Es noviembre de 2014. María Celia Laborde acaba de lograr la medalla de oro en la vigesimosegunda edición de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Veracruz, México. Los gritos desde las gradas vitorean a la campeona, aunque el resultado no sorprende: meses antes había sido bronce mundial en Cheliábinsk, Rusia, y ya contoneaba su figura como una de las cartas de triunfo del judo cubano.
Mientras le hace reverencia a su contraria en el tatami, la joven, de apenas 48 kilogramos de peso, vive instantes agridulces. La situación en su país es precaria, y los deportistas no tienen las mejores condiciones para entrenar, ni salarios dignos. El futuro carga demasiadas incógnitas. Ella lo sabe, y si lo olvida solo debe observar a su alrededor.
Esa realidad ronda su mente desde hace bastante, la colma de dudas. Surgen preguntas sin respuesta. En suelo azteca, su nombre es sinónimo de victoria, pero anhela más y decide apostar por una vida mejor… o al menos intentarlo. Entonces, la osadía gana por ippon.
“Tomé la decisión de abandonar la delegación después de terminar mi competencia”, proclama con tono de satisfacción casi una década después, cuando está a solo horas de hacer realidad uno de sus grandes anhelos: debutar en unos Juegos Olímpicos.
París 2024 será un premio a la perseverancia. Testaruda al fin —tal como se autodefine—, vio pasar Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020, pero su mentalidad se mantuvo fuerte. Ella sabe que los sueños se cumplen si no existe el miedo y la paciencia emerge en forma de virtud.
Es un sábado de junio de 2024. “Finishi”, como bautizó un día la estelar Idalys Ortiz a María Celia, responde las interrogantes de OnCuba vía Messenger. Mucho ha cambiado en su vida. Demasiado, podría decirse. Hoy tiene a su alcance todas esas cosas que sabía iban a faltarle y por las que decidió darle un giro de 180 grados a su vida.
Poco ha cambiado ella desde el punto de vista físico. Exhibe el mismo look, cierto aire juvenil y parece que no ha pasado el tiempo, pero su almanaque personal suma 33 años y actualmente representa a Estados Unidos en los grandes escenarios de la disciplina creada por el maestro japonés Jigoro Kano.
De aquella gran decisión en 2014 recuerda: “Salí del hotel con algunas pertenencias, tomé un avión desde Veracruz al aeropuerto de Reinosa y de ahí cogí un bus hacia la frontera del mismo lugar, donde pedí asilo político”.
Luego, el camino no fue fácil y absolutamente nada más se supo de aquella talentosa judoca de la isla que dominaba como una diosa varias técnicas de hombros en busca del ippon.
“Durante todos esos años tuve una vida sencilla. Debuté como instructora en un club en el estado de Illinois, llamado Arena Training Center, y trabajé de entrenadora en otros espacios, como el Rothwell MMA, en Wisconsin, donde actualmente radico.
“También anduve por muchos territorios para impartir clases en diferentes campos de entrenamientos, y tuve mi momento en la compañía Amazon. Es decir, todo lo que hice fue trabajar”, expone, satisfecha.
Pero en ese tiempo María Celia nunca enterró la posibilidad de retomar su pasión con la fuerza de antaño. Y las puertas se abrieron de par en par cuando recibió la ciudadanía en 2022 y volvió a competir en esa misma temporada.
El ascenso fue meteórico. En 2023 se convirtió en la primera exponente de la nación estadounidense en obtener una medalla en el Masters Worlds desde 2016. Quedó en la segunda posición tras ceder frente a la fuerte nipona Koga Wakana. Además, alcanzó el tercer puesto en los Panamericanos de Santiago de Chile en su primera cita multideportiva en muchísimo tiempo.
“Realmente soñé muchas veces con obtener la clasificación a París y estar en unos Juegos Olímpicos. En 2014 tenía prácticamente asegurado el boleto, pero ya sabemos las razones por las cuales no pude asistir”, espeta en tono nostálgico.
La ausencia en Río 2016 no resultó fácil de digerir. Tener el boleto en el bolsillo, mantenerse entre las primeras del ranking universal y saber que se le daba bien competir en Brasil maximizaron la nostalgia.
De hecho, su momento deportivo favorito sucedió allí y todavía llora cuando lo recuerda.
La historia de tal añoranza es sencilla. Con las siglas de Cuba en su judogi, “la pequeña” ganó la presea de bronce por equipos en el Mundial de 2013, y el público alentó siempre a las competidoras de la mayor de las Antillas. Eso la marcó para siempre. Incluso, podría pensarse que pudo haber postergado su decisión en pos de hacer realidad la fantasía olímpica, pero su mente gritó basta.
Entre los seguidores del deporte cubano es difícil encontrar quien la recuerde. Su paso por el equipo nacional resultó exitoso y efímero. María Celia es, tal vez, una de las figuras menos promocionadas dentro del amplio grupo de cubanos que competirá en suelo galo en representación de otras banderas. Eso, sin embargo, no le resta favoritismo ni opciones de alcanzar algún premio.
“La preparación ha sido excelente. Me veo cerca del podio. Intenté corregir hasta los detalles más mínimos, porque las nimiedades son las que te pueden llevar a perder un combate”, explica.
La cercana lid bajo los aros tendrá su inauguración este 26 de julio. Solo un día después Laborde saldrá a la Arena Campo de Marte a terminar el trabajo que inició a los 11 años de edad y tuvo una pausa casi obligada por decisión personal.
Empero, algo cambió a la hora de encarar cada nuevo certamen. “Compitiendo por Estados Unidos tengo menos presión, me siento más libre”.
“Ahora tengo menos estrés, más libertad y el poder de elegir qué quiero y no quiero hacer”, añade antes de reconocer que la balanza solo se inclina hacia la isla cuando se trata de calor humano, cariño y cercanía de otros de sus seres queridos.
Sin hijos, casada hace un lustro y con residencia en Wisconsin, Laborde tiene planeado regresar a Cuba luego de la Olimpiada. Hace nueve años no toca su tierra; ya cumplió el tiempo de castigo que el Gobierno impone cuando se abandona una delegación oficial.
“Me quedan muchos familiares, principalmente mi papá y mi abuela, ella me crió, porque mi madre murió cuando era una niña. Los extraño mucho, como también a algunos vecinos que todavía quedan en mi barrio, allá en la provincia Guantánamo”.
El retorno será otro de sus triunfos, porque la isla siempre ha estado con ella. “Mi papá suele decirme que todo es posible, que todo lo que te propongas lo puedes lograr, porque las limitaciones solo están en tu cabeza. Esa frase camina conmigo”.
Seguramente, en casa, la que dejó atrás persiguiendo una vida mejor, disfrutará algunas de sus aficiones: cocinar; jugar pelota; salir con amigos y personas cercanas; ir a la playa; bailar salsa y bachata; escuchar rap y música pop en inglés.
Ya cerca, luego de abrazos, besos y lágrimas, su padre seguramente le recordará lo testaruda que ha sido desde que vino al mundo, pero aplaudirá su disciplina y perseverancia, así como el no rendirse ante las adversidades.
Pero todo eso sucederá después del 27 de julio. Ese día, con la bandera de Estados Unidos bordada en su judogi, María Celia Laborde intentará alcanzar la gloria olímpica en una división (48 kilos) histórica para su terruño natal, pues antes brillaron, en ese contexto, Legna Verdecia, Amarilis Savón y Yanet Bermoy.
“Nunca es tarde si la dicha es buena”, reza un manido adagio. El ansiado debut, probablemente la única oportunidad olímpica de María Celia, está marcado con tinta roja en el calendario. Sin dudas, los sueños se hacen realidad.
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!!!!!!!!!PRESION ??????!!!!!CUAL PRESION MAMITA , SI QUIERES SENTIR PRESION VIVE EN MIAMI AHI SI TENDRAS LA JAURIA ENCIMA Y TENDRAS POR OBLIGACION DE DECIR PATRIA Y VIDA, AHH JOVEN NUNCA OLVIDES AL MENOS QUE FUISTE HECHA JUDICA Y PERSONA EN CUBA