Yo me dedico a la literatura porque creo que las humanidades son las raíces de la ciencia y la tecnología y que sin conciencia humana la palabra “progreso” se pudre por dentro y a mí me parece que ese es el compromiso de la literatura y cuando defendemos la memoria y la historia y reconocemos lo que desembocó en la Segunda Guerra Mundial o en las grandes catástrofes, pues más que decir que estamos condenados otra vez al fracaso, tenemos que responsabilizarnos en intentar que ahora las cosas vayan de manera diferente. Creo que ese es el gran compromiso.
Tenemos muchos motivos para estar asustados. Yo creo que ser optimista es ser ingenuo. Que ser pesimista tiene muchos motivos. Pero a mí lo que me parece es que no podemos tirar la toalla. Los momentos de crisis nos pueden dar aliento o no dar aliento, pero lo que no pueden es hacer que renunciemos a nuestra conciencia, a no tirar la toalla, a no decir que todo da igual y a mantener las convicciones y los valores que uno tiene porque ese es el único punto en el que de pronto podemos conseguir que las cosas tengan un final diferente.
Al preguntarte lo que cabe en las palabras, lo que quieres es hacerte dueño de tu propia conciencia. La historia no solo pasa por las guerras, pasa también por los sentimientos. La poesía ha sido el espacio del ser humano para preguntarse qué digo cuando digo “soy yo” o qué digo cuando digo “te quiero”. Y finalmente, para mí la poesía es un ejercicio de hospitalidad.
Porque nos engañaríamos si creyéramos que la poesía es un desahogo o una confesión; lo que importa es que el lector empiece a pensar en su propio amor, en su propio sentimiento, en su propio enamoramiento. Y para eso lo que hace el poeta es preparar la casa para recibir al huésped que es el lector. Y eso significa aprender a ponerse en el lugar del otro. Yo identifico la poesía con todo eso y por eso creo que la poesía es muy útil.