La obra fotográfica de Alberto Díaz Gutiérrez, Korda (La Habana, 14 de septiembre de 1928 – París, 25 de mayo de 2001) nos revela siempre sorpresas insospechadas en las imágenes que su lente supo captar desde sus comienzos, dirigiendo nuestra mirada hacia aquello que no hemos sido capaces de percibir y que él nos entrega para conseguir el asombro ante la belleza.
Se aprecia en sus primeros trabajos en el mundo de la publicidad, cuando en 1954 funda los Estudios Korda y muy pronto se convierte en precursor de la fotografía de modas en Cuba. Su desempeño en este segmento alcanzó el nivel de los estándares internacionales, elevándola a la categoría de arte.
En la obra fotográfica de Korda, se distinguen dos líneas discursivas prominentes que, en sucesión, muestran su inserción participativa como hombre de su tiempo: la belleza femenina, y la epopeya inicial de Revolución cubana con sus líderes y el pueblo. El punto culminante y universalmente conocido de su trabajo es la fotografía de Ernesto Che Guevara tomada el 5 de marzo de 1960 durante el funeral de los mártires del sabotaje al vapor La Coubre. Su mirada sagaz y profunda supo encontrar la belleza en la epopeya cotidiana de la gente simple, al tiempo que, como fotorreportero legaba para la historia política las imágenes de los grandes líderes y protagonistas. A eso sumó su pasión por el mar, haciendo de la fotografía submarina, no solo un motivo de disfrute, sino también una línea de trabajo, en especial la realización del atlas fotográfico de los corales que habitan los fondos marinos de nuestro archipiélago.
Quienes le conocieron aseguran que siempre persiguió capturar en sus fotos la belleza en su sentido más amplio, y también personal. Volcó en sus encuadres y estilo de composición, su elevada percepción de lo estético, que trascendió en mucho los patrones y estereotipos comunes del tiempo que le tocó vivir. Su acercamiento visual al mundo de la liturgia yoruba, de la santería, a través de una ceremonia, podría constituir una reafirmación del amplio diapasón de su sensibilidad artística.
En abril de 1960 la revista INRA1 publicaba Bembé, un texto firmado por el notable musicólogo cubano Odilio Urfé, que trascendía los límites estrictos de un artículo al uso para convertirse, además de material didáctico, en un poderoso ensayo fotográfico. Korda capta las imágenes durante una ceremonia religiosa, que Urfé define como “…complejo litúrgico, característico del grupo afroide lucumí (yoruba) [que] se cultiva y mantiene en todo el territorio cubano…(…).” Era un bembé que se celebrara en el local de la Sociedad de la Comparsa Típica El Alacrán, de El Cerro, un barrio con grandes tradiciones folklóricas.
Korda capta la emotividad y singularidad de cada momento, desde el inicio de la fiesta lucumí cuando el akpwón lleva su mano derecha al oído, buscando concentración, gesto que anuncia el comienzo con el canto y toque a Elegguá, dueño y señor de los caminos. La cámara logra transmitir la fuerza y destreza de los olú-batá, la gestualidad impetuosa de quienes tocan los güiros o chequerés, la alegría pagana que invade a los participantes mientras cantan los coros y se disfruta del percutir de los tambores.
Sobre las imágenes de Korda escribe Urfé: “Estas fotos tienen la extraordinaria trascendencia de que fueron tomada en el desarrollo normal de un auténtico “Bembé” [sic], el cual coronó jubilosamente una ceremonia denominada “dar plumas al santo” comenzada dos días antes, pues los preparativos y “trabajos” preliminares así lo demandaban.”
La mirada de Korda evadió cualquier coqueteo con el folklorismo trivializante: más que en los objetos litúrgicos, ornamentos o figuras sacras el fotógrafo centró su lente en la emocionalidad y la entrega al rito, al goce de la liturgia, transmitidos en gestos captados con precisión.
Una mujer de 48 años, negra y enjuta, atrajo, en particular, la atención del fotógrafo: era una verdadera leyenda en la escena rumbera y de la santería: Manuela Alonso (La Habana, 17 de junio de 1915 – 7 de mayo de 1999), quien ha pasado a la historia de la rumba como una de las más importantes bailadoras de guaguancó y yambú que se recuerdan.
Contemporánea con figuras de estirpe, rumbera como Benito González, Roncona; René Rivero, Estela (Ramona Ajón), Andrea Baró, por solo citar algunos, Manuela conocida como Cara’ecaballo, era en los años 30, una joven rumbera de la que se hablaba ya mucho. Destaca muy temprano en el ámbito del Carnaval de La Habana cuando, junto a Nieves Fresneda, colabora con María Carballo para fundar la legendaria comparsa Las Boyeras, recreando uno de los oficios femeninos más antiguos en la capital: la vendedora de tortillas, bollitos de carita, frituras y otras delicias que salían de sus fogoncillos ambulantes.
Otro gran rumbero, Silvestre Méndez, dio fe de la fama que ya entonces había alcanzado Manuela Alonso y en sus recuerdos, la vincula a un hecho importante para la música afrocubana: el estreno de Tambó en negro mayor, obra sinfónica del compositor Gilberto Valdés, que se produjo en el Anfiteatro de La Habana el 25 de julio de 1940, con la participación de una orquesta sinfónica dirigida por Gonzalo Roig y Rita Montaner en el rol central. A la orquesta sinfónica en su formación tradicional se unió un verdadero all stars de rumberos, que Valdés fue encontrando y localizando en sus reiteradas y febriles incursiones por los barrios habaneros de indiscutida raigambre rumbera. Contó Silvestre Méndez: “Gilberto Valdés me invitó a tocar en aquel concierto ‘Tambó en negro mayor’, donde estaban casi todos los buenos rumberos de cada barrio; en cada barrio había uno o dos, ahí estaban Chano Pozo, Roncona, Manuela Alonso ‘Cara’ecaballo’, una santera rumbera muy famosa…”.2
Manuela Alonso pasa a la posteridad cuando se une al gran Chano Pozo, a inicios de los años 40, formando una las parejas rumberas más recordadas por quienes los vieron bailar. En la leyenda del Tambor Mayor de Cuba, se menciona mucho más a la bella mulata Cacha Martínez, como su pareja escénica y en la vida, lo que ha sumido en el olvido a Manuela Alonso, quien de una manera más raigal y auténtica hizo historia bailando con Chano en los grandes rumbones de La Habana. Lo acompañó además en su etapa en la RHC Cadena Azul, durante la primera mitad de los años 40, cuando hacían historia en el estudio de esa emisora radial, en los escenarios de algunos teatros y en particular, en las famosas caravanas que organizaba Amado Trinidad, fundador y dueño de la RHC, para llevar el espectáculo de sus estudios a los teatros de diversas provincias cubanas.
Manuela Alonso mantuvo siempre su lugar en la realeza rumbera como portadora de elementos de innegable autenticidad. En el cine era llamada cuando de recrear escenas de rumba se trataba; así se registra su participación en los filmes Sucedió en la Habana y Romance del Palmar (ambos en 1938), Yambaó (1957) y La Bella del Alhambra (1989).
Cuando en 1962 se funda el Conjunto Folklórico Nacional, con el objetivo de acercar a los escenarios los ritmos y expresiones autóctonas de la cultura danzaria y musical afrocubanas, Manuela Alonso está entre los grandes nombres de la rumba y las religiones afrocubanas, como Nieves Fresneda, Trinidad Torregrosa, Jesús Pérez, José Oriol Bustamante, Emilio O’Farrill y Lázaro Ros. Con esta agrupación músico-danzaria se presenta en España, Francia y varios países africanos. Su hijo fue otro connotado rumbero, Orlando López El Bailarín, quien siguió los pasos de su madre dentro del Conjunto Folklórico Nacional y el grupo Oru, de Sergio Vitier.
Con Estela, Nieves Fresneda, Merceditas Valdés, Celeste Mendoza, Teresa Polledo, Natividad Calderón, Zenaida Armenteros, y muchas otras, también Manuela Alonso reivindica el lugar de la mujer en la auténtica escena rumbera, tan menospreciada por décadas en un ámbito eminentemente patriarcal, masculino.
Sesenta y un años después de la publicación de algunas de las imágenes, Bembé, el extraordinario ensayo fotográfico de Korda fue mostrado en toda su amplitud en la Casa de las Américas, en una muestra organizada por su hija Diana Díaz y el Korda Estate, con curaduría de Cristina Figueroa, en ocasión de celebrarse en 2011 el Año de los Afrodescendientes, a propuesta de las Naciones Unida. Repasando hoy esas fotos de un bembé donde Manuela Alonso es figura cimera, imagino a Korda en medio del repiqueteo de los batás y el sonido trepidante del chekeré, escuchando al coro y viendo a Manuela bailar un yambú. La imbatible fuerza que emana de lo raigal es lo concluyente. El singular modo de percibir la realidad, la agudeza en la mirada mirada y el arte en la composición de una imagen, hacen de Bembé un extraordinario ensayo fotográfico y una prueba evidente de la profundidad y amplitud con que Korda podía entender la estética de una fotografía
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1 INRA. Odilio Urfé: Bembé. Año 1. No. 4. La Habana, Cuba. Pps. 48-53.
2 Gonzalo Martré: Rumberos de ayer. Músicos cubanos en México (1930-1950). Instituto Veracruzano de Cultura. Veracruz, 1997.