Es imposible, además de impreciso, decir que Rafael Valdivia Nicolau (La Habana, 1979) es apenas coleccionista o cantante. Quienes están a su alrededor o lo llaman para consultar algún dato, los que están siempre atentos a la información que publica en sus redes sociales o sencillamente han hablado cinco minutos con él, saben que es un hombre en extremo inteligente y con una admirable sensibilidad musical.
Rafael es un melómano, sí. Un audiófilo, además. Una buena persona, muchísimo más.
En su niñez se acercó tímidamente a la música; aprendió nociones elementales de solfeo y algunas cuestiones rítmicas. En la adolescencia cantó y se reunió con algunos trovadores, pero nada serio. Se graduó como Ingeniero Industrial y Licenciado en Estudios Socioculturales, pero la música siempre estuvo presente en su vida.
“Comencé a coleccionar después de los 25 años. Sucede que vengo de una familia de donde la práctica es tradición: mi abuelo era un gran coleccionista, mayormente de tango; trabajó en Radio Cadena Habana como jefe del departamento de grabaciones y de mantenimiento entre 1949 y 1961. En esa emisora conoció a Celia Cruz, Compay Segundo, Charlo, Libertad Lamarque y a otros grandes artistas de la época. Me contaba muchas anécdotas y eso, indiscutiblemente, fue rebotando en mí. Relataba las historias con los discos en la mano y dominaba fechas, catálogos, revistas, fotos… Por supuesto que crecí mirando eso. El disco antiguo y su sonido me eran familiares desde chiquito, aunque me dediqué siempre a mis estudios”, cuenta a OnCuba.
Ya muy anciano, el hermano de su abuelo ―que aún vive y es también coleccionista― decidió hacerlo responsable de su colección y fue, dice, “una bomba que le explotó en la cara”, un impulso para comprar, intercambiar y empezar a relacionarse con otros coleccionistas.
“Soy muy tradicionalista; defiendo la música tradicional tal y como es. Quizá por eso terminé trabajando como cantante en el Conjunto Chappottín y en el Septeto Habanero. Siento que la música tradicional corre el riesgo de no conservarse tal y como es. Uno siempre agradece y lucha porque la música se revolucione y se renueve, pero también hay que saber preservarla en su estado original”, sostiene.
“Hay varios móviles para coleccionar”
Con perdón de la redundancia, ¿el coleccionista sólo colecciona? ¿Qué hay detrás de ese proceso?
Hay varios puntos que llevan a una persona a coleccionar, en el caso de la música, suelen coleccionarse cilindros, cintas magnetofónicas, casetes y el más conocido que es el disco de vinilo, por toda su historia. Siempre que se habla de colecciones musicales, el vinilo es el que más tiempo cubre en la historia del registro musical.
En todo esto influyen la melomanía, la audiofilia, el disfrute de la música. Hay a quienes les gusta escuchar el registro sonoro con la tecnología disponible en la época en que se produjo y recrearlo. A mí, por ejemplo, me encanta. Te permite recrear el mundo sonoro de abuelos y bisabuelos. Si pones una grabación del Benny en los años 50 con transistores y un bafle moderno de baja frecuencia, vas a escuchar a la Jazz Band del Benny de manera distorsionada. Lo que pasa es que en Cuba acceder a las tecnologías ideales es muy difícil.
Si escuchas la misma grabación en un CD con una remasterización donde se han intentado limpiar ―supuestamente― todos los ruidos de la pieza original, el sonido se distorsiona. Sin embargo, cuando pones el vinilo, a pesar de los escraches y los años, percibirás una profundidad de sonido. Se trata de una cuestión técnica.
Pero, desde el punto de vista del disfrute de la música y el acercamiento a géneros, a intérpretes y a esa recreación, te diría que es algo muy atractivo, sobre todo cuando hay sensibilidad y un gusto musical profundo.
Te repito, hay varios móviles para coleccionar. Están quienes buscan una sistematización de información, una representación de la época, esos son minoría. Mi abuelo conocía pormenores de las tiradas que hacían las grandes disqueras, las pistas que daban para poder organizarse entre ellos, toda la críptica de los sellos. Él llevaba esas informaciones al detalle.
Otros, sin embargo, coleccionan porque sienten admiración profunda por un intérprete determinado, una década equis o un género.
¿Cuántos discos tienes?
Es una pregunta recurrente. No pudiera decirte cuántos discos tengo. Hay un porciento grande de música cubana en mi colección. Mira, el coleccionismo de vinilo es un hobby para personas sin muchas restricciones. En Cuba lo hacemos a pulmón, porque queremos, pero para la persona que no tiene espacio en su casa, que no tiene muchos recursos, es muy difícil.
Yo no tengo toda mi colección en el mismo lugar; está repartida en casa de familiares y no he logrado contar los discos, no creo que tenga tiempo de hacerlo. Pero tengo una idea de los discos que poseo. Sé que son unos cuantos miles entre principios y finales del siglo XX. Tengo música de Argentina, de México y hace pocos años comencé a coleccionar CDs, porque la historia del registro musical no se detiene.
¿Existió (o existe) en Cuba un movimiento coordinado de coleccionistas?
No te puedo decir con propiedad, porque la información que tengo es la que me llegó a través de mi abuelo sobre cómo funcionaban los mercados de segunda mano y toda la dinámica y peripecias de un coleccionista en Cuba. Pero si aquellas personas estaban asociadas o no, desconozco. Sé que era una red, como ahora; se conocían por nombres y se reunían en las casas.
Tengo la sensación de que antes se hacían más reuniones caseras, que había más afinidad. Ahora hay más corredores que coleccionistas; lo que hay es lo que conoces, encuentros eventuales de coleccionistas y melómanos y algunos encuentros más personales, pero no conozco nada instituido.
“La labor del coleccionista debería ser más estimada”
¿Se reconoce la importancia de esta labor?
Hay factores que han incidido en que la práctica del coleccionismo se esté perdiendo: la crisis que empezó en los años 90 y que seguimos arrastrando, hasta hoy es el factor principal; pero no el único. No es común que el coleccionismo se herede entre miembros de las mismas familias, porque, en esos casos, las colecciones suelen preservarse apenas por acumulación. A veces los hijos herederos no encuentran los mismos móviles que sus padres y esto desemboca en un desinterés familiar. A veces, esas personas ni siquiera ponen la colección a disposición de instituciones públicas. Todo eso lo unes a la crisis económica y a que de repente aparezca un extranjero, te de 50 dólares por tus discos y ¿qué haces?
Después del boom que fue Buena Vista Social Club se despertó un interés muy grande por la música de Cuba. En los 2000 el coleccionismo de música cubana se intensificó a nivel internacional. Algunos fuera de la isla, que pensaban que determinados ejemplares ya no existían, empiezan a descubrirlos y se desata, así, una cacería por determinados discos. Coleccionistas pudientes pusieron a una red de anticuarios a correr. Fíjate que se ha llegado a pagar más de mil dólares por ejemplares musicales específicos.
Pero, a pesar de eso, el coleccionismo no es una labor que esté bien considerada ahora; siempre ha sido algo minimizado y, por tanto, no se reconoce toda la utilidad social que la práctica tiene. Que se le valore también depende del nivel cultural del coleccionista, de su formación. Independientemente de todo, es algo que no está considerado como debería, a pesar de todos los errores que, a nivel institucional, se han cometido en cuanto a la preservación del patrimonio sonoro cubano.
La labor del coleccionista debería ser más estimada en este momento en que se habla de toda esa internacionalización e influencia de los géneros musicales en la sonoridad tradicional, aunque la música de la isla ha tenido siempre la capacidad de absorberlo todo sin dejar de ser cubana. El coleccionista puede tener un papel en esa preservación, colaborando con la radio, la televisión y con otros promotores. Gracias al trabajo que hemos hecho en la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), de la mano del productor Jorge Rodríguez, se nos ha dado cierta visibilidad y un poco más de respeto. Pero, en sentido general, el coleccionismo no ha sido del todo valorado.
El Encuentro Internacional de Coleccionistas y Melómanos es un buen paso para visibilizar la labor que hacen personas como tú. Más allá del evento, ¿has pensado en la publicación de algún libro que recoja las fichas técnicas de los materiales coleccionables?
Tenemos en planes imprimir un catálogo discográfico de la EGREM, por etapas y por sellos, desde 1964 hasta donde se pueda. El catálogo incluiría imágenes de los sellos, de los discos, integrantes de las agrupaciones, sonidistas, diseñadores, productores. Sería bastante útil y bonito, pero lleva tiempo: investigar en los archivos, escanear las portadas, etc. Esa es la idea: publicar un libro o una sucesión de catálogos.
¿Las disqueras cubanas se interesan por rescatar y actualizar los discos de archivo? ¿Trabajas con alguna de ellas en esa línea?
Yo he trabajado solo con la EGREM hasta ahora. Me acerqué a Jorge Rodríguez, quien lleva mucho tiempo de trabajo y búsqueda que le ha valido reconocimiento y varios premios. Cada año que pasa, gracias al trabajo de Jorge y a lo que hacemos, la EGREM valora cada vez más la música patrimonial y de archivo.
El glamour de “tocar” la música
¿Qué parámetros debe cumplir (si existen tales reglas) el coleccionista?
Eso es una gran disquisición y un debate que viene y va. Para mí, coleccionista puede ser cualquiera que tenga una cantidad de discos u otro soporte en su casa y que, más allá de acumularlos, les dé sentido, orden y tenga un por qué coleccionar: por interés en artistas, épocas, porque le gusta cómo suena determinado género o porque colecciona un solo sello. Ahora, el que apenas compra discos, los tira en un rincón y pocas veces los escucha, es un melómano, simplemente.
¿Cuál ha sido la rareza más importante que ha entrado a tu colección?
El disco más antiguo que tengo es de la Orquesta de Pablo Valenzuela, del año 1903, sello Zonófono, muy raro, de principios de siglo y donde grabó también Caruso. De ese mismo sello poseo uno de 1905, un diálogo cómico del Teatro Alhambra en su génesis. Guardo con mucho cariño una colección del Trío Matamoros en sus inicios; discos raros de Compay Segundo, Chappottín, Arsenio, Puntillita, otros intérpretes olvidados y algún que otro disco extranjero.
¿Tienes algún método o colaboradores para adquirir los discos?
En un momento determinado fui más regular en la práctica de coleccionar. He publicado anuncios en Revolico, además de mantenerme pendiente a las recomendaciones de amigos, hacer pesquisas, dar con direcciones, teléfonos, preguntar. Ya no lo hago tanto; he tenido que parar y ser un poco más racional.
¿Por qué crees que el vinilo ha vuelto a la escena? ¿Es solo una cuestión de “retromanía”, o hay algo más?
Es una pregunta que me hago constantemente. Intuyo que esto tiene que ver con un proceso de desmaterialización de la música. El tránsito del vinilo al CD hizo el soporte más pequeño y menos atractivo desde el punto de vista visual. En el caso del vinilo, la carátula es más grande, puede tener un diseño diferente y no es lo mismo tenerlo en el tocadiscos dando vueltas que perder de vista, como sucede con un CD, el soporte en la bandeja de algún reproductor, para no hablar de la pérdida absoluta del soporte en las formas de consumo musical actual.
El glamour de “tocar” la música hace que el vinilo vuelva a ser atractivo. Por otra parte, regresar a él es como volver a descubrir principios universales de la música: cambios de intensidad, cambios de intención, que con la música sintetizada electrónicamente se han perdido. Ahora todo es un laboratorio que desnaturaliza el sonido. El retorno al vinilo tiene que ver con todo eso, con cosas que son intrínsecas a la necesidad de disfrutar la música con parámetros y principios específicos.