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Por José Manuel Sáenz Rotko, Universidad Pontificia Comillas
Alemania se encuentra en plena campaña electoral. El 25 de febrero se elegirá el nuevo Bundestag –parlamento–. Las manifestaciones multitudinarias de los últimos fines de semana reflejan el ambiente caldeado y la movilización del electorado, al menos de una parte. También son representación del final definitivo del centrismo político, elemento definitorio de la era Merkel.
Durante los 16 años de su mandato, muchos partidos pugnaban por dominar o hacerse un hueco en el centro, hasta el punto de que los programas electorales no arrojaban, a excepción de Alternativa para Alemania (AfD), diferenciaciones más allá de los matices. Hoy, la polarización política entre derecha e izquierda ha arribado finalmente a Alemania.
La cuestión que ha llevado a decenas de miles de alemanes a manifestarse en las calles empezó hace apenas 15 días con la votación de una propuesta legislativa en el Bundestag. La CDU, liderada por Friedrich Merz, quien con alta probabilidad se convertirá en el próximo canciller, sometió a escrutinio un proyecto de ley para una política migratoria más restrictiva. Contaba con el apoyo del FDP, el partido liberal que en otoño había hecho descarrilar el gobierno de coalición con verdes y socialdemócratas.
La razón de la consternación de muchos no fue el contenido del texto legislativo propuesto, sino la forma en la que se generaba la mayoría necesaria para su aprobación. Según los críticos, la CDU debería haber retirado la propuesta una vez que se hizo manifiesto que AfD —ultraderecha— la iba a apoyar y sus votos iban a ser imprescindibles para su aprobación. Dicho de otra manera, lo inaceptable no era la ley en sí, sino el hecho de contar entre sus apoyos con el de un partido de extrema derecha.
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Sensibilidad sobre el peligro extremista
Es de agradecer que en la sociedad alemana exista una afinada sensibilidad respecto del peligro que representan las ideologías extremistas y una capacidad de movilización y defensa de los valores, principios y mecanismos de la democracia liberal. Al mismo tiempo, cabe preguntarse si una interpretación excesivamente rigorista del concepto de cortafuegos (Brandmauer), o cordón sanitario, contra la extrema derecha parlamentaria no termina siendo perjudicial para la propia democracia.
Para los convocantes de las manifestaciones —entre los que se cuentan asociaciones que engloban a fieles de las iglesias católica y protestante—, aceptar los votos de un partido extremista como el AfD para alcanzar mayorías parlamentarias, incluso si el objetivo de la ley fuera loable, es una traición a la democracia y sitúa al país en la antesala de 1933, año que representa la llegada al poder del partido nacionalsocialista a través de la vía parlamentaria.
Sin embargo, este posicionamiento, desarrollado consecuentemente, reduce la capacidad de los partidos plenamente democráticos —y con ello de los gobiernos que sostienen—, pues asigna una poderosa minoría de bloqueo al AfD. Mayorías del 51 % deben ser generadas entre el 85 % de los escaños (o apenas el 80 % cara a la próxima legislatura, si se confirman los sondeos).
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Los Verdes y el SPD han querido presentar las manifestaciones multitudinarias como una rebelión de una mayoría social comprometida y democrática contra una supuesta deriva derechista de la CDU. Pero la realidad es que la gran mayoría de los movilizados son votantes de los partidos socialdemócrata y ecologista, además de partidos izquierdistas como Die Linke y el BSW.
En cualquier caso, en plena pugna por votos, la polémica está ayudando a la izquierda a marcar perfil como garante del futuro democrático del país y a movilizar a sus votantes tradicionales.
Por su parte, la CDU consigue con su maniobra parlamentaria perfectamente calculada reconquistar la hegemonía narrativa en la importante temática de inmigración y seguridad, o al menos dominarla en detrimento de la AfD, en un momento crucial de la campaña electoral.
Desde inicios de diciembre y catalizado por los terribles atentados terroristas a manos de inmigrantes peticionarios de asilo antes y después de las fiestas navideñas, Alternativa para Alemania había recortado la distancia en intención de votos con la CDU de 15 a solo 6 puntos. A sabiendas de que la inmigración, junto con la economía, serán las cuestiones que decidirán las elecciones y determinarán la fuerza relativa de la extrema derecha frente al centro-derecha, la clave para los de Merz era y es, pues, frenar la pérdida de votantes por su flanco derecho.
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Los conservadores suben en las encuestas
Las encuestas de los últimos días demuestran ya un cambio de tendencia. Por primera vez en meses, los conservadores vuelven a subir y aumentan su ventaja con Alternativa. Lo que algunos medios alemanes han querido presentar como una semana desastrosa para Friedrich Merz ha sido en realidad un período de fortalecimiento para la Unión —como se conoce a los partidos hermanos CDU y CSU—.
Por mucho que el canciller saliente Olaf Scholz agite el fantasma de una coalición de gobierno entre CDU y AfD —Merz jamás cometerá un error político de tal calibre—, y aunque prosigan las manifestaciones, los sondeos muestran que los partidos de carácter y vocación plenamente democráticos y que históricamente han sostenido los gobiernos de la RFA alcanzan hoy en suma entre dos y tres puntos porcentuales más que antes de la arriesgada maniobra electoral de la CDU. El principal perdedor es Alternativa para Alemania.
José Manuel Sáenz Rotko, Profesor Propio del Departamento de Relaciones Internacionales, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.