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Guido López-Gavilán. El verano de un patriarca

Con "Camerata en guaguancó" (1983) le puso un frac a la rumba y con esa sola pieza, de ingeniería transcultural y sabrosura endocrina, bastaría para tenerlo en la más implacable antología musical de la isla.

por
  • Ángel Marqués Dolz
    Ángel Marqués Dolz
julio 14, 2025
en Música
0
El autor de "Cantos de Orishas" (2000) es un apasionado de la música coral desde su etapa estudiantil. Foto: AMD.

El autor de "Cantos de Orishas" (2000) es un apasionado de la música coral desde su etapa estudiantil. Foto: AMD.

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Después de jugar a la ruleta rusa del apagón en un ascensor claustrofóbicamente inocente que nos subió de un tirón hasta el décimo piso, el Maestro Guido López-Gavilán del Rosario (Matanzas, 1944) acepta, sin entusiasmo evidente, tener como preámbulo una sesión de fotos.

“Mientras más rápido, mejor”, dice con calma una vez en su apartamento, en una de las torres del Vedado con vista al mar. No se ven barcos entrando ni saliendo del puerto. Solo pescadores furtivos sobre sus cámaras de neumáticos de camión; donas flotantes que dan vida al monótono paisaje marino. Ser retratado no está en la zona de confort del artista, pero sus maneras de gentleman ahogan cualquier insinuación de malestar y hasta un pedido de buscar una batuta para una pose socorrida es honrado por el compositor octogenario con la presteza de los solícitos.

Rompo el hielo. Pregunto si sobrecoge ser el patriarca de una dinastía musical. “No, es un gran gusto ver que la semilla que sembramos continúa en el arte de la música. La familia crece y eso me hace muy feliz”, responde para luego mirar fijamente a la cámara, apoltronado en el sofá de estilo colonial.

Detrás, cuelgan sus acuarelas y crayones figurativos: su violín de Ingres cuando no escribe música en la computadora.

Este verano lo ha dedicado a terminar Sueños de sirenas. Inspirada en Sirènes, el tercer movimiento del tríptico sinfónico Nocturnos, de Claude Debussy. La pieza está escrita para coro femenino y cuerdas, al igual que la del compositor francés, y debe estrenarse en noviembre en Casa de las Américas.

Un Arca de Noé musical 

Lo de dinástico no es una exageración. Menos todavía lo de patriarca. El entramado familiar comienza con Evelio López-Gavilán, fundador y director de un conjunto de música cubana y latinoamericana en La Habana. Su esposa, Nela del Rosario, locutora de televisión y graduada del Conservatorio Municipal de La Habana, aporta una base musical y cultural al linaje.

De ese matrimonio nacieron dos hermanos: Evelio, Buby para los íntimos. Ingeniero hidráulico, melómano, pero “no gustaba de hacer música”. Murió en la flor de la vida: 29 años. Y Guido, músico, compositor y director de orquesta, Premio Nacional de Música 2015.

Estudió en el Conservatorio Amadeo Roldán, de La Habana, y en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Fue fundador del Instituto Superior de Arte (ISA) y director de su departamento de dirección orquestal durante más de dos décadas.

El autor de la sinfonía Post-Neo-Retro (2020) es una figura cenital en la grey genealógica, tanto por el peso de su obra, tan descomunal como diversa, como por su labor pedagógica, habiendo formado a generaciones de músicos.

Guido se casó con la pianista y pedagoga Teresita Junco (1946-2009), hija del clarinetista y pedagogo Juan Jorge Junco. De esa unión nacieron dos hijos músicos: Ilmar López-Gavilán, violinista de excelencia, quien emigró y desarrolló una carrera internacional que incluyó la dirección del Harlem Quartet y un Grammy en 2012; y Aldo López-Gavilán, pianista y compositor, reconocido por su virtuosismo y versatilidad en la música clásica y el jazz, estudió en conservatorios de La Habana y en la Academia de Música de Londres. Aldo ha compuesto obras para orquesta y ha desarrollado una singular carrera en Cuba y en el extranjero.

A su vez, Aldo formó matrimonio con la directora de orquesta y profesora Daiana García, alumna aventajada de Guido. La pareja tiene hijas gemelas, Adriana y Andrea López-Gavilán García, quienes estudian varios instrumentos (piano, guitarra, flauta, bajo eléctrico y saxofón), continuando la tradición familiar.

Por su parte, Ilmar está casado con la violonchelista Seoying Yang, con quien tiene dos hijos, Leah (pianista) e Ian (violista).

Por otro lado, la familia se extiende hacia la rama García, con Josué García (hermano de Daiana), productor musical, casado con la cantante Rochy Ameneiro. El hijo de ambos, Rodrigo García Ameneiro, pianista y alumno de Aldo, está casado con la violinista Tania Hasse; juntos forman el Dúo Espiral.

Para más, el clarinetista y saxofonista Alejandro Calzadilla García, alumno del hermano de Teresita, Arnoldo Junco, y sobrino de Daiana, se casó con la bailarina Yuyú Vega, cuyo hijo mayor, Ronny Yunior, estudia piano.

Si cayera otro diluvio, bastarían los frutos de este árbol genealógico para salvar la música de la extinción, acunados en un Arca de Noé familiar. 

Una dinastía musical. Foto: Adrián Juan Espinosa.

Remembranzas

¿Cuál fue el primer instrumento que usted tomó en sus manos?

El primer instrumento fue la guitarra, y también el piano, porque mis padres eran músicos. Mi madre fue profesora de piano y locutora de televisión, y mi padre era músico, tocaba la guitarra desde joven.

Recuerdo desde muy pequeño los ensayos de mi padre en casa, con tríos y cuartetos. Mi madre estudiaba el piano, y ambos me indujeron a tocar. Me gustaba la música y empecé a estudiar guitarra con mi papá.

¿Qué edad tenía cuando empezó a tocar?

No recuerdo exactamente, pero debía tener unos 7 u 8 años.

¿Fue en Matanzas o ya en La Habana?

En La Habana. Nací en Matanzas porque mi familia es de allí, pero ya vivíamos en La Habana cuando nací. Mi madre fue a Matanzas para estar con mi abuela durante el parto.

He vivido en La Habana todo el tiempo, pero siempre estuve muy vinculado a Matanzas, porque el resto de mi familia permaneció allí. Íbamos todos los fines de semana y pasaba las vacaciones en casa de mi abuela. Más adelante, dirigí la Orquesta Sinfónica de Matanzas durante unos años, compartiendo con La Habana.

Matanzas es una ciudad muy querida para mí, igual que La Habana.

El Maestro Guido López Gavilán del Rosario se graduó en La Habana de director orquestal bajo pedagogía soviética. Foto: AMD.

El violín

¿Cómo fue su formación musical inicial?

Empecé a estudiar música en casa con mis padres. Luego, siendo jovencito, entré a estudiar violín en el Conservatorio Amadeo Roldán.

¿Por qué eligió el violín?

Me gustaba el instrumento, su timbre y la manera de sonar. Me decidí por el violín, aunque en esa época la música no se estudiaba como ahora, de manera profesional desde el principio, sino que era algo más vocacional.

Mis padres, aunque me enseñaron música, nunca me entusiasmaron para que fuera músico profesional; pensaban que sería ingeniero o arquitecto, porque me gustaban la matemática y el dibujo. Ellos pensaban, con razón, que la música era un campo muy difícil para abrirse camino antes de la Revolución.

¿Qué lo llevó finalmente a dedicarse a la música de forma profesional?

Ya de joven decidí que la música me gustaba mucho y, después de la Revolución, se abrió la posibilidad de vivir como músico. Eso fue sobre el año 62, después de la campaña de alfabetización. Estuve en la Sierra Maestra como maestro voluntario entre 1960 y 1962. Durante ese tiempo tuve que dejar los estudios musicales, pero luego me incorporé de lleno al mundo de la música.

Vista panorámica del malecón habanero desde la sala de Guido López-Gavilán, en el décimo piso de una torre del Vedado. El músico confiesa que el mar lo inspira. Foto: AMD.

La música coral e Isaac Nicola

Según su biografía, a los 22 años se graduó de dirección coral. ¿Fue arrastrado por las circunstancias o fue por elección propia?

Fue por elección. En el Conservatorio había un coro dirigido por Manuel Ochoa, que me gustaba mucho. Desde que empecé a cantar en coro, me atrajo la posibilidad de hacer grandes obras colectivamente y canciones populares en conjunto. Ochoa inició la primera escuela coral de Cuba, donde se estudiaba dirección coral y formación para ser cantante de coro.

Cuando se abrió la escuela coral, me matriculé en dirección coral, aunque seguí estudiando violín (en esa época era posible estudiar varias cosas a la vez). Isaac Nicola, director del Conservatorio, me apoyó mucho y me ayudó a organizar un plan especial de estudios que incluía violín, dirección coral y asignaturas complementarias como armonía, contrapunto, historia de la música, análisis de formas musicales y orquestación.

¿Cómo recuerda esa época en el Conservatorio?

Fue una época muy bella, de la que guardo gratos recuerdos. Hicimos grandes amistades con compañeros como Digna Guerra, Frank Fernández, Teresita Junco (quien fue mi esposa), Carmen Collado, Gonzalo Romeu, Ninowska Fernández-Brito.

Una generación muy talentosa…

Fue una generación bastante especial, con grandes posibilidades de desarrollo musical. Se crearon iniciativas para jóvenes como la Brigada Hermanos Saíz, que nos permitió organizar nuestras propias actividades y estimular la formación de jóvenes compositores e instrumentistas.

“Los Chichirichis”

¿Tenían algún grupo musical propio?

Sí, teníamos un cuarteto vocal, aunque lo hacíamos como hobby. Cantábamos en night clubs y éramos Teresita, Digna, Frank y yo. Cantábamos canciones recién estrenadas de [César] Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, de la época del feeling.

¿Qué instrumentos tocaba usted y cuál era su papel en el cuarteto?

Tocaba el violín, el piano (como instrumento complementario, aunque nunca fui pianista), la guitarra y, en el cuarteto, cantaba y tocaba la guitarra en algunos momentos.

¿Y se hacían llamar por algún nombre?

Nos llamábamos “Los Chichirichis”, aunque era un nombre informal [risas].

Durante un concierto en su juventud como director orquestal. Foto tomada del libro La dirección orquestal sinfónica y su expresión en Cuba. Ed. Aurelia Ediciones.

De “Los Chichirichis” a Beethoven

A pesar de ser una plaza sitiada, bajo estrés político y militar, la Cuba de los 60 aún conservó la bohemia inercial de los 50, sobre todo en La Habana. A la par que Guido disfrutaba de los ambientes festivos y de una nocturnidad seductora, acrecentaba su cartera de obras corales.

De esa época data su famosa pieza El Guayaboso (1967), pero unos años antes, en 1964, compone las obras Si compartimos y Nubes, ambas para coro femenino y coro infantil. A la par, su interés por la musicalidad de la poesía de García Lorca lo lleva a componer Canción cantada y Media Luna, ambas de 1965, escritas para voz y piano y estrenadas en la capital cubana en 1968.

En la siguiente década aparecen Sinfonía urbana (1975) para coro mixto, narrador, conjunto instrumental; De cámara traigo un son (1977) para orquesta de cuerdas y Tramas (1979), estrenada en 1981.

El broche de oro de esa época fue la ejecución, por primera vez en el periodo socialista, de la Novena Sinfonía de Beethoven.

“Fue todo un acontecimiento, en 1979. Yo dirigí la orquesta y Digna organizó el coro, que era mixto, de más de un centenar de personas, incluyendo coros ya constituidos y personas que querían aprender. Fue un trabajo social muy bello. Y se cantó en alemán”.

Maestros, Moscú, la nieve  

Los maestros que tuvo López-Gavilán parecían encarnar la esencia de la música cubana y eslava: José Ardévol, de origen español; Leo Brouwer, Harold Gramatges, Edgardo Martín, Manuel Ochoa y el violinista búlgaro Radoviev Modaliev, discípulo de Georges Enescu en París. Todos son nombres que se decantan en la memoria del compositor como oportunidades únicas de conocimiento, experiencias y mentorías, pasajeras pero entrañables.  

De la dirección coral, López-Gavilán pasó a la dirección orquestal. Aquí en Cuba tuvo como profesor de la especialidad a Daniel Tulin, un soviético que trabajó con la Sinfónica Nacional y formó jóvenes directores en la isla.

Esa praxis lo preparó para obtener una beca en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, donde estudió dirección orquestal con Leo Ginzburg, uno de los titanes de la academia soviética que formó a una generación de importantes directores; entre ellos, Michail Jurowski, Nikolai Korndorf, Fuat Mansurov y Vladimir Fedoseyev, así como al director chino Cao Peng.

¿Cómo fue su experiencia en la Unión Soviética?

Fue una experiencia tremenda, que marcó mi vida. En el conservatorio coincidí con grandes artistas como Rostropovich, Richter, y alumnos destacados como Gidon Kremer y Dmitri Kitayenko.

Había un nivel altísimo y continuamente venían de gira solistas y orquestas de todo el mundo. Pude ver orquestas como la de Nueva York, Londres, París, Viena y Leipzig, además de todas las del campo socialista.

Era una vida musical muy rica que nos abrió el horizonte para trabajar al máximo nivel.

Ahora, la escuela soviética de los años 70, aunque formidable en rigor técnico, era remisa a la apertura, a la asimilación de la vanguardia europea occidental…

En realidad no eran muy proclives a la vanguardia. Había países como Polonia o Rumanía que eran más abiertos a la música experimental. En la Unión Soviética, sin estar prohibida, no se promovía mucho ese tipo de música.

La música que se componía seguía más las tradiciones, con un altísimo nivel, pero no era vanguardista como el polaco Penderecki. Shostakovich y Prokofiev eran de primera línea, pero no de la vanguardia experimental.

Pienso en la música de un Jachaturian, por ejemplo, de un corte más bien nacionalista, ¿verdad?

Sí, era nacionalista y de un lenguaje conservador, sobre todo si se compara con la vanguardia.

Sin embargo, en otros países del antiguo campo socialista sí existía un movimiento de renovación musical muy marcado.

Si le pido que cierre los ojos y piense en Moscú, ¿qué recuerdo le embarga de momento?

Vienen muchos recuerdos, pero obviamente la nieve.

Uno muy grabado, casi cinematográfico, fue la primera vez que vi la Catedral de San Basilio. Estaba caminando con Frank [Fernández] frente al museo, al Kremlin, y de repente, entre dos bocacalles, apareció la imagen de la catedral con sus cúpulas inigualables. Fue un momento muy especial para mí.

Y la nieve, que no la olvido.

***

Así, en el relato de Guido López-Gavilán la música no es solo sonido; es historia, cultura, memoria y emoción. Un viaje repentino desde La Habana hasta Moscú, en medio de un ardiente verano, desde la tradición hasta la frontera de lo posible, narrado con la intensidad y el color que solo un maestro, en un toma y daca entre su sensibilidad y sus recuerdos, puede ofrecer.

Formatos y proceso creativo

Para el autor de Cantos de Orishas (2000) trabajar con el mayor diapasón de formatos parece ser una necesidad de su intensa curiosidad y experimentación, que va desde orquestas sinfónicas hasta un solo instrumento, que puede ser la guitarra, el piano, el contrabajo o un arpa, entre otros, pasando por combinaciones instrumentales nada ortodoxas para cuartetos.

Ahora, yendo al proceso creativo, usted tiene un catálogo enorme en distintos formatos y géneros. ¿Cómo elige el formato para cada obra?

Generalmente pienso primero en la idea general de la obra y el formato que quiero: música de cámara, coral o sinfónica. Hago un plan donde guardo ideas sobre el tipo de música que quiero escuchar. Luego, elaboro esas ideas musicales, antes en el piano y ahora en la computadora, y la obra va tomando forma a partir de esas ideas preconcebidas.

¿Las ideas musicales surgen per se o toma elementos de la realidad para llevarlos al plano musical?

Depende. Por ejemplo, con el famoso Guaguancó, me propuse llevar una rumba al plano de la música de cámara, a una orquesta de cuerdas. Tomé elementos reales de la rumba y los elaboré en ese formato. En otras obras, como Cantos de Orishas, me apropié de esos cantos para conformar una obra musical.

También tengo obras como la Sinfonía Neo-Post-Retro, que es un homenaje a los grandes sinfonistas del siglo XX, donde las ideas son propias, pero inspiradas en ese estilo. Me nutro mucho de la música cubana y sus tradiciones, aunque también hay obras pensadas solo en términos musicales y efectos determinados.

¿Y cómo maneja la música por encargo, donde hay un pie forzado o una expectativa ajena?

Justamente ahora terminé un cuarteto de cuerdas encargado desde Estados Unidos. No me pidieron un tipo de música específico, pero sugerían algo con naturaleza cubana. Retomé ideas musicales relacionadas con la música nuestra —rumba, mambo, son— y las llevé al cuarteto, creando motivos propios que se coordinan entre los instrumentos. Así, cumplo con la expectativa, pero desde mi propio lenguaje.

El Maestro Guido López Gavilán del Rosario, Matanzas, 1944, en la sala de su casa. Detrás, sus creaciones plásticas figurativas. Foto: AMD.

***

El arte de componer, estima el autor de ¡Qué Rico E’! (mambo, 1996, para coro mixto) es un delicado equilibrio entre el respeto a la tradición y la audacia de la innovación.

Cuando aborda temas cubanos impregnados de fuerte carga afrocubana o africana, reconoce que la parte más difícil es “decidir qué elementos conservar y cuáles estilizar”, sin caer en la trampa de occidentalizar en exceso la pieza.

Para el compositor, el gran secreto está en la selección sabia, en mantener una identidad reconocible —como en su obra Guaguancó—, pero también en aportar una visión personal. A veces, en ese proceso, consulta a sus hijos, aunque cada uno se mueve en universos musicales distintos; por ejemplo, Aldo está más centrado en el jazz, un mundo paralelo que enriquece su propia perspectiva.

Respecto a la distancia entre la idea musical concebida y el resultado final, dice: “Por fortuna, lo que imagino suele coincidir con lo que suena”; por tanto, no se siente traicionado por sí mismo. Esa correspondencia, considera, es fruto del talento y la experiencia acumulada, aunque admite que siempre hay incógnitas cuando se experimenta con procedimientos nuevos, pero en su caso generalmente la realidad refleja fielmente la visión inicial.

Empatía, batutas y el papel del director: ¿liderazgo o pantomima?

Sobre la dificultad técnica de sus composiciones, nunca ha sentido que sus ideas superen la capacidad de los intérpretes, pues siempre piensa en la ejecución práctica de la obra. Como director, comprende el reto que supone estrenar una pieza y procura que las dificultades sean salvables, ayudando a encontrar soluciones para que la obra funcione. Contrasta esta actitud con la de otros compositores que, según él, no se preocupan tanto y dejan al intérprete la carga de resolver los problemas técnicos.

Música Eterna celebra sus 30 años bajo la batuta de Guido López-Gavilán

López-Gavilán acumula una sofisticada experiencia en la dirección orquestal. Ya en su madurez, en 1995 fundó la agrupación que comanda hasta hoy, la orquesta de cámara Música Eterna.

Admite que la pregunta sobre si el director realmente dirige o si es solo una pantomima es común en la percepción del espectador promedio. Sin embargo, asegura con convicción que “el director sí dirige”, aunque la comunicación depende mucho del nivel profesional de la orquesta.

En las agrupaciones más experimentadas, la sutileza de los gestos se traduce en el sonido, y un acento marcado o delicado se refleja en la interpretación. En obras muy conocidas, el director tiene mayor influencia en la versión final; en estrenos, los músicos están más concentrados en sus partituras, lo que dificulta el manejo, pero la comunicación siempre existe.

¿Y sobre el uso de la batuta? Todo depende del director y de la música. “La batuta ayuda a precisar el ritmo y las acentuaciones, pero no es imprescindible”, asegura. Para piezas lentas y melódicas prefiere dirigir sólo con las manos, mientras que para música rítmica o técnicamente compleja la batuta resulta más útil. A veces alterna entre ambas, según la naturaleza de la obra.

El Maestro Guido López Gavilán del Rosario evoca una de sus increíbles anécdotas en el universo de la música. Foto: AMD.

Accidentes y piruetas: la realidad como sorpresa

En su larga carrera, nunca ha presenciado que un músico se desmaye durante un concierto, aunque sí ha vivido accidentes jamás concebidos en la probabilística más desbocada.

Recordó un episodio en la antigua ciudad yugoslava de Zagreb, hoy capital de Croacia, cuando dirigía la Quinta Sinfonía de Beethoven y el oboe cometió un error. Para evitar que la orquesta se desorganizara y se viniera abajo la coherencia orquestal, hizo un gesto muy marcado, casi violento, con la batuta, que se rompió e hirió su mano. A pesar de la sangre, logró mantener el control y concluir el concierto con éxito con su frac salpicado de rojo.

También evoca una anécdota en una provincia cubana con el violinista Alfredo Muñoz, cuyo arco se enganchó con la batuta y salió volando, pero Muñoz lo atrapó con maestría, convirtiendo el incidente en una especie de acto coreográfico improvisado entre ambos.

¿Un reguetón sinfónico?

Cuando le pregunté si compondría un reguetón sinfónico, López-Gavilán, sonriente, respondió con honestidad que para él sería imposible, aunque reconoce que otros podrían hacerlo.

En cuanto al protagonismo de los instrumentos en una obra, explica que está determinado por la música y la partitura. El protagonismo va pasando de un instrumento a otro según la melodía y el efecto deseado, y aunque el director puede resaltar ciertas familias instrumentales, en esencia todo depende del compositor.

¿Música sacra o profana?

Sobre sus autores preferidos en música coral, confiesa que no tiene uno en particular; prefiere entregarse al mundo expresivo de cada compositor que interpreta. Reconoce la grandeza de figuras universales como Beethoven, Brahms o Stravinsky, pero su enfoque es siempre el presente, la obra que tiene entre manos. En cuanto a géneros, valora tanto la música sacra como la profana, cada una con su función y belleza histórica.

A su vez, no muestra preferencia por autores contemporáneos específicos en música coral, pues su escucha es amplia y general.

Un texto imprescindible para la dirección orquestal bajo el cuidado de Aurelia Ediciones y resultado de la investigación doctoral del artista en la Universidad de las Artes de Cuba (Isa). Foto: AMD.

Bossa nova, Mercedes Sosa, la poesía de Villena, La Pietà

En su tiempo libre, Guido López-Gavilán suele escuchar música relacionada con su trabajo inmediato, pero también disfruta de la música popular brasileña, en especial el bossa nova y la música tradicional latinoamericana, destacando a la argentina Mercedes Sosa como una cantante excepcional.

Respecto a la influencia de la literatura o el cine en su música, admite que no ha sido muy frecuente. Sin embargo, menciona que ha trabajado obras basadas en textos literarios, como la Sinfonía urbana, inspirada en un poema de Rubén Martínez Villena, donde la música debe evocar imágenes poéticas. También le impactó ver en el Vaticano la escultura La Piedad, de Miguel Ángel, que intentó traducir en sonido, aunque tales inspiraciones son excepcionales en su obra.

Su vocación pedagógica, que nació desde muy joven, cuando fue uno de los primeros maestros voluntarios en la campaña de alfabetización en la Sierra Maestra, permanece intacta. Desde entonces, la docencia ha sido una constante en su vida, y planea seguir enseñando mientras pueda, porque considera que educar es un deber y una contribución valiosa para la sociedad. Sus alumnos y ex alumnos lo adoran. 

Este verano ultima su más reciente creación, Sueños de sirenas, una suerte de homenaje a Claude Debussy. Foto: AMD.

Zona franca

¿Té o café?

Café.  

¿Se ve en el espejo del Capricornio, responsable y trabajador?

Pienso que esas son tradiciones válidas en la medida que uno se las crea.

¿Cree en la música de las esferas de la antigüedad?

No exactamente. La música existe dondequiera y existirá siempre mientras haya humanidad, surgiendo de la totalidad del universo.

¿Prefiere los tostones o las mariquitas?

Los dos.

¿Tiene algún alter ego en la música?

No que yo sepa.

¿Ron o cerveza?

Los dos.

El auditorio Amadeo Roldán…

Una pérdida irremplazable.

¿Bach o Mozart?

Ambos.

¿Cómo describiría brevemente al Maestro Electo Silva?

Único y original. Electo, su nombre lo dice todo.

¿Recuerda el último libro que estuvo leyendo?

Estoy releyendo, El Imperio de La Habana: la mafia en Cuba, de Cirules.

¿Beethoven o Tchaikovski?

Los dos.

Batuta en mano… ¿Karajan o Dudamel?

No puedo elegir.

Albert Einstein dijo que si no fuera físico, habría sido músico. Si usted no fuera músico, ¿qué hubiera sido?

Me hubiera gustado ser pintor.

¿Qué técnica usa en sus pinturas?

Crayón y acuarelas. La acuarela es difícil porque el agua no es fácil de controlar.

Al margen de una eventual confesionalidad, ateísmo o agnosticismo. ¿Cuál de estas afirmaciones prefiere?: Dios existió, Dios no existe, Dios existirá.

Dios existirá. La humanidad necesita creer en algo que la apoye. Los dioses existirán mientras exista el hombre.

¿Cómo le gustaría que lo recordaran en el futuro?

Que me recuerden ya es bastante.

Pensando en los apagones, ¿cuántos escalones hay desde la entrada hasta su apartamento en el décimo piso?

Más de los que quisiera.

¿La música es un misterio o una ecuación matemática?

Una ecuación misteriosa.

Si estuviera en una isla desierta y pudiera lanzar un mensaje en una botella, ¿qué escribiría?

“Sean felices, porque yo ya estoy frito”. [Risas]

¿A quién le debe más: a Cervantes o a Saumell?

A los dos por igual.

¿Ha pensado en algún epitafio?

Para nada.

Por último, un ejercicio de economía verbal y espontaneidad emocional. ¿Cómo describiría a Cuba con una palabra de cuatro letras?

Amor… Sí, amor.

Etiquetas: Música cubanaPortada
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Ángel Marqués Dolz

Ángel Marqués Dolz

Ángel Marqués Dolz. La Habana, 1959. Periodista, fotógrafo, realizador radial y amante de los epitafios.

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