“El fin de la actividad artística no es la obra sino la libertad”.
Octavio Paz
No fue una sorpresa que en la segunda mitad de la década de los noventa del siglo XX irrumpiera en el panorama de las artes visuales cubanas un artista con una obra totalmente singular y desafiante. Digo esto, porque aquel fue un momento que representó una suerte de estado de gracia en el arte cubano, continuado en los primeros años de este siglo y milenio; un período en el que diversas poéticas salieron a la luz, mientras que otras confirmaban su probidad.
Muchos nuevos valores emergieron durante esa etapa cuando la presencia del mercado, el más reciente invitado al convite del arte insular, comenzó a hacer de las suyas. Nadal Antelmo Vizcaíno, más conocido por Nadalito, plantó cara irreverente a todos y a todo, y se colocó rápidamente en la atención de la crítica. La suya fue una aparición destellante. Era diferente, lo que queda fuera de cualquier discusión, al menos para quien esto escribe; y como tal se estableció en la atención de los estudiosos y seguidores de nuestro arte.
Pero si no fue una sorpresa que un artista como él emergiera en aquella etapa, pródiga en nuevos talentos que poblaron la escena artística del país, sí lo fue la forma en que Nadal lo hizo, pues se descubrió abruptamente con una obra en la que se conjugaron expresión estética propia, fuerza simbólica, originalidad y un erotismo que no dejó a nadie indiferente.
Nadalito (Cárdenas, 2 de junio de 1968) es un creador que no provino de la formación de las escuelas de arte, sino de una ingeniería, la que, como toda carrera técnica, prepara más al individuo a buscar soluciones a los problemas puntuales que a expresar sus ideas abstractas mediante formas visuales. En el arte fue un autodidacta, lo que le confirió, al momento de su irrupción, mayor interés en el campo cultural matancero y después nacional. Pero esa procedencia también la garantizó una mayor libertad de elección ante los temas de sus obras y las maneras de encararlos.
Se dio a conocer con la serie La canasta, en la que logró, por efecto de la perspectiva y la angulación adoptada, que el sol en su caída del atardecer pareciera estar entrando a una cesta de baloncesto (basketball) como si fuera un enceste cósmico del popular juego.
Un reconocido fotógrafo matancero, Ramón Pacheco, vio accidentalmente las imágenes y rescató para la fotografía cubana a un talento que pudo muy bien perderse en el corrosivo cotidiano de la playa Varadero. Pacheco envió las imágenes a un salón provincial de fotografía, y fueron declaradas finalistas por el jurado. Al año siguiente, Nadalito se vio por primera vez dentro de una galería observando el fruto de su curiosidad. Ese fue el comienzo.
Después vinieron otras fotografías y series de imágenes, entre ellas Relato erótico, que recrea una fantasía sexual reprimida hacia una colega de trabajo. Además de las buenas imágenes logradas, esta serie tiene el mérito de iniciar lo que sería en lo adelante uno de sus temas de mayor fuerza: el erotismo visual, del que tan necesitado estaba la fotografía cubana. La serie ganó un salón provincial, a la vez que despertó una zona del cerebro del artista que solo había concebido, hasta ese momento, lo erótico como el morbo común del depredador masculino. De la libido intensa a la representación visual de ese sentimiento, fue la parábola seguida en cuanto a este tema.
Lo erótico fue una de las sustancias inherentes orgánicamente a su inicial propuesta visual. Erotismo descarnado y visceral. En 2004 produjo la serie TV Play, un grupo de imágenes en la que las partes sexuales del cuerpo jugaban dentro de una pantalla de televisión, provocando abiertamente al espectador.
También en ese año creó la serie El Mirón, la representación de una mirada en escorzo desde los ojos de un voyeur que observa los muslos y genitales de mujeres que caminan por encima de su privilegiada posición, otra obra en busca de un erotismo muy singular.
Mi libro catálogo La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba (1840-2013), ediciones Polymita, 2014, contiene fotografías del cuerpo y el erotismo de unos noventa fotógrafos cubanos desde los inicios de la fotografía en la Isla hasta la fecha de publicación del volumen. El nombre de Nadal Antelmo Vizcaíno figuró desde un primer momento, su obra debía integrar, por derecho propio, esa compilación. El espíritu provocador y desenfadado del enfant terrible de la fotografía cubana no podía faltar. Para él, lo erótico estaba en sus esencias, incorporado indisolublemente, era como su manera de estar más natural. Erotismo puro y duro, sin más.
Ese lustro inicial de siglo y milenio fue intensamente aprovechado por el artista para hacer fotografías y series en cantidades considerables. Su reconocimiento creció exponencialmente. De ahí nacieron sus Silabismos, en 2003, que tanto el propio artista como la crítica especializada consideran entre sus mejores series. Para Nadalito fue un intento de filosofar con las imágenes construidas, era como “dejar salir mi profunda sensibilidad social”, así lo expresó.
En su obra la imagen proviene de la palabra como basamento del proceso creativo. Su método no consiste en emplear el texto como un aditamento más, sino que de él emerge la idea de la obra y la transmuta en experiencia simbólica, entonces la palabra adquiere una connotación otra dentro de la imagen. Su obra se hizo más densa sociológicamente y pasó a engrosar lo que ya el arte cubano venía haciendo desde un tiempo atrás, gestar un pensamiento crítico desde la visualidad.
En 2007 comenzó a armar su proyecto Redes de confidencia y de ahí siguió para otra idea sobre cien fotografías que seleccionó de la serie anterior y que constituyó el inicio de un nuevo proyecto: Los cien retratos familiares cubanos, estudio sociológico y etnológico de nuestra población que solo tenía un precedente en la serie Así somos los cubanos, de Roberto Salas, de 2007. Chatarra dulce, Cuestiones de Estado y La caza del éxito, fueron otras series en aquellos años hasta llegar al proyecto digital La mentirosa, realizado entre 2009 y 2011, en el que jugó desenfadadamente con el concepto de arte y propuso algunas de sus ideas más originales. Esa efervescencia creativa tuvo un momento sustancial con la instalación Gusanos, que dio mucho de que hablar a la crítica y evidenció su preocupación y posición crítica ante problemas sociales cardinales.
En 2015, como un broche de oro a toda esta trayectoria, Nadalito construyó su escultura SÍ, expuesta en un lugar privilegiado de la Bienal de La Habana. Fue la consolidación de su inmersión en el llamado arte contemporáneo, al cual había llegado desde la fotografía, pero al que ahora aportaba instalaciones y obras tridimensionales. Una madurez adquirida desde lo experimental que no pasó inadvertida para los estudiosos de la escena artística del país.
Nadalito se radicó en Estados Unidos en 2014 y desde entonces se ha movido libremente entre ese país, España y Cuba. Entre 2016 y 2021 produjo un grupo de exposiciones en diferentes espacios internacionales, principalmente de Estados Unidos, y fue un lustro de silencio artístico en cuanto a nuevas creaciones. Rompió su mutismo en 2021 con la serie de fotografías en blanco y negro Walking Cuba, no expuesta en ninguna galería hasta el momento y que provocó que acometiera este recuento.
Autores de reconocimiento como Nelson Herrera Ysla, Magalys Espinosa, David Mateo, Dannys Montes de Oca, Rufino del Valle y Andrés Abreu, entre otros, han reconocido la valía y el aporte de Nadalito a la fotografía insular. Apenas necesito subrayar que se trata de un reconocimiento general de la crítica, en particular de autores con muchas horas de vuelo en el análisis del arte cubano contemporáneo y, de manera particular, sobre fotografía. Ese consenso se ha mantenido hasta el presente y es su legitimación mayor.
El imaginario gestado por Nadalito es complejo, rico, polémico, de naturaleza posmoderna, con dosis de ironía, de altos valores visuales y estéticos. Él ha recreado, con efectividad, sentimientos imperantes en la sociedad cubana, tales como el deseo y la lubricidad, el miedo al futuro, las dudas existenciales, el desarraigo ante la precaria realidad y otros. Esa es su verdadera fortaleza como arte.
Gracias!