Muy joven descubrí las locomotoras de vapor gracias a mi amigo Wildy, fotógrafo amante de esos enormes aparatos. Wildy, además de ayudarme —junto a muchos más— a dar mis primeros pasos en la fotografía, me introdujo en el tema de los trenes, del que es un apasionado. Hasta donde sé incluso es un preciosista constructor de maquetas.
Desde entonces, sin llegar a ser fanático o estudioso, en mis andanzas por la vida, siempre que puedo, retrato alguno de esos enormes artefactos, colosos extintos como dinosaurios. Conocer hace tiempo, durante un encargo fotográfico, a un grupo de jubilados alemanes, ex trabajadores de la industria ferroviaria y sentir de cerca su pasión por las locomotoras de vapor, me ayudó a valorarlas un poco más.
Gracias a la sensibilidad del fallecido Historiador de Ciudad, San Eusebio de La Habana, como me gusta llamarlo, a principios de siglo se decidió rescatar locomotoras de vapor por todo el país, fundamentalmente las pertenecientes a los centrales azucareros. Muchas de ellas, con más de 100 años, seguían transportando caña en época de molienda.
Hoy muchas de esas máquinas están expuestas en el Museo del Ferrocarril de Cuba. Unas pocas restauradas se exhiben en el interior del edificio y la mayoría están a la intemperie, sobre rieles y entre la maleza, exhibiendo, orgullosas, una lámina de óxido, metales retorcidos, maderas carcomidas y calderas agujereadas. Huella de los muchos años que fueron parte vital de la una vez poderosa industria azucarera cubana.
Ubicado en la antigua estación ferroviaria de Cristina, muy cerca del Mercado de Cuatro Caminos, en La Habana, el Museo del Ferrocarril de Cuba fue inaugurado en el año 2000 para exponer equipos sobrevivientes de la era dorada de los trenes y los caminos de hierro, de tiempos en que estas máquinas eran parte de algo tan grande que dio lugar a la frase “sin azúcar no hay país”.
La joya de la corona del museo es, sin duda, “La Junta de Fomento”, conocida popularmente como “La Junta”, declarada Monumento Nacional en 1998. Fabricada en 1842 en New Jersey, es la locomotora más vieja que se conserva en el país. En el lejano 1843 ya recorría los campos cubanos. Hoy, a sus 181 años y fuera de servicio, conserva muchas de sus partes originales.
El Museo del Ferrocarril de Cuba fue restaurado en 2019 para conmemorar el 500 aniversario de la fundación de La Habana. La mano salvadora se nota. En el interior de la otrora estación, pintada y pulcra, se muestran al público varias locomotoras recién restauradas, entre las que destaca, nada más entrar, “La Junta”.
Pero llama la atención la ausencia humana. Estuve más de dos horas en las que solo estuvimos presentes un custodio que dormitaba en la entrada, muerto de aburrimiento, y yo. Al preguntarle, me dijo que era así todos los días, que poquísima gente se acercaba al museo.
Para mí lo más valioso del museo —y lo que más fotografié— está en el patio, expuesto a la furia de los elementos. En esa suerte de cementerio de trenes se muestra la mayoría del patrimonio rescatado, aún no restaurado. Gigantescas locomotoras de vapor que se resisten a morir y esperan la llegada de tiempos mejores para resurgir de como ave Fénix de entre el óxido y el olvido; viejas guerreras que a duras penas sobreviven, sin testigos.
Fui director de ese museo durante unos meses. Llegue a tenerle un amor tremendo a cada uno de esos fierros hermosos. Lastimosamente al parecer los directivos actuales de la OHC no quisieron a alguien que hiciera demasiado por el museo, preferian a alguien mas … Tranquilo, tal como el mismo museo, tranquilo y olvidado, sin hacerse notar y manteniendo la ignorancia de que tenemos en ese museo una de las colecciones mas valiosas a nivel mundial en cuanto a parque ferroviario museable se refiere. Una verdadera lástima que un lugar que guarde tan facinante historia y piezas, sea uno de los lugares mas ignorados por el público que ni conoce su existencia…llama incluso la atencion, que el mismo sea ignorado, al estar en una de las intercecciones mas transitadas de esta ciudad como lo es Cuatro Caminos.