Me identifico con la fundación Nobel de Suecia que ha otorgado a Daron Acemoglu, de origen turco, y a los británicos Simon Johnson y James A. Robinson, el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones al estudio sobre la desigualdad de las naciones. Acemoglu, y sus colegas trabajan e investigan en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, mientras Robinson lo hace en la Universidad de Chicago.
El hecho es trascendental dado que hoy se acepta como ciencia constituida que, la desigualdad entre las personas, las clases, los estratos sociales y los países, es la más importante de las cuestiones asociados a los problemas del desarrollo, o más exactamente del subdesarrollo.
Robinson, profesor de Estudios de Conflictos Globales y director del Instituto Pearson para el Estudio y la Resolución de Conflictos Globales de la Universidad de Chicago, con experiencias en América Latina y África subsahariana y cuyas conclusiones acerca de las relaciones entre el poder político, las instituciones y la prosperidad comparto, porque sustentan científicamente algo que, empíricamente hace años, constató mi hermano mayor.
Sin estudios sociales superiores, a partir de observaciones puras, se percató de que, todas las naciones desarrolladas son democracias y que, las democracias progresan más rápido que aquellos países que no lo son. “En America Latina, afirmaba, no existe ninguna nación desarrollada, porque no existe ninguna democracia”.
De hecho, aunque reconozco las excepciones, como parte de una tendencia civilizatoria universal, existe una evidente y visible correlación entre el desarrollo y la democracia. De ahí que, los esfuerzos por el progreso general de las naciones tercermundistas, debe ser acompañado por la expansión y profundización de la democracia.
La democracia y el clima de libertades que la acompaña, incluidas las libertades económicas, crean ambientes propicios para los negocios, seguridades para las inversiones, el comercio y la disposición para las investigaciones y la innovación, estimulando el consumo que son imprescindible para el progreso general.
Por la otra orilla el autoritarismo, la burocracia, la corrupción y la intromisión estatal, el exceso de regulaciones y la discrecionalidad con que suelen actuar los gobernantes y funcionarios, producen un efecto contrario, ahuyentan a los inversionistas y contribuyen a la debilidad de las instituciones y la sociedad civil.
Las observaciones al respecto, han de tener en cuenta que, si bien la existencia de la democracia presenta rasgos comunes, como son la existencia de instituciones estatales y sociales, expresiones de la soberanía popular, elegibilidad de los gobernantes, ciertos grados de pluralismo, existencia de mecanismos de control social del poder, vigencia del estado de derecho y separación de poderes, la configuración del sistema democrático puede estar desigualmente desarrollado y variar de un país a otro.
Una vez leí la observación de que: “Hay países que son democráticos todos los días, menos el de las elecciones y viceversa, porque lo son sólo ese día”.
No hay en Europa ningún país que posea las riquezas naturales de Brasil, Colombia, Venezuela o México, pero ninguno de ellos exhibe la solidez, calidad y estabilidad de las instituciones estatales y sociales europeas. A pesar de experiencias tan negativas y devastadoras como las dos guerras mundiales, el auge de corrientes políticas negativas como el fascismo, en el Viejo Continente, sin ser perfectas, las instituciones estatales y sociales y la democracia han prevalecido y no son cuestionadas en ninguna parte.
El pensamiento político, económico y cultural liberal que cobró auge a partir de los siglos XVIII, XIX y XX, fue reforzado por la tesis de Karl Marx, según la cual, en ciertas etapas del desarrollo, el estancamiento en las relaciones de producción se constituye en freno para el desarrollo de las fuerzas productivas y en obstáculos para el progreso general. Según esas conclusiones, el choque entre estos dos factores (las fuerzas productivas y las relaciones de producción) abría una época de revolución social
Estas perspectivas, junto a nociones filosóficas y políticas avanzadas, auspiciaron experiencias europeas que, aunque extremadamente discutidas como la Revolución bolchevique y el establecimiento del socialismo en la Unión Soviética, refuerzan el criterio de que el progreso general, incluido el desarrollo económico, están ligados a la democracia y al desempeño político.
El clima de opresión existente bajo el régimen zarista, sostén del despiadado y depredador Imperio Ruso, no es comparable con el ambiente de libertades, creatividad e inclusión social desatado por el socialismo en la URSS cuyos pueblos, encabezados por los bolcheviques, en breves períodos históricos rebasaron el horizonte feudal, desataron las fuerzas productivas, crearon y distribuyeron con justicia y equidad las inmensas riquezas creadas por ellos mismos.
El heroísmo colectivo y la apasionada defensa de su patria y su modo de vida, condujeron a la victoria de los pueblos de la Unión Soviética, aliados con otros países occidentales, sobre el fascismo.
Por otra vertiente que debería servir para aprender de los errores, fueron precisamente, los déficits de democracia, derechos y libertades políticas y civiles que provocaron en estancamiento y la decepción popular que después de setenta años de heroicos esfuerzos, dieron al traste con aquella experiencia y provocaron el colapso de la Unión Soviética.
Paralelamente, la experiencia se ha repetido en la República Popular China donde el dogmatismo y el autoritarismo se convirtieron en freno para el desarrollo económico y el progreso general. Las reformas que, como expresión de democratización del sistema socialistas fueron impulsadas allí a partir de 1978, dieron lugar a aperturas y al crecimiento del bienestar y explican los extraordinarios avances de China.
Los investigadores galardonados, no minimizan el papel del colonialismo y el neocolonialismo en la oprobiosa vigencia de las desigualdades, pero tampoco absuelven a las oligarquías lugareñas que, para su beneficio, asumieron las repúblicas como botín y, en lugar de resolverlas, profundizaron las deformaciones estructurales asociadas al colonialismo, a la dependencia y a las desigualdades y son responsables de la debilidad de las instituciones que deberían sostener la democracia.
Prometo profundizar en la relevancia y las repercusiones de los premios Nobel de Economía recién otorgados para la democracia y para las luchas sociales y por el progreso general de los países de América Latina. En cierta ocasión escuché decir a Ricardo Alarcón, destacado político y pensador cubano: “Con la democracia comienza y termina todo”. Así lo creen los ganadores del Nobel. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.