En uno de los poemas más impactantes escritos en lengua española, el peruano César Vallejo dice: “Hay golpes en la vida, tan fuertes (….) como del odio de Dios, como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”. Estos versos retratan una sensación que seguramente todos hemos vivido.
Sin dudas usted conoce a alguien que, ante la noticia de la muerte de un ser querido u otra desgracia, ha enfermado. O quizás esa persona sea usted mismo. En ocasiones ni siquiera es necesario que el golpe sea trágico, pero unido a circunstancias externas es capaz de sacarnos de balance, emocional y físicamente.
¿Pueden nuestras emociones y pensamientos enfermarnos? ¿Qué se entiende por enfermedad psicosomática? ¿Qué dice la ciencia sobre esto?
Relación mente-cuerpo
La psiquis habita en un sustrato material, orgánico, que es la corteza cerebral. Esta forma parte del cerebro y, como tal, no puede desligarse del resto del cuerpo.
De acuerdo con el Manual MNS, la relación entre el cuerpo y la mente es una calle de doble sentido. Las emociones pueden desencadenar y agravar enfermedades, mientras que estas también son capaces de generar sensaciones y sentimientos negativos en nosotros.
No en vano cuando nos estresamos tenemos, por ejemplo, manifestaciones digestivas. Este aparato está fuertemente inervado por la porción del sistema nervioso encargada de administrar nuestra digestión. Por la misma razón, es normal que suframos contracturas musculares y migrañas ante situaciones estresantes.
Mucho más complicada resulta la relación entre el sistema nervioso central y el sistema inmunológico. Esto ha dado lugar a una rama de la ciencia que se llama psiconeuroinmunología, que tiene 50 años de historia. Es una ciencia joven, y se encarga de explicar la relación entre la psiquis, el sistema nervioso central y el sistema inmunológico.
Cuando se habla de esta rama hay que hacer referencia a un experimento llevado a cabo en 1975 por Robert Ader y Nicolas Cohen, de la Universidad de Rochester, en Estados Unidos. Los investigadores suministraron a ratas de laboratorio un medicamento inmunosupresor conocido como ciclofosfamida, al tiempo que las alimentaban con sacarina, es decir, con un saborizante. Los animales se inmunodeprimieron como consecuencia de la actividad del fármaco. En una segunda etapa del estudio se le administró apenas la sacarina a los mismos animales, y estos la rechazaron. Se comprobó que la actividad inmune se deprimía nuevamente, lo que se conoció desde entonces como “condicionamiento del sistema inmunológico”.
Este hallazgo fue recibido con escepticismo por la comunidad científica. ¿Cómo era posible que la sacarina pudiera inducir una disminución de la actividad inmunológica? ¿Es el sistema inmunológico igual al sistema digestivo para responder a estímulos condicionados? La respuesta es sí. El experimento se ha repetido con idénticos resultados. Pero aún no se conoce del todo la relación entre ambos fenómenos.
Otro elemento interesante de la neuropsicoinmunología es la relación que existe entre las lesiones cerebrales y el sistema inmunológico. Se sabe que el daño producido en las regiones más profundas de nuestro cerebro, como el hipotálamo, es capaz de provocar una disminución en la capacidad del sistema inmunológico para realizar sus funciones. La relación entre ambos, no obstante, todavía no está bien establecida.
Por otro lado, se ha demostrado que a nivel de la corteza cerebral las lesiones pueden provocar disminución de la actividad inmunológica. Pero esto va a depender del hemisferio cerebral en el que se produzca la injuria.
Por último, es un hecho conocido que el estrés es capaz de provocar una disminución de la capacidad del sistema inmunológico para ejecutar sus funciones; es decir, puede conducir a una inmunodeficiencia o una inmunodepresión.
Las causas de este fenómeno no son tan claras como hasta hace 50 años, cuando se creía que la presencia de niveles altos de hormonas esteroideas como el cortisol, desencadenadas en manifestaciones de estrés, eran responsables por la disminución de la actividad inmunológica.
Al parecer otras hormonas están involucradas en este proceso, como pueden ser la adrenalina, así como las hormonas de la felicidad, a las que hicimos referencia en artículo anterior.
¿Qué son las enfermedades psicosomáticas?
En un esfuerzo por definir qué se entiende por trastornos psicosomáticos, en 1964 se reunió a instancias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) un comité de expertos. Aún cuando el documento que resultó de los trabajos de este comité tiene más de 60 años, considero que continúa siendo válido.
Uno de los aspectos más interesantes en este trabajo es lo que definen como la “paradoja psicosomática”. Esta plantea que la existencia de trastornos psicosomáticos, tácitamente, implica aceptar que en alguna patología, trastorno o enfermedad la influencia de la psiquis no se manifiesta. Esto va en contra del concepto del ser humano como unidad biopsicosocial.
Los expertos concluyeron que no existía hasta ese momento ningún adjetivo capaz de sustituir a la palabra “psicosomáticos” para definir a los trastornos en los que la influencia psicológica es determinante en el inicio, mantenimiento o incremento de los síntomas. Hasta el día de hoy no se ha encontrado el término exacto.
Entre los factores que influyen en la aparición de estas enfermedades están la predisposición biológica, estilos de afrontamiento inadecuados ante las situaciones de la vida, así como la presencia de estresores externos.
También juegan un papel importante el consumo de sustancias psicoactivas, el sedentarismo, antecedentes culturales y elementos propios de la personalidad del individuo. Todo esto conforma el complejo entramado que define cómo asumimos la enfermedad y cómo reaccionamos ante ella.
No existe un listado de enfermedades psicosomáticas, sin embargo hay consenso que en las siguientes patologías el componente psicológico es determinante: la hipertensión arterial, algunos tipos de arritmias cardiacas; enfermedades endocrinológicas como la diabetes y el hipertiroidismo; dolores crónicos, fundamentalmente en región lumbar y cervical, cefaleas crónicas; patologías dermatológicas como la psoriasis, el vitiligo, dermatitis seborreica, entre otras.
En el aparato respiratorio hay algunas enfermedades como el asma y las alergias en las que situaciones estresantes pueden tener un papel importante. En el aparato digestivo pueden aparecer algunos cuadros de gastritis, úlcera péptica y en particular el colon irritable.
La esfera genitourinaria también tiene predisposición a la aparición de algunos cuadros: la disminución de la libido, la impotencia sexual, trastornos menstruales, vejiga neurogénica, etc.
Para conocer más sobre los trastornos psicosomáticos, OnCuba tuvo la oportunidad de conversar con el Licenciado en Psicología y Máster en Medicina Natural y Bioenergética Luis Enrique Cortés Pérez.
¿Pueden nuestros pensamientos y emociones afectar la salud física?
Lic. Cortés Pérez: El concepto de salud no es la ausencia de enfermedad, sino un desequilibrio biológico, psicológico o social. Estos tres componentes se imbrican. Por tanto, cuando hay desequilibrio en uno, los demás también se afectan. Los pensamientos son procesos cognitivos que generan desajustes en el comportamiento, las emociones y también en el organismo.
El ABC de la terapia racional y emotiva incluye tres elementos. La “A” corresponde a las situaciones; la “B” son las creencias que estas situaciones generan en nosotros, mientras que la “C” corresponde al efecto que provocan. De estos tres elementos, sólo las creencias enferman; no lo hacen ni las situaciones ni sus efectos, es decir, los pensamientos que se generan a partir de las situaciones.
Ante una misma situación, dos personas reaccionan de manera distinta. Por ejemplo, ante la compleja realidad del país, algunos deciden emprender y crear nuevos negocios, otros emigran y algunos enferman. Los pensamientos, es decir, los sistemas de creencias que tienen las personas, los induce a reaccionar de una u otra manera.
Si todos los días nos invaden pensamientos de pesimismo como: “yo no puedo”, “esto es demasiado para mí”, “estoy muy triste”, “soy un fracasado”, generamos un efecto negativo sobre los distintos sistemas y órganos del cuerpo humano y podemos llegar a enfermarlo.
La incapacidad de identificar y nombrar las emociones se relaciona estrechamente con las enfermedades psicosomáticas. ¿Cuán frecuente es esto y cuáles son sus consecuencias?
Lic. Cortés Pérez: Freud decía “en los patrones de salud lo primero que tenemos que hacer es consciente lo inconsciente”. Las personas que no saben identificar lo que están sintiendo necesitan la ayuda de un profesional que los ayude a revertir esos patrones de pensamiento y a identificar las causas que los provocan. Se trata de una manifestación de inmadurez emocional que tiene serias consecuencias para las relaciones y la salud de estas personas.
De 2011 a 2019 usted formó parte de un equipo de psicólogos coordinados por la Universidad de Ciencias Médicas de Holguin, que trabajaba el componente psicológico de pacientes con enfermedades dermatológicas a través de la hipnosis. ¿Qué resultados obtuvieron?
Lic. Cortés Pérez: Trabajamos con pacientes portadores de alopecia, vitiligo y psoriasis. Se trata de enfermedades autoinmunes, es decir, cuando el sistema de defensa ataca al propio organismo. En estas enfermedades juega un papel muy importante el estrés, que no es más que una situación de tensión mantenida capaz de producir diferentes reacciones en el cuerpo.
En la alopecia areata, por ejemplo, los natural killers, que son un tipo de células defensivas, atacan al folículo piloso y provocan la caída del cabello. La psiconeuroinmunología ha intentado establecer las causas de esta relación entre el sistema inmunológico y nuestra mente.
Volviendo a la pregunta, los resultados fueron buenos, porque combinamos el tratamiento medicamentoso y el trabajo sobre la esfera afectiva. Nuestro equipo trabajaba de la mano de los especialistas en dermatología, quienes nos informaban de la afectación biológica de los pacientes y, en el caso de la alopecia, los resultados del tratamiento eran inmediatos.
Este ejemplo de trabajo conjunto entre médicos y psicólogos es digno de imitar. ¿Pero con cuánta frecuencia esto sucede?
Lic. Cortés Pérez: Lamentablemente no es muy frecuente. Lo que sucede en la práctica es que en ocasiones los médicos derivan a las pacientes a la consultas de psicología, pero no hay un verdadero trabajo en equipo.
¿En Cuba hay cultura de consultar un psicólogo ante determinadas situaciones que nos afectan?
Lic. Cortés Pérez: Falta mucho, somos muy materialistas, estamos acostumbrados a pensar que las enfermedades se curan exclusivamente con un medicamento, con una pastilla y no tenemos conciencia de que lo psíquico tiene gran importancia en el proceso. Además, existe el prejuicio de que al psicólogo solo van los “locos”, lo que hace que muchas personas que lo necesitan no vayan a consulta.
Se dice que la relación entre la mente y el cuerpo es una calle de doble sentido: uno puede enfermar al otro. ¿Se podría decir también que la mente puede ayudar a sanar el cuerpo?
Lic. Cortés Pérez: Por supuesto. Existe una unidad perfecta entre la mente y el cuerpo y, del mismo modo que la acción de uno sobre el otro puede ser dañina, los pensamientos son capaces de actuar de un modo positivo sobre la salud.
Entonces, ¿cuál sería su recomendación?
Lic. Cortés Pérez: Que los pacientes acudan a las consultas de psicología. Hay factores predisponentes y factores desencadenantes en las enfermedades. Muchas veces, cuando un paciente llega a la consulta de un médico con una diabetes o una hipertensión descompensadas, la esfera afectiva también está dañada.
Nosotros construimos nuestra salud y nuestra enfermedad. Algunas personas, cuando se deprimen, suelen fumar mucho, alterar su dieta, no hacer ejercicios, descuidarse. El cuerpo también te avisa de esos estados. A veces la enfermedad es la forma a través de la cual se manifiestan situaciones afectivas. Por decirlo de otra manera: las enfermedades son “las lágrimas del cuerpo”.
Centinelas de la mente
Personalmente no creo en el concepto de “enfermedades psicosomáticas”. Todo padecimiento, en su génesis, desarrollo o etapa resolutiva influyen y se ven influidos por la esfera psicológica. Más correcto, quizás, sería hablar de enfermedades en las que el componente psicológico es determinante.
Pero no se trata de ahondar en conceptos teóricos, sino de enfatizar en la importancia que tienen las emociones, los sentimientos y las formas como enfrentamos la salud y la enfermedad.
El cuerpo humano está indisolublemente unido a la mente, la cual es un producto de nuestro sistema nervioso central. A su vez, esta puede afectar tanto de manera positiva como negativa nuestra salud.
Por eso tenemos que estar atentos ante sentimientos y pensamientos negativos, que como vimos tienen la capacidad de enfermarnos, pero en ocasiones también son síntomas de una enfermedad orgánica que nos avisa de que algo no va bien en nuestro organismo. Debemos crear “centinelas de la mente” que nos alerten ante estos síntomas.
Es necesario, además, desterrar el estigma de que al psicólogo van solamente las personas enfermas o “locas”, cuando en realidad todos deberíamos poder conversar sobre nuestras emociones con alguien capacitado para orientarnos sobre cómo lidiar con ellas. Una vida más sana y plena es también una vida emocionalmente saludable.
La dimensión psicológica es uno de los tres pilares del concepto de salud. Sin ella, nadie está verdaderamente sano.