En los primeros meses de 1895, Narciso García Menocal, recién nombrado juez de primera instancia de Morón, conoció las numerosas fechorías realizadas desde el año anterior en la extensa jurisdicción de aquel municipio, perteneciente a la provincia de Puerto Príncipe.
Llegó a la conclusión de que la seguridad ciudadana era uno de los problemas más acuciantes en el poblado que había adquirido categoría de villa en 1869.
Ciertamente, se vivía en zozobra debido a las correrías de la banda de Nicasio Mirabal, Lino y Jesús Mirabal, José Ramón García, Antonio Torres y Aurelio Padilla. Otra cuadrilla que campeaba era la de José Florentino Rodríguez, “El Tuerto”.
Armados de rifles relámpagos, machetes y revólveres, recorrían las llanuras camagüeyanas para secuestrar hacendados y a sus familiares y pedir rescate por ellos. También saqueaban fincas, ingenios azucareros y bodegas.
Todavía se recordaba el secuestro del joven Enrique, hijo del hacendado Silvestre Hernández del Prado, ocurrido en febrero de 1894 en la finca Santa Gertrudis. Para salvarlo, su progenitor, tuvo que pagar más de seis mil pesos.
Morón en esa época, con 9 630 habitantes, estaba conformado por los barrios de Chambas, Cupeyes, Guadalupe, Marroquí, Morón este, Morón oeste, Punta Alegre, Sandoval y Santa Gertrudis.
En la finca Orosco, situada apenas a 4 kilómetros del poblado, el bandido Santiago Díaz, hermano del Tuerto Rodríguez, y su cuadrilla secuestraron a Rafael Santos, según reportes de la prensa divulgados en el mes de junio de 1894.
Aunque la Guardia Civil salió de inmediato en busca de los forajidos, procedentes de Santa Clara, estos se “esfumaron”. En España, el periódico El Aralar, en su edición del 21 de agosto, ampliaba el reporte:
“En un solo día y en la jurisdicción de Morón realizó los siguientes hechos. Llegó a la morada de Bernardo Santos y, como este señor y su familia pudieron huir, incendiaron la casa, que quedó reducida a cenizas, y sus propietarios, sin tener ni ropa que ponerse.
Secuestraron a Rafael Santos exigiendo mil centenes por su rescate. Secuestraron a Calixto Espinosa pidiendo dos mil centenes por la libertad; todos los bienes del secuestrado no llegaban a la cantidad pedida por el rescate.
La línea telegráfica de Morón a Chambas la cortaron quedando incomunicadas las poblaciones. Al día siguiente de cometer estos cínicos atentados, la misma partida se presentó en el domicilio de Alonso Expósito a quien secuestraron reteniéndole en su poder desde las seis de la tarde hasta la una de la madrugada del día siguiente, dejándole en la libertad mediante la entrega de trescientos centenes que le exigieron como rescate”.
En el caso de Espinosa, como no pudo pagar el rescate, lo mantuvieron en cautiverio largo tiempo. Ante esta alarmante situación, las máximas autoridades militares de la provincia y los grupos de poder se reunieron para frenar aquella avalancha que parecía indetenible. Decía La Unión Constitucional:
“El del bandolerismo es el pavoroso problema que aquí no acierta a resolver. El sábado por la noche se reunió la junta de hacendados con asistencia de más de sesenta personas, presidida por el gobernador militar señor Gasco. Se acordó gratificar con 8000 pesos a quien mate o entregue a cualquier de los hermanos Mirabal. Pagarán una parte de esa cantidad los hacendados y la otra parte el gobierno. El general Gasco ofreció 500 pesos por cada confidencia que produzca algún encuentro con los bandoleros”.
En diciembre de ese año, la banda de seis hombres, capitaneada entonces por Lino Mirabal, cerca de Ciego de Ávila, en las fincas Maniadero y Ramblazo y secuestró a Serafín Morgado y a Luis Gómez. “Las autoridades descubrieron que varios vecinos estaban de acuerdo con los secuestradores”, informaba el Diario de la Marina.
Se reportaba, además, que los forajidos pernoctaban en los montes de la comarca moronense, en una zona intrincada que hoy pertenece al municipio de Florencia, con cuevas y agua dulce para facilitar la sobrevivencia.
La Guardia Civil supo que los secuestradores usaban ropa azul con bocamangas encarnadas y Lino Mirabal llevaba grados de sargento primero. Era “hombre de gran corpulencia, de aspecto vulgar, de barba semirrubia y en extremo astuto, armado hasta los dientes (..)”, así lo describía la prensa.
Al principio fue un rumor, pero luego se constató que era cierta la noticia de que Antonio Torres, integrante de la banda de Lino Mirabal había muerto durante un enfrentamiento con las autoridades en Cayo del Medio, próximo al poblado de Minas.
El bandido, joven de unos veinte años de edad, era natural de Morón, descrito por La Tribuna, de Puerto Príncipe así: “de color trigueño, pelo negro, bigote incipiente, de estatura pequeña y poco desarrollo de cuerpo.” En la refriega también pereció otro forajido llamado Basilio Batista.
Comienza la guerra
El 21 de abril de 1895 ocurrió, en la zona de Jagüeycito, el levantamiento armado de los moronenses para reanudar las luchas independentistas bajo las órdenes del coronel Joaquín Castillo López, un bayamés que se enamoró de una guajira en aquellos predios, al parecer durante la Guerra Grande.
En mayo, otros veteranos, Simón Reyes Hernández, Nicolás Hernández Moreno y Justo Sánchez Peralta, secundaron el alzamiento, en la denominada región de la Trocha.
Las autoridades tuvieron que enfrentar durante un tiempo a bandoleros y separatistas, aunque a todos los “metió en el mismo saco”.
El 10 de junio cundió la alarma en la villa, porque guerrillas dirigidas por Campanioni y Agramonte, unos 50 hombres, burlaron las defensas e hicieron dos descargas de fusilería. El Diario de Córdoba divulgaba la nota enviada por un corresponsal anónimo acerca de este suceso:
“Morón es un pueblo importante que está en el límite de la Trocha. Su estación es la última del ferrocarril militar servido por el Cuerpo de Ingenieros. Tiene Juzgado de Instrucción y Ayuntamiento, y su población pasa de los 8 000 habitantes.
Tiene, a tres cuartos de hora de distancia por ferrocarril, el pueblo de Ciego de Ávila, donde hasta en tiempo de paz hay guarnición, aunque ni numerosa, y donde hay oficinas de Administración militar y donde están los talleres y hospital de Ingenieros.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, el intento de ataque a Morón revela una audacia grande. Ya no es solo Castillo el que por allí merodea; ahora ha salido un Agramonte que quiere ser pariente del célebre Ignacio Agramonte, muerto en la pasada insurrección y tenido por los separatistas como su principal mártir”.
Siguen merodeando los bandoleros
El asesinato en las sabanas de Salau de Cristóbal Rodríguez y Amado López, hermano y cuñado, respectivamente, del secuestrado Calixto Rodríguez por bandoleros sonó durante muchos meses en 1895.
Se atribuyeron estos crímenes, refería el periódico El Bien Público, a venganza personal, “puesto que en causa que se sigue en Morón y Ciego de Ávila, por cuestión de bandolerismo, han resultado complicadas varias personas de aquella localidad”.
Estas bandas, por sus conocimientos del terreno, colaboración del campesinado, capacidad de movilización y escaso número de integrantes, eran difíciles de capturar. A veces los forajidos actuaban bajo identidad falsa.
Nicasio Mirabal, por ejemplo, se hacía llamar Rafael Broche, Juan Camejo y José Jesús Borges. En una de las cédulas aparecía como maestro de azúcar.
Algo tragicómico fue que otros usaban su nombre o el de Lino para amedrentar a las víctimas y despistar a las autoridades. Cuando una zona estaba muy vigilada, marchaban a otras para luego volver y “dar un nuevo golpe”.
Así lo cuenta el presbítero Juan Bautista Casas:
“El tuerto Rodríguez (…) con la complicidad del ahorcado coronel Méndez fue rey en los montes y vegas de Mayajigua, Yaguajay, Remedios, Guaracabulla, Taguayabón, Camajuaní y Sancti Spíritus, corriéndose por las sierras del Escambray a Manicaragua y a los altos de Cumanayagua, o refugiándose por Arroyo Blanco, Las Chambas y los esteros de Morón en la costa Norte cuando se veía acosado o quería descansar y ponerse al habla con la partida Mirabal.”
Unos meses después de iniciada la guerra independentista, la mayoría de los bandoleros se integraron al Ejército Libertador.
Sin embargo, algunos no se redimieron y fueron fusilados por los mambises, entre ellos el temible José Florentino Rodríguez, “El Tuerto”. Otros se presentaron a las autoridades y sirvieron en las guerrillas que perseguían a los revolucionarios. Por cierto, quienes continuaron como forajidos eran llamados plateados.
Los Mirabal se incorporaron a la causa independentista y fueron ascendidos por su valor y pericia. Nicasio alcanzó el grado de teniente coronel, estuvo un tiempo en la región de la Trocha de Júcaro a Morón, comandó el Regimiento Victoria, participó en la Campaña de la Reforma, subordinado a las órdenes del general Máximo Gómez, quien en una ocasión comentó a Fermín Valdés Domínguez: “Muchos que se tienen por honrados en la Revolución quisieran ser tan correctos como Mirabal, que era antes de la guerra un bandolero, pero ahora regenerado por el deber, es digno del aprecio de todos”.
Logró sobrevivir a la contienda y se dedicó a los negocios agrícolas en Remedios. Jesús fue comandante y también pudo ver el fin de la guerra. Lino era teniente coronel cuando murió en una emboscada, el 25 de octubre de 1896, en Tapaste, La Habana.
Fuentes:
Fermín Valdés Domínguez: Diario de soldado, Tomo 4, Centro de información Científico Técnica Universidad de La Habana, 1975.
José Rogelio Castillo: Para la historia de Cuba. Autobiografía del general José Rogelia Castillo y Zúñiga, La Habana, Impr. de Rambla y Bouza, 1910.
Juan Bautista Casas: La guerra separatista de Cuba, sus causas, medios terminarla y evitar otras. Establecimiento tipográfico de San Francisco de Sales, Madrid, 1896.
José Joaquín Gallego Jiménez: “El bandolerismo en la provincia de Santa Clara de Cuba y su represión durante el gobierno del Capitán General Camilo García de Polavieja (1890-1892)”, tesis doctoral, Sevilla, 2019.
Diario de la Marina
La Almudaina
La Unión Constitucional