La vida —lo admite muy a su pesar, mirando el piso de baldosas coloridas de su vieja casa— no comienza a los 83; pero un libro sí. Y eso lo salva, momentáneamente, de un mayor vagabundeo cognitivo propio de su edad y también del ocio precursor de finales desabridos, que en él, un amante de la buena mesa, un coleccionista de realidades inquietantes y un transgresor sin sonrojo, sería una vergüenza imperdonable. Y si su vida es lo que es y lo que posee —una ristra de libros exitosos y genéricamente diversos— en mucho lo debe a una curiosidad en vilo, que ha conseguido hacer de él un hombre en estado de alerta, desde la dureza de su infancia, hasta un presente de trombos en las piernas y un montón de premios; entre ellos, el Nacional de Literatura, en 2003. Siempre amante de los detalles porque le sirven de escondrijo, el diablo es el compañero de viaje de este investigador, novelista y periodista que se infiltra, una y otra vez, en los pliegues de Cuba. Y los ilumina.
Minuto cero
“No sé qué te interesa de mí. No estoy de moda”, suelta la primera de las advertencias en un sábado aún soleado que pronto tornará hacia la tormenta. Lo hace nomás abriendo la verja de hierro de la entrada. Para ello ha tenido que quitar un pesado bloque de concreto, que a manera de talanquera acrecienta la seguridad de la casa, unos bajos en el corazón del Vedado. Asombra su fuerza. ¡Lo ha hecho de un tirón!
Calando la historia. Otra vez
Reynaldo González Zamora (Ciego de Ávila, 1940) está cerrando un libro que “estaba loco por hacer”. Cuenta la historia de un gran crimen: el ahorcamiento en 1926 de casi medio centenar de canarios en tierras avileñas. Se conoce como La matanza de los isleños.
Un grupo de ellos había secuestrado a Enrique Pina, un terrateniente de mano dura que explotaba a sus braceros en la plantación de caña Dos Hermanos. Liberado doce días después por sus captores, previo pago de 50 mil pesos, el potentado visitó al dictador Gerardo Machado en el Palacio Presidencial. Exigió venganza. “Maten isleños hasta que se les canse el brazo”, ordenó el general de la independencia para contentar a su amigo.
A la par que reconstruye el crimen, González Zamora coloca un mosaico de la época. Desde el boom de la caricatura hasta los dominios del capital estadounidense en la isla, en un esfuerzo por presentar “el horror de un país que se desgastó para ganar la independencia” y que quedó sometido “bajo la bota del gringo”.
Es una vocación holística en las investigaciones del escritor que ya vimos en el admirable Contradanzas y latigazos (Ed. Letras Cubanas, 1983), un ensayo histórico que husmea en los entresijos de la novela Cecilia Valdés para destaparnos, mediante un espejo del espanto, lo que no contó o filtró su autor, Cirilo Villaverde.
Viejo fundador y director de revistas, desde la lejana Pueblo y Cultura, de 1962, hasta La Siempreviva, de momento en suspenso por las privaciones del presente, González Zamora está “a la expectativa de cómo se le puede retomar” en esta etapa post pandémica.
¿Se salvó usted de la COVID-19?
Sí. La verdad que para pescarme es muy difícil.
¿Por qué, tiene algún secreto de invulnerabilidad?
No. Lo que pasa es que hago una vida muy tonta. Antes viajaba mucho a provincia. Ya no. Para este nuevo libro me pasaba horas y horas en la Biblioteca Nacional.
Una literatura in situ
Por años Ud. practicó el método de Zola, que para lograr naturalismo se iba a vivir a los lugares sobre los cuales escribiría después. Él afirmaba que el novelista es, a la vez, observador y experimentador. La obra suya lo confirma. Si leemos La fiesta de los tiburones, por ejemplo…
Yo viví en la Sierra del Rosario, y de ahí salió Conversación en Las Terrazas (2010). Me fui al Stewart (hoy central Venezuela) cuando la zafra del 70 y no regresé hasta el final. De mis investigaciones allí con los viejos obreros salió La fiesta de los tiburones (1978), que habla del alzamiento del año 12, del Partido Independientes de Color, y del ahogamiento en sangre de esa rebelión.
Ahora que lo menciona, ¿estaría de acuerdo con aquellas voces que piden retirar la estatua del general José Miguel Gómez en la rotonda de la Avenida de los Presidentes, considerando su responsabilidad histórica en la matanza de miles de ciudadanos negros en el 12?
Yo no cambiaría más la historia de Cuba. Gómez tuvo un momento y tuvo otro momento. El general mambí y el presidente de la República. Lo bueno y lo malo. La historia no es caminar en una sola senda. No hay porqué quitar al Tiburón.
Ud. no está de acuerdo tampoco con que los zapatos fuera todo lo que quedó de la estatua del presidente Estrada Palma, también en la avenida G, por la cólera popular en el 59.
Claro que no. No estoy de acuerdo con cortar de la historia nada. Ni un punto, ni una coma. No todo el mundo es santo, gracias a Dios. Condeno los crímenes, por supuesto, quien sea que los cometa; pero hay que regular un poquito la dieta de santidad.
¿Es una persona gregaria?
A mí me gusta vivir. No me cuesta nada relacionarme, tanto con el de arriba como con el de abajo. Nunca he mirado a nadie por encima del hombro. Nací muy pobre, en el barrio más humilde del llamado Nuevo Ciego de Ávila. Le decíamos Chincha Coja, que era como decir lo peor. Aun así había muchas cosas buenas y ahí nos formamos tres hermanos huérfanos de padre. Así que estoy preparado para la guerra, como aquel que dice.
Y el humor, nunca está ausente en sus libros…
Siendo libros de historia son también de humor. No de chistes. Hay que pensar en el humor que no sea la carcajada y la cosa grosera. Del ballet al bayú, de la aristocracia a la mendicidad. Esos extremos han marcado siempre la vida del cubano y yo no soy otra cosa que un cubano legítimo.
Chincha Coja
“Yo soy un ciudadano de Chincha Coja y a mucho gusto y mucha honra”, espeta, riendo.
Si se googlea Chincha Coja no aparece el sitio natal del escritor, sino otra localidad del mismo nombre, pero en el municipio de San Cristóbal, Artemisa. Para Reynaldo, su terruño era un modelo de gentrificación. “De la cañada para allá todo era posible y del ferrocarril para acá, todo era diferente. Cuando algunos no tenían con qué pagar el alquiler, venían para Chincha Coja. Eran límites marcados por la geografía, la pobreza y también por la moral”.
El autor de Al cielo sometidos (2002) recuerda que durante el período capitalista la sociedad cubana estuvo harto estratificada. “Nuestra república, aunque era con rumba y conga, era triste, y ese tipo de contrastes marcaron las vidas de todos nosotros”, dice y recalca la importancia de la observación, de la curiosidad humana. “Si tenías un poco de sensibilidad, no tenías que ser ni el gran pintor, ni el gran escritor, ni el gran sociólogo para captar esas diferencias. Una ciudad cualquiera cubana está muy marcada por esta exclusión de riqueza o de comodidad al centro y se va desvaneciendo hacia afuera, con todos los contrastes. Si un observador puede captar los contrastes ya es dueño del drama o de la comedia”.
Y usted lo ha captado siempre. ¿Incluso ahora? En La Habana la gentrificación es un fenómeno que corre hace más de veinticinco años…
La Revolución ha hecho todo lo más que ha podido para borrar las diferencias sociales, pero también estamos dependiendo de un bloqueo. Es un clavo en el zapato. En mis viajes por América Latina he visto mucha desigualdad, muchos extremos.
¿En Cuba cómo ve el fenómeno de la polarización?
Aquí se ve menos, pero se ve. Hemos pretendido siempre con una carcajada querer borrar el drama. Todos nuestros países aprendieron a reír antes que llorar y lloraron todo el tiempo, porque eso se llama sencillamente subdesarrollo. No hay que darle más vueltas.
Estamos condenados como los Buendía…
Yo creo que no estamos condenados. Yo creo que hay algo que pasa con Cuba que no pasa en otros países y que puede parecer altanería.
Y que es…
Hay países que he frecuentado en los que la pobreza tiene —yo no sé por qué— un arraigo calamitoso, como una falta de orgullo, como una degeneración mediante la cual el pobre acepta su estatus de miserable. En Cuba nunca fue así. A lo mejor el pobre se conformaba con poco; pero su espíritu tenía siempre algo de rebeldía, de no aceptación total de su condición desgraciada.
Como observador del presente, ¿qué ve?
Enfrente de mi casa hay un solar de mendicidad. Hay gente ahí que no trabaja y hay gente que, si la llamaras a trabajar, no tienen un oficio. Ya sabemos que todo ello es una herencia del pasado que toca el presente. Hay quien tiene ímpetu para salir de sus dificultades inmediatas y hay quien prefiere cruzarse de brazos y aguardar por una solución mágica. Esperan que les caiga el mango bajito.
¿Ud. se propuso en la vida cambiar desde la adversidad?
Yo nací huérfano. A mi padre lo había matado una carreta llena de caña que lo hizo un chicle.
¿Conserva fotos de su padre?
Algunas, porque los pobres no se retrataban mucho.
De su madre, el escritor tiene más imágenes. Una breve iconografía que alcanza el final de su vida. Fue obrera en una fábrica de conservas de piña de Ciego de Ávila, un territorio famoso por sus cítricos. Cuando no era temporada de recolección, se empleaba de doméstica. A veces “el señor era buena persona; otras veces era un zoquete”. No se volvió a casar. Llevó su viudez hasta la muerte, aunque mantuvo una relación sentimental con un hombre al que el escritor apreció en vida. “Era una buena persona”, recuerda.
¿Un señorito apellidado González o un señor muy viejo con unas alas enormes?
¿Y usted alguna vez se convirtió en un señorito?
¿Viviendo en Chincha Coja?
No, luego, cuando se convirtió en un intelectual reconocido, en la Revolución, que vino a vivir a la gran ciudad y viajaba al extranjero.
Me convertí en un intelectual, que no equivale a un intelectual señorito. Además, los intelectuales señoritos no sé si en Francia o en Inglaterra o en otros países den buen resultado; pero aquí, los nuestros, suelen dar obras tontas, sin capacidad para penetrar en la realidad que viven. Sácame la cuenta de los intelectuales que han aportado algo a la observación social. No son muy frecuentes. Porque la agudeza te viene del esfuerzo para salir del fanguero. Ese esfuerzo te educa.
¿El sufrimiento educa?
Todo educa… Si usted tiene capacidad de observación, por elemental que sea, entonces todo educa. Por ejemplo, yo no tengo un título universitario. Soy un hombre de instinto que ha llegado a dirigir revistas y periódicos y ha viajado para dar conferencias sobre la cultura de su país y que tiene unos cuantos libros publicados. Soy uno de los escritores cubanos más premiados y reconocidos. Te digo esto sin orgullo tonto. A mí nadie me ha regalado nada y creo que los demás lo merecen todo si se aplican. Soy un señor muy viejo con unas alas muy grandes. (Risas)
La soledad de un enamorado
Ahora que evoca a García Márquez. Él decía que la vejez es un pacto sincero con la soledad. ¿En su caso es así?
Pues sí. Pero es una soledad amable gracias a mis libros. Ellos han sido las barajas de mi vida.
¿Y cómo han surgido? ¿La inspiración ha tenido que ver en esto?
Mira, la inspiración es una tontería. Hasta Hemingway decía: “Yo trabajo y que la inspiración me coja trabajando”. Yo vivo, pero cada parte que vivo la vivo intensamente.
¿Esa pasión manifiesta, nunca le ha hecho perder la perspectiva?
Sí, claro que la pierdo, cuando me enamoro (carcajada) o cuando me embebo tanto en un tema.
Bohemia con whisky
Reynaldo era un jovenzuelo que gustaba de la música cubana y del ron criollo en los bares habaneros, de mala muerte o no, cuando en uno de ellos fue llamado por dos hombres de aspecto respetable.
—¿Qué haces? —le preguntó uno de ellos.
—Espero a que salga a cantar Doris de la Torre. Estoy enamorado de esa voz —respondió el entonces bisoño periodista.
—¿Y qué tienes debajo del brazo? —inquirió el segundo de los tipos respetables.
—Un trabajo que estoy preparando para el periódico Adelante, de Camagüey.
—Ah. ¿Y tú podrías llevarme mañana unos cuantos de esos trabajos a Bohemia?
—Sí, claro.
—¿Qué estás tomando?
—Un roncito criollo.
—¿Tú has probado el whisky?
—Nunca.
—Barman, póngale uno.
Los interlocutores eran nada menos que Enrique de la Osa y Fernando Campoamor. A la mañana siguiente, luego de leer los materiales para Adelante, Reynaldo González quedó contratado en Bohemia, hoy por hoy la revista más longeva de Latinoamérica.
Un pintor daltónico
En el temprano 1960, antes de la experiencia de Bohemia, González Zamora matricula en la Escuela de Artes Plásticas. Ansiaba ser pintor. Además de escritor, que fue su vocación tempranamente descubierta, cuando buscaba palabras en el diccionario regalado por su tío en su natal Chincha Coja. “Vete al mataburro y no me preguntes qué significa cada palabra que no sepas”, le recomendaba su madre.
Estando en Ciego de Ávila, el pintor, dibujante, ceramista, fotógrafo, diseñador gráfico, orfebre y serígrafo cubano Salvador Corratgé (1928-2014) fue a inaugurar una exposición de aficionados, entre cuyas obras aparecían algunas del principiante González Zamora. “Oye, lo que tú tienes en los ojos… hazte ver. En tus cuadros no hay nada verde”, le indicó el gran artista al percatarse de que las aceitunas pintadas no tenían ni pizca de su color original. “Después me di cuenta que era daltónico”, cuenta el escritor bienhumorado, quien después ha expuesto —“como atrevido que soy”— en galerías más serias y profesionales.
Un libro de amor gay
Amante de la poesía, RGZ es apenas un escritor de poesía. Solo ha publicado un libro de sonetos, Envidia de Adriano (Ediciones Cuadernos Papiro, 2010). “El personaje soy yo, es un libro de amores gay y además no lo oculta”, dice mirando retadoramente a su interlocutor. Unos estudiantes del ISDi, Instituto Superior de Diseño adscrito a la Universidad de La Habana, tomaron los poemas para ilustrarlos mediante carteles. Ya hicieron otro tanto con poemas de Fina García-Marruz. Reynaldo está muy entusiasmado y expectante con la iniciativa. “No he visto nada. Quiero sorprenderme. Además, tampoco quiero que me vean como un censor”, dice.
¿Para estos sonetos se remitió a la historia de amor entre el emperador Adriano y su amante preferido Antinoo, tal como describe la Yourcenar en su novela?
Yo hice lo mismo que la Yourcenar. Lo que ella contó la historia del emperador y el mío es un tío que conoce a otro y empieza una relación sentimental y carnal. Es un libro de amor gay como ha sido mi vida, mi experiencia, lo cual no implica que sea obligatoriamente el esquema que se tiene del gay, como el esquema que se tiene del macho. Esos arquetipos le han hecho mucho daño al ser humano. Porque se lucha para cumplirlos. Y de ahí salen unas definiciones de personalidad completamente estereotipadas que enferman a la propia persona y a la consideración que se tiene de ellas.
Sin closet
¿Siempre se asumió gay o tardó en darse cuenta y rendirse ante la evidencia?
Yo nunca he tenido ninguna preocupación, ni he tenido ningún dislate en ese tipo de cosas. Mi vida es traslúcida en ese aspecto.
¿Por ello sufrió ostracismo cuando la parametrización, en los 70?
Yo no fui parametrado. Yo lo que no pude impedir la parametrización de los demás, pese a una actitud mía que se sabe muy fuerte oponiéndome a la mierda esa. Pero no vamos a retomar ese tema, porque ese tema, si no se ha vencido, se está dilucidando. Creo que con el tiempo se tiene una visión un poco más moderada e inteligente sobre este asunto.
Volviendo un poco atrás, en los 60, la Revolución cubana fue también una revolución sexual, pero solo para una parte.
Bueno, fue una revolución sexual queriendo descartar una zona no maniquea de la sexualidad.
¿Y por qué no extendió la libertad para todo tipo de sexualidad. Acaso no llevaba un espíritu de modernización?
La cultura hispana y africana son nuestros condimentos fundamentales. Eso forma parte de la actitud que se supone varonil. Eso satisface una mentalidad heredada desde la época del Quijote. Hubo y hay mucha gente desdichada por esa hijeputez… Y en Cuba y fuera de Cuba se está viviendo hace rato un forcejeo que va de lo físico a lo moral. Se ha llegado en el mundo a un punto de cierta equidistancia sana. Ahora, que la puedan o no cumplir, que por ejemplo, el machismo grosero que ha marcado las vidas de mucha gente, pueda o no imponer su bota, ya menos y cada vez menos? Ya esta sociedad no es igual y aquí hubo unas UMAP y momentos muy dramáticos con este tema.
Una sola mejilla para una estupidez colectiva
¿Nunca se ha aislado?
Nunca. Me han querido aislar, claro; pero no han podido.
¿Ha pagado un precio alto por eso?
Pues sí. He pagado un precio alto, muy alto. En un momento de estupidez colectiva, pues yo he pagado como todos los demás. Porque de aquellos tiempos a mi poemario Envidia de Adriano hay un trecho largo. Y para la novela Al cielo sometidos, o para crear un personaje como Silvestre, el de la novela Siempre la muerte, su paso breve, lo tuve que imponer y todo eso se ve ahora con cierta naturalidad. Todavía cuesta.
¿Estima que ese tema aún no está totalmente naturalizado en este país?
A la sociedad le cuesta trabajo. Porque la sociedad también necesita que haya alguien jodido.
¿Por? Suena retorcido…
Bajas pasiones y de todo. Ha habido primero una enorme estupidez que impuso el cristianismo hasta nuestros días. Porque si yo leo la Biblia encuentro sospechas. En ese libro sagrado se cuenta que Cristo ve a Juan y le dice te amo. ¿Ah, coño, este tipo tenía su detalle? ¿Comprende, no?
No me haga reír…
Pues claro que me río.
¿A los 83 años, usted ha visto todo o le falta por ver?
Ay chico, me gustaría que me faltara por ver, porque así vivo más. También he visto mariconadas e hijeputeces que no he podido evitar, ¿comprendes? Los defectos llamados morales han sido golosamente aprovechados. Personas sin ningún interés, sin ningún talento para ocupar una plaza, marginan al otro por el qué dirán. Eso lo he vivido, lo he visto. A mí no me lo han podido hacer, porque hablando en español he impuesto mis cojones, ¿sabes? Eso es lo que hecho.
No le ha quedado de otra, ¿no?
No. Pero tampoco he creído que merezco el maltrato. No lo interioricé nunca.
Para usted era una injusticia tamaña esa discriminación por la condición gay…
Yo no tengo mentalidad de mártir.
¿No pone la otra mejilla?
No, no, ¡qué cojones la otra mejilla! No, no. Si eso es lo que tú querías averiguar, averígualo. Ahí está en vigor Adriano, que ya veo que lo leíste, y están mis novelas. En Al cielo sometidos, estos dos jóvenes que son como dos gitanitos que andan sobreviviendo la inclemencia de la Inquisición y del hambre, pues entre ellos existe una comunión que a lo mejor no se explica. No quise especificar mucho. Hay que leer entre líneas.
Aduaneros desconfían: ¿Maletas llenas de libros?
Me llama la atención una cosa. Salvo un milagro, usted no puede viajar al Siglo de Oro. ¿Cómo reconstruye esa realidad tan distante y desconocida sin traicionar los presupuestos históricos —incluso psicológicos— de una época tan transicional?
Pero fíjate, yo puedo leer, sentir el Siglo de Oro y no haberlo vivido. Llegó un momento en que me hice un diccionario en una libreta. Apuntaba los sentimientos y las acciones dudosas que podían decirse de otra manera menos drástica o más drástica. ¿Y lecturas del Siglo de Oro? Todas. Estos ojitos bizcos han leído el Siglo de Oro de punta a cabo y se han ido a buscar detalles en los 27 tomos de la picaresca española.
***
González recuerda un viaje en que regresó de Madrid con el equipaje repleto de libros. No trajo nada más. Todo el dinero lo invirtió en casi una treintena de textos. El aduanero, intrigado, le dijo: “Compadre, cómo pesa esto”. “No me la abras que me estrujas los pañuelos”, le respondió el viajero con cándida sorna.
San Juan de la Cruz
RGZ se reconoce como un esforzado autodidacta, incapaz de sentarse en un aula. “Las clases dichas no me entran. Soy un pésimo escuchante”, confiesa. Lo que más ha hecho en su vida es leer. Desaforadamente. Es el placer más grande. Como Borges, lo enorgullecen más las páginas que ha leído que las que ha escrito. Y luego, mantiene intacta su fascinación por la poesía española del Renacimiento. “Yo no leo: yo gozo. Y si voy a disgustarme no leo. ¿Recuerdas toda esa poesía experimental que llegó con los 60 y 70? Cágate en la noticia y ve hasta San Juan de la Cruz y olvídate de lo demás… Para hablar de amor ponte en el dilema del santo y la sulamita. ¡Coño!, esa ansiedad de amor está dicha en el Siglo de Oro puesta en la boca de un pastorcillo que está cuidando sus ovejas”, dice, y para probarlo, sin más, comienza a recitar un par de estrofas de Cántico:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huyste
haviéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ydo.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.
¿Oh, cómo lo recuerda…?
Es San Juan. ¡Nooo, chico, si tenemos un tesoro en nuestro idioma! Eso me inhibió de aprender ningún otro correctamente.
¿Y se le olvidan algunas palabras ahora?
Todavía no. Pero eso puede llegar a suceder. Se me olvidan las personas.
Bueno, Ud. es un culterano. ¿Alguna vez se ha limitado a la hora de escribir frente a un hipotético lector?
No. Si piensas en eso te mueres. Te mueres, porque tú no estás expresando lo que ya entienden. Tú estás diciendo de otro modo lo que todavía no entienden. Del español se dice es el idioma para hablar con Dios y parece que Dios tiene muchas palabras.
El editor
¿El oficio de editor es extenuante?
Depende del libro y depende del escritor. Yo empecé a editar un libro por ordenanza, del que luego de intercambiar con su autor, decliné hacerlo. Me ha tocado de todo. Yo hubiera dado la vida por editar a Roa.
¿Se edita a sí mismo?
Sí, pero siempre busco a alguien. Yo reviso y reviso mis libros, pero tengo la tendencia, no a metaforizar, sino a dar por sobreentendido. Es un defecto por miedo a ser demasiado explícito. Y entonces les digo a los amigos: “Léeme esto mirando ese defecto mío”. Y escucho las observaciones. Nadie es perfecto, gracias a Dios. Todo el mundo tiene que buscar una forma de mejorar lo que hace.
¿Y su vanidad, dónde queda?
Mi vanidad está en el tema. En mi elección. Por ejemplo, el trabajo de los muchachos sobre mis sonetos de Envidia de Adriano. Son ilustraciones sobre las cuales yo no he opinado. Además, el tema de la homosexualidad ha tenido apertura, así que espero no me tiren piedras. Virgen y mártir, ¡no!
El hecho de que Cuba haya vivido tiempos tan prolongadamente críticos, ¿cómo afecta esa adversidad al lenguaje del día a día en este país?
Bueno, el lenguaje se ha perdido, pero no por esos períodos críticos, sino por descuido de quienes lo manejan y ponen cosas que no tienen que ver. No tenemos nosotros un lenguaje que valore sensiblemente nuestros hallazgos idiomáticos. Hay mucha riqueza también en el idioma de la gente. Al querer imponerle a la gente un idioma profesional, se ha ido subestimando el lenguaje popular y su riqueza. Nos dejan entonces con lo cheo, lo barato, lo menor. En Ciego se hablaba el español enriquecido por la vida, no por los libros.
Las academias son muy rígidas y muy imitonas, parecen que han nacido para imitar el esquema español. Están presas en una visión esclerotizada del español.
Tres personajes y un fabulador
Con su anecdotario a cuestas, RGZ pasa por una suerte de Sherezada. Si de contar episodios dependiera su vida ante un cualquier Shahriar, nunca sería decapitado, al menos en mil tardes como esta, mientras la pálida luz que se apodera del recinto avisa que afuera está a punto de llover.
Las más de mil páginas de Letra con filo (Ciencias Sociales, 1983) pasaron por el ojo escrutador de Reynaldo. En ese repositorio estaba el pensamiento del intelectual comunista cubano Carlos Rafael Rodríguez (1913-1997), uno de los hombres clave de la Revolución, que desde el politburó manejaba una exquisita polaridad: las relaciones con la Unión Soviética y las de Estados Unidos.
“Era una persona muy interesante con una cultura popular increíble, que uno la desconocía. Trabajar con él fueron jornadas de gozo”, rememora González Zamora. “Cada tomo, cada página, fue sudada”, apostilla.
¿Dada su rancia militancia comunista, alguna vez se mostró dogmático en sus opiniones?
Para nada. Los dogmáticos lo rodeaban. ¿Qué iba a hacer? Eran la gente del PSP. [Partido Socialista Popular, heredero del Partido Comunista de 1925 y fiel a las directrices de Moscú].
***
Carlos Rafael se volvía impaciente cuando su editor demoraba. Entonces le enviaba a su chofer para recogerlo. Discutían cada página, cada documento, “cada papelito”. Al cabo de horas, le preguntaba a Reynaldo si estaba padeciendo mucho. “¿No se lo imagina?”, le respondía el revisor. “Era muy simpático. ‘Te has ganado un whisky. Vamos a tomarnos uno’, me compensaba. Las mejores sesiones de trabajo eran en su casa de Miramar. Tenía una piscinita pendeja, y ahí nos tomábamos un trago, porque me veía muy cansado. Y de repente hasta tarareábamos algún que otro danzón… Ay Fefita, por Dios, no me dejes de amar…”.
Y en el caso de Lezama, del cual ha escrito tres libros, además de la amistad y de su trabajo con él, como editor de parte de su obra, ¿qué herencia le dejó? ¿Era como un ser de otro mundo?
Era un ser de este mundo. Suena el teléfono:
—Reynaldo… ¿qué está pasando en nuestras querencias? No me has llamado en una semana y media…
—Ay, Gordo, la verdad es que estaba enredado.
—Romances, ¿no? —pues siempre me atribuía conquistas y yo estaba en otra onda.
Él vacilaba mucho la picaresca. Si alguien vaciló la picaresca tropical, fue él. No decirte que se aprendió la última guaracha de turno. No, eso no. El gracejo. Imagínate su relación con el padre Gaztelu, se cagaba, se olvidaba de eso. Bueno, tenía temporadas que no quería hablar ni con Cintio. “No, vete p’allá catolicón”.
¿Le decía así?
Sí, sí, sí. Pues Cintio posaba entonces, ya no de creyente, sino de obispo. Lezama decía: “Esta semana no lo atiendo. Lo tengo vetado. A él y a la mujer”. Que los admiraba y los quería muchísimo. Pero llegaba un momento que por una nadería se disgustaban y porque Cintio siempre tenía como aquello del maestrico de escuela. Eso se nota muchísimo. El maestrico de escuela no es el mismo de Lo cubano en la poesía, que el hombre que muchos años después quiere, a través de la Biblioteca Nacional, decir cómo ha sido la Historia. Da un cambio enorme. El muchacho que empieza con ganas de absorberlo todo, de aquel que ya quiere decir In nomine. ¡Señor, váyase al carajo! Y el don popular del Gordo, por otra parte era…
Vivía en un barrio rojo…
Sí, pero además vivía el barrio. No se encerraba en la última habitación de la casa. Y eso le daba mucha riqueza. Yo creo que eso le vino de la abogacía, de escuchar en el Castillo del Príncipe a los asesinos contando sus historias. Y yo le dije: “Pero Gordo, usted se relacionaba con ellos…”. “Sí, sí, yo los confesaba como si fuera un padre confesor. Yo, menos la exculpación, todo lo demás; los hacía hablar”. Bueno de ahí es que conoce a Escardó, quien era presidiario, y le dicen a Lezama que era poeta y él pidió conocerlo.
Ud. escribió Caignet, el más humano de los autores. ¿Qué recuerdos guarda del autor de El derecho de nacer?
Sabes, nuestros académicos cuando quieren tener una frase brillante, se quedan en picúos, en ridículo. Como decía Félix B. Caignet. “Yo seré todo menos un picúo”, y era tan picúo, el pobre. Para hacer el libro le hice muchas entrevistas. Impaciente, me esperaba con unas alpargatas tejidas; era muy coqueto. Se ponía siempre una bufanda. Pensé que le habían practicado una traqueotomía. Tenía colección de bufandas y me tiraba piropos. Un marica viejo (a la antigua), pero eso sí, todo el tiempo marcaba lo humano. Era un viejo bonito, un viejo bueno.
¿Era tan amanerado como dicen?
Sí, y todo el tiempo hablaba con metáforas. Eso te hacía mirarlo como un animal raro. Y lo era. Pero de momento tenía muchos chascarrillos populares. Era muy parecido a mi tío Juan. Hacía cualquier cosa por hacer reír al interlocutor. Era un hombre muy ocurrente. En la baranda de su piscina tenía grabado el te odio y sin embargo te quiero, que fue un gran número musical. Él decía: “A mí lo que me queda es el odio y la mala idea”. Estaba casi ciego cuando lo conocí.
Zona franca
Supe que fue un fumador de habanos. ¿Partagás o Montecristo?
Montecristo.
(Truena. Comienza la lluvia.)
¿Lope o Quevedo?
Ah. Quevedo.
¿La vida es sueño o un cuento contado por un idiota?
La vida es sueño.
¿Algún alter ego?
¿Mío o yo de él? Yo quisiera ser el alter ego de Borges, pero no…
¿Silvestre?
Mi personaje Silvestre que era el pecador máximo, el símbolo, como el insurrecto que no puede hacer la guerra.
(Truena fuerte. El ruido impone una pausa en la conversación)
¿Qué personaje literario le habría gustado ser?
Pues es curioso. No tengo personaje literario preferido. Había un personaje de Sartre, que después nos disgustamos. Me gustaría mucho ser yo, el escritor, pero no un personaje.
¿Cuál de sus libros le ha resultado más trabajoso?
La fiesta de los tiburones.
¿Café o té?
Café.
Un axioma tocado de humor dice que si Ud. no tiene cinco contradicciones en su vida, estamos ante un dogmático. ¿Cuántas tiene usted?
No sé. Seguramente las tengo, porque no presumo de perfecto.
¿El mejor cantante de Cuba es Pablo Milanés?
No. Benny Moré.
¿Vino o cerveza?
Cerveza.
¿Ron o whisky?
Ron. Si es cubano, mejor.
En los años 70, la nave Voyager llevó al espacio una serie de marcas identitarias de la humanidad por si era capturada por alguna civilización extraterrestre. Y la nave va, como diría Fellini, por el espacio profundo sin haber sido contactada. Como Ud. es un cinéfilo y fue durante once años director de la Cinemateca, ¿qué película cubana y extranjera habría colocado en la Voyager?
La última cena y Viridiana, respectivamente.
En el Zodíaco lo tenemos como Leo. ¿Le hace honor a su signo?
En primera, creo que predomina en mí el Virgo.
Es que nació en el límite, el 23 de agosto, cuando acaba Leo y comienza Virgo…
Y me gusta mucho la personalidad de Virgo, porque es más inteligente en sopesar las cosas. No es muy femenino el Virgo. Es curioso.
¿Qué le aterra a los 83 que no le aterraba a los 63?
La soledad. La soledad como algo inevitable.
Chincha Coja.
Casi que es mi cosmópolis. (Risas)
La Sra. Zamora.
Mi madre la tengo divinizada. Austera, permanentemente viuda, una heroína del capitalismo. Buena hasta morirse.
(Truenos cercanos)
Incluyéndolo, hay tres grandes Reynaldos en la literatura cubana. Etimológicamente se dice que el nombre tiene el don divino y que es de origen germano. ¿Es pura coincidencia esta trilogía u obedece a un plan del destino?
De los tres me quedo con Reynaldo Arenas. Tengo una afección muy directa y una empatía muy grande por él. Tanto es así que salí a buscarlo en Nueva York cuando ya estaba muy enfermo.
¿Y pudo verlo?
Claro.
¿Un sueño recurrente?
Tener frío. Me abrigo y me digo: “Si no hay frío, ¿por qué lo hago?”.
Dios no existe; nunca existió; existe; no existió, pero existirá. ¿Con cuál de las variantes se queda?
Esa de que existirá me gusta mucho, pero hecho por el hombre.
¿Tiene una buena razón o simplemente una razón para levantarse todos los días de la cama?
La literatura. Me parece muy loable.
La letra de su sillón en la academia es la T. Ha dicho que lo honra, porque le gusta Santo Tomás. ¿Qué le cautiva de este doctor de la iglesia?
La sabiduría. Tomás de Aquino casi se inventa otra religión. Envidia la que tengo por Santo Tomás…
Decía John Lennon que la vida es lo que ocurre mientras nos entretenemos haciendo planes con ella. ¿Estaría de acuerdo con el mártir pacifista?
Yo he hecho la vida que he querido hacer, a pesar de todos los inconvenientes que parecían invencibles.
Lennon dijo también que la felicidad era una pistola caliente. ¿Su felicidad ha supuesto víctimas?
No. La felicidad es el equilibrio. Es saber manejar una báscula.
Ud. dijo en televisión nacional, en el programa de Amaury Pérez, lo siguiente: “Hay dos cosas que buscan mucha desgracia: la queja y la tacañería”. ¿Estoy ante un supersticioso?
No tanto, pero me cuido de las reiteraciones. En escribir y en vivir. Son avisos.
Algo más biológicamente personal. ¿Cómo logra conservar ese semblante de manzana?
Eso me lo dio la naturaleza. He comido mucho mango. Muchas gracias por el piropo.
¿La vida comienza a los 83?
Lamentablemente no. No… No.
¿Tostones o mariquitas?
¡Tostones!
¿La palabra más hermosa?
Cariño.
Post Scriptum
Ha dejado de tronar. Amaina la lluvia. Su legado de casi una hora ha sido un jardín menos opaco en su abandono y un breve frescor, apenas percibido, como el sollozo de Reynaldo por su amigo Pablo Milanés. “Han muerto tantos”, dice, susurrante. Ya no hay palabras. Se esfumaron. Lo que queda, un aire inmóvil y terroso, aposenta la melancolía de un hombre a merced de sus aflicciones. Después del estrechón de manos, no me vuelvo. Busco la salida, torpemente. Al cerrarse, la reja expulsa un sonido metálico. Conciso y perfecto, es la señal: el tiempo ha vuelto a ser el fugitivo de siempre y yo saboreo el último reducto de café servido amablemente por Eduardo, un amigo del escritor. Por estas fechas, es todo un lujo versallesco.
Excelente entrevista a excelente persona.
Una de las mejores entrevista que he leído en mi vida. Agradecido!
Delicioso intercambio. Gracias por hablar en cubano.