Cuba cambia. Lentamente, pero cambia y su capital también. Se ve, por ejemplo, en las paredes y muros de La Habana. Cualquiera que, con ojos bien abiertos, recorra de punta a punta la ciudad, verá como lo que una vez fue espacio de añejos carteles de propaganda partidista poco a poco va llenándose de obras de arte callejero.
Tradicionalmente los visitantes que llegaban a la isla se asombraban del discurso épico de sus murales, de los rostros de dirigentes o mártires y de los mensajes políticos y sesenteros. Cuba, que además debe ser uno de los pocos países sin carteles publicitarios de mega empresas como Coca-Cola o McDonalds. Lo nota el que llega, pero también el cubano que se da una vuelta por el mundo, repleto de gráfica comercial hasta el cansancio.
En nuestras paredes públicas se abre camino, lenta pero constantemente, la publicidad comercial de espacios privados, que muchas veces recurre al “gancho” de la vieja retórica y también al arte callejero.
El cambio de discursos comenzó hace algunos años y la nueva expresión no ha dejado de crecer y difundirse.
En 2017 retraté el grafiti de un Trump decapitado. En una pared de La Habana Vieja, Súper Malo, el personaje fetiche del artista, sostenía la rubia testa del magnate. La obra fue efímera; demasiado. Creo que no pasó de las 24 horas a la vista de los transeúntes. La retraté en la mañana y en la tarde había sido borrada.
He leído que el de Trump fue uno de los primeros grafitis del joven artista Fabián, que firma sus obras como “2+2=5”. Y supe que, contrario a lo que pensamos muchos, su seña de identidad nada tiene que ver con 1984, la novela distópica del británico George Orwell. Fue, asegura en una entrevista, una broma a una profesora de Matemática.
Lo cierto es que “2+2=5” es un artista prolífico, y su personaje Súper Malo es una presencia constante en muchos barrios de La Habana. Pero no es el único grafitero local. En los muros derruidos de la ciudad conviven obras de Yulier P., Happy Zombie, Silis, Leandro, B8, Lou81 y muchos más.
Y si hablamos de grafitis habaneros hay que mencionar sí o sí San Isidro, en La Habana Vieja profunda, una vez zona rosa, barrio de marinos y gente humilde. El lugar donde cobró fama y encontró la muerte a principios del siglo pasado el más célebre de los proxenetas cubanos, Alberto Yarini.
En San Isidro se ha afincado desde 2016 la Galería Taller Gorría (GTG), proyecto del reconocido actor y cineasta Jorge Perugorría, decidido a cambiar el rostro del barrio y convertirlo en una suerte de SoHo tropical. Para ello impulsan el proyecto comunitario San Isidro Distrito de Arte que, entre otras iniciativas, ha convocado a artistas cubanos y extranjeros para vestir de colores las añejas paredes del barrio.
Hoy San Isidro es una galería de arte al aire libre. Atrae turistas que recorren sus coloridas calles y se ha convertido en sitio obligado para sesiones de fotos, sean de quinceañeras, bodas, books para modelos o simplemente de gente que quiere llenar su Instagram de retratos junto a los grafitis que decoran el barrio.
En sus paredes conviven obras de grafiteros cubanos con las de artistas urbanos de Estados Unidos, México, Bélgica, Puerto Rico, Brasil y muchos países más.
Otros barrios de La Habana y —por qué no— del resto de Cuba, deberían seguir la tendencia. Me gustaría ver nuestras calles convertidas en una inmensa galería, plural, abierta. Artistas con talento es lo que sobra y a nuestras ciudades, viejas y desvencijadas, les viene muy bien el retoque artístico.