“Antes no estaba fácil. Ahora es casi imposible” (tomarse un buchito de café), se queja el profe García, mostrando en su móvil agrietado la razón de su disgusto: un informe ministerial de semanas atrás.
“Mira, como quien no quiere la cosa, lo que dejan caer… ”, describe García, indicando la última oración de una nota del Ministerio de Comercio Interior publicada a principios de febrero en Cubadebate, la cual advertía entonces la no “entrega de los productos cárnicos, aceite y café”.
El aviso, según este ex profesor de matemática, ex soldador de joyería y ex conductor de taxi prematuramente jubilado por un accidente ocular, clasificó en el ranking del top ten mensual de las malas noticias para millones de cubanos.
Como el que más, García no dispone de muchas opciones y su costumbre de tantos años —fumar un robusto con una taza de café en las mañanas, tal como hicieran su padre y su abuelo toda la vida— está muerta y enterrada.

Nuevo Hola, pero a precio de mercado
García dispone de una pequeña economía que, zurcida en el mercado informal con remiendos financieros de “lo que aparezca” y algún que otro “salve” del extranjero, le alcanza para mínimos, entre ellos comprar un paquete de café Hola, “pero no todas las semanas”.
“No es el de la libreta. Ese no viene desde diciembre”, aclara.
Se trata de otro Hola, presumiblemente mezclado con chícharo, al igual que el oficial, empacado con el mismo diseño, pero con menor gramaje (115 gramos el original-11 CUP precio oficial), que se vende a 85 CUP en La Cuevita, el gran bazar de los milagros de la capital donde se encuentra desde un ansiolítico hasta una carrocería de auto soviético.
Una de las vecinas de García acude allí cada quincena para avituallarse de esa producción, que luego, en su portal, uno de tantos que pululan en el mercado de reventa, factura a 150 CUP el paquete.
Otras ofertas del mercado informal prometen 1 kilogramo de presunto café Serrano y Cubita por 1 500 CUP.
“Evito que sea aguachento”, testimonia García sobre el también presunto Hola. “Al menos, bien caliente, sirve para entonarme”, se contenta, mientras amuela el machete con que chapeará un par de parterres.
“A 200 doblones cada uno”, dice con picardía culterana y se acomoda el guante en su callosa mano derecha de dedos delicados, luego de embolsillarse su Orient automático de los 80, esfera verde —“no lo vendo por nada del mundo”— en un overol azul que baila en su cuerpo como una banderola al son del viento.
Del tabaco, ni hablar. El peor de todos, “esa breva que daban por la libreta y que ya desapareció también”, subió de 20 CUP a 150 CUP en un par de meses.
Los puros sustraídos de fábricas para la exportación o manufacturados en chinchales clandestinos se venden, sin anillas, a 350 o 1 USD en el mercado negro.

Explicar el desastre
Felipe Martínez Suárez, director de la Estación Experimental Agroforestal ubicada en el municipio santiaguero II Frente —montañoso y cafetalero por excelencia— tiene una explicación para el desastre.
“En 1961, el país logró un récord de producción de 60 mil toneladas. Pero con el transcurso del tiempo, el decrecimiento ha sido considerable, debido a factores económicos, ambientales y sociales, además del recrudecimiento del bloqueo estadounidense”.
Los argumentos de Martínez aparecen en un extenso reportaje publicado la semana pasada en dos partes en el periódico Granma.
El material intenta responder a las preguntas ciudadanas sobre la carencia del grano, en un país que en los 70 enseñó a Vietnam su cultivo, el cual, a la vuelta de medio siglo, tiene al país indochino como el segundo exportador global, solo por detrás de Brasil.
El peso de la tradición, en el caso cubano, no parece importar mucho. Desde 1748, año en que, según el historiador Francisco Pérez de la Riva, se importaron semillas de los cafetales haitianos, se fomentó el primer cafetal en la isla grande, en una finca propiedad de don José Gelabert en las cercanías del pueblo del Wajay, en la provincia de La Habana.
A pesar de la contracción y los desafíos, el café cubano sigue siendo reconocido por su calidad como uno de los más gustados del mundo. Alexei Yero Guevara, único catador cubano con categoría Q-Grader del Instituto de Calidad del Café, encomia que su sabor es “inigualable”, ya sea amargo o endulzado con miel o azúcar.
Alrededor de 90 % de la producción nacional proviene de la franja montañosa que abarca Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo, tierras donde existe gran tradición cafetalera desde principios del siglo XIX y ecosistemas muy favorables para obtener cultivos de calidad.
El gradual decrecimiento de los índices productivos ha provocado que en la actualidad no se consigan ni 10 mil toneladas anuales.
En una fecha algo distante, agosto de 2018, el semanario digital Opciones indicaba que “incrementar anualmente la producción de café para llegar a 17 mil toneladas en 2022 constituye uno de los principales retos en la rama, comprometida con la recuperación de este tradicional rubro de exportación de Cuba”.
La fuente citó que las “proyecciones” del Grupo Empresarial Agroforestal (GAF), del Ministerio de la Agricultura, eran “aún mayores, pues aspira a alcanzar 30 mil toneladas del grano en 2030”.
Especialistas culpan a un manojo de causas para explicar la depresión del sector: la incidencia de plagas, ciclones tropicales que devastan con frecuencia áreas de cultivo, unido a los efectos del cambio climático, la despoblación de las zonas rurales y la obsolescencia tecnológica.
Obviamente, la producción actual no logra satisfacer las demandas internas ni aprovechar plenamente su potencial exportador.
Como promedio, entre 8 y 15 euros puede costar un paquete de 250 gramos de café Cubita o Serrano en cualquier capital de la eurozona.
En 2024 los precios mundiales del café alcanzaron un máximo en varios años, 38,8 % más que en 2023, impulsados sobre todo por las inclemencias del tiempo que afectaron a los principales países productores, señaló un reporte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La entidad advierte que los precios podrían seguir subiendo en 2025 si las principales regiones productoras experimentan nuevas reducciones en la oferta.
El santiaguero Alexis Yero, único cubano Catador de Café Q Grader
Despoblamiento montañoso
En el municipio Tercer Frente, principal productor del país, se han implementado estrategias para revitalizar la producción cafetalera, asegura Granma.
El propio Martínez asegura que el problema no radica en la falta de café en las plantas, sino en la insuficiencia de mano de obra para la recolección.
La migración desde las zonas rurales hacia áreas urbanas, donde en las primeras las infraestructuras y las facilidades logísticas de antaño se han venido abajo por la crisis, ha dejado a los asentamientos cafetaleros sin trabajadores calificados y un despoblamiento acelerado de las zonas montañosas de la isla, que cubren alrededor de 20 % de la superficie del país.
La escasez de mano de obra en este u otro segmento productivo se produce “en un contexto de descapitalización y de baja penetración tecnológica”, estimaron los académicos cubanos Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira y Omar Everleny Pérez Villanueva.
En un estudio publicado en 2024 ambos expertos afirmaron que “mientras que la reconstrucción del tejido demográfico y social en la base del sistema de asentamientos humanos en el país no se convierta en una prioridad real de la política, el vaciamiento rural seguirá marcando de manera decisiva el rostro de la actual crisis alimentaria que padece la población”.

Intervenciones tecnológicas
Ante esta situación de déficit laboral y de insumos, los estrategas de la caficultura han acudido a iniciativas tecnológicas como injertos más resistentes y biofertilizantes orgánicos.
Además, proyectos internacionales como Prodecafé y MásCafé han proporcionado herramientas esenciales a los productores, incluyendo maquinaria y transporte.
Todavía prematuros, tales esfuerzos buscan aumentar los rendimientos y garantizar precios accesibles para el mercado interno, según narra el reportaje de Granma.
Fundada hace más de un año, BioCubaCaffe S.A., lidera iniciativas para posicionar el café cubano en mercados internacionales.
Michele Curto, presidente de la entidad, destaca que su enfoque incluye garantizar una proporción equitativa entre lo exportado y lo destinado al consumo nacional, además de procurar la entrega de productos de primera necesidad para las comunidades cafetaleras.
En esa línea, los módulos incluyen chícharos, frijoles, arroz, huevos, azúcar, aceite y carnes, a precios accesibles para los campesinos, de acuerdo con el directivo.
La empresa busca aumentar en 50 % el valor de la lata de café orgánico de primera calidad, de las variedades robusta y arábica.
Igualmente, la entidad ha introducido innovaciones como café añejado en toneles de ron y microfermentación para crear productos premium que ya están presentes en más de 40 mercados globales.

Desafíos estructurales
A pesar de los avances tecnológicos y comerciales, persisten problemas estructurales que limitan o secuestran una recuperación en el corto y mediano plazo.
Los bajos precios ofrecidos por la lata de café desmotivan a los productores. Según contó a Granma Nidia Calunga, caficultora con 38 cosechas a su nombre, “no hay correspondencia entre el esfuerzo requerido para producir café y los ingresos obtenidos”.
Además, las dificultades con los pagos retrasados obligan a muchos campesinos a recurrir al mercado informal.
La infraestructura también representa un obstáculo significativo. Los campamentos destinados a albergar recolectores están en condiciones deplorables.
En regiones montañosas como Sumidero, donde antaño se recogían hasta 100 000 latas de café al año, hoy apenas se movilizan trabajadores desde zonas urbanas. Esta situación incrementa los costos operativos y reduce la eficiencia.
En paralelo, la bancarización en áreas rurales ha tenido un impacto muy limitado y la falta de acceso al dinero en efectivo complica aún más el proceso de recolección y pago a los campesinos.
“Los que podemos, invertimos nuestros recursos económicos propios, y eso no da la cuenta; no se aseguró el pago en tiempo para efectuarlo, luego de la recolección, en las cabezas de los campos”, criticó un campesino en el reportaje de Granma a condición de preservar su identidad. “Es un secreto a voces”, remató.
“El plan establece 355 060 latas de café, y se ha logrado acopiar 229 212”, precisó Norlan Morán Rodríguez, vice intendente para la esfera Agroalimentaria en el Consejo de la Administración del municipio de Tercer Frente.
El funcionario se quejó del déficit de insumos. Apenas hay algunos fundamentales “como sacos, machetes y limas; cuando están disponibles, suelen ofrecerse a precios elevados en las mipymes, lo que dificulta aún más la labor de los productores”.
La estrategia presentada en 2023 al presidente Miguel Díaz-Canel incluye siete acciones clave para recuperar la producción cafetalera.
Esas medidas buscan equilibrar el consumo interno con las exportaciones mediante proyectos colaborativos internacionales y tecnologías avanzadas.

Una pista sin seguimiento
Hace casi 8 años, en junio de 2017, un reportaje de la agencia IPS refería la existencia de dos nuevos laboratorios de biotecnología para producir plántulas de alta calidad integrados al programa de desarrollo caficultor con miras a incrementar las exportaciones.
Un laboratorio estaba ubicado en Jibacoa, en la central provincia de Villa Clara, y producía posturas para toda la región central, en tanto el otro radicaba justo en el Tercer Frente, y su misión era el suministro de plántulas a las empresas estatales de los territorios del oriente cubano.
“Se trata de laboratorios de alta tecnología, que se van a encargar de producir plántulas por embriogénesis somática –una vía de propagación a partir de células tomadas de porciones de las hojas del café-, de plantas madres de alto potencial genético”, explicó entonces Elexis Legrá, director de café, cacao y coco del estatal Grupo Agroforestal.
En el reportaje de Granma no se hace alusión alguna a esos centros reproductivos y una búsqueda somera en Internet no reportó actualizaciones.
“Las aromosas costumbres del café” en la cultura cubana
“Hervías la leche/y seguías las aromosas costumbres del café”, escribe José Lezama Lima en el poema La mujer y la casa, mientras que su gran maestro, José Martí, retrata la bebida como “fuego suave, sin llama ni ardor” que “aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas”.
Nicolás Guillén, por su parte, lo menciona en su nostálgico poema Canción carioca; “yo pienso en el café /(y lloro cuando pienso). Ignacio Villa -Bola de Nieve- enaltece su sabrosura en el tango congo Ay Mamá Inés; compuesto por Eliseo Grenet; mientras en La vida del estanciero, versos del cubano Francisco Poveda Armenteros, el poeta decimonónico traza la rutina del trabajador rural que al despertar, tabaco en mano, “cuando hervir el agua ve/ Echarle pronto el café/ y un trozo de raspadura”.
Y en las artes plásticas, aquellas grandes cafeteras de los años 50 y 60 en los cafés de barrio( luego pasados por las armas de la ofensiva revolucionaria del 68) quedaron enaltecidas en el óleo Cafetera #1, pintado en 1960 por Ángel Acosta León, que puede verse en la sala permanente de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Igualmente, otro referente es la Cafedral, de 2003, una escultura de Roberto Fabelo hecha a partir de cafeteras de aluminio y espejos, también expuesta en el MNBA.

Un patrimonio de millones: Igual y diferente
Pese a que no hay otra bebida en el mundo que refiera mejor las tradiciones sociales que el café, su universalismo, sin embargo, no cancela la cuota de autenticidad nacionalista en cada país y cultura que lo asume como propio.
Dado que somos criaturas de costumbres, la bebida nos entrega su factibilidad ritualista y su virtud propiciatoria para la reunión, el festejo, la distensión, la sobremesa y el acompañamiento íntimo que cada quien hace suyo en sus rutinas a lo largo de la vida.
Los rituales de consumo son productores de sentido y forman parte de un comportamiento social simbólico que ayuda a fijar el conocimiento, uso y utilidad de un producto en la mente y en la sentimentalidad del consumidor.
No tenerlo, más allá del hábito alimentario y el servicio estimulante, es despojarse de una realidad comunicativa, una conexión emocional con uno y los demás que obra como un patrimonio de la memoria, la racionalidad y la pertenencia.

Ofertas de importación. La llave en la cima
La mayoría de las importaciones privadas de café provienen de mercados cercanos como México, Colombia o La Florida, aunque también hay de facturación española, que pueden ser compras relocalizadas en mercados de terceros.
En los grandes almacenes on line, negocios montados por el gobierno con capital extranjero y que familiares y amigos pagan desde la diáspora, un café espresso La Llave, de 284 gramos, se vende a 6.35 USD, ligeramente por encima del precio mipymero.
En el circuito de las mipymes, los precios fluctúan en una franja que oscila entre los 1 500 CUP y 2 000 CUP. En la cima de la pirámide campea La llave, una marca fundada en Cuba por la familia Gaviña en 1870 en el lomerío de Trinidad, pero llevada a Estados Unidos después del triunfo de la Revolución en 1959.
Sus creadores se asentaron en Los Ángeles, California, donde mantuvieron la tradición mediante la empresa Gaviña & Sons, Inc, en la que los granos son mezclados, tostados y empacados en las modernas instalaciones de la compañía en Vernon. El negocio también cuenta con centros de distribución en la Florida.
“Es bueno, pero nada del otro mundo”, dice García cuando se le pregunta si ha probado el café estadounidense, el más caro de la oferta que pasó de 1 600 CUP a 2000 CUP en apenas unas semanas.

Ascenso y caída de una experiencia local
El ex profesor, reconvertido en jardinero comunitario, elogia, sin embargo, el café que “hasta hace año y pico” degustaba en un punto de venta improvisado en la avenida cercana a su casa.
“Lo vendía una señora que se lo traían directamente de Oriente”, repasa. “Ella hacía todo el proceso. Desde el secado hasta el tostado y tempranito abría su ventana con los termos y los cigarros al menudeo, con su cajita de fósforos… ¡Aquello tenía un sabor y un aroma que se sentía a media cuadra!”, se relame.
La tacita de cerámica esmaltada comenzó costando 5 CUP, pero fue trepando hasta llegar a 15 CUP. Los choferes de la línea P2 “paraban el carro” en ambas direcciones y “de nada valían las protestas de la gente”, sobre todo durante la pandemia. “Imagínate, todo el mundo con tapabocas y el miedo al contagio y el chofer demorándose. Del carajo aquello”.
Cuando terminó la crisis sanitaria, el café, poco a poco, hizo otro tanto. Fue languideciendo hasta desaparecer. Nadie supo las razones, “pero se habló de una multa”. Ahora lo que se ve desde la ventana del antiguo negocito cafetero es un puesto de manicura.
Más tarde, los ómnibus imitaron una despedida a plazos. “Ya ni se cruzan por aquí como antes. Dicen que hay una sola guagua”, cuenta García más pitagórico que nunca, entregando un dictamen de la situación a base de cifras, donde el café más cercano cuesta 30 CUP la taza —un lujo que no paga su bolsillo— en un coqueto saloncito con televisor, sillas con respaldo y ventiladores de techo que guerrean contra los veranos.
