Ayer, temprano en la mañana, salí a caminar por la Ciudad de México. Aproveché los primeros rayos del Sol, cuando la luz aún es suave y delicada, perfecta para fotografiar sin rumbo por el Centro Histórico. El ajetreo de la que es una de las áreas urbanas más antiguas y concurridas de Latinoamérica comienza a sentirse. Por millones se contabiliza la cantidad de personas que a diario transitan por los casi 10 kilómetros cuadrados que conforman esta zona, llena de leyendas e historias, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1987.
En medio de esta maravillosa y surrealista cotidianidad había una imagen que se repetía, pegada de manera improvisada, bien a la vista, en disímiles espacios. Una foto del trovador Silvio Rodríguez, levemente fuera de foco, que mira la cámara y sostiene nítidamente una banderita cubana, como invitando a quienes lo observan a adentrarse en su mundo. Es el cartel que anuncia el concierto del trovador en El Zócalo, el corazón de esta impresionante ciudad, hoy viernes 10 de junio.
Hay muchas expectativas con este recital. No es para menos: aún resuenan los aplausos de los dos conciertos a sala llena que el autor de “Ojalá” brindó lunes y martes de esta semana en el Auditorio Nacional. 20 mil personas colmaron el Teatro de la avenida Reforma los dos días. Además, por si fuera poco, estas presentaciones han cortado con una larga espera de 8 años para el reencuentro de Silvio con su público mexicano.
En un principio este concierto gratuito estaba programado para cerrar la 9ª Conferencia del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), en la Universidad Autónoma de México. Pero, los organizadores alertaron a tiempo sobre el poder de convocatoría en tierras mexicanas del trovador y cambiaron la sede del show.
El lugar escogido fue la Plaza de la Constitución, popularmente conocida como El Zócalo. Es el punto de encuentro más importante de la Ciudad de México. Es un espacio que, con sus calles aledañas, abarca una superficie de aproximadamente 46.800 m².
El Zócalo ya le es familiar a Silvio. Esta será la cuarta vez que se presente en esta plaza. La primera oportunidad fue en 2005, luego en 2007 y la última, antes del día de hoy, el 29 de marzo de 2014 donde 100 mil personas corearon sus canciones.
A juzgar por los comentarios de muchos testigos de ese momento y las referencias entonces publicadas por varios medios de prensa, la presentación del 2014 fue histórica. Este concierto forma parte de un grupo selecto de los diez shows más convocantes realizados en El Zócalo. El “hijo de Argelia y Dagoberto” comparte la lista con Paul McCartney, Roger Waters, Manu Chao, Justin Bieber, Pixies y Café Tacuba.
El tránsito es infernal, miles de personas van de un lado a otro. Un olor característico invade. Es la garnacha, esa tortilla de maíz con salsa (de chile) y otros ingredientes como frijoles, queso crema y carne picada que los mexicanos comen a toda hora del día en los puestos de comida callejera improvisados en cualquier esquina.
Me detengo a escuchar una banda de blues, que está actuando sobre la vereda. Es una hermosa locura ahora mismo el centro de México. Están interpretando algo de John Mayall & the Bluesbreakers, esa agrupación legendaria que tuvo a Eric Clapton como uno de sus guitarristas estrellas. En un pasaje, el señor de la armónica, empieza a improvisar. En sus variaciones creo escuchar alguna referencia a las trompetas de “Sueño de una noche de verano”, ese temazo de Silvio con AfroCuba, incluido en su disco Causas y Azares y publicado en los ochenta. No sé, quizás es una sugestión particular. En eso miro bien y en la pared, como escenografía improvisada de la banda de blues, estaba pegado el cartel de Silvio que nos invita a la cita en El Zócalo.
Transcurrieron tres horas desde que salí a caminar. Aunque estaba un poco nublado, técnicamente no había buena luz para hacer fotografías. Mas, una historia sublime para ser fotografiada no sabe de técnicas de luces. Puede aparecer a unos pocos pasos, delante de nuestras miradas y sin tener en cuenta las inclemencias del tiempo.
El escenario para el recital se ha levantado delante de la Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos de la Ciudad de México, la máxima obra de la arquitectura colonial del continente que comenzó a construirse en 1524. A un costado se encuentra el Palacio Nacional, joya arquitectónica y sede del Gobierno Nacional. En sus inmediaciones hay apostadas decenas de carpas. Las veo desde lejos y conjeturo que podrían ser seguidores de Silvo que han plantado campamento para asegurarse un buen lugar esta noche para disfrutar de lo que será de seguro una velada inolvidable. A medida que me acerco se hace añicos mi teoría: los de las decenas de casas de campaña son maestras y maestros del Estado de Michoacán, a 300 kilómetros de la capital, que pernoctan desde hace varios días para reclamar por salarios atrasados y la regulación de sus puestos de trabajo.
José Gómez, un profesor del nivel secundario, fue quien me puso en contexto de la situación. Estaba con una compañera, tocando la guitarra, cuando los interrumpí.
Tiene 48 años y desde hace tres décadas se dedica a la docencia. Es maestro de Ciencias Naturales en el nivel de secundaria. “Nuestros reclamos vienen desde hace mucho. Los maestros siempre dimos la pelea cuando había gobiernos nocivos para el país. Ahora está AMLO, apoyamos muchas de sus propuestas, las acompañamos y entendemos que el cambio no se da de la noche a la mañana. Fueron más de setenta años de saqueo y corrupción. Somos conscientes que en dos o tres años es imposible que se puedan resolver tantas cosas pendientes. Pero acá el detalle es que estamos peleando por nuestros derechos y no podemos dejar de reclamar por ellos”, dice José, que imparte las asignaturas de Biología, Física y Química.
Además de experimentos químicos, el proceso de la vida en la tierra y fórmulas físicas, José comparte canciones con sus alumnos. “Especialmente a veces les toco temas de Silvio. Es un inspirador para la vida”, confiesa.
También apunta que no sabía sobre el concierto del trovador en El Zócalo. “Nos enteramos al ver la movida del armado del escenario. Fue una sorpresa. Nuestro acampe es hasta el viernes. Ya casi que estamos por levantar el campamento y regresamos a Michoacán. Pero varios de los que estamos acá ya nos vamos a quedar a escucharlo a Silvio. Es una oportunidad única”, dice sonriente al tanto que toca en su guitarra los primeros acordes de “Pequeña serenata diurna”.
Vivo en un país libre,
cual solamente
puede ser libre
en esta tierra,
en este instante,
y soy feliz porque soy gigante.
Amo a una mujer clara
que amo y me ama
sin pedir nada
—o casi nada,
que no es lo mismo
pero es igual—.
Y si esto fuera poco,
tengo mis cantos
que poco a poco
muelo y rehago
habitando el tiempo,
como le cuadra
a un hombre despierto.
Soy feliz,
soy un hombre
feliz, y quiero
que me perdonen
por este día
los muertos
de mi felicidad.