Por Nathan Abrams, Bangor University
2001: Una odisea del espacio ha creado escuela. Se trata de una obra de extraordinaria imaginación que ha trascendido la historia del celuloide para convertirse en una suerte de fenómeno cultural. Y desde 1968, ha penetrado en la psique no sólo de otros cineastas, sino de la sociedad en general.
No es exagerado decir que 2001 reinventó por sí sola el género de la ciencia ficción. Los efectos visuales, la música y los temas del clásico de Stanley Kubrick dejaron una huella imborrable en la ciencia ficción posterior que aún hoy resulta evidente.
Cuando Kubrick empezó a trabajar en 2001, a mediados de los sesenta, el ejecutivo Lew Wasserman le dijo: “Muchacho, nadie gasta más de un millón de dólares en películas de ciencia ficción”.
En ese momento, la edad de oro del cine de ciencia ficción había llegado a su fin. Durante su apogeo, hubo una considerable variedad de contenidos dentro del género, e incluso serios intentos de predecir los viajes espaciales. Con destino a la Luna, dirigida por Irving Pichel y producida por George Pal en 1950, y La conquista del espacio, de Byron Haskin, fantaseaban con viajes espaciales y, en la película de Haskin, incluso con una estación espacial, que Kubrick desarrollaría en 2001.
Sin embargo, la mayoría de las películas de ciencia ficción de los años 50 eran historias baratas de serie B. Se trataba de invasiones alienígenas con un subtexto ideológico y alegórico. Eran imaginaciones culturales y cinematográficas sobre el peligro del comunismo, que en la excitada atmósfera política de la época se veía como una amenaza inminente para el modo de vida estadounidense.
Los alienígenas de la mayoría de las películas de ciencia ficción pretendían simplemente destruir o apoderarse de la humanidad; eran expresiones, por utilizar el título de un ensayo de Susan Sontag, de “la imaginación del desastre”. Hubo algunas excepciones, como la versión cinematográfica de La guerra de los mundos, de Byron Haskin, y El día que la Tierra se detuvo, de Robert Wise.
En 1968, cuando se apagaron las luces, muy poca gente sabía lo que estaba a punto de ocurrir. Y, desde luego, no estaban preparados para lo que pasó. La película empezó casi a oscuras, mientras se oían los acordes de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss. El cine quedó deslumbrado por la luz, como si Kubrick hubiera rehecho el Génesis.
Los 160 minutos siguientes (la duración de su montaje original antes de que le quitara 19 minutos) llevaban al espectador a lo que se comercializaba como “el viaje definitivo”.
Kubrick había eliminado casi todos los elementos explicativos, dejando una película elusiva, ambigua y completamente confusa. Sus decisiones artísticas derivaron en largas escenas mudas, lo que contribuyó al fracaso crítico casi inmediato de la película, pero a su éxito final. 2001: Una odisea del espacio era prácticamente una película muda.
También fue un experimento de forma y contenido cinematográficos. Explotó la forma narrativa convencional, reestructurando las convenciones del drama en tres actos. La narración era lineal, pero de forma radical, abarcando eones y terminando en un reino atemporal, todo ello sin una partitura cinematográfica convencional. Kubrick utilizó música del siglo XIX y modernista, como Strauss, György Ligeti y Aram Khachaturian.
Vietnam
La película se rodó durante un periodo tumultuoso de la historia de Estados Unidos, que aparentemente ignoró. La guerra de Vietnam era ya un tema muy divisivo y estaba entrando en crisis. La ofensiva del Tet, que comenzó el 31 de enero de 1968, se había cobrado decenas de miles de vidas. A medida que aumentaba la implicación de Estados Unidos en Vietnam, se intensificaban el malestar y la violencia internos.
Los jóvenes estadounidenses esperaban cada vez más que sus artistas abordaran el caos que rugía a su alrededor. Pero al explorar los orígenes de la propensión de la humanidad a la violencia y su destino futuro, 2001 abordaba las grandes cuestiones y las que estaban candentes en el momento de su estreno. Alimentaron lo que la revista Variety denominó el “debate de la taza de café” sobre “el significado de la película”, que aún perdura.
El diseño de la película ha influido a muchas otras. Correr en silencio, de Douglas Trumbull (que trabajó en los efectos especiales de 2001), es la deuda más evidente, pero La guerra de las galaxias también sería impensable sin ella.
La cultura popular está llena de imágenes de 2001: Una odisea del espacio. La música que Kubrick utilizó en la película, especialmente El Danubio Azul de Strauss, se considera hoy “música espacial”.
Imágenes de la película han aparecido en anuncios de iPhone, en Los Simpson e incluso en el tráiler de la nueva película de Barbie.
Las advertencias sobre el peligro de la tecnología encarnada en el superordenador asesino HAL-9000 de la película pueden sentirse en las películas de tech noir de finales de los 70 y los 80, como Westworld, Alien, Blade Runner y Terminator.
El único ojo rojo de HAL puede verse en la serie infantil Q Pootle 5 y en la película de animación de Pixar Wall-E. HAL se ha convertido en la abreviatura del avance imparable de la inteligencia artificial (IA).
En la era de ChatGPT y otras IA, la metáfora del ordenador de Kubrick es frecuentemente evocada. Pero ¿por qué ocurre esto cuando ha habido tantas otras imágenes poderosas como las de Frankenstein, Prometeo, Terminators y otros cyborgs asesinos? La respuesta es que hay algo especialmente extraño y humano en HAL, que fue deliberadamente diseñado para ser más empático y humano que los propios humanos de la película.
Al rodar 2001, Stanley Kubrick creó un fenómeno cultural que sigue hablándonos con elocuencia hoy en día.
Nathan Abrams, Professor of Film Studies, Bangor University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.