La muerte del escritor neoyorkino Paul Auster conmovió al mundo literario. Nacido en Neward, en 1947, Auster padecía cáncer y su estado de salud era conocido por el público que lo seguía; pero la noticia fue tan sorpresiva como contundente, al punto que su propia familia acabó asombrada con la manera en que se propagó.
La novelista Siri Hustvedt, viuda de Auster, escribió en su Instagram que “antes de que sacaran su cuerpo” de la casa, circulaba ya en los medios de comunicación la confirmación del fallecimiento y que, incluso, se habían publicado obituarios.
Para ese triste momento familiar, escribió “ni yo, ni nuestra hija, Sophie, ni nuestro yerno, Spencer, ni mis hermanas, a las que Paul amaba como si fueran las suyas y lo acompañaron en su muerte, tuvimos tiempo para asumir nuestra pérdida”. Semejante realidad le hizo afirmar: “nos robaron esa dignidad”.
“Desconozco la historia completa sobre cómo pasó, pero yo sé esto: está mal”, refiere en el texto publicado en inglés y desde Instagram.
Hustvedt apunta a una realidad que cada vez se impone con mayor fuerza, la de la casi obligación humana de estar a tono con la vertiginosidad informativa de estos tiempos; hecho tan inevitable que vengo a padecerlo cuando intento precisar la fecha del fallecimiento de Auster: ¡30 de abril! Habría jurado que había sucedido ayer, tres días atrás, cuatro o cinco a lo sumo.
Uno tras otro se amontonan los acontecimientos en nuestro cerebro, y este debe procesar con calma, pues bastante cansado anda con las eventualidades cotidianas concernientes al cuerpo que debe controlar.
En cuanto al deceso de Auster, sucedió, según Hustvedt, en la biblioteca de su casa, entre muchos de los libros que había amado y que le dieron fama mundial. El hecho fue confirmado por The New York Times en un texto que rápidamente se transformó en uno de los clásicos obituarios del periódico.
La noticia toma como apoyo la confirmación de una amiga de Auster y su familia, llamada Jacki Lyden, periodista y de quien no se ha sabido más desde ese anuncio. La reseña ofrece también referencias salidas de la crítica especializada, de amigos y colegas de Auster previamente entrevistados.
Ya una vez escribí sobre los redactores de obituarios y los obituarios mismos, partiendo del texto “Don malas noticias”, donde Gay Talese reconstruye los hábitos profesionales del periodista Alden Whitman, quien por 12 años fuera reportero precisamente del Times, medio para el que escribe Alex Williams, autor del obituario de Auster.
“Para un redactor de obituarios no hay nada peor que la muerte de un personaje mundial sin que su necrológica esté actualizada”, creía Whitman, según Talese.
Alex Williams, quien escribe obituarios en el Times desde 2022 y quien siente una seducción por la historia, según ha escrito en su presentación allí, asegura que este trabajo le ha permitido “canalizar” su fascinación por la historia del siglo XX (en particular, la cultura y las artes de la posguerra) en un flujo regular de “minibiografías de personas fascinantes de esa época”.
De esta manera, Williams continúa una tradición en el gremio y especialmente en dicho diario, que ha sabido llevar de manera brillante estas notas necrológicas a las que por momentos se les refiere como ejemplares.
“La morgue” llamaba Talese a aquella oficina repleta de archivos donde se acopiaban recortes de prensa y miles de necrológicas adelantadas, “una necesidad de los periódicos”; para quien las escribe deja una “rara sensación”.
“Al leer de antemano la muerte de alguien, se llega al convencimiento de que ha muerto por adelantado también”, contaba Talese.
Pero además de los planteamientos profesionales sobre lo que es o debe ser un buen perfil necrológico, y sobre la ética que debe determinarlos, los diarios hoy más que nunca se dejan llevar por la urgencia de una noticia, por el hambre de los lectores que se han convertido en voraces tragaldabas con la irrupción de internet y las redes sociales.
Ante la desesperada necesidad competitiva de dar una exclusiva y establecer un hito informativo, el hecho noticioso, incluyendo una muerte, se convierte en una “cosa” más, a pesar de que podría ser una avalancha que arrasa lo que encuentra a su paso, incluyendo presupuestos morales, éticos o sentimientos.
Tal vez solo salve a este viejo arte de las necrológicas la belleza que se logre en esta pintura mortal, que muchas veces será la escena definitiva a la cual muchos se asomarán para conocer detalles de la vida y obra de un personaje. ¿Cómo la concibió esta vez el propio Williams? Por curiosidad, yo mismo le he preguntado por correo electrónico; si me responde, alguna vez les contaré.
Lo único cierto es que, por ser muchas veces el obituario lo último que tenemos a mano sobre una persona, en el caso de Auster repetiremos con Williams que “a medida que crecía su reputación, […] pasó a ser considerado un guardián del rico pasado literario de Brooklyn, así como una inspiración para una nueva generación de novelistas que acudieron en manada al barrio en la década de 1990 y posteriores”.
También repetimos que tenía “ojos encapotados”, “aire sentimental” y “aspecto de protagonista”. Que “evitaba las computadoras y escribía a menudo con pluma fuente en sus queridos cuadernos” para escribir “seis horas al día, a menudo siete días a la semana”.
De esa manera, Paul Auster “publicó un nuevo libro casi cada año durante años” hasta sumar unos 34, “contando obras más cortas que luego se incorporaron a libros más grandes, incluidas 18 novelas y varias memorias aclamadas y obras autobiográficas variadas, junto con obras de teatro, guiones y colecciones de relatos, ensayos y poemas”.
En los 90, Auster también escribió guiones de cine e incluso dirigió su propia película. En cuanto al tono de su obra, según este texto, “estaba repleta de temas de dolor y pérdida”, aunque en 2022 “un dolor mucho mayor le sobrevendría”: la muerte por una sobredosis de su hijo Daniel, de 44 años, apenas una semana después de ser acusado por la muerte de su hija de 10 meses.
“En una declaración, Daniel dijo que se había inyectado heroína antes de dormir la siesta con su hija y, al despertar, la encontró muerta por lo que se determinó que era una intoxicación aguda de heroína y fentanilo”.
La recién terminada Feria del Libro de Buenos Aires hizo lo que tal vez sea el primer homenaje a Paul Auster tras su muerte. Dicho momento, que vinculó el jazz (gracias a Sebastian Loiácono y Ramiro Pienovi) y la pintura (el historietista Rep dibujaba en vivo) recordó trozos de su obra gracias a la lectura de colegas de Auster como Juan Sklar, Eduardo Sacheri o Liliana Heker.
Les dejo un párrafo del libro más recurrido en ese homenaje, La invención de la soledad:
“Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad…”