Los estridentes rugidos de las motosierras van callando. Un silencio espeso cubre el patio trasero de la casa de Evaristo que mira, sudoroso y satisfecho, las ramas y los pedazos de tronco del árbol talado. Venancia se asoma por la ventana de la cocina y, abanicándose con una penca, piensa que ya no tendrá que barrer más la dichosa hojarasca. Evaristo le ha pagado a la brigada que estaba “podando” los árboles de la acera de enfrente para que le eliminaran el molesto árbol. Yohandry, su hijo mayor, se pasa el pañuelo por la frente y el cuello, empapados en sudor, y comienza a ayudar a los obreros y a su padre a sacar los restos hacia la calle. Acaba de llegar con la buena noticia de que ha pagado una fortuna pero ha conseguido los sacos de cemento para cubrir la tierra del patio y unas tanquetas de azul marino para pintar la casa.
No saben lo que han hecho…
Cada verano regresa la misma interrogante: ¿No hace más calor este año? Poco a poco van disminuyendo los que no creen que el llamado “calentamiento global” y el “cambio climático” sean algo indiscutible. Es verdad que un aumento global de 1,5 grados centígrados (desde la revolución industrial) no parece nada del otro mundo, pero cuando vemos las estadísticas del crecimiento de sus efectos —inundaciones, sequías, incendios forestales, olas de calor extremas, retroceso de los glaciares, incremento de ciclones y huracanes…— ya la cosa varía y se convierte en algo preocupante, si no alarmante.
Por otra parte, esa cifra, como cualquier promedio, no se reparte de manera uniforme ni en el tiempo, ni en la geografía, ni en la sociedad. El incremento de la temperatura viene acelerándose cada vez más, su impacto es letal en algunas zonas del planeta y no todo el mundo lo sufre igual. Los hay que luchan con un abanico (que, por cierto, no viene de Habana sino que es el diminutivo de abano, un abanico grande), otros con ventilador y los menos con aire acondicionado.
El impacto del calentamiento global no solo se diferencia por la latitud geográfica (aunque también se derriten los polos), sino por el grado de urbanización. Numerosos estudios han comprobado las considerables diferencias térmicas (de más de 5 grados) entre el campo y la ciudad, e incluso entre el centro y la periferia de los núcleos urbanos.
Es el fenómeno conocido como “isla de calor”: la concentración de edificios, carreteras, superficies impermeables y la falta de áreas verdes hacen que se absorba la energía solar, se almacene y se libere lentamente durante la noche. Ello tiene efectos negativos en la salud de sus habitantes más vulnerables —enfermos, niños, ancianos—, así como en su distribución social. Los más poderosos la combaten con grandes consumos de energía y considerables emisiones de calor de los aires acondicionados que incrementan la desigualdad de su distribución y agravan la situación de los menos favorecidos.
La lucha contra el calor a escala global avanza con demasiada lentitud. Está directamente relacionada con el cambio climático y las reticencias de los gobiernos y las grandes empresas a enfrentar los gastos necesarios. Los principales causantes de la situación (los países industrializados) se niegan a asumir los costos de modificarla y las principales víctimas no disponen de los recursos requeridos.
Pero la escala del combate contra el calor no es solo la global. El urbanismo, la arquitectura y los mismos ciudadanos pueden y deben hacer su aporte. Evaristo, Venancia y Yohandry no saben que a partir de ahora la temperatura de su casa azulada se incrementará en más de 5 grados…
Soluciones arquitectónicas y urbanísticas
La arquitectura ha venido desarrollando a lo largo de siglos múltiples soluciones para mitigar las agresiones térmicas. Es importante la orientación de los edificios para evitar el excesivo asoleamiento y aprovechar la brisas dominantes en inmuebles con ventilación cruzada, la utilización de materiales de construcción termoaislantes (hay un regreso al uso de materiales naturales como la madera o la arcilla), el uso de recubrimientos reflectantes (las blancas aldeas mediterráneas), la incorporación de quiebrasoles o fachadas con segunda piel, y el hábil aprovechamiento del agua, las sombras y la vegetación en patios y portales —piénsese en la arquitectura árabe.
Más recientemente han comenzado a incorporarse áreas verdes en los muros y azoteas de los edificios y a evitar, en particular, las construcciones de acero y cristal que absorben y mantienen el calor y producen negativos efectos de invernadero, obligando a enormes gastos energéticos para enfriar de forma artificial los ambientes interiores. Por desgracia, nuestras más recientes construcciones hoteleras en las ciudades cubanas hacen caso omiso de estas recomendaciones.
La morfología y el contexto geográfico de las ciudades influyen de manera decisiva en su calidad medioambiental. No es lo mismo una ciudad interior que una costera; no es igual una ciudad atravesada por el caudal de un río o con importantes parques o áreas verdes insertadas en su trama urbana que las que carecen de ello. Un urbanismo inteligente no será indiferente a estas características e intentará aprovecharlas al máximo. Piénsese, por ejemplo, en el rol que tiene en La Habana el Malecón, y el que podrían tener la Bahía, el río Almendares o el Bosque Metropolitano.
De hecho hay múltiples factores a tomar en cuenta en la batalla contra el calor desde el punto de vista urbanístico: el régimen de brisas, la relación sol/sombra, las características térmicas de los materiales de construcción, un hábil aprovechamiento del agua y del área verde, el control de la contaminación…
Ante las cada vez más frecuentes y agresivas “olas de calor” que amenazan y se abaten sobre nuestras ciudades, las administraciones públicas están multiplicando iniciativas y estrategias para mitigar sus efectos. Veamos algunas de ellas:
Renaturalización de la ciudad
El propio diseño urbano debe tomar en cuenta factores como la orientación de los edificios, el ancho de las calles, la ubicación de las áreas verdes y los espacios públicos para maximizar la ventilación y reducir la exposición al sol.
En los últimos tiempos estå adquiriendo particular protagonismo el enfoque urbanístico dirigido a restaurar y aumentar la presencia de la naturaleza en las áreas urbanas. Se trata de integrar la naturaleza en el tejido urbano, buscando un ambiente más sano y sostenible para los ciudadanos. Eso incluye la creación y el cuidado de parques y jardines urbanos, la limpieza y restauración de los cauces de ríos y arroyos, la plantación de árboles adecuados, la poda sensata y la creación de espacios verdes en las azoteas y las paredes de los edificios.
Permeabilidad de la superficie urbana
La superficie de las ciudades ha ido cubriéndose a través del tiempo de sucesivas capas impermeables de hormigón y asfalto que impiden que el agua de lluvia pase al manto freático o que se mantenga en superficies donde su lenta evaporación contribuya al descenso de las temperaturas.
Habría que controlar la tendencia a asfaltar o crear pavimentos impermeables (las llamadas “plazas duras”) y sustituir por áreas verdes, césped, tierra o superficies adoquinadas que dejen infiltrar el agua hacia el subsuelo.
Investigaciones en múltiples países han demostrado, además, que la capa asfáltica —debido a su composición física y su color— retiene el calor y tienen temperaturas hasta 12 grados más altas. Si no lo cree, haga el siguiente experimento: busque un lugar en el que estén parqueados dos vehículos, uno blanco y otro negro. Ponga una mano sobre cada uno y verá cómo debe levantar inmediatamente una de ellas a riesgo de quemarse. Es suicida pintar edificaciones de colores oscuros.
Defensa de la sombra
Evitar al máximo el sol ha sido siempre una de los esfuerzos esenciales en los edificios y las ciudades de los países cálidos. La plantación de árboles y la creación de portales por los que se pueda circular a la sombra han sido tradicionalmente uno de los recursos principales en el combate contra el calor. Es curioso que el mismo artefacto que en países lluviosos se llama “paraguas”, en nuestras latitudes es conocido como “sombrilla”. Allí evita el agua, aquí genera una sombra personalizada.
Se están desarrollando recientemente múltiples iniciativas para amortiguar la radiación solar. En muchas ciudades mediterráneas se están recuperando tradicionales lonas o toldos para cubrir los trayectos peatonales en calles estrechas, se cubren zonas de espacios públicos con pérgolas o parábolas que incrementan las zonas de sombra. Algunas ciudades —como Zaragoza— han creado aplicaciones que muestran en cada instante las zonas de sombra de la ciudad para poder escoger trayectos adecuados.
Recuperación y uso público del agua
Existen ciudades desarrolladas en las que se han construido redes nebulizadoras, plazas húmedas (puede tratarse de pavimentos húmedos o columnas de agua en las que pueden refrescarse los peatones) y otras soluciones costosas y sofisticadas. Otras ciudades recuperan y cuidan las tradicionales fuentes públicas de agua, limpian y cuidan los cauces de ríos y arroyos. Madrid y Barcelona, por ejemplo (con unas 2000 fuentes cada una), disponen de aplicaciones que informan de la localización y características de la fuente más cercana. Valdría la pena, por nuestra parte, recuperar cualquier fuente y espejo de agua cuidando su reciclaje y uso racional, y crear puntos de agua para beber.
Defensa del transporte activo
Uno de los factores principales del incremento de la temperatura de las ciudades es la emisión continua y generalizada de miles y miles de vehículos de combustión interna. Cualquier decisión que pueda amortiguar esa generación constante de calor: transporte eléctrico, optimización del tránsito, promoción del transporte activo (ciclístico o peatonal), fomento del transporte colectivo, etc., es positiva para el clima urbano.
Desarrollo de políticas públicas a favor de la población vulnerable
Es un hecho estadístico comprobado el incremento de la mortalidad y la morbilidad en las olas de calor. Y ello no afecta del mismo modo a toda la población. Ancianos, enfermos, mujeres embarazadas, niños (se ha comprobado que hay un grado más de temperatura en el primer metro a partir del suelo), sufren más gravemente el exceso de temperaturas.
Es necesario imaginar e implantar iniciativas que prioricen estas poblaciones y no solo desde el punto de vista demográfico o sanitario, sino además en su localización geográfica (no es lo mismo Centro Habana que Miramar), y su condición socioeconómica.
En ese sentido, están desarrollándose en algunas ciudades redes de “refugios climáticos”. Se trata de instalaciones públicas —centros deportivos, escuelas, museos, bibliotecas, iglesias con condiciones climáticas o “climatizadas”— donde puedan refugiarse personas en situaciones de extremo malestar. Puede tratarse igualmente de parques con vegetación frondosa o lugares naturalmente ventilados.
Valdría la pena reflexionar sobre la conveniencia de desarrollar “políticas de tiempo” de forma que se aprovechen mejor los horarios más frescos y se eviten jornadas al aire libre en momentos de insolación extrema. Es algo que los campesinos han descubierto desde hace mucho tiempo…
Recientemente, durante la presentación del informe Estado del clima 2022, en el VIII Congreso sobre Cambio Climático celebrado en La Habana, trascendió que Cuba registró en 2022 su tercer año más caliente en las últimas siete décadas. 2023 va por el mismo camino.
Quizá no podamos permitirnos algunas soluciones caras o técnicamente sofisticadas; pero está claro que podemos intentar disminuir la tendencia a asfaltar o cementar cualquier superficie, evitar los recubrimientos y pinturas oscuras, prohibir la tala y las podas abusivas, no construir más hoteles de acero y cristal, disminuir las emisiones contaminantes…
Necesitamos más árboles, más césped, más agua, más brisa, más sombra…
Es lamentable caminar por las calles habaneras y comprobar que en muchas de ellas ya son menos los troncos vivos que los tocones que, como muñones, recuerdan la inabarcable estupidez humana. Pueden faltar recursos pero, sin duda, las barreras son más culturales que económicas. Ahora Evaristo, Venancia y Yohandry añoran, en pleno calor de la tarde, la benéfica sombra del árbol cortado.