Difícil luchar contra el Deseo; lo que quiere lo compra con el alma.
Heráclito
Vivo en la incertidumbre de mí. Acaricio esta bruma a ratos dolorosa. Es fácil sospechar que a ella me debo.
Espero noticias de tu vida. Estas son una alegría y un sentimiento que nada puede suplantar. Quienes te hagan feliz son mis cómplices.
Estoy contigo natural y fielmente, cosa que no altera mi soledad, o la tuya, porque entre otras cosas, ahora es tiempo de andar solos y de seguir el hilo del Ovillo. Me figuro nuestra cercanía, hoy inmensa y entrañable, como una música que flota en el aire sin romper el silencio de la soledad.
Finalmente hablamos por teléfono, después de cinco años, hablamos por teléfono como treinta minutos. Pero hubo algunas pausas en las que yo no sabía qué decir. Entonces. En uno de esos silencios me dijiste: “Es que ustedes son extraordinarios…”. Aquí se hizo otro silencio, más largo, y dijiste después: “Y yo también soy extraordinaria… pero ustedes son los únicos que lo saben”. Luego colgué, temblando como una hoja, entre náuseas y espumarajos.
Durante veinte años has vivido lejos de mí. Esto para nuestra amistad ha significado todo, y nada, una angustia prolongada, a veces aullante, superior a nuestras fuerzas. Siento que hemos andado juntos muchas veces todo este tiempo. Hemos pasado tal vez una gran prueba.
Dicen que cuando Mananan —dios del mar del panteón celta— bate su capa entre dos personas estas no vuelven a verse en toda la eternidad… Pero hay otros dioses.
Las circunstancias nos han separado todo lo que iban a separarnos. No pueden separarnos ya más. Sin embargo, colores y sabores tuyos nutren la férula de mis huesos. ¿Sabías que eres algo que se come?
La palabra dogma se ilumina para mí con los colores soplados de un fuego de burbujas. “Paciencia y silencio”. Estoy sintiendo por ti en tu ausencia lo que sentía en tu compañía. Trabajosamente he llegado a este punto.
¿No es obvio para ti que hacer nuestra real gana es una esclavitud? La abundancia de recursos, de posibilidades materiales, sería para mí mucho más mala que buena. O por lo menos, más peligrosa.
Pero tú me mostrarás, con tu felicidad, con las grandes y pequeñas sorpresas de tu vida, que yo no sé de lo que estoy hablando, y que mis temores son infundados. Una pequeña parte de mí sospecha que lo son, y todo mi ser espera que lo sean.
Son las tres y media de la madrugada. Te escribo para que sepas que estoy vivo, si entiendes lo que te digo. Ahora mismo estoy cediendo a una curiosa tentación, al escribirte, mostrándote un momento de soledad, de perplejidad existencial, envuelto en indefinible desaliento. Tal vez esto no suene a mí. Pero por eso mismo te lo envío, sin muchas explicaciones. Para que sepas que he recurrido a nuestra alianza y siento su acogida.
Vivir en Cuba es difícil y probablemente seguirá siéndolo. Pero encontrar nuestro destino es quizá la única empresa que más difícil puede resultar cuantas menos limitaciones externas existan.
¿Por qué no pruebas a escribir estas cosas que te están pasando? Algo que te recuerde qué es lo que buscas. Quisiera poder decirte esto al oído.
Estar lejos de todo lo que es querido es un dolor que no me siento capaz de tolerar. Pero eso probablemente viene unido a mi creencia de que “mis objetivos” sólo los puedo alcanzar en Cuba.
“Hablar es plata, callar es oro”, dice un proverbio. Y el silencio con que me respondiste era lo natural, lo mejor. Y puedo imaginármelo como yo quiera: deliciosamente leve, trémulo, dorado.
Por aquí todo va bien. Sin novedades negativas. Las novedades que hay son difíciles de contar: provienen de la experiencia de tener pegada la boca al manantial del misterio. (Así se siente.)
Grave Dolor y Suavidad Entera: No te inquietes por haberme dejado sin noticias tuyas tanto tiempo. Aunque la alegría de tus cartas es el mejor talismán, tú sabes que la verdadera amistad no es exigente en ese punto: tiene otras exigencias implacables.
Cuánto hace que no te escribo. Qué herida ésta que no se cierra nunca. ¿Habrás conocido tú obsesión parecida?
Me quejo con esta tristeza endemoniada, debilucha, para dar fe de lo que me pasa. Para que estés tú también, como yo de ti, de centinela desesperado.
¡Cuándo podrás venir! Yo te extraño mucho. Te quiero “como a las telas de mi corazón”.
No creas que desde mi calmoso centro no maldigo la fuerza centrífuga de la vida, que a veces puede crear en nosotros el desapego búdico, pero mil veces defrauda el apego y la “dulce irracional adoración”.
“Girando y girando en el creciente torbellino, el halcón no puede oír al halconero”. Un halcón en el cenit es también alta compañía. Mas no puedo conformarme con eso, ni aún si el halcón es la ballena codorniz.
Grandes son mis reservas de querencia, no hablemos ya de paciencia, para ti. Pasará todo el tiempo y seguiré viéndote en mi casa, cantando una cancioncita sentada al piano, y hablando luego, conmovida por una frase de cariño que alguien dijo de pronto.
“La pérdida del Reino que estaba para mí” es algo muy real. Emigrar es casi morirse, unos y otros, ¿o es más? Trampas muy visibles. Demasiado fácil asustarse, demasiado obvio lamentarse. Con los recuerdos sagrados sosteniéndonos, ¿cómo criar nuevas raíces de sustentación? ¿Dando nuestro amor al olvido? ¿Cercenando las primigenias raíces, la alegría que podíamos dar? Qué silenciosa afrenta.
Pero esa trampa tan real, y semejante a la muerte, no llega a constituir el fin del mundo. Es una tragedia que se agota, y nos agota. Se vuelve, y nos vuelve, insignificantes. Irse, quedarse, pueden ser acciones irrelevantemente iguales. El verbo “ser” continúa fijándonos. ¿Qué nos sucedía? ¿A qué tanto aullido? Sólo una confusión perdonable por el Amor y todas las providencias. ¿Qué va a suceder ahora con nosotros? Prefiero no saberlo, para intentar lo justo, que muchas veces es sólo esperar, inerme, tener valor.
¿Y no va a haber ilusionada vida tras la relativa muerte de nuestras despedidas?, si hasta esperamos vivir después de la otra, la absoluta.
Quisiera, al escribir, acercarme a ti lo suficiente para acompañarnos un poco. Me gustaría escribir estas líneas tecleando con los dedos en el verde de las hojas de la calle G.
Que nuestra lucidez no pueda afirmar lo oscuro. ¿No es esto ser hombres?
No sé tú, pero yo quisiera que mi destino incluyese un distraído florecer en medio de la devastación, un hacer de la amistad un culto, un mutuo acompañamiento terco hasta el fin.
También yo he intentado esa extraña operación que llaman “vivir en el presente”, el más fugitivo e ilusorio de los tiempos. ¿Mas que habría sido de nosotros si lo hubiera logrado?
Con mejor frase dice el Viejo Testamento: “Bástele a cada día su afán”. Bueno, felicidades a quien lo consiga.
Por mi parte, arrastro “cada día” mi fardo abrumador de aprehensión y nostalgia.
Sólo en ocasiones, no sé por dónde, me entra una gran calma existencial.
Decía Oscar Wilde que no valoramos la belleza del crepúsculo o del amanecer porque no podemos pagar por ellos. Pero claro que sí podemos pagar por ellos. Y no sólo agradecerlos. Todo el asunto está en que sí podemos pagar por ellos.
Cuando alguien que quiero mucho se va, siento que con ellos desaparece lo mejor de la obra que hubiera podido realizar, que era justamente nuestra amistad, y también que se desvanece lo mejor del país donde he vivido, que era el País de la Amistad.
Cuando tú, u otro viajero entrañable, me habláis de dudas, incertidumbre y agonías, vuestras palabras encajan dolorosamente en los esquemas que existen en mi mente acerca del duro destino, o más bien dura ausencia de destino, del emigrante.
Siento que no comprendo bien nada. No alcanzo a aportar elementos de juicio que te sirvan, porque parece que no consigo ponerme en tu lugar. Aunque puede que mi situación se parece esencialmente a la tuya y a la de todos.
Aquí o allá, las más tremendas decisiones han de tomarse a la ligera. Llegado el momento, nunca tendremos en la mano las variables todas a considerar. Además, así se nos da oportunidad de practicar la audacia –virtud armoniosa y suprema ante la cual la Fortuna está obligada a sonreír.
Las incertidumbres no pasajeras, las dudas profundas, deben ser asumidas, incorporadas, no despejadas. Cuando por fin logramos funcionar, a pesar suyo, ellas pasan a ser nuestra fuerza secreta y nuestra garantía de autenticidad.
“El final feliz no se produce al principio del cuento”. Esto lo escuché en una película supuestamente para niños.
Te confieso que soy el primero en dudar de la utilidad de estas palabras que con toda el alma te escribo. Pero confío en el temblor que las precede.
Algunas cosas nunca cambian. Entre todas las personas del mundo, siempre habrá al menos una que cuando escribe tu nombre siente, y siempre ha sentido, que escribe un poema, o una palabra que va en un poema.
Van para ti mis antiguas bendiciones.
Que puedas recordar la melodía precisa en el momento justo.
Que otros te vean como te veo yo y te conozcan como yo.
Que todo el que te quiera comience por besar tu transparencia y misterio.
Cuelguen los pámpanos por la cabellera de septiembre y hacia el final de hoy, su séptimo día de primores, corra el vino y haya fiestas invisibles sobre la colina.
Que vivan seguros todos tus años sucesivos, cada vez más libres y simultáneos en la memoria.
“Tú que me sonreíste en la mañana de la vida, ven y sonríeme otra vez”.