate de los colores, olores y objetos que te gusten. Que ese lugar sea tu refugio, tu descanso, tu espacio de paz y máxima conexión contigo.
- No te dejes influenciar por los tabúes en torno a la soledad. Algunos creen que los que están solos han sido abandonados. Hay estereotipos que nos estigmatizan. Vivir solos, pasear solos y disfrutarlo no significa que “lo has hecho mal” y te han abandonado. Cultiva relaciones sanas y comparte con ellas cuando mutuamente lo deseen, porque no significa que careces de amigos o familiares queridos.
Recuerda que no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Incluso cuando eres una persona que tiene muchos vínculos positivos, eso no quiere decir que siempre debas estar acompañado. Las personas importantes de tu vida están ahí, si las cuidas y eres recíproco con ellas. Esa no es una condición excluyente de aprender a disfrutar tu tiempo contigo.
Incluso si tienes pareja, es saludable que cada cual tenga planes por separado y juntos. Alguna vez estuvimos ligados a nuestras madres por el cordón umbilical. Este fue cortado al nacer, lo cual no quiere decir que el vínculo se rompió; sino que fue la simbiosis la que se cortó.
Podemos cultivar grandes redes de apoyo, tener muchos grupos, familia, pareja y, a la vez, amar nuestra propia compañía. Si aprendes esto, la soledad no será jamás una amenaza porque podrás elegir cuándo estar con alguien y cuándo estar contigo. Disfrutarás ambos escenarios de la vida desde la autonomía y la libertad.
Nota de la editora
Psicología y Bienestar es una sección pensada especialmente para los lectores de OnCuba. Déjennos sus dudas en los comentarios, y las tomaremos en cuenta para próximas entregas. Pueden seguir el trabajo de la psicóloga Yaima Águila Ribalta en cada edición quincenal de esta sección y en su canal de YouTube.