¿Cómo te presentarías?
Soy Derbys H. Domínguez Fragela, poeta, ensayista, editor y, si cabe, crítico literario.
Nací en Sabanilla del Encomendador, Matanzas, en 1974. Como ahí también nació Juan Gualberto Gómez, el nombre del pueblo fue cambiado por el del periodista patriota.
A los 7 años empecé a pintar. Quería aprenderme el almanaque de memoria, le pedí ayuda a mi papá y me dijo “después”, porque estaba muy cansado. Me acosté en el piso, con algunas hojas de papel y me puse a escribirlo; al terminar, hice, de manera corrida, un grupo de dibujos. Mi mamá me llevó, con ellos, a la Casa de la Cultura del pueblo y allí recibí las lecciones correspondientes. Estudié Artes plásticas en la escuela provincial. Aprobé el pase de nivel y por razones ajenas (me quitaron la beca y se la dieron a otro) no pude continuar los estudios en La Habana. Me fui al pre en Jagüey Grande, la escuela al campo, recogida de naranja, chapeo, regadío, en fin… Me pasaba los turnos de clase dibujando en las libretas. En el pre me enamoré por primera vez, con 16 años, y como soy tímido me hice amigo de la muchacha, nos veíamos cada noche en el pasillo, durante la recreación, para conversar. Una noche ella no bajó y fui presa de una muy honda tristeza. Subí corriendo al albergue, agarré una libreta y la llené de garabatos. Así empecé a escribir poemas y a leer de otra manera. Desde esos años (excepto en un momento de depresión que me propuse dejar de escribir, fracasando en el intento) no he dejado de escribir ni de leer. (Soy un escritor y un lector furtivo, pasional, voraz, febril).
Todo esto sucede mientras el Periodo Especial llegaba a nuestras vidas, años 90. De allí salí a estudiar teatro, en La Habana; la de los apagones aquellos por municipios, el Cerelac y las guaguas ausentes, pero aún con vestigios interesantes: los conciertos de Santiago Feliú y Carlos Varela, el Festival de Cine, las ferias del libro en el Pabellón Cuba, donde te encontrabas con autores que aquí no se publicarán y las editoriales extranjeras te regalaban los libros el último domingo, al concluir la Feria… Estudié en la Escuela Nacional de Instructores de Teatro. Al graduarme, me ubicaron en El Mirón cubano. Albio Paz lo dirigía. Allí hice mi servicio social y llevé los zancos al grupo, como elemento distintivo dentro del teatro callejero que hacían. Estando en El Mirón, envié mi poema “Diálogos bajo la llovizna” a la primera edición del concurso Elizer Lazo, de la AHS. Resultó ganador y al año siguiente Ed. Vigía hizo la plaquet pertinente. A partir de este premio sentí y reconocí que debía dedicarme a la literatura, a la poesía. Pedí la baja en El Mirón y me fui a mi casa, en Sabanilla, a leer y escribir. Así no podía sostenerme económicamente y acepté dirigir la sección de literatura de la AHS, propuesta que me hizo José Hidalgo. Allí hicimos la revista Aurora (homenaje al periódico matancero del XIX) y fundamos Aldabón, el sello de la AHS. Después de esto pasé a trabajar en muchos lugares, siempre con la idea de que me diera tiempo para leer y escribir.
Alfredo Zaldívar me invita a trabajar, como editor, en Ediciones Matanzas. En Matanzas, además de editar, tuve mi espacio de promoción literaria, “El sombrero de Zequeira”, en la librería El Pensamiento y “La guillotina”, de crítica, en la Uneac.
Actualmente me he mudado a Cienfuegos. El amor ha hecho que cambie de ciudad y aquí comienzo a adentrarme, como editor, en Mecenas.
He publicado los poemarios Residuo (Ediciones Aldabón, 2009) y Futurama (Ediciones Matanzas, 2014).
Día cero, mi más reciente poemario, se encuentra en proceso por Letras Cubanas y debe aparecer primero como e-book y después impreso, según aparezca el papel.
¿Qué queda en ti de aquel niño que quiso ser artista plástico?
Escribir, para mí, es un proceso análogo al acto de dibujar. Cambié o sustituí colores, figuras, líneas, por palabras; eso hace que escritura y pintura representen algo similar; que verso y trazo gráfico sean continuidad del mismo impulso creativo. Veo y entiendo mis poemas —si cabe llamarles así— en calidad de manchas, borrones, dripping, collage, instalaciones verbales en el pequeño muro o pared rectangular que es el papel, metáfora del espacio dado para expresar ideas. El soporte —llámese lienzo, cartulina, hoja— no establece diferencias radicales entre lo que desde pequeño he querido hacer: escribir sobre los objetos, interviniéndolos; pintar encima de las palabras, distorsionándolas.
¿Dibujas aún?
No dibujo desde hace mucho, aunque me gusta decir que lo hago cuando escribo, con palabras, y que compongo poemas mientras dibujo sensaciones, ideas, dudas; o mejor, porque me interesa la indefinición —vivo de ella—, que escribo como si dibujara y creo figuras como si escribiera. Esa indeterminación es mi trabajo y lo que, en algún momento —de merecerlo— debe llamarse la obra. Consiste en ir y venir de los colores a las palabras, del dibujo al poema, canjeando, sustituyendo, trocando identidades, buscando a uno en el otro e, incluso, persiguiendo en el primero lo que ofrece el segundo, y por lo mismo no aparece, o no se encuentra. Lo que me interesa es recorrer el vacío que se extiende entre versos y manchas.
Con frecuencia siento ganas de pintar, retengo los deseos, los aplazo; las palabras se acumulan en mi cuerpo, dentro y fuera, caminan sobre la piel y al interior forman algo similar a un caos ruidoso, que con el paso de los minutos, y la acumulación de malestares, me exige escribir, buscando, desesperado, las formas del poema; como el torbellino es desmedido e incontrolable, no hay manera de que entre o quepa en las estructuras tradicionales que ofrece la poesía, y lo que hago queda afuera, aparte, separado de ella, como si se derramara el contenido del que estoy hecho.
¿Crees que haber tenido una formación temprana en esa disciplina entrenó de algún modo tu mirada?
Sí, haber estudiado Artes Plásticas en la Escuela Vocacional de Arte (E.V.A.) de Matanzas, nivel elemental, de 1986 a 1989, no solo me dio las herramientas para ejecutar el cuadro, sino que con estas, desde el punto de vista artístico, educó mi sensibilidad, mis ojos, enseñándome a ver. Eso, aunque cada cual esté sujeto a muchas condiciones y obstáculos, me permitió saber desde los 11 años, de qué ángulo quería divisar, atisbar, e incluso elegir las posiciones para pensar el mundo, y ser observado.
Publicaste tu primer poema en una plaquette de Ediciones Vigía. ¿Cómo viviste ese suceso?
1998. Envié mi poema “Diálogos bajo la llovizna”, recién escrito, a la primera edición del concurso Eliezer Lazo, auspiciado por la AHS, en Matanzas. Fui quien obtuvo el premio. Escuchar mi nombre, en medio de los concursantes y público reunido en el patio de Ediciones Vigía, donde celebrábamos el Encuentro de Jóvenes Escritores, fue emocionante.
Al año siguiente la insigne editorial presentaba la plaquette. Era mi primer poema publicado y la entrada al catálogo de Vigía. La plaquette, independientemente de que llevara dentro mi poema: estaba inspirada en él, era hermosa. Cuando tuve entre las manos aquellos cartones reciclados, convertidos en páginas e iluminados, sentí lo inimaginable. Y con 22 años, temblé. La alegría, unida a la excitación y la euforia hicieron que la experiencia alcanzara grados de acontecimiento, y lo recuerdo como uno de los días más importantes en mi vida.
¿Qué mística hay alrededor de esa editorial que tantos escritores consagrados, cubanos y extranjeros, le entregan sus manuscritos?
La mística de la editorial que Alfredo Zaldívar, en acto de alucinación, delirio y clarividencia funda en 1985, más allá de lo singular o atractivo que puede ser un poema escrito a mano e impreso en papeles kraft o de cartucho, un libro hecho con objetos desechables y recortería, consiste, precisamente, en que acortando la distancia entre poema y soporte —me refiero al material donde se publicará— hacen que desaparezcan las diferencias entre poesía y libro, o cuerpo del texto.
No solo consiguen que el poema, sus letras, como si fuera una semilla, prenda y nazca en cualquier superficie, sino que convierten la superficie menos “adecuada” en sustancia lírica, continuación de la escritura. No sabemos, frente a un libro de Vigía, si el poema empieza en la palabra o en los materiales con que hicieron el documento en que vive, mucho menos dónde acaba, porque sin dudas es fuera del libro, alrededor de este y sus demarcaciones. Así nos recuerdan que la poesía, más allá de las palabras, acontece o duerme, escondida, en cada elemento.
Los libros de Vigía son fascinantes por el misterio que arrastran, esparciéndolo en el espacio, a su alrededor; es una especie de halo luminoso, delicado, donde restalla y resplandece el verdadero poema, ese que está oculto dentro del que se ve y debe ser leído fuera del mismo, como algo que desenterramos.
Lo que enseña Vigía es que el libro importante, imprescindible, está fuera del libro visible. O, dicho de otra manera, que la poesía no está dentro, sino afuera del poema y debemos aprender a leerla separándonos del texto, escapando de sus palabras.
Vigía nos recuerda que cualquier soporte es adecuado para estampar poemas, también que el mundo es un libro y puede ser leído como tal, a imagen y semejanza de una biblioteca. Sabemos acerca de la relación que algunos origenistas, Eliseo, Fina, Cintio, tuvieron con la editorial; creo que Vitier llegó a decir que era la editorial cubana donde mejor se editaba la poesía. En ese sentido, Vigía es un homenaje a La biblioteca de Babel, cuento de Jorge Luis Borges, y a su autor, el ciego que más ve. Siempre querré saber qué habría dicho Lezama al respecto, y con frecuencia me lo pregunto, inventando las respuestas.
¿Te asumes como poeta?
Asumirme poeta es una obligación con la que no estoy de acuerdo y, de continuo, en conflicto con la misma, forcejeo contra sus designios. Escribes versos o publicas algo parecido a un poema, y enseguida comienzan a llamarte poeta, como si la sociedad humana fuera un tablero de ajedrez en el que cada pieza y jugada estuvieran dispuestas desde el primer día y cualquiera que escriba versos está obligado, sin poder escapar, a ser poeta, como si esa condición fuera, además, un premio.
¿Cómo escribir poemas, y no ser poeta?, me pregunto con frecuencia, y es, quizás, la duda que más pesa en mi vida. ¿Cómo ser piedra, agua o hierba sin estar presionado a serlo? ¿Cómo llevar bigotes, maullar, cazar ratones y no ser gato? ¿Cómo ladrar y no ser perro? ¿Cómo confeccionar sillones, puertas y ventanas de madera y no ser carpintero? ¿Cómo, entonces, escribir poemas, y no ser poeta?
Lo que más miedo me ha producido, y aún me asusta, convirtiéndose en terror con el paso del tiempo, es que haya una palabra exacta, sin modificaciones permisibles, dispuesta para cada objeto, experiencia y oficio, que el universo humano completo y más allá, deba caber, a la fuerza, en el lenguaje, cuando este peca de finitud y, por lo mismo, está condenado a repetirse, siendo monótono a más no poder.
Llamarle poeta al que escribe poemas, gato al animal que maúlla, perro al que ladra y carpintero al que confecciona objetos a partir de la madera, son síntomas, clarísimos, de pobreza léxica. Según creo, el lenguaje es una manifestación —quizás la más poderosa— de lo aburridos que estamos en la Tierra; se creó precisamente para animarnos o entretenernos, y la obsesión de que cada cosa coincida con una palabra lo empobreció para siempre.
Considero que el trabajo del poeta consiste en separar las palabras de las cosas que nombran, hacer que no coincidan, y en ese vacío construir algo nuevo. Entre la palabra árbol y el árbol, ¿qué haré?, es su pregunta, y debe saber responderla.
Si pudiera me llamaría obrero de los sentimientos o, como me presento en mi muro, Desescritor. Prófugo de la Literatura. Desertor de la Poesía.
En el sentido que relato anteriormente, no me queda más remedio que sí, aceptarme poeta, digamos oficialmente. Pero en el que realmente importa, no.
¿Qué es ser poeta? Quisiera responder preguntando. La poesía interroga a las palabras para saber de qué están hechas, qué son; le pregunta, por ejemplo, a la palabra amor, qué es el sentimiento amor, y esta, muda, no contesta; los sustantivos no hablan, entonces, entre la palabra amor y el sentimiento amor el poeta edifica o destruye, arma o desarma, hace o deshace, es o no es.
Poeta es el único ser que, al ir más allá de las palabras, incluso en contra de ellas, las ensancha, abre sus significados, y encuentra el planeta deshabitado que hay entre estas y lo que nombran; la sabiduría contenida en versos y poemas, más la sapiencia del poeta, como autor, le permiten acceder a ese universo y penetrar en él. (Si la poesía pregunta a las palabras, qué son y para qué sirven, no tendría mucho sentido preguntarse qué es la poesía y ser poeta).
Adorno afirmaba: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. A pesar del filósofo alemán, y su apotegma, me acompaña la sensación de que cada día es más difícil escribir poemas, no solo porque el horror del genocidio se multiplique a cada segundo; somos, en gran medida, el resultado de aquella guerra, lo que ha quedado, su después, sino porque la frase de Adorno, el pensamiento, cuestiona la idea de cualquier poesía y la identidad del poeta, su oficio, como límite e inutilidad en funciones frente al espanto y la muerte absurda, exigiendo al ejecutante de versos que sienta vergüenza ante lo que hace (con las palabras).
No me considero poeta, quizás ni quera serlo, sino anti poeta, o des poeta.
Trabajas en un libro sobre Luis Marimón. ¿Qué te ha llevado a dedicarle un segmento tan dilatado de tu tiempo?
Luis Marimón (el ejército de las palabras muertas) es un libro de ensayo que, como proyecto, obtuvo en 2018 la beca de creación Juan Francisco Manzano, (Uneac, Matanzas).
No conocí a Luis personalmente. Llegué a Matanzas a finales de 1995, y él había emigrado, en un artefacto que hizo en el patio de su casa para cruzar el Estrecho de la Florida y llegar a las costas de Miami, durante aquel éxodo masivo de 1994, que entre agravios, exabruptos y caprichos del destino lo llevó primero a la Base Naval de Guantánamo, después a la de Panamá y, por último, a EE. UU., donde, según creo, se adelantó su muerte, en Las Vegas, 1995.
Sí tengo un vínculo afectivo muy fuerte con Yanira, su primogénita, quien desde la primera vez que me vio comenzó a llamarme hermano, me llevó a su casa y me presentó a Miriam, su madre, y viuda de Luis; a su abuela materna, a su familia. Es la casa donde viví mientras estuve en Matanzas. Conozco de primera mano la atmósfera en la que Luis desarrolló sus últimos años en Cuba, la famosa piscina, el patio, y las historias que, de cerca, casi al oído, Miriam me ha contado.
Se hablaba mucho de Marimón cuando llegué a Matanzas, y aún se habla. Luis dejó el espacio lleno de sorprendentes cuentos y anécdotas simpatiquísimas; era muy cómico, y el humor que practicaba, destilando ironía y sarcasmo, lo distinguía. Así fue contaminando el aire de la ciudad con su persona.
Vivió 44 años y en un desequilibrio permanente, buscando la vida fuera de los bordes que la configuran, en sus márgenes. La obra que nos legó es una desmesura. ¿Qué es conocerlo sino formar parte de ese exceso, dejándonos quemar por sus llamas, fundiéndonos con su persona, a través de sus libros y de ese allende poético que es él, aunque nunca lo hayamos visto físicamente?
Claro, desde que puse un pie en la ciudad el espíritu de Marimón, su fantasma, comenzó a rondarme; él, con su poesía, generó una enorme cantidad de historias; fue un inventor genial de ficciones, artífice de hilarantes, descabelladas fábulas; según se cuenta era desbordado, fuera de lo común e incluso podía ser raro y, a la vez, popular. Su alta poesía, culta, compleja y metafísica no deja de ser asequible. Va de lo culto a lo popular y desaparece, definitivamente, en el pueblo más cercano: su familia, amigos, personas que lo rodean, vecinos, gente muy sencilla y común. Este don lo hace, considero, más allá de los encasillamientos, el poeta de la Marina, y con esto me refiero a que, mientras viví en Matanzas, caminaba la Marina profunda, su barrio, y sentía una enorme similitud entre las calles, sus colores y matices, olores, el aspecto de su gente, y la poesía de Luis, como si el poeta se hubiese dedicado a aprehender las características de la barriada donde vivía, calcando su hermosa fealdad para reproducir a escala de poema la Matanzas horrorosa, criminal o nefasta, melancólica; allí, donde cada día fusilan a Plácido, Manzano es un esclavo abusado sexualmente por su dueña y Milanés pierde la razón, vaga desesperado por las calles buscando el crepúsculo sin saber quién es; Agustín Acosta emigra, Carilda es censurada y encasillada de por vida en el departamento de las poetisas eróticas, cuando no usan el epíteto pecaminoso, prohibido, para juzgarla.
No hay nada, excepto la Marina, que se parezca más a la Marina, al barrio mismo, que un poema de Luis, y no hay nada más parecido a la poesía de Luis que la atmósfera de la Marina, sus esquinas, calles, charcos, y podredumbre, los pedazos de puertas y ventanas suspendidos en el aire queriendo ser casas.
Creo que Marimón, más allá de su persona, como símbolo, es uno de los reflejos de la ciudad, el eco lírico; un cuerpo al que por su sensibilidad la poesía eligió para reproducir, en carne propia, con su vida, el horror y la historia del dolor que se esconde en la palabra Matanzas, y arde, quemando, tras su imagen de ciudad.
¿Qué aspectos de su poesía te resultan más atractivos?
Lo que me resulta fascinante en la obra de Marimón es la búsqueda incesante de la poesía en la vida y de la vida en el poema, hasta que ambos estados se confundan, sean lo mismo y él, como alquimista o demiurgo, pasa a ser leyenda, mito, obra en persona, autor de la nada; o si prefieren, que niega el concepto tradicional de autor y en lugar de imprimir o grabar letras en la superficie de las páginas, le interesa más borrarlas. Esta búsqueda perenne, hasta el aniquilamiento, además de intensa es contra corriente, y lo interna en el reverso de las cosas, sus opuestos o antagonistas.
Marimón es un negador legítimo, y al escribir produce una enorme cantidad de paradojas, dentro de las cuales se afinca para erigir castillos invisibles en medio de insignificancias, miserias, pequeñeces y constantes naderías; es el arquitecto que, en el vacío, construye un palacio de aire dentro del cual, asumiendo los arrestos pertinentes, tiene el coraje de vivir y morir. Su desaparición física, aunque aún duele, clasifica, en definitiva, como ficción y tal parece que emigró para que su muerte fuera increíble, y de algún modo lo es.
El tema central de su poesía, la búsqueda incesante de una imposible transparencia del ser, lo condiciona e impulsa a que se consagre, sin manifestarlo abiertamente, a buscar luz en lo oscuro, razones en el delirio, vida en la muerte y viceversa: al morir está naciendo (o renaciendo, sin ser Cristo, claro está), pero no en el poema, sino en la vida, para trasladar ese saber a la escritura. Marimón es un devoto de las palabras, confesamente ateo, su única religión es vivir para devolver la fe perdida a las letras, volver a hacerlas creíbles, dotándolas del instinto y la fuerza animal indomable que lo arrastraba y ponía a buscar la libertad escribiendo.
Su obra no es solo lo que publicó, dos libros: La decisión de Ulises y El bibliotecario del infierno. Dejó en una caja de cartón, abandonados, más de 10 poemarios inéditos. Su obra es la combinación entre lo que hizo como individuo, más allá de la poesía escrita y los poemas que redactó, más acá del personaje que llegó a ser, la leyenda, el mito; desprende impresionantes emanaciones del espanto y la claridad. Marimón, como poeta legítimo, hace que los elementos hablen, los descosifica, impregnándoles su personalidad, o personalizándolos hasta que hablen, con voz propia. Del río, en sus poemas, no dice agua ni ribera, sino río; la carne, la llama carne; la mujer, mujer. Esto pasa en pocos poetas; sabe encarnar o transformarse en el objeto que poetiza, dejándose decodificar por este.
Me cautiva el trabajo que hace a partir de las paradojas silencio-palabra, poesía-horror, vida-muerte, belleza-fealdad, ángel-demonio, luz-oscuridad; cómo esconde la primera categoría en la segunda y las presenta invertidas en cada libro. Sus poemas, por lo mismo, son dobles (funcionan a manera de dobleces, o dobladillos), y cuando parecen herméticos, mostrando elevados porcentajes de opacidad, entregan el resplandor que los sostiene dentro, además de la nobleza y fragilidad encubiertas en la apreciable violencia y agresividad que, expresiones de su convulso interior, lo deforman públicamente. ¿Qué oculta su rostro visible, y cómo la doctrina poética que dejó nos puede ayudar a vivir, sirviéndonos de referencia? Marimón me atrae como poeta vivo y herramienta espiritual al alcance de la mano, que nos dice qué es la vida, qué puede ser, entregándonos un método, también es un anti método, para estar aquí, procedimiento que, sin buscarlo, enriquece el concepto de matanceridad.
Matanzas, creo, por él o gracias a su obra, es más Matanzas, agudizando los caracteres que la definen. Su desatino, enfermedad mental o razón, escapó de las normas, saltó la fila de la mediocridad, también de la mediocracia, y a golpe de discrepancia e inconformidad dejó una obra que marca la ruta de un espeluznante camino (dentro de la poesía) entre nosotros.
El sufrimiento con que Marimón escribe parece que viene del más allá y es sobrenatural, la agonía de un dios enfermo, herido, que no quiere ser persona, mucho menos hombre, y protesta ante la condición humana refutando las coordenadas de la civilización, fobias que contrastan con la falsa alegría y los desafueros del trópico a pocos años del 1ro de enero 1959. También me detengo en esa angustia y la estudio.
Marimón no es un hombre triste, sino molesto, enfadado, herido e impotente ante la falta de escrúpulos del Poder, o los Poderes; iracundo, rabioso, que entra sin miedo en el dolor, abre sus puertas de par en par, y nos dice, narrando con su vida, los vericuetos de la realidad, a la que conscientemente llama el infierno; qué encuentra, qué hay dentro. Ese padecimiento que lo trasciende y nos traspasa, arrebatándonos con él, es fuente portadora de saberes, y debemos comprender qué nos dice. ¿Qué quiere decirnos el suplicio de Marimón en la actualidad?
Dos poemas de Derbys H. Domínguez Fragela del poemario inédito Día cero
Caos
Siento el aire cortando la superficie de mis ojos.
Gritan William Shakespeare en la puerta de mi casa.
Un furor insoportable se apodera de mi sangre.
Siento mi cuerpo en la superficie de las calles.
Gritan mis ojos en la puerta de William Shakespeare.
Un furor insoportable se apodera de mis glóbulos rojos.
Siento el aire cortando mi sangre.
Grita la superficie de mis ojos en la puerta de casa donde escondo los huesos del rostro.
Un furor insoportable se apodera de mis ojos cuando digo William Shakespeare.
Lo que debo hacer
William Burroughs mató a su mujer el mismo día que escribió cinco poemas.
Ezra Pound fingió perder la razón mientras publicaba Los Cantos.
T. S. Eliot desertó a Londres cuando redactaba La Tierra Baldía.
Ernest Hemingway asesinó cientos de animales
antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo,
(Ciudad que se precia de ser Cumbre de la Civilización).
Norman Mailer le picó la cara a su esposa en una fiesta.
Louis Althusser estranguló a su compañera por más de 50 años,
fue con las manos que organizó Para leer El Capital.
Paul Celan se tiró al Sena antes de escribir su último poema.
Será que debo matar a mi mujer el mismo día que escriba cinco poemas
o fingir que pierdo la razón cuando publique odas que exalten a Pinochet,
desertar a Londres mientras redacto El sistema nervioso del verano,
asesinar cientos de animales antes de que en Estocolmo,
(Ciudad que se precia de ser Cumbre de la Civilización)
me quieran entregar el Premio Nobel de Literatura,
o picarle la cara a mi amor en una fiesta,
estrangular a Hélene Rytmann después de publicar La revolución teórica de Marx
o tirarme al San Juan antes de escribir mi último poema.