Disfrutar Les Ballets de Montecarlo en La Habana este viernes, en la primera función de la compañía en la isla fue una fiesta, en el sentido literal de la palabra.
Core Meu, la coreografía con que la compañía del principado de Mónaco llega por segunda vez a Cuba, es justamente un gran jolgorio popular cuya energía va subiendo gradualmente hasta llegar a convertirse en una onda expansiva que te oprime contra el asiento mientras no puedes hacer otra cosa que reír de goce.
En conferencia de prensa un día antes de la presentación, Jean-Christophe Maillot, director de la compañía y creador de esta pieza, dijo que este es un espectáculo especial para ellos porque su mensaje esencial es el de compartir e invitar a la felicidad y la alegría.

“Este no es un espectáculo intelectual, no tiene una historia, es una invitación a entender la danza como una necesidad de compartir”, dijo Maillot, quien además expresó que estaban muy expectantes de traer esta coreografía a la isla sabiendo la historia del pueblo cubano en relación con la cultura y la danza.
Ese público exigente, como ya sabemos todos que es el cubano ante la danza, ofreció sus aplausos in crescendo al mismo nivel que lo fue haciendo la pieza, que puede resumirse como una mezcla perfecta de la técnica exigente y el disfrute.
Todos los bailarines de la compañía entran juntos a escena en el inicio y se mantienen en ella todo el espectáculo, esa es una de las características de esta gran fiesta musico-danzaria, y que su creador marca como uno de los elementos que refuerza su idea de que sea un momento de compartir.

Para Cuba, Core Meu llega casi como un estreno mundial, pues tuvo que ser adaptada para ser presentada en un teatro luego de que su recorrido desde su debut en 2017 haya sido siempre en plazas abiertas.
Con esta pieza Les Ballets de Montecarlo rompió la barrera invisible entre escenario y gradas, bailarines y público.
En La Habana, los bailarines bajaron a platea y sacaron de sus asientos a los asistentes para hacerles bailar, saltar y vibrar. Una sorpresa para el público cubano que tampoco esperaba tal “desparpajo” de la compañía real.
La música es otro gran regalo de Core Meu. Es protagonista en escena, energía y espíritu, pues esta puesta también, rescata y visibiliza una de las sonoridades raigales del sur de Italia.
El cantante y tamborilero italiano Antonio Castrignanò es la otra parte esencial en la creación de esta pieza, y junto a su grupo Taranta Sounds, de la puesta en escena.

El defensor de la música tradicional de su natal Apulia y su agrupación asumen en vivo la interpretación de los temas que avivan esta fiesta durante la hora y 10 minutos que dura la puesta en escena.
Castrignanò llega ahora a Cuba después de 25 años, cuando visitó la isla por primera vez en un recorrido musical que le hizo conocer la rumba, el guaguancó y el son.
Ante la prensa, el cantante se presentó como un amante de la música tradicional cubana, y dijo que traer al público cubano los sonidos de su región natal era una manera de devolverle lo que ha recibido. Esa también fue una manera de compartir de Core Meu en La Habana.
Los cubanos hemos esperado 10 años para reencontrarnos con Les Ballets de Montecarlo. La espera pareció hacerse eterna cuando se suspendió la presencia de la compañía en la edición 28 del Festival de Ballet de La Habana en octubre pasado, pero llegó.

Este será otro fin de semana que quedará como hito para los amantes de la danza. Una confirmación de suerte para los que asistieron hace 10 años a ver Cenicienta y hoy Core Meu. Un descubrimiento abrazador para los que chocaron por primera vez con la grandeza de esta compañía.
Les Ballets de Montecarlo en La Habana puede significar muchas cosas, desde los titulares que produce que Carolina de Mónaco, princesa de Hannover, vuelva a la Isla, esta vez además con su hija; hasta una confirmación de que Cuba es parte importante de la cúspide de la danza mundial, y dueña de un escenario y un público con el que todos quieren encontrarse.
Palabras exactas para esta experiencia. Suprema, esta compañía. Agradezco mucho haber tenido la dicha de disfrutarla. Fue una lección de talento, sensualidad, energía y alegría.