En el amplio portal de la Casa de las Tejas Verdes —Centro promotor de la arquitectura moderna y contemporánea, el urbanismo y el diseño interior—, el jueves 23 de noviembre se presentó ante una nutrida asistencia de arquitectos, urbanistas, alumnos, compañeros, amigos y familiares de Mario Coyula Cowley (1935-2014), una compilación excepcional de sus reflexiones que muchos esperábamos y que constituye una verdadera joya.
Se trata de un elegante volumen de más de 400 páginas, resultado de una paciente e inteligente selección de sus textos realizada por “las tres gracias”: Rita María Hernández, Marta Aquino, su viuda, y María Eugenia Fornés, y publicado por Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana. El libro inicia con un cuidado prólogo a cargo de Eduardo Luis Rodríguez, que tituló: “El arquitecto que sabía escribir”, y con el último e importante artículo que escribió Mayito: “¿Cómo será La Habana?”.
El compendio está estructurado en tres secciones. La primera, “En busca del urbanismo perdido”, contiene trece ensayos escritos entre 1996 y 2013 sobre la temática tanto nacional como internacional. La segunda, “La Habana siempre, siempre La Habana”, presenta otros trece artículos centrados en lo que constituyó su mayor fascinación, desvelo, pasión y ocupación: la ciudad de La Habana y, en particular, el barrio del Vedado. La tercera, “Otra vez arquitectura… y más”, nos ofrece cinco entrevistas, cinco ensayos críticos entre los que destaca su muy conocido “El trinquenio amargo y la ciudad distópica: autopsia de una utopía”, diez semblanzas sobre contemporáneos suyos, dos crónicas más familiares y ocho formidables poemas.
Cierran el volumen las palabras del historiador de La Habana, Eusebio Leal, en el homenaje de despedida realizado en la Uneac en septiembre de 2014, así como una serie de anexos cronológicos y bibliográficos.
No es esta la ocasión —ni yo la persona más indicada— para ofrecer un análisis del pensamiento arquitectónico y urbanístico de Mario Coyula. Pero sí creo que merece la pena reproducir algunos de sus párrafos que, como fogonazos, nos alumbran el futuro, el pasado y a nosotros mismos, y aspiran a estimular una lectura reflexiva.
Una mirada hacia adelante
Se han hecho tantas especulaciones sobre el futuro de las ciudades, desmentidas luego por la realidad, que cualquier nuevo intento debe asumir conscientemente el riesgo de terminar en un ejercicio inútil, para diversión de investigadores todavía por nacer. Sin embargo, aun las más trasnochadas prefiguraciones reflejan a hurtadillas —y quizás por eso mismo, de manera más fiel que un análisis convencional— el contexto de la época en que se hacen y la concepción del mundo de quienes las formulan. (p. 62)
Por ejemplo, como parte de la formulación de lo que él bautizó como un escenario quietista, escribió premonitoriamente:
Continuará el proceso de ruralización de la capital, del programa de la agricultura urbana; los ranchones de guano, carretones de tiro animal y tractores circulando por las calles, y sopones cocinados en los parterres; complementados por la progresiva desaparición del pavimento en las vías urbanas, en un viaje de regreso a la tierra original. Pero esa ruralización coexistirá y se mezclará con patrones tomados de los marginales urbanos, como ya sucedió con el habla y está pasando con gustos, modas y valores. (p. 24)
Concluye su exploración prospectiva confesando que:
Imaginar todo esto es un ejercicio que puede pasar de lo divertido a lo aterrador. En un plazo medio, cualquier rumbo de cambios profundos que se tome será probablemente malo, pero mantenerse estático puede ser igual o peor. Por eso algunos parecen no querer pensar y miran hacia otra parte, o esperan morir antes para dejarle el problema a los que vienen detrás. Yo no estoy por la parálisis ni por la inmolación suicida, pero tampoco por la entrega o la salida escapista. Desde este medio siglo de compromiso, quisiera ver desde adentro lo que pasara y tratar de que salga lo mejor posible. (p. 32)
Más adelante, aconseja:
Quien se proponga hacer una buena arquitectura cubana contemporánea no deberá limitarse a reproducir elementos epidérmicos aislados para consumo de un turismo barato, como las rejas de hierro forjado, las cubiertas con tejas de barro y los medios puntos con vidrios coloreados. En cambio, parece aconsejable descansar en aspectos más profundos y constantes como la estructura interna, tanto arquitectónica como urbanística; y en principios eternos del diseño como el ritmo, la escala, las proporciones, el carácter, la alternancia de vanos y macizos, o el juego de luz y sombra. (p. 102)
Asimismo, reclama:
…es necesario rescatar la arquitectura del papel secundario a donde ha sido relegada por los que en definitiva no han podido resolver los problemas de la calidad y masividad constructiva; y situarla de nuevo dentro del mundo de la cultura, de donde nuca debió salir. Eso implica un vuelco en la actual posición institucional de la arquitectura, pero también en la atención del aparato estatal y político, y por los medios de divulgación masiva. (p. 105)
Una mirada hacia atrás
Las ciudades cubanas se fueron componiendo por capas superpuestas de influencias cultas externas, que casi siempre llegaban con retraso y después sufrían variaciones nacionales y locales debidas a un proceso de generalización y extensión, adecuación al clima, la impronta del comitente y del constructor y la disponibilidad de recursos. Si el tiempo que tomaba la digestión y asimilación era suficientemente largo, esos modelos importados se iban cubanizando. Lo cubano, por lo tanto, no puede reducirse a una época o un territorio, ni a un programa, tipo constructivo o clase social. Está siempre muy ligado a un contexto físico y cultural, y en general los mejores resultados no han salido de una voluntad consciente de alcanzar la cubanía. (p. 92)
La separación suicida entre proyectista y constructor, tercamente mantenida por décadas, ha sido responsable de mutuas incomprensiones y, lo que es peor, de un producto final arquitectónico deficiente. Sucede que la arquitectura no es solo construcción; pero tampoco es arte, sino diseño. Si el diseñador consigue resolver con profesionalidad los problemas funcionales y técnicos, adecuados al clima y al entorno construido; si al hacerlo se mantiene dentro del marco de los recursos materiales y financieros disponibles; si logra capturar con sensibilidad las esencias de su tiempo, de la identidad nacional y del espíritu del lugar; si encuentra la manera de reinterpretar con creatividad las lecciones válidas del pasado y lo mejor de la cultura arquitectónica contemporánea internacional; y si de paso, como sin quererlo, consigue además dejar un sello personal a su obra, es posible que encuentre con el tiempo un sitio en la voluble y seductora historia del arte. (p. 102)
En los varios planes directores y sus actualizaciones hechos para La Habana antes y después del triunfo de la Revolución se ha trabajado siempre con una imagen final en mente, pero no se ha dado la misma atención al proceso de gestión y manejo para conseguir alcanzarla. Tampoco se ha trabajado en los proyectos por zona, que son los que dan forma real a una ciudad. (p. 178)
La Habana ha pasado muchas duras pruebas en su larga historia, algunas aparentemente terminales, y ha salido golpeada pero airosa. Porque, en definitiva, la complicidad compartida que capa a capa impuso el tiempo fue tejiendo una malla tupida de relaciones y significados que trasciende las fachadas para extenderse a la gente que se afana por las calles sin tener que alzar la vista para saber que la vieja compañera de sueños sigue tercamente en su lugar, despellejada, vacilante, deformada por la sal y el agua, maravillosa e increíblemente viva, útil todavía. Una ciudad que ya no es, pero que sigue siendo. La Habana siempre, siempre mi Habana. (p. 192)
¿Qué debemos hacer por La Habana? Llorarla, gritarla, pelearla, aunque no haya esperanzas de triunfar. Exigir los cambios profundos de las causas que han motivado el deterioro físico, social y moral. Promover buenos ejemplos demostrativos (como el de la Oficina del Historiador en La Habana) y conseguir que se generalice. (p. 296)
Una mirada hacia adentro
Los resultados finales se explican siempre por los procesos que se siguieron para llegar a ellos. Incluso un proyecto bueno se frustra o deforma si los procesos, las estructuras organizativas y las formas de gestión antes y después de la construcción no sirven. (p. 244)
Las concesiones siempre están presentes en cualquier operación de diseño, tanto cuando tienen que ver con el sitio, programa y presupuesto como con las técnicas, materiales, normativas, reglamentos y los gustos de los decisores. ¿Cuántas concesiones pueden permitirse antes de clasificar como oportunismo y traición artística, ignorando al usuario que deberá cargar toda su vida con un mal edificio? (p. 211)
Enmendar los efectos sobre la ciudad de la política de “dejar hacer, dejar pasar” de los últimos veinte años resultará muy costoso y creará malestar en la población. Esto debe servir como experiencia para eliminar el paternalismo y la debilidad de los responsables de ese descontrol, y actuar a tiempo. De todas formas, hay barbaridades que habrá que eliminar y asumir el costo político y social. (p. 245)
La lección más cruel aprendida es temer a los que creen poseer la verdad absoluta y las soluciones definitivas. En la renovación constante, la pluralidad y la diversidad están las claves de la supervivencia. (p. 73)
Volviendo a los principios a veces olvidados de la dialéctica, hay que saber avanzar a partir de las contradicciones, no acallándolas. Debemos pensar y actuar con la frescura y la energía de un joven, o darles paso cuando nos repitamos. Lo contrario lleva al estancamiento y la involución, que es la muerte en la vida. (p. 309)
Hay que mirar lejos y, al mismo tiempo, tener los pies en la tierra. Para llevar su cabeza hasta el cielo, tiene que estirarse y eso puede ser doloroso y peligroso a la vez. Sin embargo, tiene que estar así siempre. Si no puede estirarse tanto, debe volver a la tierra y saltar de nuevo. Tiene que estar constantemente en ese camino de ida y vuelta. Resulta imprescindible tener un pensamiento visionario. (p. 290)
Lo principal que no debe perder un intelectual es la insatisfacción con la propia obra: la complacencia es un veneno que paraliza el pensamiento. También tiene que valorar la crítica. Lamentablemente, tanto en el área de las ciencias políticas como de la arquitectura suele tomarse a mal la crítica y muchas personas que la reciben se sienten emplazadas y agredidas. Una mirada crítica al trabajo de un intelectual lo enriquece y le brinda otras maneras de hacerlo mejor. (p. 290)
Y habrá cosas de hoy que serán demonizadas mañana, y cosas del pasado que serán redescubiertas y reverenciadas. Las figuras que me interesan y que podrán cambiar para mejor la arquitectura y la vida en este país, son quizás desconocidas todavía, el relevo que no se ha sabido preparar. Puede que así sea mejor, que surjan por sí solos sin necesitar empujones; aunque esos iconoclastas por venir se olviden de los que antes tratamos de hacer lo mismo. (p. 291)
Y mucho más…
El libro culmina con un múltiple y deslumbrante diálogo de Mayito con muchos de sus contemporáneos: Fernando Salinas, Roberto Gottardi, Luis Lápidus, Mario González, Roberto Segre, Sergio Baroni, Villa Soberón, Pastorita y otros más…; y unas personalísimas crónicas sobre su familia y sobre sus andanzas de juventud. Estoy consciente de que la breve selección de textos es muy personal, pero solo pretende estimular a que cada cual haga la suya. La mía va desde el afecto, la admiración y la sintonía intelectual.
Cierran los textos una selección de sus poemas de los que me atrevo a extraer esta sobrecogedora estrofa:
Y gracias a mi Habana, hermosa y maltrecha
Que espera a este cuerpo ya cumplido
Para engendrar nuevas vidas
Y llorar las mismas muertes.