La Casa del Joven Creador, en San Pedro y Sol, fue La Meca de la trova en los 80. La antigua casa que había pertenecido al Conde de la Mortera, era un laberinto de escaleras y salones y entrepisos y recovecos ilustres para amores furtivos. Había sido remodelada en 1983 para convertirla en una institución cultural para el arte joven, versión tropical de la Hause der Junger Talenten de la FDJ (Juventud Libre Alemana) en Berlín.
En el piso superior había una pequeña sala para unas ochenta personas y un lindo salón que se usaba para recepciones, locales de ensayo que a veces se usaban también para talleres literarios, un primitivo estudio de grabación y cortinas que guardaban polvo y escondían algunas puertas secretas.
En el mezzanine, de muy bajo puntal, que antaño fueran las habitaciones de los esclavos domésticos de Don José Fajardo y Covarrubias, funcionaban un montón de oficinas de las diferentes secciones de la Asociación Hermanos Saíz. Un pasillo, opresivo y claustrofóbico rodeaba el segundo nivel y te llevaba a insospechadas reuniones de anacoretas y saltimbanquis que descubrían sus piedras filosofales e intentaban hallar la esencia misma del arte.
Los sábados era el día de la Trova en la Casa del Joven Creador. Desde las 2 de la tarde a las 8 de la noche funcionaba el mejor micrófono abierto que ha existido en este país. Guardando ciertas jerarquías se iban sucediendo los trovadores en un orden caótico y a la vez con cierta lógica, los noveles eran los primeros, luego los jóvenes con cierto prestigio y el final para los consagrados. Pero podías encontrar a un consagrado cantando en el horario de los noveles porque tenía un compromiso más tarde.
Por ahí pasaron todos, desde Silvio y Pablo hasta el más emergente trovador. Me encantaba atravesar su imponente puerta cochera cada sábado y acceder al hermoso patio colonial. Ocupar una de las pequeñas mesas y sentarme en aquellos tocones forrados de vinil verde.
Disfrutar de los estrenos de los trovadores, hacer voces en las canciones de los colegas, libar el “Ronda” peleón y barato que servía Máximo el cantinero en aquella cuevita sin humedad llamada Bar Tolo.
Al filo de las 8, después del maratón de canciones, nos reuníamos los trovadores que quedábamos para dar un cierre a la “actividad”. Podía ser con “Saltarina”, “Quédate para germinar”, “Para Bárbara” con arreglo coral, o “Comandante Carlos Fonseca” de los hermanos nicaragüenses Mejía Godoy.
Qué larga espera hasta el próximo sábado, a no ser que hubiera una Exposición, la visita de algún grupo de turistas argentinos de la agencia Ventana, o el cumpleaños número 100 del trovador Tata Villegas con el coro dirigido por Frank Fernández con bardos de diferentes generaciones entonando “Longina”.
Era el invierno de 1987. Llegué demasiado temprano un sábado y subí a la oficina del director de la Casa del Joven Creador en el mezzanine claustrofóbico. En aquellos momentos era Gerardo Álvarez, un “cuadro” de la UJC con inquietudes musicales (que años más tarde fuera el baterista y mánager del cantautor chileno Alberto Plaza), amante de la trova y excelente anfitrión.
Al amparo del aire acondicionado y el “Ronda” nos enredamos en disquisiciones filosóficas etéreas. Al rato apareció Benito de la Fuente, a la sazón cantante principal del grupo Mayohuacán, psicólogo y bohemio. Se animaba la tertulia pero luego amenazaba con fenecer por la falta de ron. Estábamos a punto de renunciar Benito y yo cuando tocaron a la puerta de la oficina. Era Silvio Rodríguez.
Como corresponde en el protocolo, a la visita de tan alto dignatario le cedimos el mejor asiento. Gerardo, haciendo gala de su fama de buen anfitrión, hizo aparecer desde dentro del cuerpo cilíndrico de un cenicero, un encomiable Havana Club Añejo de 7 años, el mejor que he probado en mi vida, subiendo de golpe y porrazo en el escalafón social.
Cuántos pueden presumir de haber degustado un añejo especial con Silvio. Y ahí no paró la cosa.
Silvio y Benito hablaban sobre Jorge de la Fuente y Gerardo explicaba las reformas en la institución, y mencionó la adquisición de una mesa de ping pong para relax de los artistas. Obtuvo toda la atención del trovador. Silvio le pidió que se la mostrara, así que salimos de la oficina y subimos al piso superior. En el salón de recepciones y cerca de la escalera estaba la mesa recién salida de algún almacén del Inder.
Gerardo montó la net y trajo unas raquetas, le dio una a Silvio y ensayaron una bolea.
Evidentemente Gerardo era un neófito en el tenis de mesa.
—¿Puedo? —me aventuré a decir.
Empecé un poco errático, pero poco a poco fui ganando vista. Evidentemente Silvio había jugado ping pong en algún momento de su vida, pero argumentaba que hacía años que no chocaba con la bola. Cada vez eran mejores nuestras boleas, y ensayábamos algunos tímidos remates. Poco a poco fueron subiendo curiosos que estaban esperando la Peña de la Trova. Cuando decidimos jugar el primer partido ya el lugar estaba lleno.
Yo le propuse jugar a 11 tantos, con saques diagonales y 5 para cada uno. No le gustó mucho la idea pero aceptó.
Siempre he tenido un buen saque, y ese día me salían endemoniados, así que rápido me puse adelante en el marcador. Cuando le tocó sacar a Silvio me ganó un par de tantos. También era muy bueno con su servicio. Era solo tratar de ganar dos puntos para después tratar de finiquitar el juego a base de saques.
Así fue. 11 a 4.
Silvio me pidió la revancha pero jugando con su estilo, saque libre y servicio de quien ganara el tanto.
Comenzó sacando él y ganó tres tantos seguidos. El público, que evidentemente estaba a su favor, esperaba que me diera una pollona (6 a 0). Al cuarto saque adiviné sus intenciones y gané el tanto.
Mi saque me ayudó a equilibrar el marcador, por lo menos ya no iba a ser pollona.
En resumen, estuvo muy reñido, Silvio era especialista en el saque libre y me hizo sudar y jugar en el medio de la mesa. Perdió el servicio estando 9 a 8 a su favor. Expectación, 9 a 9 y sacando yo.
El público no quería que Silvio perdiera. Hice un saque no muy dañino y en la bolea Silvio ganó el tanto. Pensó que tal vez había sido condescendiente.
—La próxima vez saca como es, no quiero que me perdones la vida —me dijo.
Gané el tanto en una bolea larga.
10 a 10, había que jugar hasta 12.
—Y saca bien —me volvió a decir.
Algunos rostros del público me pedían que no lo hiciera.
Fueron dos cañonazos los que solté, en diagonal pero con dos efectos diferentes. No pudo sacar ninguno. 12 a 10. Victoria peleada. Nos dimos la mano y a otra cosa mariposa. El público abandonó el salón y poco a poco fueron bajando al patio colonial. Los trovadores, ya sin la competencia desleal del partido, comenzaron sus rondas.
Silvio asistió un buen rato. En un momento hizo mutis por el foro.
En esos años Silvio había invitado a Santiago y a Carlos Varela a sus giras internacionales. Se me acercó un amigo y me dijo:
—Después de ese partido Silvio no te va a invitar a ninguna gira.
Mal profeta mi amigo. Cinco años después, en septiembre de 1993, Silvio me llevó con él a su gira de seis conciertos por España, pero esa es otra historia.
Grande silvio, inmenso frank, espero la otra historia.
Un abrazo