A Roberto Fonseca no solo hay que escucharlo tocar, es necesario verlo.
Cuando terminó el primer tema en el concierto de este sábado, celebrando los 30 años del Festival Jazz Plaza, un tema compuesto por los solos de un bajo, saxofón, teclado y batería, un tema que sientes como te dice “estás en La Habana, men”, “you are in Havana, bro”, y al que le respondes confiadamente que sí cuando te promete que es solo él esa noche… Cuando pasaron los primeros diez minutos de las dos horas que seguirían después, el Teatro Mella sintió la necesidad de ponerse de pie.
“Nunca había visto algo parecido. Ver a la gente así, a los músicos disfrutando, tocando tan tranquilos, te diría, yo que soy muy espiritual, que es una bendición”, comentó Fonseca. “Porque ese de ahí fuera, con el piano y el público, es mi espacio, es el momento en el que puedo transportarme a otro lado”.
Su primer invitado: Bobby Carcasés, a quien se le debe en gran parte el Festival. Bobby confesó ser ante todo un hombre del blues, “porque tiene una estructura perfecta, con una forma ideal para improvisar, y porque además, es el origen verdadero del jazz, que crearon los negros esclavos llevados de África a Norteamérica”. Y cantó entonces un blues bien tradicional.
Fonseca siempre toca con la cabeza en alto y los ojos cerrados. A veces dobla completamente la espalda para acercase más a las teclas, para sentirlas vibrar, y mueve los hombros con su propio compás. Se levanta, baila. El asunto está en que él, aunque tranquilo, no puede quedarse quieto mientras toca.
Lo acompañaron además Mari Paz, una mujer que percute como nadie el cuero de tres tumbadoras, revelación de la noche; Jorge Luis Chicoy con su guitarra eléctrica en una pieza de estreno; y el trompetista Roberto García con Sagrado Corazón, dedicado a las madres.
Hasta que se escuchó la sintonización de una radio. La radio que de por sí me suena nostálgica siempre, con Fonseca sacándole al teclado una melodía tristísima, amarga. Y la voz desgarrada de Ibrahím Ferrer comenzó a cantar Quiéreme mucho, dulce amor mío, que amante siempre te adoraré. Ibrahím con su voz de bar vacío en la Old Havana de los cincuenta. Yo con tus besos, y tus caricias, mi sufrimiento acallaré…
Insisto, a Roberto Fonseca no solo hay que escucharlo tocar, es necesario verlo. Cómo invoca en el piano no sé cuáles espíritus, gozándose su propia música. Y cómo devuelve en ella todo lo que tiene dentro.