En su discurso de victoria del pasado 6 de noviembre, Donald Trump afirmó haber recibido un “mandato poderoso y sin precedentes” de los votantes, y describió su coalición como “la más amplia” y “más unificada en toda la historia estadounidense”.
Acaba de reiterarlo: “Lo bueno es que ganamos por mucho. El mandato fue enorme”, dijo sobre su victoria presidencial en una entrevista con la revista Time después de ser nombrado por la publicación como “Persona del Año”.
Por otra parte, tanto legisladores republicanos como comentaristas conservadores han repetido este aserto hasta el cansancio. Solo por abreviar, digamos que el actual presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, ha dicho: “el pueblo estadounidense ha hablado y le ha dado un mandato al presidente Trump y a nuestros republicanos en la Cámara”.
Con eso damos con una de las características de la ideología trumpista, consistente en el desplazamiento de la realidad por las presunciones. Crear con propósitos políticos una realidad virtual fue su carta de presentación desde el anterior mandato al asegurar, de entrada, que habían asistido más personas al acto inaugural de Trump que al de Obama. Y bautizaron esa práctica con un nombre pomposo: “hechos alternativos”. Un eufemismo para designar la mentira monda y lironda.
El mandato
Naturalmente, la política funciona con percepciones, y un presidente que se autopercibe como un individuo que disfruta del abrumador apoyo de los votantes está mucho mejor colocado para tratar de cambiar/torpedear las políticas vigentes y/o históricas. Ese constructo del “mandato” le sirve para calzar/legitimar sus intenciones: desde deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados hasta extender sus recortes de impuestos a los más ricos y poner a millonarios en el aparato ejecutivo bajo la idea de acabar con el llamado “Estado profundo”. Otra de sus mentiras.
Como ha escrito Julia Azari en Delivering the People’s Message: The Changing Politics of the Presidential Mandate, “vemos que esto encaja en un patrón típico en el que los presidentes saben que van a estar en conflicto. Saben que sus puntos de vista serán controvertidos. Y por eso usan la figura del mandato para intentar sugerir que está bien que yo haga esto o que mis críticos, en última instancia, no son solo críticos míos, sino también de la voluntad popular”.
Otros han cuestionado el concepto de mandato. Según Saikrishna Prakash, profesor de Derecho y experto en historia presidencial de la Universidad de Virginia, “la insistencia en un mandato popular por parte de cualquier vencedor es invariablemente una afirmación egoísta disfrazada de análisis objetivo”.
Pero la única manera de desmontar este constructo es acudiendo a los datos disponibles. Veamos brevemente algunas concurrencias del caso que ahora nos ocupa.
El Colegio Electoral
Trump, en efecto, ganó cómodamente en el Colegio Electoral, pero sus 312 votos electorales no son ni de lejos un récord histórico en más de un siglo. Uno de sus oponentes, Barack Obama, obtuvo en 2012 332 votos electorales.
Aun así, si se compara con otros momentos de la historia de Estados Unidos, la victoria del republicano dista de ser un mandato. Ronald Reagan, en 1980, ganó por un margen de 81,8 %, y Franklin Roosevelt por 77,8 %.
De hecho, el margen de victoria de Trump en el Colegio Electoral es el undécimo más estrecho en la historia de Estados Unidos, un dato que los propagandistas suelen soslayar.
El voto popular
Aunque Trump es también, en efecto, el primer republicano en veinte años en ganarlo, parece un chiste reivindicar un mandato cuando un presidente obtiene menos del 50 %: eso fue lo que ocurrió en estas elecciones. En otras palabras, los 77 300 739 votos que Trump obtuvo representan solo el 49,8 % del total de los emitidos por la gente. Kamala Harris logró el 48.3 %.
Si bien obtuvo más que su oponente, esa ventaja de 1,5 puntos sobre la candidata demócrata fue, como lo hace notar un análisis del Council on Foreign Relations, “la quinta más pequeña de las treinta y dos contiendas presidenciales celebradas desde 1900”.
La victoria de Trump en el voto popular fue la segunda más pequeña en los últimos cuarenta años. Y para cerrar, otro dato: Trump ganó 4 millones de votos menos que Biden en 2020.
Coda
En esta última campaña presidencial, los votantes mandaron un mensaje de descontento con la inflación, los precios de los supermercados, y la falta de viviendas asequibles.
Muchos también se mostraron molestos por la cantidad de migrantes que cruzan la frontera sur de Estados Unidos. Y culparon a la administración Biden por todo eso. El discurso trumpista tuvo éxito de muchas maneras al contribuir a ese clásico voto de castigo.
Lo que está claro a estas alturas, sin embargo, es que se trata de una nación dividida. Hay una ligerísima minoría anti Trump, esa está ahí y por descontado no se va a quedar sentada mirando simple y pasivamente lo que ocurra.
Pero esa cifra en su contra es suficiente como para irritar al presidente entrante, que no tolera el disenso y se ha esforzado sobremanera desde la noche de las elecciones en fomentar la idea de haber logrado algo que solo existe en su mente y la de los suyos: “una victoria política que nuestro país nunca ha visto antes”.
Visto desde otro ángulo, el republicano, su equipo y sus subrogantes se sienten un poco inseguros por esa victoria. Tal vez por eso quieren persuadir a las personas de que es la única voz verdadera de la nación y que no hay opción sino portarse bien y obedecer. De eso se trata.