La música alternativa cubana ha estado relegada durante décadas tanto en los medios como en la plataforma de programación de no pocas instituciones. Se han suspendido proyectos relacionados la promoción del rap, la electrónica, el rock y se han eliminado de raíz también instalaciones que servían de refugio a bandas de metal y de otros subgéneros del rock, como es el lamentable e histórico caso del “Patio de María”, fundado por la incasable María Gattorno.
Desde algunas instituciones, diarios o programas televisivos se han hecho puntuales esfuerzos por darle un sitio a este tipo de corrientes culturales y crear iniciativas que, con el tiempo, han derribado estereotipos y establecido diálogos para que algunos de los exponentes de estas músicas puedan defender y dar a conocer su obra. Son programas que han nacido como proyectos aislados pero que con su trabajo de años se han ganado el respeto de una parte de la comunidad musical cubana.
Haciendo un recuento de estos espacios en la televisión recuerdo “Cáscara de Mandarina”, conducido por Juanito Camacho, los primeros años de “Lucas”, y “Cuerda Vida”. El último, dirigido por Ana Rabasa, ha sabido permanecer al aire por casi 20 años, en un medio que no se ha caracterizado precisamente por darle voz a los grupos del underground nacional que tienen muchas cosas que decir pero no cuentan con un sostenido apoyo para expresarse.
“Cuerda Vida” acaba de celebrar sus 19 años de haber salido por primera vez al aire. ¿Pero qué es lo que realmente festeja el programa? En primer lugar, el logro de la permanencia durante tanto tiempo con una programación que, si bien se ha alejado en momentos de su propósito primigenio, sigue dando abrigo a músicos menos favorecidos en otros ámbitos institucionales en la Isla. En segundo, la posibilidad de servir de vitrina para mostrar las expresiones más actuales de la música contemporánea cubana y de su diversidad genérica, arropado por un diseño escenográfico que se corresponde, en alguna medida, con la estética de la música que promueve. Y como guinda del pastel ha celebrado históricamente galas donde los artistas han mostrado su quehacer y su obra en televisión alejados de la mayoría de las camisas de fuerza que se perciben en otros programas; donde se ha tratado de promover este tipo de expresiones pero se carece del conocimiento necesario para conocer a fondo de qué se trata realmente.
“Cuerda Vida” desde hace unos años también debe replantarse, girar la vista hacia sus orígenes y recuperar el enfoque original del programa. Es cierto, como se dijo, que no ha renunciado a ser un espacio con el que se identifican músicos “ninguneados” en otras plataformas y espacios. Pero durante los últimos tiempos también, quizá con el ánimo de expandirse, el programa se ha alejado en determinada medida de su estética inicial al incorporar otros géneros y artistas que no se relacionan directamente con las expresiones de la escena alternativa cubana y que, por el repertorio que manejan, tienen más posibilidades de insertarse en otros ámbitos de la exposición mediática.
En esos espacios que han ocupado artistas sin mayores dificultades para la divulgación de sus obras podrían haber sido insertados otros que siguen expandiendo el underground nacional, a pesar de las reticencias y el profundo desconocimiento hacia esa zona de la creación cubana, habitada por un cúmulo de tendencias, discursos y formas de expresión crítica hacia la realidad nacional.
Para que continúe el rumbo estético que ha definido, el programa “Cuerda Vida” debe recuperar varios de sus presupuestos artísticos y enfocar su trabajo sobre todo en otorgarles mayor visibilidad a artistas que posiblemente no tendrán —al menos en el inicio de sus carreras— facilidades para acceder a los medios nacionales. Precisamente es ese el legado que ya ha dejado el programa y que debe afianzarlo para que los cubanos sigan reconociendo o descubriendo la diversidad de la música cubana.
Las expresiones de la escena alternativa en la Isla han ido diversificando y cambiando con la incorporación de nuevos músicos —algunos muy jóvenes—, que se mueven en los terrenos del rock, la trova, la música electrónica, el rap, con un discurso en ocasiones muy crítico sobre el acontecer nacional; algo que es habitual en este tipo de expresiones culturales y que en los últimos años en Cuba ha visto militado su alcance por decretos institucionales que han frenado a un grupo de artistas la posibilidad de presentarse en escenarios públicos u oficiales.
Este tipo de diálogos entre “Cuerda Viva” y los decisores debe ocurrir —y ha ocurrido alguna que otra vez—, para que artistas con una obra valiosa puedan llegar al público y mostrar tanto lo que defienden musicalmente como lo que creen. Ese consenso es necesario no solo en dicho espacio, sino en otros frentes de la creación, para que la música cubana sea conocida en todo su esplendor y en todas las manifestaciones que la atraviesan.
Otro de los puntos que debería poner bajo la lupa Ana María Rabasa pasa por el ejercicio profesional de sus conductores. Su quehacer en ocasiones carece de mayor anclaje y roza la superficialidad en nombre de la supuesta “soltura” o para llegar a una audiencia joven más amplia. Si uno revisa las ediciones de los programas anteriores veremos que están marcados definitivamente por la calidad de conductores y artistas como Edgaro, Jorge Ferdecaz y Cheryl Zaldívar, que unían en su práctica televisiva todo lo que necesitaba el programa para alcanzar su público, sin caer en frases hechas, ni expresiones impostadas.
Si bien no goza de horarios estelares ni promoción en la parrilla televisa, “Cuerda Viva” es un programa que debe permanecer, continuar actualizándose de lo que más vale en la escena alternativa nacional y seguir mostrando a Cuba las diferentes corrientes que se mueven por las arterias del underground nacional.