Son sus piezas, según las percibo, música de cámara para los ojos, que deben degustarse en espacios que no rivalicen con el trazo sosegado ni con la aparente simplicidad compositiva, adentrase sin prisa bajo la tenue capa de pigmentos, cuidando a cada tramo no romper ese intimismo —cristal traslúcido— que ella consigue a fuerza de interrogarse en constante colisión con el mudo material y su madeja intrincada de relaciones sociales. Lisandra se observa y nos observa. Y de ese gesto nace una obra personalísima en franco ascenso.
Graduada de la Academia de Bellas Artes San Alejandro (2008) y del Instituto Superior de Arte (2013), ha realizado seis muestras personales, todas en La Habana: Autorretrato de la artista adolescente (Galería Oswaldo Guayasamín, 2009); Inventario No. 55 (Fundación Ludwig de Cuba, 2009); Imitación de vida (Galería del Centro de Negocios de Miramar, 2010); Cristal blando (Galería Villa Manuela, 2013); El roce de la seda (Galería Artis 718, 2019), y Dos caras de Eva. Exposición virtual (ArteMorfosis, Cuban Art Platform, 2022). Además de Cuba, su obra ha sido apreciada, en exposiciones colectivas, en China, Reino Unido, Bélgica, Francia, Estados Unidos de América, Brasil, Suiza, Alemania y Argentina.
Lisandra es hija de Eduardo Rubén (artista visual) y de Thelvia López Marín (orfebre), quien, a su vez, es hermana de Rogelio (Gory, artista visual) y Jorge López Marín (director de orquesta); y como estos, hija de Thelvia Marín (Sancti Spíritus, 1922-La Habana, 2016), poliédrica figura de la cultura cubana.
Tengo la suerte de vivir en una zona de El Vedado donde el azar ha ido agrupando a varios artistas prestigiosos. Lisandra, entre ellos. De la admiración por su trabajo y de las frecuentaciones que empiezan a ser habituales, nace esta entrevista.

fragmentos de espejos y vidrios rotos; 90 cm x 70 cm.
¿El provenir de una familia de artistas notables definió tu inclinación vocacional o piensas que te habrías dedicado al arte en cualquier circunstancia?
No podría decirte si el arte es algo a lo que me habría dedicado en cualquier circunstancia o que siempre supe que iba a ser artista, ni mucho menos. Era casi inevitable, proviniendo de una familia como la mía, que me hubiera dado por dedicarme a otra cosa; es algo que nació de forma natural. El caso es que siempre tuve acceso a los pinceles, las tintas y los acrílicos. Crecí yendo a exposiciones, escuchando música, apreciando el teatro, el ballet y amando la literatura. Desde pequeña me gustaba imitar a mi padre, y pintaba con él, o me ponía a jugar con barro cuando mi abuela estaba haciendo esculturas. Tuve alguna afición por el diseño o la arquitectura. Siempre me decanté hacia algo relacionado con las artes visuales o que involucrara habilidades manuales.
No sé exactamente en qué momento, pero fue a temprana edad que me propuse ser artista. Igualmente me hubiera encantado saber bailar, cantar, o tocar algún instrumento, pero lamentablemente no fui dotada con ninguno de esos talentos, como lo fueron otros integrantes de mi familia.
¿Alguien te indujo a tomar ese camino o fue una elección libre?
Supongo que intentaron inculcarme el amor por las artes, y puede que hubiera alguna expectativa por parte de ellos de que me inclinara a continuar la larga tradición familiar, pero nunca sentí que fuera algo inducido ni impuesto, simplemente accedí a ese mundo y fue mi elección empezar a prepararme para las pruebas de ingreso a San Alejandro cuando estaba en 8vo grado. En ese momento tuve excelentes profesores, y ahí comenzó de alguna manera una disciplina que encauzó mi entrada a la Academia, seguida, lógicamente, por el ingreso al Isa. Ahora no pudiera imaginar dedicarme a otra tarea que no sea afín a mi profesión.

La primera exposición personal que registra tu currículo es —parafraseando a Joyce— Autorretrato de la artista adolescente, de 2008. Y constituyó tu tesis de grado para concluir los estudios en San Alejandro. Desde entonces, y hasta donde conozco, tu obra no ha dejado de ser autorreferencial. ¿Cómo leer ese gesto? ¿Asumes la autoindagación para comprender el mundo exterior? ¿Es un sitio de confort que has construido desde la paradoja que consiste en mostrarte para hacerte invisible?
Como dices, la autorreferencialidad es recurrente en mi obra. Supongo que surge de manera intuitiva, de la motivación de autorreconocimiento y autoexploración como un gesto de mi reafirmación en el mundo, y de la necesidad de comprender mejor algunas facetas de mi existencia. En mis primeros trabajos y exposiciones, desde que estaba estudiando en la Academia San Alejandro, incluso antes de mi graduación en 2008, a falta de modelos dibujaba mi rostro frente al espejo.
Luego comencé a tomarme fotografías para pintarme en mi propia condición de adolescente, de joven, de mujer que iba creciendo, mostrando cómo cambiaban mis mapas vitales en el diálogo introspectivo con el mundo. Si bien en un inicio utilicé la autorrepresentación como sinónimo de autoconocimiento cognitivo y volitivo, posteriormente me motivó el aspecto afectivo y valorativo.
Fue entonces que me propuse emplear el arte para construir un mundo introspectivo donde el componente autorreferencial está marcado por una actitud evasiva que se traduce en reconversión consciente de la realidad que me rodea. En ese mundo exploro lo íntimo, lo cotidiano, lo femenino; transgrediendo esa pequeña zona que nos cuesta tanto compartir: el espacio privado. En él, fragmentos de mi cuerpo, ambientes y objetos cotidianos son transmutados en algo vital.

¿Partes de fotografías para reproducir tu imagen? Sin llegar a ser obras realistas, te reproduces con bastante fidelidad. ¿No sientes la necesidad de “retocar” tu imagen? ¿Estás contenta con ser como eres? ¿Piensas que tal como te dibujas y te pintas es como te ven los otros?
Todo lo que experimentamos o una gran parte de lo que advertimos a través de nuestros ojos, oídos, con nuestro sentido del tacto, es tan común que no implica conciencia alguna cuando reaccionamos a ello. Al pensar, se dan muchas respuestas casi automáticamente, porque las operaciones necesarias son tan simples que resultan casi instantáneas y ni siquiera recordamos conscientemente haber hecho algunas cosas. Intento captar en imágenes esos momentos que pasan “desapercibidos”: los sucesos más comunes de nuestra existencia, observar con lente de ángulo ancho y luego con lente de aumento para captar lo que pasa inadvertido en nuestras vidas, descubriendo en ellos la poesía.
A partir de ahí, se podría decir que aspiro de cierta manera a influir en mi realidad, o a transformarla imaginativamente erigiendo una realidad otra, en la que se redisponen las diferentes capas o filtros a través de los que vemos y comprendemos nuestro contexto; pero ese proceso de reconversión conlleva necesariamente el referente, el cual proviene de mi cotidianeidad, mi propia historia de vida, mis vivencias y mi universo personal. Me interesa mostrarme de la forma más sincera y transparente posible, me retrato en mi entorno, en mi día a día, y para ello empleo la fotografía, pero la uso más bien como modelo o como inspiración para plasmar ideas en dependencia de lo que esté queriendo expresar. No intento reproducir fielmente sino “retocar” (¿por qué no?) mi imagen y mi mundo a mi antojo. En definitiva, esa es la ventaja que el arte me puede brindar y yo la aprovecho, a veces en menor o mayor medida.
Esas mismas imágenes -casi autobiográficas- capturadas por mí misma, mis padres o mi pareja, son utilizadas y reutilizadas varias veces, tanto en mis bocetos digitales como en mis obras pictóricas, instalativas y fotográficas. En el caso de mi obra fotográfica casi siempre me ha interesado más la fotografía no documental, manipulada digitalmente a modo de fotomontaje, incorporada a instalaciones, o instalada sobre espejos o vidrios a manera de collages.
No voy a preguntarte la opinión que tienes de la obra de Thelvia Marín (tu abuela), de Gory (tu tío), ni de Eduardo Rubén (tu padre). Sólo quiero saber si crees que tu juicio sobre el trabajo de ellos es objetivo o está condicionado por la cercanía y el cariño.
Obviamente, no puedo ser objetiva. Creo que es imposible no estar condicionada por la cercanía y el cariño, pero valorándolo desde la distancia, pienso que son tres grandes artistas con unas obras fascinantes, cada uno con sus particularidades y riquezas expresivas. Siento admiración por la pasión que ellos han depositado en sus trabajos a lo largo de los años, y por el increíble talento que comparten.

Tu abuela fue una personalidad multifacética. Entre otras cosas, fue sicóloga, pintora, escultora, poeta, periodista… ¿Recuerdas alguna anécdota de ella que la muestre en toda su complejidad?
Fui inmensamente afortunada al tenerla tan presente en mi vida y mi formación. Imagínate lo que significó la convivencia con ella. Por supuesto que no era la típica abuela ama de casa, y quizás por eso su madre siempre afirmó: “Lo único que mi hija hace bien en una casa, es la maleta”. No tenía dotes culinarias, no podía cocinar un guiso ni un arroz con leche, pero si le tocaba prepararme algo de comer lo hacía con todo el amor del mundo. La recuerdo con alegría, siempre activa, trabajando o intercambiando llamadas con amigos y colegas. Por su versatilidad, ella se asumía como “mutante”, dotada por un lado de una mente compleja, creativa, ávida, febril, irreverente, iconoclasta; y por otro, de todo el carisma y la modestia, pero sin fingirse ignorante.
Mis amigos la adoraban, ella terminaba siempre con nosotros, dándonos generosamente todo el saber que atesoraba, compartiendo un traguito en el bar de nuestra casa, recitando poemas o cantando canciones de su amada trova espirituana, acompañada por algún amigo con una guitarra o acompañándose ella misma al piano, mientras nosotros disfrutábamos el “des-concierto”.
Recuerdo que en esas ocasiones nos contaba cómo “aprendió las notas antes que las letras”, y cómo a sus catorce años, cuando aún vivía en Sancti Spíritus, se las arregló para obtener, “sin ayuda de nadie”, una beca en San Alejandro para estudiar pintura y escultura, con un estipendio de 19.75 pesos que tenía que alcanzarle para vivir en la capital y pagar alojamiento, viajes y alimentación. Además de ejercer la pintura y la escultura, escribió cuánto pudo, estudió en la Universidad de La Habana, terminó teoría, solfeo y piano. Eso nos da una idea de cómo fue su etapa de estudiante y lo diversa que podía llegar a ser. Además, trabajó para “cuadrar la caja” y traer a sus padres para La Habana.
Ella decía: “Quizás esas experiencias fueron las que propiciaron el que, al amanecer de un día cualquiera, despertara con el rostro grotescamente desfigurado por la más inoportuna y cruel parálisis facial, que durante un año me enseñó a conocer el precio, no el valor, de una cara bonita ridículamente torcida.”
Estas y otras vivencias no menos traumáticas, complementaron su educación. Claro que no era de las personas que iba a quedarse sintiendo lástima de sí misma. En cambio, ella decía: “En mi caso, aquellas ‘felices’ circunstancias estaban destinadas a fortalecerme hasta el punto de lograr que quien no me amara, me temiera. El juego consistía en alcanzar esa meta, sin decir ni una mala palabra, pero sin permitir que alguien pensara que mi vida no era un vacilón”.
A lo largo de su existencia repartió toneladas de ternura; y procuró no inspirar lástima, ya que siempre aplicó aquel proverbio hindú: si estás mal, no lo digas, porque si la persona te ama, se entristece, y si te odia, se alegra. Así mismo fue como desde los 40 años le quisieron poner un marcapasos y ella nunca lo permitió, y cuando le dolía un brazo o una rodilla, le decía: “Tú no te gobiernas, te gobierno yo”.
Recuerdo como una enseñanza vital su frase de que en “la vida hay dos caminos a seguir, el del yunque o el del martillo, y es mejor el del martillo”, y así fui testigo de cómo optó siempre con éxito por seguir ese camino, “haciendo en cada momento lo que cada momento requiriera”. Ese fue su más martiano estilo de vida, haciendo lo que exigía cada situación, en lo posible y a su manera.

Vamos a retroceder a tu genealogía artística. ¿Aceptas la inclusión, aunque sea parcial, en la estética del pop art? ¿De dónde vienes? ¿Cuáles son los artistas, cubanos o no, que han influido en ti? ¿Y cuáles son aquellos que, aunque su huella no esté en las piezas, han contribuido a conformar tu mirada?
Acepto la influencia de la estética del Pop Art, de Warhol, de Hockney…, también del Neopop; yéndonos más atrás, del Simbolismo, de las pintoras impresionistas Mary Cassatt y Berthe Morisot; y de algunos artistas postimpresionistas, como Degas, Bonnard, Vuillard, Van Gogh, Gauguin, Magritte o Lautrec. Me llama también la atención la obra de las surrealistas del arte mexicano: Frida Kahlo, Leonora Carrington y Remedios Varo; y he quedado especialmente admirada con la obra de Louise Bourgeois, sobre todo en su serie de Celdas. En su obra se percibe una sensación de intimidad escondida y exhibida a la vez.
Me gusta la forma personal y sutil con que trata temas como la femineidad, el sexo, la memoria, la infancia, la adolescencia, la familia y la soledad, creando esculturas-instalaciones con diversos materiales y aprovechando objetos, incluso personales. De Cuba señalaría a Raúl Martínez, Rocío García, Sandra Ramos, Aimée García y Cirenaica Moreira, solo por mencionar unos cuántos.

Conversemos sobre algunas obras en particular. Yo te diré qué me sugiere cada una, y tú me dices si mi opinión engarza con tu propósito inicial. Sé que mis interpretaciones apriorísticas van a sonar trasnochadas, pero el objetivo es provocar en ti alguna reflexión sobre las mismas.
Me interesa que las obras dejen abiertas las puertas para que cualquier interpretación sea posible. Cada obra es como una escena, cuenta una historia que el observador no conoce, pero que puede imaginar, completar y luego hacer múltiples conjeturas sobre su significado, así que son bienvenidas tus interpretaciones y la provocación a pensar sobre ellas.
Frágil: la caja de luz marca la distancia entre el que observa y lo observado; hay límites para la proximidad. Adentro existe un mundo transparente, luminoso, pero que pudiera quebrarse con facilidad. Algo así como “mírame y no me toques”.
Quise crear un ambiente que alcanzara a proporcionarle al espectador una experiencia cargada de aspectos emotivos y sensoriales, que resultara privado y público a la vez que acogedor, y, finalmente, que funcionara como una gran ventana abierta a mi intimidad. Frágil concede un acercamiento a mi universo, donde cada persona se descubre como voyeur y cómplice, permitiéndole acercarse y observar a través, desde cierta distancia, sin poder penetrar ni alterar el estado de ese espacio ritual.

La pieza consiste en una instalación/ environment de 3 metros de largo, 2.80 metros de alto, y 2.20 metros de profundidad. Dos paredes cubiertas en su totalidad por 27 cuadros de diferentes dimensiones realizados con acrílico sobre lino, representan una imagen de una acumulación de objetos personales. El piso de losas de cerámica muestra la imagen de una figura de cuerpo completo a tamaño natural acostada boca abajo. Las otras dos paredes con vanos terminan de demarcar el espacio, algunos de ellos cerrados con vidrios, los cuales exhiben dibujos grabados con la técnica del arenado o sandblasting. La iluminación es tenue en toda la galería, y la luz dirigida desde el interior, que incide en los cristales, proyecta los reflejos de los dibujos hacia el exterior, dándole a la instalación cierto aire de misterio, pero también un aspecto de vidriera, donde las ideas de ser exhibido y visto se yuxtaponen a la de mirar a través de… La pieza se mueve entre lo real y lo imaginado, lo privado y lo público, lo penetrable y lo impenetrable, lo imperceptible y lo visible, lo frágil y lo sólido. Utilizo el vidrio por ser frágil, escuálido, transparente, pero también sólido, resistente, opaco. El concepto de transparencia es un elemento muy importante que siempre está presente en mis obras, donde materiales como el vidrio y la cerámica son utilizados como símbolo de vulnerabilidad, fragilidad y permeabilidad hacia las influencias del entorno que me rodea, y de sensibilidad a los cambios y a las nuevas experiencias en mi paso por la vida.
Doce meses en Drawerland. Drawer, en inglés, significa cajón, gaveta. ¿La obra habla de un período de sequía creativa o de reclusión (engavetamiento)? Al estar la imagen de la artista entre productos para maquillar, justo en una cajita que, al parecer, contenía brillo o color para los labios, ¿se refiere también a la cosificación, a la banalización del producto artístico?
La obra a la que haces referencia está inspirada en Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado, de Lewis Carroll. Apelo, nuevamente, a la imaginación y a la fantasía a través de la manipulación fotográfica, en una serie de imágenes que exhibo dentro de cada una de las doce gavetas de un mueble. En ellas creo un mundo paralelo que, aunque inaudito o irreal, es capaz de funcionar como una metáfora que llega a adquirir apariencia de verosimilitud. En él jerarquizo lo que llamo mi universo interior, y lo presento como una segunda naturaleza espiritual en donde encuentro refugio. En este sentido, no pienso que la obra hable de una crisis creativa o personal en particular, pero sí pudiera ser interpretada como una forma de impugnar la realidad, una negación o simplemente una estrategia de convivencia; se trata de un retiro hacia ese hábitat interior: el de los objetos habituales, donde entran recurrentemente en tensión sueño y realismo, lo ingenuo y lo profundo.

En su trasfondo subyacen ideas, sentencias sobre motivaciones, preferencias, sentimientos, costumbres y relaciones de contacto con todo lo que me rodea. Por una parte, la pieza alude también a la añoranza por el juego, la inocencia, la infancia, y por la otra, el estado de reposo se presenta como el gesto preciso para sugerir el disfrute proporcionado por el distanciamiento, e invita a participar de un paisaje íntimo, delicado y, en apariencia, sereno, alejado de un mundo desconcertante. Finalmente entrego mi escape al público y le propongo la posibilidad de evadirse a través de mi universo imaginado, identificarse con él o crear el suyo propio, toda vez que el arte es descanso, es nuestro salvavidas psicológico, y permite hacer posible lo imposible.
La víspera. Siempre estamos a la espera de algo. Por lo regular la espera es inquietante. El personaje se mira en una superficie que parece un cristal o un espejo. Detrás del reflejo está la misma imagen diluyéndose. ¿Nos desvanecemos en la espera? La paleta sugiere la acción del fuego, lo que dota a la obra de cierto dramatismo.
El espejo ha aparecido repetidas veces en mis trabajos como material y soporte, pero también me interesa usarlo por su carácter simbólico, al sugerir una amplia complejidad de ideas. Su cualidad reflexiva propicia la comprensión de una posible multiplicidad de la realidad, proponiendo un espacio tan infinito como imaginario. Por un lado, su reflejo reproduce las imágenes para devolverlas fragmentadas, mutadas, en dependencia del ángulo y de la posición en que nos encontremos. Por el otro, tiene un carácter ambivalente, ya que indica un diálogo entre interior y exterior, reposo y movilidad, ficción y realidad, original y apropiación. Al detenerme frente a mi espejo no sólo observo mi imagen real, sino también mi imagen virtual, que al mismo tiempo funciona como una ramificación de mi propio yo, motivo de autorreflexión, autoanálisis y autocomprensión. Del otro lado de mi espejo se esconde un enigma, solo basta con mirar a través de sus reflejos, y aunque esos reflejos intentan ser una construcción imitativa de mi realidad, pueden darme, por simetría inversa, una visión distorsionada de la misma. Por lo tanto, el espejo para mí constituye un umbral virtual a otro mundo. En el díptico La víspera intento representar precisamente esa transición.

La palabra “víspera” en el ámbito histórico y religioso corresponde al crepúsculo de la tarde, los colores que utilicé aluden también a ese momento del día. Sin embargo, la palabra tiene un significado más amplio, se utiliza para indicar el día previo a un evento importante o una fecha señalada. En mi opinión, el título introducía cierta emoción a la escena representada, sugiriendo precisamente expectación, el preludio de algo que está por venir. La espera es difusa e inquietante como bien afirmas, pero estar en vilo se ha hecho cotidiano y ha llegado a sentirse como un estado normal en nuestras vidas en una sociedad en la que todos parecemos estar siempre aguardando algo. Y para más curiosidad, La víspera es una pieza que también permaneció en el estudio a la espera por varios meses. Siempre “algo le faltaba”: ¿terminar de contar una historia?, ¿la mirada de un receptor interesado en traspasar mi espejo, quizá?
Supongo que la exposición virtual Dos caras de Eva (2022) en alguna medida se concibió en plena pandemia. Cuéntanos cómo viviste la experiencia del encierro forzoso. ¿Qué huellas han dejado en ti esos años nefastos? Relátanos brevemente de qué iba la exposición. El título abre la posibilidad de infinitas conjeturas. ¿Son obras con existencia física?
Las circunstancias generadas por la pandemia de COVID-19 hicieron que nos replanteáramos hasta el más simple de nuestros hábitos diarios. Para mí, fue un período de mucha incertidumbre y de muchos cambios en el plano personal. Estando los canales habituales para la circulación del arte cubano limitados por el cierre de fronteras e instituciones, la galería ArteMorfosis tuvo una iniciativa online: ofreció a los artistas cubanos la organización de exposiciones personales en realidad virtual y en sitios para la promoción de arte, así como la posibilidad de que nuestras obras fueran adquiridas e incluidas en una exposición colectiva organizada por la galería en su sede de Zúrich.
Las obras debían invitar a imaginar los cambios inesperados provocados por la crisis sanitaria. La participación consistía en la acumulación de interacciones con la publicación de la obra en el perfil de Facebook de la plataforma Artemorfosis, y mi obra quedó entre las diez más votadas. El premio incluía una exposición virtual y Dos caras de Eva fue mi propuesta, en la que presenté obras con existencia física.
La exposición alude a polémicas en torno a la representación del cuerpo, las nociones de lo femenino, la belleza, la moda, la vestimenta y el erotismo. Partiendo de esas ideas, me valgo del concepto tradicional de desnudo, apropiándome de su representación en épocas dónde solo era aceptado como expresión de la belleza ideal, y su uso en el arte permitido solo en temas bíblicos y mitológicos, y posteriormente en temas más cotidianos. Por ejemplo, la imagen de Adán y Eva fue profusamente utilizada, siendo uno de los pocos temas bíblicos que daban la oportunidad del desnudo al creador.
En las piezas de la exposición utilizo la apropiación con la intención de trasladar a la actualidad la sensualidad y delicadeza de obras antiguas, clásicas y modernas de la Historia del Arte en las que aparece el desnudo femenino. Aquí se establecen varias dualidades: historia y contemporaneidad, realidad e imaginación, obra única y serialización.

Sostienes una relación de dos décadas con Sergio Marrero. ¿Cómo es vivir con otro artista? ¿Colaboran en sus obras respectivas? ¿Compiten entre sí? ¿Se critican?
Nos conocimos cuando estudiábamos en la Academia “San Alejandro”, así que toda nuestra formación la vivimos juntos. Cuando uno de los dos tiene una exposición, el otro se pone a la disposición para la transportación y el montaje. No competimos, compartimos muchas cosas, hemos colaborado bastante en las piezas del otro y nos ayudamos en lo posible. Parte de ese apoyo es también practicar la crítica, por supuesto. A Sergio le gusta dialogar sobre arte, así que siempre se puede discutir con él sobre una idea o una pieza determinada. Hemos hecho algún intento de obra en conjunto o exposición bipersonal, pero es algo que nunca se ha concretado.
¿Guardas un buen recuerdo de tu paso por San Alejandro y el ISA?
Sí, guardo un recuerdo excelente de las dos instituciones; en ambas hice grandes amistades también. Siento especial cariño por San Alejandro. Allí nació lo que pudiera llamar mi obra. El Isa fue un complemento necesario para mi desarrollo profesional y evolución personal e, igualmente, un tremendo aprendizaje. Allí mi obra maduró un poco más.
Si te fuera dado coleccionar arte cubano, cuáles serían aquellos diez artistas que no faltarían en tu colección.
Esta pregunta es difícil, porque creo que no podría decidirme. Pero si tuviera que elegir solo diez, serían artistas de la vanguardia cubana del siglo XX: Víctor Manuel, Jorge Arche, Amelia Peláez, Fidelio Ponce de León, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, Mariano Rodríguez, Raúl Martínez, Antonia Eiriz y Servando Cabrera.