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Fundada el 8 de marzo de 1828, Cárdenas alcanzó rápidamente un notable crecimiento económico, demográfico y urbanístico gracias a su puerto, por el que se exportaban productos como azúcar, aguardiente, miel de purga, maíz, leña, carbón, sal y café, entre otros. En 1836, en su jurisdicción estaban activos 56 ingenios y trapiches. También poseía 26 cafetales y 77 fincas de cultivos. En ese entonces, el poblado contaba con 926 habitantes y 237 casas.
Viajeros europeos y estadounidenses relataron en sus libros o artículos las vivencias que tuvieron en esta comarca, situada en el occidente cubano. Entre ellos se encontraba la escritora y activista sueca Fredrika Bremer (1801-1865), quien pasó una breve temporada de dos meses en la provincia de Matanzas, recorriendo plantaciones azucareras y cafetales de Cárdenas y también el poblado, en 1851.
Alojada en la casona del ingenio Ariadna, propiedad de los Chartrand, observó la vida cotidiana de los esclavos. Sus impresiones fueron publicadas más tarde en su libro Cartas desde Cuba:
“(…) 7 de marzo. Llevo más de una semana viviendo aquí (…) tengo que ver todo el día a un grupo de negras moverse bajo el látigo, cuyo chasquido, al resonar sobre sus cabezas (aunque en el aire), las mantiene trabajando constantemente, junto con los gritos impacientes y repetidos del capataz (un negro); ¡Arrea! ¡Arrea! (…) Por las noches —toda la noche—, oigo sus fatigados pasos, cuando extienden a secar las cañas de azúcar machacadas que sacan del trapiche. Por el día, su trabajo consiste en reunir con el rastrillo las cañas secas al sol, el bagazo, y llevarlas nuevamente en cestos al trapiche, donde se utilizan para alimentar los hornos para la cocción del azúcar”.

Su descripción del barracón constituye una joya informativa:
“Es una especie de muralla baja, construida alrededor de los cuatro lados de un gran patio, con un portón por un lado, que se cierra por las noches. Dentro de esta muralla están las viviendas de los esclavos —una habitación para cada familia— cuyas puertas dan al patio. Desde el exterior se ve solamente una fila de pequeños ventanucos con barrotes de hierro, uno por cada habitación y tan altos que los esclavos no pueden mirar hacia afuera por ellos. En medio del gran patio hay un edificio que sirve de cocina, lavadero, etcétera. En el barracón he presenciado más de una vez la comida de los esclavos y los he visto ir a buscar sus cuencos de güiras llenos de arroz blanco como la nieve, el cual se cuece para ellos en un enorme caldero y es repartido un cucharón por una cocinera negra, a mi entender con generosidad sin reservas (…) Tienen, además, pescado salado y carne ahumada; también he visto en algunas de las habitaciones racimos de plátanos y tomates”.
Fredrika, escoltada por tres sabuesos, solía pasear a pie por los alrededores del batey azucarero o, en otras ocasiones, en volanta. Plasmó en dibujos escenas del paisaje rural y anotó nuevas impresiones del proceso productivo para obtener azúcar de caña, además de describir los bailes de los esclavos.
Al poblado de Cárdenas arribó el 19 de marzo. “(…) Es una pequeña localidad, con el mismo tipo de construcciones que La Habana, y mantiene un intenso comercio con el azúcar y el melado. Se halla a orillas del mar, pero tan baja que éste casi no se ve; su puerto tiene escasa profundidad y no permite la entrada de grandes barcos. Vivo en un hotel pequeño, que administra cierta señora W., viuda de un portugués”. Fredrika visitó nuevamente un cafetal y, en uno de aquellos recorridos, le sorprendió la existencia de un museo de historia natural, el primero de Cuba, fundado por el sabio alemán Juan Cristóbal Gundlach en 1847.

La población invade el mar
Ramón de la Sagra (1798-1871), historiador, naturalista, político y sociólogo español, residió en La Habana desde 1821 hasta 1835; dirigió el Jardín Botánico y es autor, entre otras obras, de Historia física, política y natural de la isla de Cuba. Durante 1821 vivió cinco meses en Matanzas. Regresó a la isla en agosto de 1859 para preparar una edición revisada y ampliada de sus estudios académicos sobre la colonia hispana. Llegó a Cárdenas el 29 de octubre de 1859, acompañado de Rafael Rodríguez Torices, comerciante español vinculado al negocio ferroviario en Cuba, y se alojaron en la casa de Juan B. Henrique. El erudito quedó muy impresionado al observar la expansión urbana, lograda a pesar de los obstáculos de la naturaleza:
“La población, que data de ayer, no debe decirse que sale del mar, sino que lo invade. Es curiosísimo ver cómo allí se construyen calzadas, muelles y viviendas, todo sobre el agua. Los rellenos se hacen con tierra y piedra traída de lejos, con dueñas y arcos de bocoyes, con basura y todo lo que se tiene a mano. Fuertes pilotajes de caoba, sabicú, júcaro y otras maderas marmoleas sirven de cimiento para la construcción de espaciosos almacenes, servidos por carriles de hierro y de bellas casas, que luego son amuebladas con el lujo norteamericano y europeo”.

Debajo de las viviendas pululaban enjambres de mosquitos y cangrejos. Aún era notable la existencia de grandes espacios sin construir, cubiertos de mangles. La Calle Real sobresalía por las casas de mampostería, con sus balcones, amplias puertas y ventanas, siempre abiertas. Un censo de la época enumeraba 12 000 habitantes en la ciudad, y 1.563 casas, de las cuales 582 eran de mampostería, mientras que casi todas las demás eran de tabla y teja. Solo cinco casas tenían cubiertas de guano. Un solar costaba entonces mil pesos.
Recabada la información, Ramón de la Sagra continuó sus excursiones académicas, admirado por lo visto en Cárdenas: “¿Quién pudiera creer que aquella escena de bienestar se verificaba en una población apenas edificada, cuyas orillas cenagosas habitaban hacía pocos años millones de cangrejos y pobrísimos pescadores?”.
La Barcelona de Cuba
Eduardo Asquerino García (1824-1881), periodista, poeta, dramaturgo, político y diplomático español, cuando era director de la prestigiosa revista La América, visitó el poblado de Cárdenas. Llegó a las seis de la tarde del 2 de enero de 1866 y se alojó en la espléndida quinta de Joaquín de Rojas.
Esa misma noche disfrutó en la mansión de un banquete y una serenata organizada por Federico Plon, a nombre de los artesanos, amenizada por la orquesta El Siglo. Al convite asistieron personalidades del gobierno y una representación de la intelectualidad de la villa. Al día siguiente fue agasajado con un baile en el Liceo y, después de un misterioso viaje a una finca campestre, regresó a La Habana.
En su discurso de agradecimiento, por las atenciones recibidas, pronunció estas palabras: “Hoy, después de recorrer esta hermosa villa hija improvisada de vuestra actividad e inteligencia, recordé también a Barcelona (…) Cárdenas y Barcelona crecieron rápidamente, ambas se hallan unidas por un sentimiento liberal, ambas están cercadas de comarcas riquísimas; ambas serán, no lo dudo, una, la primera ciudad de la península y la otra tal vez la primera ciudad de la isla: brindemos por la Barcelona de Cuba”.

Así, a Cárdenas, la llamada Ciudad de las Primicias, le fue asignado otro sobrenombre. Más allá de las diferencias lógicas entre la urbe industrial española y el poblado matancero, existían motivos para despertar el interés y admiración. Asquerino continuó divulgando información en su revista, sin dudas a petición de los grupos de poder que lo recibieron en la villa y gestionaban, ante la Reina, la categoría de ciudad. En 1867, La América publicaba:
“Cárdenas cuenta hoy con 16 mil habitantes. Tienen en ella su dominio tres sociedades anónimas: el Banco de Crédito, con un capital de 500 mil pesos; la sociedad de alumbrado de gas, con 150 mil, y otra con 125 mil. Hay un teatro, cuyo coste no bajará de 100 mil pesos. Su hospital de la Caridad es uno de los mejores de la isla. Sostiene dos sociedades de recreo, una de ellas de artesanos a quienes se ofrece el medio de adquirir fácilmente conocimientos útiles, y una asociación domiciliaria de Beneficencia. Pasan por Cárdenas cada año, entre azúcar purgado y mascabado, el equivalente a 800 mil cajas y exporta por lo menos 80 mil bocoyes de miel de caña. Llegan anualmente a su puerto unos 600 buques.”
Las gestiones dieron resultado satisfactorio. En ese mismo año, por Real Orden, le fue conferida la categoría de ciudad.

Ciudad americana
El estadounidense Samuel Hazard (1834–1876), veterano de la Guerra de Secesión, en la cual combatió en las filas del ejército del Norte y alcanzó el grado de comandante, residió varios meses en Cuba a fines de la década de 1860. Recorrió numerosas ciudades y poblados, dejando constancia de sus vivencias mediante relatos y dibujos, publicados en la obra Cuba a pluma y lápiz, editada en 1871.
En este libro apuntó: “Cárdenas, calificada de ciudad americana, está situada directamente frente al mar, aunque se ve protegida por una lengua de tierra que se extiende hacia el noroeste de la población, formando en cierto modo una bahía, en cuyas aguas siempre hay más o menos buques. (…) En cuanto a los negocios, puede considerarse una plaza bastante floreciente, siendo el depósito y el lugar de embarque del gran distrito azucarero que la rodea. Está construida con regularidad, siendo sus calles anchas y presume de su apariencia, teniendo una gran plaza en el centro de la población, en la cual se levanta una estatua de bronce de Cristóbal Colón (…) Es una de las poblaciones más prósperas de la Isla, debido, se me asegura, a un buen número de norteamericanos que aquí se dedican a los negocios y que forman parte de una gran proporción de la comunidad mercantil.
La ciudad se enorgullece de poseer una iglesia, varios cafés y un número de bien construidos muelles, algunos de los cuales se extienden hasta gran distancia dentro del mar, para facilitar la carga de los buques, pues en muchas partes de la llamada bahía las aguas son poco profundas. Es la cabecera del distrito militar y está unida a La Habana por el ferrocarril de Matanzas y por una línea de vapores, con dos salidas a la semana”.

Tal vez en las hemerotecas, epistolarios y libros testimoniales podamos hallar más relatos de viajeros, porque Cárdenas, la Ciudad de las Primicias y su demarcación fueron lugares de interés para ilustres extranjeros en el siglo XIX.
Fuentes consultadas:
Frederika Bremer: Cartas desde Cuba, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1980.
Herminio Porter Vilá: Historia de Cárdenas, talleres gráficos Cuba Intelectual, La Habana, 1928.
Ramón de la Sagra: Historia económico-política, intelectual y moral de la isla de Cuba, París, 1861.
Samuel Hazard: Cuba a pluma y lápiz, Cultura S.A., La Habana, 1928.
Archivo e informaciones del historiador Ernesto Aramís Álvarez Blanco.
Diario de la Marina
La América
Hermoso trabajo para la bella provincia de Matanzas. Cuántas riquezas históricas mencionas aquí!
Bendiciones!
Muchas gracias.