Cuba enrumba a los Juegos Olímpicos de Tokio con su delegación más pequeña de los últimos 57 años. Por primera vez desde la lid estival de 1964 –organizada precisamente en la capital japonesa–, la comitiva antillana tendrá menos de 100 atletas, aunque ello no supone una modificación de los grandes objetivos que habitualmente se ha trazado el movimiento deportivo nacional.
A pesar de contar con 69 exponentes en 15 especialidades y competir solo en el 18% de las pruebas convocadas (64 de 339), Cuba pretende ganar al menos cinco medallas de oro y quedar entre los 20 primeros del medallero en la urbe asiática, un reto mayúsculo que demandará un altísimo nivel de eficiencia, casi rozando la perfección.
Esto quiere decir que los atletas con pronóstico de títulos no podrán fallar, mientras los que se han identificado como potenciales medallistas tendrán que hacer un esfuerzo considerable para superar las expectativas y aportar a una cosecha que (debemos estar preparados) quizás sea la más discreta en décadas.
Entre los aspectos que condiciona el cumplimiento de los objetivos cubanos está el altísimo nivel competitivo internacional, permanentemente en ascenso. Una de las pruebas más claras es el aumento de la cantidad de países que han ganado títulos y alguna medalla en los últimos siete Juegos Olímpicos.
Por ejemplo, en Barcelona 1992, hace casi 30 años, un total de 37 naciones consiguieron un metal dorado y 64 lograron al menos una presea. Esas cifras se han modificado drásticamente en las ediciones más recientes de la lid estival, al punto de que en el 2016, en los Juegos de Río de Janeiro, 59 países se llevaron una corona y 86 consiguieron medallas de plata o bronce.
Sin dudas, el mapa competitivo ha cambiado. La globalización del deporte ha dado paso a un mayor reparto de fuerzas, a más rivalidad, a más atletas de máximo calibre luchando por un resultado top, incluso en especialidades donde sus países no tenían tradición.
Lógicamente, está por ver si esas tendencias se mantienen o se han modificado como consecuencia de la pandemia del coronavirus, la cual sí ha alterado los escenarios de preparación y fogueo de los deportistas del mundo, muchos de ellos forzados a largos períodos de confinamiento sin opciones de entrenar en óptimas condiciones.
Por si fuera poco, durante la creciente escalada de la Covid-19 se han acentuado las desigualdades, porque no todos los países adoptaron las mismas medidas de cierre, lo cual ha condicionado tanto los tiempos de entrenamiento de cada atleta como sus posibilidades de acceder a las mejores instalaciones para prepararse.
Sobre la probable incidencia que pudieran tener estos factores en el rendimiento de los deportistas durante los Juegos de Tokio, el MSc. Dr. Yamil Gutiérrez Jorge alertó que las condiciones particulares de cada atleta durante la pandemia pueden ser decisivas a la hora de la competencia.
“Los habrá que vuelvan en excelente estado, pues cuentan con gimnasios de buena calidad y condiciones idóneas para entrenar; mientras, otros vendrán en un estado menos favorable y posiblemente eso influya y hasta defina sus resultados de cara a los siguientes eventos clasificatorios para los Juegos Olímpicos”, explicó el especialista antillano en un artículo publicado por la Revista Cubana de Medicina del Deporte y la Cultura Física.
Cuba y su movimiento deportivo no han estado exentos de estas variables. Algunos de sus atletas se han contagiado, la mayoría se han visto obligados a entrenar en espacios alternativos que, en ocasiones, no cumplen con los parámetros mínimos que necesita un deportista de alto rendimiento, y todos en sentido general han sufrido en algún momento los períodos de cuarentena.
A esto se debe sumar la permanente variación de las rutas críticas como consecuencia de los cambios en los calendarios competitivos, todo ello en medio de un escenario repleto de contratiempos logísticos, en el que las restricciones de viajes, las irregularidades de las líneas aéreas y las demandas de permisos adicionales de tránsito han sido la regla y no la excepción.
La historia a favor de Cuba, y Cuba por reescribir la historia
Durante diez participaciones consecutivas en Juegos Olímpicos, desde Múnich 1972 hasta Río de Janeiro 2016, Cuba siempre ha logrado incluirse entre los 20 primeros del medallero, con cinco o más preseas de oro en ocho de esas diez ediciones. En ese sentido, la historia acompaña a la Isla, consolidada como una de las potencias del concierto estival por más de cuatro décadas.
Sin embargo, el hecho de competir en Tokio con solo 69 deportistas obligará a Cuba a reescribir la historia, porque las comitivas pequeñas no han corrido con mucha suerte en el curso de las lides olímpicas. Para situarnos en perspectiva, desde los Juegos de Roma 1960 hasta Río 2016, solo ocho delegaciones con menos de 70 atletas lograron ganar cinco o más preseas de oro y terminar entre los 20 primeros del medallero, justo los objetivos que se ha propuesto la armada antillana.
En ese lapso que planteamos, la primera delegación con menos de 70 exponentes que logró ubicarse entre los 20 primeros fue Turquía en 1960. Los otomanos ganaron siete preseas doradas en la capital italiana con solo 49 atletas y anclaron en la sexta posición, su mejor resultado histórico bajo los cinco aros. Tras ellos, otras siete delegaciones han ocupado posiciones de privilegio con comitivas pequeñas:
* 1988: Rumanía (68 atletas -7 medallas de oro-8vo lugar)
* 1988: Kenya (58-5-13ro)
* 2004: Noruega (53-5-17mo)
* 2008: Kenya (48-6-13ro)
* 2008: Jamaica (50-5-15to)
* 2012: Irán (53-7-12do)
* 2016: Jamaica (56-6-16to)
Al igual que Turquía en 1960, las armadas de Kenya y Jamaica han sustentado su éxito en una sola disciplina: el atletismo. Los africanos han sido los auténticos dominadores de pruebas de fondo junto con Etiopía, y los caribeños se han consolidado como potencia de la velocidad con Usain Bolt, Shelly-Ann Fraser, Verónica Campbell, Elaine Thompson y Omar McLeod como protagonistas.
Algo similar sucedió con los iraníes en Londres, donde se colgaron siete metales dorados gracias a su fortaleza en la lucha y las pesas. Más repartido fue el botín de los rumanos en 1988, aunque igualmente dominaron la gimnasia artística femenina con tres cetros de Daniela Silivaş, mientras Noruega sí consiguió sus cinco títulos del 2004 en deportes diferentes: remo, canotaje, ciclismo, velas y atletismo.
No obstante, lo de los noruegos pudiera verse como un caso aislado. Por regla general, las delegaciones pequeñas con cinco o más títulos olímpicos han sustentado esas actuaciones en el dominio de una o dos disciplinas, algo por lo que Cuba no puede apostar en estos momentos.
La delegación antillana no tiene cifradas sus esperanzas en un único deporte, las opciones están repartidas. En un escenario soñado, con un rendimiento perfecto de los principales candidatos, la armada caribeña ganaría al menos dos títulos en la lucha (Mijaín López e Ismael Borrero), el atletismo (Yaimé Pérez y Juan Miguel Echevarría) y el boxeo (Julio César La Cruz y Andy Cruz), aunque dar una medalla como segura es un tremendo riesgo.
El abanico de posibilidades es más amplio si incluimos en la ecuación a Rafael Alba (taekwondo), Arlen López (boxeo), Lázaro Álvarez (boxeo), Leuris Pupo (tiro), Rose Mary Almanza (atletismo), Idalys Ortiz (judo) o las embarcaciones del canotaje, que se han mantenido compitiendo en la élite con resultados relevantes.
Más allá de estos atletas, otros exponentes del boxeo, la lucha, el judo, el atletismo y, en menor medida, del tiro y el pentatlón moderno, podrían dar la clarinada, pero su margen de posibilidades es menor en un contexto demasiado veleidoso y competitivo. Sin opciones de ningún tipo aparecen los exponentes de la natación, el tenis de mesa, el voleibol de playa, el remo, la gimnasia artística y el ciclismo, este último caso muy complejo porque Arlenis Sierra correrá sola en la ruta, donde el trabajo en equipo es fundamental para aspirar a posiciones cimeras.
Si descontamos estas disciplinas que no tienen pronóstico de medallas, las aspiraciones de Cuba se concentran en un pequeñísimo grupo de alrededor de 40 deportistas. Ellos cargarán sobre sus hombros con la responsabilidad de conseguir un objetivo sumamente ambicioso, que demandará perfección o un milagro.