La Feria del Libro de La Habana, que se celebró entre el 13 y el 23 de febrero, dejó momentos de sentimental trascendencia, a pesar del sombrío contexto eléctrico en el que se desarrolló. Un caso de interés para mí, visto desde la distancia, fue el regreso del proyecto editorial La Biblioteca del Pueblo, fluctuante en el tiempo, pero eficaz para propiciar la lectura.
Durante muchos años, los libros de esta colección nos pusieron delante a decenas de autores y obras. Ahora, se recordaba el empeño fundador de intelectuales como Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet, y el diseño de Raúl Martínez, quien, de alguna manera, con ese rectángulo en el que hizo colisionar las dos P que dan lugar a una nueva letra, la B de biblioteca en el logo, nos recuerda su época lunera; es decir, cuando era director de arte en el magazine Lunes de Revolución.
Indago en la cantidad de ediciones disponibles en este regreso, pero no tengo respuesta firme a mis dudas; pregunto en algunas provincias si han visto llegar los nuevos libros de la colección y si acaso alguien me confirma la existencia de tres o cuatro en formato papel. Las autoridades del Instituto del Libro (ICL) hablan de más de 80 títulos, que alternarían entre ediciones digitales e impresas desde distintas editoriales, creí entender. Han sido repartidos entre Clásicos de la literatura cubana y universal, Literatura infantil y Pensamiento.
La idea, según se lee, es ir sumando nuevos autores y títulos para así nutrir lo que consideran “lo más selecto de la literatura universal y cubana”. Virgilio López Lemus, uno de los involucrados en esto, lo ha definido como “una lista prodigiosa”.
Hasta la fecha se puede pensar que aquella colección primigenia, atribuido su nacimiento a la edición masiva de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en 1960 (al precio de 25 centavos), había sido empresa editorial impulsada a partir de 1959, pero las palabras del asesor de la presidencia del Instituto Cubano del Libro (ICL), Josué Pérez, sugieren que hubo un antecedente.
Según Pérez, tal vez fuera aquella iniciativa “una manera desprejuiciada de retomar un arma de la primera intervención estadounidense en Cuba (1898-1902), cuando los interventores crearon una biblioteca para el pueblo, y dieron a conocer determinadas obras, cuyo objetivo era establecer las líneas educacionales y de lectura en el país”.
Teniendo en cuenta este criterio, la Biblioteca del Pueblo se remonta al gobierno de John Brooke y tuvo distintas fases durante la primera mitad del siglo XX hasta alcanzar mayor esplendor, aupado por la ambición cultural impulsada con la Revolución, tras la creación del Instituto del Libro, en 1967, aun cuando fuera una idea con buen arranque desde la Imprenta Nacional, donde figuras como Alejo Carpentier estuvieron entre sus reinventores.
A Carpentier, por cierto, se le atribuye el prólogo de aquella primera edición del Quijote, en la cual se destaca que, por valores filosóficos y estilísticos, y “por indicación del propio primer ministro, Fidel Castro”, se escogía la fabulosa novela de Cervantes para “inaugurar” la Biblioteca del Pueblo que hubo de publicar la Imprenta Nacional.
Por cierto, Virgilio Piñera escribió (“¿Ya leyó el Quijote?”, Lunes de Revolución, No. 71.) que la impresión del Quijote había promovido una ola de reproches, dado que muchos, los que él llamaba “exquisitos”, no entendían la importancia conferida al libro con una impresión de miles de ejemplares, y menos comprendían que su historia tuviera que decirle algo a los cubanos del momento.
Advertidas estas cuestiones históricas, creo que resulta un hito para la cultura lectora la recuperación de esta serie: Biblioteca del Pueblo. Es casi un hecho heroico que se impriman miles de ejemplares de obras literarias en medio de la crisis económica que vive la isla, aunque tal vez los funcionarios implicados tomaran la decisión precisamente por ello: la agónica circunstancia de la nación ha terminado macerando su espiritualidad, de manera tan grave que los jóvenes siguen optando por largarse en multitudes, y los que quedan luchan contra el virus del desaliento y el engaño.
¿Es posible que en medio de tan asolador panorama se siga leyendo? Es posible. Les pregunto a los amigos y ninguno ha dejado de leer. Incluso, imprimen libros por su cuenta para alternar la lectura desde las pantallas. Pero, ¿qué se lee? Lógicamente, los libros que se les pudieron haber negado durante años, aquellos a los que no tienen acceso; porque se sabe que en Cuba se publica poco y se prioriza lo político por sobre lo literario. Leen los clásicos y las novedades que tampoco aparecen fácilmente en el mercado, a no ser en formato digital.
Me parece curioso que esta Biblioteca renacida incluya autores que por décadas el propio Gobierno mantuvo al margen de la distribución, promoción y existencia institucional; especialmente en aquellos sitios determinados por la propaganda del Partido Comunista. Hago la salvedad porque las universidades, los centros culturales, muchos espacios de este corte probablemente nunca dejaron de mencionarlos, y porque ahora por momentos tengo la impresión de que se vive un ambiente de parecida exclusión.
Esta nueva Biblioteca Popular, en cambio, no parece escatimar como lo hubiera hecho en el pasado el ICL con autores como Jorge Mañach, Lidia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz, Carlos Montenegro, Manuel Moreno Fraginals, por solo citar casos de los que puede saberse; y me gustaría que también se dijera si otros nombres esenciales para la cultura cubana están o estarán aquí, y pienso en Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy; en Milán Kundera o Vargas Llosa.
Por los reportes de prensa es posible ver la concreción de obras de autores que van desde José Ángel Buesa a Nicolás Guillén, Lezama Lima y Virgilio Piñera; observo que hay obras impresas de Antoine de Saint-Exupéry y Mark Twain, que pueden encontrarse libros como Winnie the Pooh, de A. A. Milne, así como los más celebrados de Mijaíl Bulgákov, Fernando Pessoa, José Saramago, William Shakespeare y James Joyce.
Supe de esta noticia casi por casualidad, gracias a las redes. Desde mi distancia, la entendí relevante; no solo para los lectores, sino para la propia preservación de la memoria.
No sé si la vuelta de esta Biblioteca Popular despertó demasiado interés también entre los lectores de la isla, ya que por mucho calado que tenga el suceso cultural, tal vez no se tuviera electricidad y tampoco alimentos para mantener el espíritu entusiasmado hasta el día en que lleguen los libros a la ciudad. De manera que así, en tortuosa lucha entre la espiritualidad y la sobrevida, la noticia supongo que pasó desapercibida en muchos lugares y para no poca gente.