“Guerrillero Heroico”, la icónica imagen del Che Guevara tomada por Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) (La Habana, 1928 – París, 2001), cumple hoy 65 años.
El 5 de marzo de 1960, una multitud llenó la avenida 23 para despedir a las víctimas del atentado al vapor La Coubre, ocurrido un día antes en el puerto de Talla Piedra. Cerca del cementerio de Colón, en la esquina de 23 y 12, Fidel Castro dio un encendido discurso desde una tarima improvisada, acompañado por figuras de la Revolución e invitados extranjeros; entre ellos, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes visitaban Cuba para conocer de cerca los cambios tras el triunfo de 1959.
Abajo, entre la multitud, Korda, enviado por el periódico Revolución, registraba la concentración. No era el único fotógrafo; había algunos más.
Korda tenía una cámara Leica y un desgastado lente de 90 milímetros. Si se analiza la hoja de contacto de aquella cobertura, se deduce que las condiciones de luz natural no eran las mejores. Todo gris. Nublado.
El fotógrafo tenía cargado en su máquina un rollo de 35 mm, blanco y negro, marca Kodak Safety Film. A lo largo de la secuencia de fotogramas, salta a la vista que la mayoría de las imágenes tienen como protagonista a Fidel Castro. Es lógico: fue el único orador de la jornada. Korda volvía una y otra vez sobre el encuadre hasta obtener la foto que, sabía, sería la imagen de portada del diario al día siguiente.
Hizo tomas cerradas en horizontal y vertical, buscando la mejor composición mientras Fidel, desde el estrado y con una bandera cubana de fondo, levantaba los restos de las bombas como prueba del atentado. En su discurso, acusó a EE. UU. y la CIA como autores intelectuales y, por primera vez, pronunció la consigna “Patria o Muerte”.

Las fotos de ese día muestran que Korda también enfocó su lente hacia el resto de la tribuna, destacando a algunos personajes. Fotografió a los intelectuales franceses, asistidos en la traducción por Jaime Sarusky. Además, capturó dos imágenes del capitán rebelde y naturalista Antonio Núñez Jiménez.
En otras oportunidades, para obtener un plano más abierto, Korda se alejó un poco. Así quedaron en cuadro algunos de los personajes que estaban en la tribuna, como Osvaldo Dorticós, presidente de Cuba durante 17 años, desde julio de 1959 hasta diciembre de 1976.
Todo había sido calculado por el fotógrafo, pero en la fotografía, como en la vida, el azar puede reservar de pronto una oportunidad. Mientras capturaba la tribuna, el Che, ubicado en una segunda fila casi imperceptible, se asomó brevemente al borde de la plataforma para observar a la multitud. Korda, a unos 10 metros de él, aprovechó la ocasión.
“Apareció desde atrás el Che y lo veo por mi cámara. La expresión de sus ojos fue tan intensa que me turba por un instante, me muevo, me tambaleo, pero inmediatamente oprimo el obturador y tomo dos fotos: una horizontal y otra vertical. Acto seguido, su figura desaparece de nuevo en el fondo. No fue concebida, fue intuida”, contaba el maestro Korda cuando le preguntaban por su icónica fotografía, algo que ocurrió casi siempre que lo entrevistaron a lo largo de su vida.
Al revisar la prueba de contacto, se observa que cuando Korda tomó las dos fotos del Che, el rollo ya estaba casi terminado. Luego solo pudo hacer cinco tomas más: una a Sartre y Beauvoir, y cuatro a Fidel.
Si el Che se hubiese demorado o si Korda no hubiese estado atento, no habrían existido esas dos tomas. Además, ninguno de los otros fotógrafos presentes logró captar una imagen del Che.
Al revelar el rollo, Korda notó que en la imagen horizontal original, el rostro del Che destacaba enmarcado por un hombre de perfil y hojas de una planta. En la versión vertical, los elementos de fondo distraían demasiado. Korda decidió reencuadrar la foto horizontal con la ampliadora, eliminando la planta y el perfil del hombre. Así logró un retrato vertical impecable, en el que la mirada del Che se convirtió en el foco absoluto.

Al periódico entregó todas las fotos que tomó, pero esta pasó inadvertida para los editores y no formó parte del reportaje que publicó Revolución sobre los sucesos en torno a la explosión de La Coubre. Tampoco estuvo incluida en el excelente número de Lunes de Revolución, el suplemento cultural del periódico.
Días después, la foto del Che terminó colgada en el estudio de la calle 21, entre N y O, en El Vedado, que su autor compartía con Luis Pierce y Genovevo Vázquez. Así puede comprobarse en una foto tomada en 1966 por el fotógrafo José A. Figuero, entonces ayudante de los estudios Korda, donde el retrato del Che está entre otros de Pablo Neruda, el cosmonauta Yuri Gagarin y una escena del nacimiento de Fidel Alberto, el hijo de Korda.
El 19 de agosto de 1960, el retrato fue publicado en el diario Revolución, anunciando la presencia del guerrillero en el acto inaugural de charlas organizadas por el Ministerio de Salud Pública. La foto apareció pequeña, sin el crédito de su autor. También se publicó sin firma en el número 959 de la revista Paris Match, el 26 de agosto de 1967, en una página completa, ilustrando el artículo “Les Guerrilleros”.

Tras el asesinato del Che en Bolivia, y en contraposición con las imágenes de su muerte difundidas por la CIA, la instantánea de Korda comenzó a recorrer el mundo gracias al editor italiano Giangiacomo Feltrinelli (1926-1972). Este, por entonces director de una de las editoriales más importantes de Italia y de toda Europa, convirtió la imagen en un ícono global.
Feltrinelli, editor, político y activista comunista nacido en Milán, llegó a Casa de las Américas en el verano de 1967, proveniente de Bolivia, apenas meses antes del asesinato del Che.
Consciente del mito en que ya se había convertido el guerrillero, buscaba una foto suya. Haydée Santamaría, presidenta de la institución, le sugirió que visitara los Estudios Korda. Al entrar, Feltrinelli quedó prendado de la imagen de Guevara, colgada en uno de los estantes.
“Le gustó mi retrato y pidió que le hiciera dos copias en 30 x 40 cm y papel brillo. Se las regalé”, rememoró Korda en una entrevista concedida a Ciro Bianchi en 1991.

Poco después, en enero de 1968, la fotografía adquirió nueva dimensión cuando fue impresa en gigantografía para cubrir la fachada del Ministerio de Industria, hoy Ministerio del Interior, en la Plaza de la Revolución; donde Fidel dio un discurso en el acto por el 9no aniversario de la Revolución.
Dos meses después de ese anuncio oficial, Feltrinelli imprimió en Milán 2 millones de afiches de 100 x 70 centímetros, y los estudiantes se echaron a la calle con ellos al grito de “¡Che vive!”.
Feltrinelli también fue el encargado, en 1968, de publicar el Diario del Che en Bolivia en varios idiomas. En cuestión de semanas, el libro llegó a miles de lectores en todo el mundo. La foto de portada de esa primera edición fue la instantánea tomada por Korda.
La imagen trascendió aquel negativo y el papel fotográfico para convertirse en un símbolo universal. Reproducida hasta el infinito, apareció en carteles, pancartas, banderas, postales, camisetas y portadas de libros y todos los formatos y soportes imaginables. Desde las marchas estudiantiles en París hasta cualquier pared de América Latina, la mirada del Che captada por Korda se multiplicó como un emblema de rebeldía, resistencia y utopía.

En marzo de 1968, tras la intervención de los Estudios Korda por el Departamento de Lacra Social, se perdió buena parte del legado fotográfico de los cuatro Korda (Genovevo, Luis, Alberto y Figueroa eran los integrantes del estudio). Solo unos pocos negativos fueron salvados, resguardados en las “gavetas de la Revolución”, como las catalogó Alberto Korda. Entre ellos, se encontraban las fotos del 5 de marzo de 1960, donde inmortalizó al Che. Estos negativos se conservan en los archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

La foto también ha sido objeto de diversas manipulaciones. En el año 2000, la marca de vodka Smirnoff la utilizó en una de sus campañas publicitarias. Korda entabló una demanda y triunfó el 14 de septiembre, día en que cumplía 72 años. La anécdota es conocida, entre otros motivos, porque ganó más de 60 mil dólares. Lo que pocos saben es que, según me contó el fotógrafo Liborio Noval, Korda donó íntegramente ese dinero a la Salud Pública cubana, sin publicidad alguna.
Otro episodio de manipulación de la imagen ocurrió en 2012, cuando Mercedes-Benz intentó apropiarse del ícono del Che, utilizando la famosa imagen de Korda con su logo en lugar de la estrella de la boina para simbolizar una “revolución” en la industria. La jugada desató críticas y acusaciones a la marca de trivializar un símbolo de lucha con fines comerciales. La controversia fue tan grande, que la empresa se disculpó públicamente.

En 2013, una copia de la foto del Che de Korda autografiada fue subastada en Viena por más de 9 mil euros, y en 2016 la cámara Leica con la que tomó su imagen fue vendida por 18 mil euros.
Cuando Korda tomó una de las fotos más famosas de la historia, tenía solo 32 años y era un fotógrafo más en la Cuba revolucionaria. Su instantánea se convertiría en uno de los símbolos más poderosos del siglo XX. Sin embargo, no fue hasta 1978, cuando tenía 50 años, que el mundo comenzó a reconocer su autoría y valorar su obra. Sus fotografías empezaron a ser exhibidas en los círculos artísticos internacionales.

Sin restarle mérito, es preciso señalar que el retrato “Guerrillero Heroico” no basta para resumir la maestría de Korda. La casualidad de haber sido “el autor de la foto del Che” opacó en cierta medida una parte importante de su trabajo, especialmente en el campo de la moda y la publicidad.
Para la crítica de arte Cristina Vives, Premio de Curaduría 2009 por la exposición Korda conocido desconocido, a partir del libro homónimo que presentó en 2008 (editorial La Fábrica), esa instantánea representa la paradoja histórica y artística en la que Korda se vio atrapado.

“Esa imagen fue su clímax (considerada la obra más reproducida en la Historia del Arte occidental tras la Gioconda de Da Vinci) y su estigma (el lugar común cuando se habla de su legado artístico)”, puntualiza la investigadora, quien en un ensayo afirma:
Korda no era consciente de que sus mejores fotografías eran el resultado de una “construcción” artística (…). Tampoco era consciente de que estaba conformando una iconografía de la Revolución a través de sus líderes. Este proceso le llevó años, y lo hizo, básicamente, utilizando la figura de Fidel. El Che no fue precisamente el “sujeto” más privilegiado en este empeño, pues no era un personaje cercano y solo le tomó algunos rollos de película. Quizá por ello insistía en reiteradas entrevistas, con razón, que la fotografía del Che fue solo un instante de suerte.