Grisell Monzón es una actriz cubana de 31 años que, como muchas otras, se ha marchado de la isla. Desde mayo de 2022 vive en Madrid, un lugar que no le resulta extraño y en el que pasó parte de su infancia cuando su madre, dos décadas atrás, también decidiera irse de Cuba. Pero, más allá de ese ir y venir, hay cosas en ella que permanecen intactas, como la voluntad de ser una pinareña orgullosa que decidió tener el arte como terapia y como fuente de vida.
Grisell y yo hemos compartido algunos sueños y todo el que la conoce sabe que una vez que compartes algo con ella, ya no puedes alejarte del todo. Porque, además de la extraordinaria disciplina y la perseverancia para lograr sus proyectos, es una muchacha llena de bondad. Por eso cuando supe que ella completaría el elenco de la película Adiós Cuba, de Rolando Díaz, junto a Yuliet Cruz, Betiza Bismark y Frank Moreno, pensé que tenía la excusa perfecta para esta entrevista.
“El arte es mi manera de expresarme y, por ende, es lo que me salva. Mi mamá siempre me tuvo muy cerca del arte, siempre me motivaba para que participara en las actividades de la escuela. Como yo era una niña muy intranquila, me matriculó en clases de ballet para apaciguarme un poco. También tenía el referente de mi tío, que era actor del Buendía, y yo veía como algo muy cool que viajara por el mundo, pero siempre con una idea muy abstracta de lo que él hacía.
“Luego en la secundaria me anoté en un taller de teatro, porque la actuación para mí ha sido una intuición, algo de lo que siempre he querido estar cerca. Y ahí es donde conocí a Luis Manuel Valdés, la persona que más me inculcó el interés por la Escuela Nacional de Arte. Él me dijo: ‘Tu camino va por aquí y yo te prepararé para hacer las pruebas de la ENA’”.
Y como pudo predecir su primer maestro, Grisell se graduó de la Ena y continuó sus estudios en el Isa (Universidad de las Artes). Pero, según me cuenta, la realidad que encontró allí en 2011 estaba lejos de la noción utópica del Isa que le había construido su tío José Juan Rodríguez (El Jabao). Por eso encontró en El Ciervo Encantado la escuela en la que terminaría de formarse.
“El Ciervo fue el Isa que no tuve, y la posibilidad de pertenecer por primera vez a una agrupación profesional. Fue donde terminé de entender por qué quería estar en esta profesión, por qué me había convertido en actriz. Aprendí que el arte y la actuación van mucho más allá de lo que significa tener o no éxito. Entendí que era algo más profundo, que supera el dilema de la aprobación de los demás. Desgraciadamente siento que los artistas siempre estamos en el punto de mira y tenemos esa presión de la aprobación. Y una de las cosas que logré en aquel momento fue encontrarme como artista, que fue súper importante. Entender por qué hacía esto y por qué quería hacerlo el resto de mi vida, aunque lo acompañara de otras cosas”.
Los aprendizajes de las maestras Nelda Castillo y Mariela Brito, su sistema de entrenamiento construido a partir de la experiencia de Nelda en el Buendía y de muchas otras fuentes, es algo a lo que Grisell no ha dejado de recurrir a lo largo de los años.
“Siempre vuelvo y, mientras más pasa el tiempo, lo entiendo más”, confiesa. “El Ciervo fue un oasis en un momento en el que estaba sedienta de que me quitaran la decepción. Descubrí que soy una persona físicamente preparada para muchas cosas, aprendí mecanismos para potenciar mi fortaleza física, mi capacidad de resistencia. Es algo que me ha acompañado hasta ahora”.
Quienes han podido seguir su recorrido profesional saben que, luego de su experiencia en El Ciervo Encantado, Grisell se mantuvo durante siete años en el grupo Ludi Teatro. “Ludi no es solo un espacio de trabajo, Ludi es una familia: mi familia. Desde muy temprano deseaba ser parte de la fundación de algo, y Ludi me dio esa oportunidad; me impulsó profesionalmente y encontré un lugar como actriz ya más adulta. Para quienes estuvimos desde el inicio con Miguel Abreu, constituyó la posibilidad de construir de cero un grupo de teatro, desde formar una escuelita a luego tener una sede. Miguel y yo compartimos una obsesión muy grande por el trabajo y él me permitió desarrollarme en todos los sentidos, utilizando los conocimientos adquiridos en la Ena y en El Ciervo con mucha libertad para ponerlos en función de su poética”.
Grisell cuenta con orgullo que durante sus años en Ludi participó en todas las obras y experimentó una dinámica de grupo muy intensa, con la exigencia profesional de ensayar siempre entre semanas y dar funciones viernes, sábados y domingos.
“Después de esos años quería desarrollar mi carrera individual, una poética más personal, más independiente. Pasar por todas estas agrupaciones me dio mucha independencia como profesional y me otorgó también la capacidad de hacer las cosas por mí misma. Yo soy una persona de rutinas; trabajo diariamente, porque la comodidad del ser humano es aplastante y me gusta luchar contra eso. Pero ese deseo se vio frenado por la decisión de emigrar, que es algo que te planteas, pero que siempre postergas. Sabes que en algún punto te vas a ir, en algún momento vas a hacerlo; pero no estás segura.
“Para mí la emigración ha sido un proceso largo, muy largo. Vine a España a los 9 años con mi madre y por razones de la vida (que siempre va a ser más fuerte que tú) tuve que regresar a Cuba. Después de eso mi primer viaje aquí, en 2019, antes de la pandemia, fue gracias a una presentación de la película Lucas como Sara, que hice con Day García, mi amiga y directora de cine, joven maravillosa”.
Grisell asegura que ese fue un viaje decisivo. “Volví a Cuba con 12 años y nunca más había regresado a España. Aquí quedaron heridas abiertas, quedó mi padre, que murió luego en 2020, y los recuerdos de momentos muy intensos que viví en mi niñez. Volver en 2019 fue como una terapia de choque, un proceso de sanación que necesitaba, un viaje al pasado para enfrentarme con todo aquello que había vivido y poder sanar; sobre todo sanar”.
El audio de esta respuesta, a pesar de ser un pasaje que no le escucho por primera vez, viene lleno de silencios. “Gracias a ese viaje pude tomar la decisión de volver a vivir fuera de Cuba —dice—, y supe que este era el lugar en el que quería vivir y donde tenía las mejores condiciones para empezar de cero”.
A pesar de haber tenido que reinventarse en muchos sentidos, Grisell ha logrado insertarse en proyectos artísticos en España. “Cuando llegas a otro país te cae una ansiedad muy grande, terrible, que te hace querer ser otra cosa. Piensas que lo que tú eres ya no sirve, y empiezas a querer estudiar en una universidad cualquier otra cosa. Crees que no servirás aquí porque es otra sociedad, es todo diferente. Yo estaba inmersa en ese deseo de entrar a la universidad para estudiar y un día pensé: uno empieza de cero, pero no tan de cero, porque yo soy actriz, yo estudié nueve años de mi vida, trabajé como una bestia, he estado arriba de un escenario desde el primer momento que me gradué de la Ena hasta ahora no he parado de hacer teatro. O sea, uno empieza de cero en ciertas cosas, pero ya uno es alguien y renunciar a eso está mal. ¿Por qué renunciar? ¿Por qué no creer que, como lo encontramos en Cuba, podemos encontrar un lugar aquí, aunque sea más difícil?
“Siempre digo que ahora me siento como cuando estaba en Pinar del Río y decidí ser actriz: buscando quien me prepare para hacer la prueba de la Ena… Me siento en ese punto, con la diferencia de que ya soy actriz, ya tengo experiencia, herramientas que están ahí. Solo hay que respirar, tener paciencia, ser constante y luchar por eso que uno es”.
Una de las pruebas de que todo eso es posible fue la oportunidad de trabajar en la versión de La Celestina presentada en el Festival Iberoamericano del Siglo de Oro Clásicos en Alcalá, dirigida por el Premio Nacional de Teatro cubano Carlos Díaz con actores de la isla que viven en España.
“Fue sencillamente extraordinaria —comenta. Aunque nunca había trabajado con Carlos Díaz, era alguien a quien admiraba por su trabajo y por el amor que despertaba en los actores.
“Carlos es como un Buda de la felicidad y uno es muy feliz a su lado. Yo me había preparado psicológicamente desde que llegué a España para asumir que no trabajaría en el teatro por dos o tres años, porque quería ser realista en cuanto a mi condición de emigrada. En ese momento se me había activado el permiso de trabajo y justo a la semana recibo una llamada del actor Georbis Martínez, por quien yo llegué a La Celestina. Él me dice: ‘Hace falta una actriz para el montaje’. No lo podía creer. Era la oportunidad de hacer un clásico como ese con Carlos Díaz, con quien nunca había trabajado antes. Y fue maravilloso. Carlos es la libertad, me permitió poner en escena todo lo que soy como actriz; todo lo aprendido a lo largo de mi carrera, libremente, sin juzgarme”.
Cuando habla de Carlos Díaz asegura que es alguien con quien quiere seguir trabajando porque fue un regalo conocerlo. “Para él el teatro es disfrute, y vivir junto con él este proceso fue muy hermoso. Solo pido que a La Celestina le sigan apareciendo oportunidades, que podamos hacer más funciones aquí en España. Los demás actores estuvieron en Miami y por razones de mi estatus legal no pude ir. Pero fue maravilloso actuar por primera vez en España, tan solo un año después de haber llegado”.
Con el mismo entusiasmo, Grisell cuenta de su participación en la última edición del Festival de Cine de Málaga con el filme La mujer salvaje, dirigida por Alan González. La película le ha hecho merecer a la también cubana Lola Amores el Premio a Mejor interpretación femenina y en ella Grisell interpreta el personaje de Osiris.
“Estoy trabajando con Alan desde que hicimos el corto El hormiguero. Él me vio hacer un casting para la película El techo, de Patricia Ramos, y me contactó unos meses después para decirme que tenía un proyecto en el que le gustaría que yo trabajara. De pronto era un director que estaba muy interesado en mí como actriz y eso me sorprendió. Por eso cuando empezó a escribir La mujer salvaje me habló de Osiris, porque quería que yo la interpretara. Escribió el personaje pensando en mí. Imagina, yo respeto mucho el cine. Para lograr hacer una película pueden pasar años: filmarla, montarla, hacer la postproducción. Y yo viví con él desde el inicio ese proceso. Estar desde la primera escritura que él hizo significa mucho para mí. Ver cómo él consiguió todo lo que necesitaba, luego verlo filmar en medio de la pandemia, poder estrenarla en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF), ver todos los premios que ha alcanzado y finalmente poder asistir a su presentación en el Festival de Málaga, estar allí, me ha hecho sentir extremadamente orgullosa.
“El cine de Alan es complejo. Es un cine casi documental, que disfruto mucho. Su trabajo con los actores es muy rico porque, aunque hay un guion, él a ti como actriz te deja fluir, te propone, te permite desarrollarte como quieres. Siempre está jugando a sorprenderse y a que tú como actriz te sorprendas para que estés viva en la película”.
Más allá de ser su amigo, Grisell considera que Alan González es uno de los mejores directores de cine joven que hay en Cuba, con una carrera que irá abriéndose paso cada vez más. Se ríe mientras habla de la emoción por su primera alfombra roja, que, aunque parezca una frivolidad, es una convención que le otorga un espacio de visibilidad a los actores, me dice. Pero el mayor aprendizaje que le ha dejado La mujer salvaje es el camino de la perseverancia como único premio. “Todo lo que se hace de verdad, y todo lo que lleva un trabajo gigante detrás, tiene resultados notables; aunque demoren en llegar, en algún punto se pueden ver esos resultados”.
La última gran alegría para Grisell llegó con la noticia de su participación en el elenco de Adiós Cuba, el más reciente filme de Rolando Díaz. “Te imaginas lo afortunada que me siento de poder ser parte de este proyecto —me dice—. Primero, porque me hace una ilusión increíble trabajar con Yuliet Cruz. Y, por supuesto, también con Betiza y Fran Moreno, que fue actor de Carlos Díaz hace muchos años y a quien agradezco por servir de puente para mi entrada a este proyecto.
“La película trata un tema muy sensible para nosotros los cubanos. Da un testimonio de lo que ocurre con los cubanos que están emigrando y visibiliza el tema. Estamos atravesados por esa circunstancia isleña de la que habla Virgilio Piñera. Crecimos en una isla en la que nos hicieron creer que éramos el centro del mundo. Y cuando sales te das cuenta de que mucha gente ni siquiera sabe dónde está Cuba. Cualquier oportunidad para visibilizarla es una gran oportunidad, porque para algunos es una isla olvidada en el Caribe. Es triste y doloroso.
“Casi todos mis amigos están en Madrid o en Miami. Hay aquí una comunidad tan grande de artistas cubanos, de amigos. Tengo los amigos de mi mamá, de aquella época de mi niñez. Pero tengo mis amigos de ahora, los que yo hice, con los que decidí tener una amistad, con los que estudié, que son también mi familia. No hay manera, por dura que sea la migración, de sentirme ajena a este lugar. También por eso hacer una película como esta, mi primera película fuera de Cuba, me hace muy afortunada. Creo que puede ser un filme muy hermoso, aunque triste, como es la realidad de todos. Cada cual tiene su historia de migración, estamos rotos, y eso estará en la película”.
Para Grisell Monzón, el tiempo se ha vuelto una carrera. Le parece que la vida pasa más rápido después de los 30, pero piensa que es solo un estado de mayor conciencia en el que la presión social de ser mujer se vuelve cada vez más presente. En la estabilidad con su pareja, se pregunta a ratos cuándo podrá ser madre y se debate ante la disyuntiva de asumir la responsabilidad de un hijo. Me confiesa alguno de sus miedos, que llegan como marcas de ausencia y de una infancia difícil que no querría para sus hijos. Le gustaría mucho maternar, pero se debate entre las cuentas a pagar, los proyectos profesionales y algunas garantías con las que sueña para su familia.
Sin embargo, la actriz sabe que la felicidad es una decisión personal: “Tú decides ser feliz con las circunstancias que tocan en la vida, eliges cómo enfrentar cada obstáculo. La felicidad es un estado que está en ti, y tú decides qué hacer con ese estado, si mantenerlo o abandonarlo y ser una persona infeliz. Son cosas que me repito todos los días, porque, por supuesto, también necesito escuchar eso, yo también me desespero, me lleno de ansiedad. Pero cada vez que alguien me pregunta qué estoy haciendo, mi primer impulso es responder: “Viviendo”. ¡Ya está! ¿Quieres algo más importante y complejo que estar vivo todos los días, mantenerte vivo? Ya está.