Es el rey de la trompeta en Cuba, el que más conoce de ella, el que mejor ha escrito su metodología. Así lo reconocen admiradores del instrumento y musicólogos. Con la trompeta fue estrella antes y después de enero del 59, con públicos distintos y en roles diversos.
Alcanzó la gloria como el primer trompeta de la orquesta Riverside, una de las más solicitadas en los escenarios musicales de la Habana prerrevolucionaria y del exterior; y después construyó un nombre como profesor fundador de las escuelas de arte cubanas y creador de los estudios complementarios de la trompeta, una metodología aún vigente en la enseñanza elemental y de nivel medio de ese instrumento.
En su memoria detalla cada uno de esos momentos que lo acercaron al título de maestro excepcional, aunque no se considera a sí mismo un personaje famoso. Según sus propias palabras, “es mejor la sencillez que la fama”. Pero no basta con ser bueno, sino que se sepa. OnCuba habla, pues, del genio.
Urbay nació en Caibarién, el 21 de octubre de 1926 y todavía vive en su casa natal, en el número 919 de la calle 16. Una vivienda grande y repleta de recuerdos, porque allí, en la sala donde recibe a las visitas, funcionó la academia de la Banda Municipal de Conciertos, mientras su padre la dirigió.
Donde antes hubo sillas e instrumentos, hay ahora un juego de living colonial, rodeado de estantes de disímiles tamaños, todos rebosantes de libros, revistas, periódicos, notas, partituras originales y rehechas. Y justo al frente de los muebles, custodiado por una veintena de premios y reconocimientos, el retrato inmenso, intimidante, del padre inspirador.
El progenitor, Francisco Urbay Carrillo era músico profesional, director de la banda de conciertos del municipio; la madre también dedicó algunos momentos de su vida a esa rama artística, al igual que dos tíos, algunos primos, hermanos… Un vistazo al árbol genealógico de este hombre, y podría pensarse que en su sangre hay tantos glóbulos rojos como notas musicales.
“Con papá aprendí lo elemental: solfeo, teoría y los primeros pasos de la trompeta. Practicaba mucho, y tenía mi papel en la banda municipal, a la que entré en noviembre de 1943. El 12 de septiembre de 1949, luego del bachillerato, largas horas de ejercitación y una temporada con tifus, me fui para La Habana a probar otros horizontes, y a estudiar duro, porque el viejo no me quería de ‘músico de pachanguitas’, sino de profesional”.
¿Cómo se convierte en el ‘Pico de Oro’ de la Orquesta Riverside?
“La orquesta me llamó para un casting. Fue el 5 de mayo de 1952. Me presenté, y cuando terminé la audición me dijeron “Vaya esta noche a Tropicana para que toque con nosotros”.
Desde que llegué me dieron los papeles del primer trompeta, y ese fue mi puesto durante los cuatro años que estuve con ellos. Eso de ‘Pico de Oro’ me lo decían los muchachos, en parte por mi ejecución del instrumento y en parte, bueno… ¿te has fijado en el tamaño de mi nariz?”
Usted formó parte del trío de trompetistas seleccionados para fundar la Orquesta Sinfónica Nacional. ¿Qué representó esa institución en su carrera artística?
“Podría decirte que mi consagración como músico, pero eso significaría denigrar un poco a las orquestas anteriores, y sería injusto. No obstante, te digo que la Sinfónica me ofreció una especie de madurez artística en mi carrera, porque fueron 30 años en esa institución. ¡Treinta años! Además, como primer trompeta, tuve la oportunidad de interpretar muchos solos del instrumento, incorporar obras más complejas a mi repertorio, y aprender de esos músicos talentosos que me acompañaron”.
En aquellos años también alternó la música con el magisterio. ¿Por qué?
“Cuando uno enseña, también aprende. Mi vocación por el magisterio viene por papá, desde mis días como su ayudante en la academia de Caibarién. Además, hubo una situación objetiva tras el triunfo de la Revolución: una necesidad de maestros tremenda. Y como esa era una ocupación que no me disgustaba, acepté.
Impartí clases en el Instituto Superior de Arte ─hoy, Universidad de las Artes─, en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y en el Conservatorio Alejandro García Caturla. Tuve la oportunidad de devolver lo que otros me habían dado antes, de fundar una banda juvenil en la ENA. Y así pasé otros 30 años enseñando y, a la vez, aprendiendo, sin abandonar mi carrera de músico”.
Uno de los momentos más relevantes de su magisterio es la creación de la metodología del estudio de la trompeta. ¿Cómo la hizo?
“En Cuba no existía una metodología acabada para la enseñanza de este o aquel instrumento. En la trompeta se utilizaban el método del maestro francés Jean-Baptiste Arban y otros recursos secundarios, pero faltaban muchas cosas.
Tampoco habían libros en cantidades suficientes para todos los alumnos, y algunos no se encontraban ni en los centros espirituales, pero yo los tenía. Mira eso (señala los estantes repletos de documentos, que conserva en la sala de su casa), toda esa bibliografía es de música: métodos de enseñanza, conciertos, sonatas, escritos de papá, apuntes míos.
Los compilé, rectifiqué, aporté algunas notas y así surgieron los Estudios complementarios de la trompeta, con ejercicios de flexibilidad, emisión, estacato, cromatismo, intercalados; divididos en cuatro cursos de enseñanza elemental, y cuatro de nivel medio”.
A pesar de su edad sus ganas de crear no acaban. Digo, porque dirige la banda municipal de Caibarién y creó, además, una banda infantil aquí. ¿Cómo le resulta el trabajo con estos niños?
“Siempre es gratificante enseñar a un niño. Comienzas de cero con ellos, y ves cómo lo vas moldeando, cómo va mejorando su ejecución, lo retas, te responde, y esa semillita que sembraste, va creciendo.
Ellos tienen para cada instrumento un maestro de la Banda Municipal. Yo imparto solfeo, un poco de teoría, la trompeta y doy los ensayos los sábados. Cuando algunos se destacan, les permito participar en las retretas dominicales de la Banda Municipal.
Lo más difícil es hacer que los profesores de esos niños entiendan la seriedad de este trabajo. En ocasiones, cuando convoco a los muchachos para tocar en un acto, presentarse a una competencia, o algo que requiera ensayos extras, empiezan a llover los inconvenientes desde las escuelas. Trato de entenderlos, claro, pero la mayoría de esos niños no se convertirán en físicos ni electricistas: ¡serán músicos!”
¿Cómo valora el estado de la música de concierto en la actualidad? ¿Resulta difícil mantener integrada una banda?
“Mira, creo que el gran problema radica en el interés que los músicos le presten a su trabajo. Los niños están repletos de asignaturas básicas en los conservatorios (español, matemática, etc) y les queda poco tiempo para estudiar su instrumento. Los jóvenes se quejan del rigor en la banda y los pocos beneficios que esta les reporta, y prefieren una orquestica cualquiera donde tocan sin muchos requisitos y pueden viajar al extranjero.
Ahora, por ejemplo, me faltan 13 músicos en la banda municipal: un flautista, cuatro clarinetistas (uno falleció), un fagot, dos saxofonistas tenores, los dos primeros trompetas, la primera tromba, los dos bajistas. Muchos de ellos prefirieron el turismo, o sea, tocar con un grupito en Cayo Santa María, y he tenido que rellenar ocasionalmente sus plazas con los niños aventajados de la banda infantil.
Entiendo sus situaciones. Yo, por ejemplo, como director de la banda gano unos 500 pesos CUP: compro dos paquetes de pollo, la sazón para cocinarlos, una libra de viandas y ¡se fue el salario del mes! Pero en los cuatro años que estuve con la Riverside, nunca salimos del país, y nunca dejamos de querer lo que hacíamos. Créeme, en estos tiempos, viviríamos afuera.
Son épocas distintas, y lo comprendo. Un par de viajes al exterior y ganan más que yo en todo el año. Pero el amor por la música, la motivación, deberían permanecer intactos. Ahí tiene que trabajar Cultura, para hacer sus mejoras económicas, porque el dinero también importa, aunque no sea lo primero”.
Ha sido músico, profesor, director de orquesta y arreglista. ¿Cómo le gustaría que lo recordaran?
“Prefiero verme como un hombre que ha trabajado mucho, que se ha entregado por completo a la música, porque es lo que me gusta y mejor hago. He sido trompetista mi vida entera y maestro de varias generaciones, y ambas cosas me satisfacen mucho. Me encanta dirigir porque le pongo sentimientos a cada obra y los exteriorizo en la ejecución, y eso lleva un trabajo fuerte de creación, de modificaciones. Cuando veo el resultado final, salido de esas cuatro facetas, es como si me llenaran los bolsillos de dinero. ¡Pero más por lograr la obra que por el dinero!”