Debe ser el muro más famoso del mundo y está entre los más antiguos. El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén es el sitio que más visito desde que vivo en Tierra Santa, acudo a él siempre que me abruman las ganas de hacer fotos. Y no me falla, con un poco de paciencia, siempre regreso con alguna imagen que sacia mis ganas de hacer clic y, como valor añadido, con el alma en paz.
Obviamente, no soy el único que acude al muro. Cada año unos 15 millones de personas pasan por la milenaria pared formada por enormes bloques de piedra. La mayoría son judíos, fundamentalmente ultra ortodoxos, pero también acuden peregrinos y turistas. Todos, de alguna forma, intentan conectar con Dios.
Además de la oración, el método más popular es dejar pequeñas notas dirigidas al Altísimo. El muro siempre está inundado de esos papelitos dejados en las pequeñas grietas entre los bloques de piedra. Son tantos los mensajes a Dios, que dos veces al año, antes de Rosh Hashaná y durante el Pésaj, son retirados y enterrados en el Monte de los Olivos, ya que no pueden ser destruidos: una vez que han tocado el muro se convierten en objetos sagrados.
El “Muro de las Lamentaciones”, como se le llama mundialmente, es para los judíos el Muro Occidental o Kotel, que en hebreo significa sencillamente muro y es el lugar más sagrado del judaísmo. Es lo único que queda en pie del Segundo Templo, cuya construcción se atribuye a Herodes el Grande y su destrucción al imperio romano, durante la primera guerra judeo-romana, en el año 70 de nuestra era.
Se cuenta que el general romano Tito decidió conservar este fragmento del muro exterior del Segundo Templo para que los judíos no olvidaran jamás la derrota sufrida frente a las legiones romanas. De ahí el nombre de Muro de las Lamentaciones. Pero la tradición judía lo interpreta de otra manera. Para ellos, que la enorme pared de piedra haya llegado a nuestros días es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios al pueblo hebreo de mantener en pie algún fragmento del templo, como símbolo de su alianza con el pueblo elegido.
La longitud del Muro de las Lamentaciones es de 488 metros, pero solo 60 pueden ser visitados. El resto ha quedado adosado, casi sepultado, por las casas del Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. La parte visible del Kotel está dividida en dos secciones, una para hombres y otra para mujeres. Por supuesto, los varones tienen el segmento mayor y en él celebran las ceremonias más vistosas, como el Birkat Kohanim, en la cual se aglomeran miles de judíos vestidos con sus ropas de gala a rezar durante 24 horas en medio de cánticos y frenéticos movimientos de cabeza o el encendido de una menorá gigante durante la celebración de Janucá o Fiesta de las Luminarias.
El Kotel puede ser visitado todo el año, las 24 horas, incluido el Shabbat, aunque en ese día está prohibido hacer fotos o usar cualquier dispositivo electrónico, teléfonos móviles incluidos. Las personas no religiosas que visiten el muro deben ir vestidas “de manera modesta”, en especial las mujeres (lo que se traduce en muy tapadas, y nada de minifalda o escote). En el caso de los hombres, el vestuario es más flexible, pero es obligatorio —y en esto son muy estrictos— llevar la cabeza cubierta como muestra de respeto y temor a Dios.
Entre los millones de visitantes anónimos que han llegado al Muro de las Lamentaciones se han colado muchos famosos de toda índole, como los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco, presidentes como Bill Clinton, Barack Obama, Donald Trump, Joe Biden, José María Aznar o el mismísimo Vladímir Putin. También gente de la farándula como Madonna, Will Smith, Morgan Freeman, Di Caprio o Demi Moore.
En estos tiempos digitales que vivimos, el milenario Muro de las Lamentaciones trata de mantenerse al día. La fundación israelí que lo gestiona ha creado una página en internet a través de la cual pueden escribirse mensajes online dirigidos a Dios, que luego serán impresos y colocados entre las piedras. Según la propia página, 857 068 notas han llegado al muro por esta vía, siempre con la observancia de la privacidad de sus autores, aclaran.
Es una gran idea, democrática. Dios, si es que existe, es de todos, de los que podemos visitar el Muro —por increíbles azares del destino, en mi caso— y de los que no.