Un territorio más pequeño que la Isla de la Juventud se las ha arreglado para tener éxito en la producción de caña de azúcar, el turismo y las inversiones.
Acabamos de despegar del aeropuerto internacional Plaine Magnien, en la isla de Mauricio. Nos esperan once horas de vuelo sobre el continente africano para aterrizar en Madrid. El AIRBUS A350 sube sin esfuerzo a 39 mil pies de altura, donde la temperatura exterior es de menos 54 grados. También hay turbulencias, pero nada que no se pueda combatir con un buen tinto de Rioja.
Se supone que me sobrará tiempo para regalarles una crónica de viaje. Pero Mauricio no es solo una postal turística. Para mí ha sido una clase magistral sobre cómo sacar adelante un país pequeño, pobre y perdido en los mapas de la nada. Situado en el océano Índico, a medio camino entre África y Asia, esta nación tiene 2 040 kilómetros cuadrados, 160 menos que la Isla de la Juventud, al sur de Cuba. Con 1 264 000 habitantes es el territorio más densamente poblado de África y el de la esperanza de vida más alta (74 años) entre los países en vías de desarrollo.
Pero Mauricio no es un rico califato petrolero. A diferencia de los países árabes del Norte le ha tocado bailar con la más fea. En 1966, cuando nací, todavía era colonia del Reino Unido. Antes había pasado por las manos alegres de portugueses, holandeses y franceses. En 1968 declaró su independencia y pocos le auguraban un destino feliz al margen de sus atracadores coloniales. Por siglos talaron sus bosques de ébano, cargaron con sus diamantes y no se llevaron las playas de aguas cristalinas porque era una misión imposible. ¡Qué suerte!
En los últimos 56 años Mauricio se dedicó a sobrevivir de la producción de azúcar de caña. Hoy, con 72 mil hectáreas sembradas, dedica a este cultivo el 82 por ciento de toda la tierra productiva de la isla. Con ello han conseguido en 2023 unas 600 mil toneladas de azúcar, de las que 530 mil se exportan a Europa. En Cuba, según la Oficina Nacional de Estadísticas, la producción azucarera fue de 350 mil toneladas en el mismo periodo. La cosecha más baja de un siglo, en un país que en la década de los 80 producía más de siete millones de toneladas. Este fragmento del mundo (reitero: más pequeño que la Isla de la Juventud) asumió la filosofía de economía circular y cero basura. Todo se recicla y se aprovecha. Con el bagazo de la caña hoy producen el 60 por ciento de la electricidad que consumen.
He subido a un helicóptero para recorrer la isla de Norte a Sur. Además de sus barreras de corales, las cascadas, los bosques tropicales y los templos hindús, he visto los campos de caña de azúcar llegar hasta el borde del mar. Por mucho que aporten a la economía la exportación de pescado procesado, los diamantes y los textiles, los mauriceños no renuncian a la producción de azúcar. Es una industria que está en su raíz de nación, desde que los colonos holandeses desembarcaron en 1635 con las primeras cañas y los primeros esclavos traídos de Madagascar.
Dicen que en 1896, cuando un Mark Twain aventurero llegó a estas tierras, quedó grabada para la historia una frase que hoy es la inspiración de una pujante industria turística: “Dios creó primero a Mauricio y después el cielo”. Ese tesoro de la naturaleza tiene el plus de un servicio de diez, de la mano de un pueblo alegre, simpático y educado, que habla inglés, francés y criollo. En 2023 el receptivo turístico alcanzó 1 300 000 visitantes, cifra que ya es superior a la población de la isla. Solo desde Dubái llegan a diario dos vuelos del AIRBUS A380, el avión de pasajeros más grande del mundo, en los que se transportan mil turistas cada 24 horas.
Todo esto es posible gracias a un pragmatismo económico digno de estudio. De los 190 países que conforman el ranking Doing Business, Mauricio ocupa el puesto 13 por sus facilidades para los negocios y la inversión extranjera. Este año la cifra de empresas registradas en la isla supera las 21 mil. Gracias a los cambios en la Ley de Estado Civil ahora es posible el matrimonio de parejas no residentes, una simple facilidad que convirtió a la isla en el mayor destino turístico de bodas y lunas de miel, con cientos de nupcias anuales.
Durante días he dormido frente a una playa hermosa pensando en Cuba. En Mauricio se han pasado por el arco de triunfo el fatalismo geográfico y lograron sacudirse el fantasma de la sumisión colonial. Tanto que cada año votan en la ONU con voz propia contra el bloqueo a Cuba. Y todo con una simple filosofía que me enseñó Rajesh, el desinhibido trabajador que cada mañana tendía las hamacas en la playa. Paseaba de un lado a otro para limpiar con un paño pulcro los lentes y las gafas de sol de los turistas: “El mundo —advierte con seriedad a los visitantes— no se puede ver bien detrás de unos cristales empañados”.
*Este texto fue publicado originalmente en el perfil de Facebook del autor. Se reproduce con su autorización expresa.