La carrera política de Donald Trump parecía liquidada después de haber intentado revertir su derrota electoral de 2020 y alentado a los suyos a marchar al Capitolio con la idea de “luchar como el diablo para recuperar el país”. Antes había entrado a los récords como el primer presidente en ser sometido a dos procesos de impeachment. Y también de haberlos sobrevivido. Asimismo, fue acusado en cuatro casos penales, condenado por abuso sexual en un caso civil; y luego en lo penal por 34 delitos graves de falsificación de registros comerciales.
Pero una base fervientemente leal se ha mantenido al pie de su obra, entre otras cosas al validar su narrativa, que incluye la afirmación de que las elecciones de 2020, en las que perdió limpiamente, fueron fraudulentas. Abrazan los famosos “hechos alternativos” inaugurados muy al principio de su primera presidencia. Y están prendados de la idea de que su presidente ha sido injustamente victimizado por un establishment político corrupto en una “cacería de brujas”. Por ello, al cabo de la victoria del miércoles, pudo decirles una verdad incuestionable: “Superamos obstáculos que nadie pensó fuera posible”.
Mirando retrospectivamente el proceso electoral, en este día después todo o casi todo le salió mal a Kamala Harris, todas o casi todas sus presunciones funcionaron como castillos de naipe en el aire. En medio de los impactos de esta derrota (traumática, de nuevo, para los demócratas), valdría la pena intentar resumir de manera preliminar tres de los factores que incidieron sobre esos resultados.
El primero, las líneas de flotación. La campaña demócrata no logró obtener el suficiente apoyo de mujeres, hombres latinos y negros, en lo que gravitó, entre otras cosas, una peculiar mezcla de “pragmatismo económico”, machismo convencional y paternalismo. Y, correlativamente, la poca disposición a considerar la posibilidad de que una mujer —negra y por más señas “liberal de California”— fuera la comandante en jefe. Pero hubo señales previas. Parte de la cobertura mediática antes de la hora cero se había centrado en la pregunta de si Trump lograría avances entre la comunidad negra, en especial los hombres negros. O entre los votantes más jóvenes y los latinos.
El 45 % de estos últimos votó a favor de la formula republicana y el 57 % hizo lo mismo en Pensilvania, la joya de la corona, a pesar del chiste racista sobre los puertorriqueños en el Madison Square Garden, llamado a hacer la diferencia en unas elecciones que entonces las encuestas daban como muy reñidas. Como botón de muestra, en 2020 las mediciones a boca de urna mostraban que los latinos, esa comunidad diversa, habían votado por Biden por un margen de 23 puntos (59 % vs. 36 %). Esta vez ocurrió lo contario.
El segundo, los derechos reproductivos. El tema del aborto no logró hacer la diferencia. Las esperanzas demócratas se centraban en la certeza de que las mujeres saldrían a votar en cantidades sin precedentes para elegir a la primera presidenta del país, después de que la Corte Suprema anulara Roe vs. Wade. Una encuesta liberada a última hora en Iowa, a cargo de una de las más prestigiosas entidades del país, le dio pábulo a ese (otro) espejismo.
El tercero, la capitalización del descontento por parte del oponente. Trump y su compañero de fórmula, el senador JD Vance, lograron capitalizar el descontento de los votantes, especialmente en la economía, la inmigración en la frontera sur e incluso la inestabilidad en el extranjero. Sin duda, uno de los logros del sistema de relaciones públicas y de la fabricación / socialización de imágenes, en lo que el populismo de este corte exhibe un PhD suma cum laude.
La combinación de estos factores, y de otros aquí omitidos en aras de la síntesis, determinaron que el día después Estados Unidos amaneciera con el control republicano del Senado (52 escaños) y posibilidades de lograr la mayoría en Cámara —hasta ahora 210 vs. 195—. Y con una Corte Suprema ultraconservadora, con tres de sus magistrados colocados por Donald Trump durante su anterior mandato.
Y otro dato nuevo. A diferencia de su primera victoria en el Colegio Electoral (2016), esta vez Trump ganó el voto popular, sin dudas una oportunidad adicional que tiene para apelar a un elemento que entonces no tuvo. “Estados Unidos nos ha dado un mandato poderoso y sin precedentes”, le dijo a la multitud eufórica en West Palm Beach la madrugada del miércoles.
Y allí mismo resumió su enfoque para un segundo turno al bate con un lema tan simple como preocupante: “Promesas hechas, promesas cumplidas”. Más allá de las usuales diferencias entre discursos políticos y factibilidades —en efecto, no es lo mismo lo vivo que lo pintado, como reza el refrán—, ello sugiere un futuro no exactamente luminoso para Estados Unidos. Harris advirtió a los votantes, una y otra vez, sobre los riesgos de su regreso, invitándolos a pasar la página de Trump. La vida sin embargo le dio sorpresas. Su mensaje no llegó. Ella y sus correligionarios fueron los pasados de página en las urnas.
También se equivocaron los gurúes históricos. Y las encuestas se quedaron cortas, por lo menos en varios puntos. Hasta el lunes pasado, las proyecciones del sitio 538 le daban a Trump un 52 % de posibilidades de ganar el Colegio Electoral, frente al 48 % de Harris. El modelo reflejó varias encuestas tardías que lo favorecían en estados como Wisconsin, Michigan y Pensilvania, pero nada fuera de lo “normal”.
Pero fue abrumador. En los siete swings states, Trump se impuso en cinco (Carolina del Norte, Georgia, Pensilvania. Wisconsin, Michigan) y terminará llevándose los otros dos (Nevada y Arizona) cuando concluya todo.
El 18 de agosto de 1792 Alexander Hamilton escribió:
La verdad, sin lugar a duda, es que el único camino para subvertir el sistema republicano del país es halagar los prejuicios del pueblo y excitar sus celos y aprehensiones para confundir las cosas y provocar una conmoción civil.
Cuando un hombre sin principios en su vida privada, desesperado en su fortuna, audaz en su temperamento, despótico en su comportamiento habitual, conocido por haberse burlado en privado de los principios de la libertad, cuando se ve a un hombre así subirse al caballo de batalla de la popularidad, unirse al grito de peligro para la libertad, aprovechar cualquier oportunidad para poner en aprietos al Gobierno General y hacerlo sospechoso, adular y adular a todos los sinsentidos de los fanáticos del día, se puede sospechar con justicia que su objetivo es crear confusión para poder capturar la tormenta y dirigir el torbellino.
El día después, Estados Unidos entra en territorio desconocido, en medio de una crisis civilizatoria. The New York Times lo resumió con dos titulares claros y distintos en primera plana: “Rebelión populista contra la visión de la élite sobre Estados Unidos” y “El regreso de Donald Trump al poder marca el comienzo de una nueva era de incertidumbre”.