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Cuarenta años después del Live Aid de Filadelfia, La Habana se negaba a dejar pasar el Día Mundial del Rock, instituido desde 2005 en recuerdo de aquel magno concierto benéfico a favor de los niños etíopes y somalíes que reunió en el John F. Kennedy Stadium a verdaderos monstruos sagrados del género: Queen, Led Zeppelin, U2, The Who, Madonna, David Bowie, Bob Dylan, Paul McCartney, Mick Jagger, Elvis Costello, Eric Clapton, Duran Duran…, quienes actuaron ante 72 mil espectadores en el que se considera el mayor y más trascendente performance del género.
El rock, estilo, cultura, modo de vida y filosofía ha sido vivido por los cubanos, cultores y aficionados, como un acto de estoica resistencia. Durante las décadas de los 60 y 70 se consideró por la oficialidad cultural “música del enemigo” y, si bien aquellos tiempos han pasado, aún hoy los músicos que lo cultivan no gozan de las mismas condiciones materiales ni de la proyección en los medios que sus colegas que hacen música tradicional, pop o los encumbrados géneros urbanos.
Entre las celebraciones habaneras de la efemérides, estuvo el concierto del grupo Pyra en el centro nocturno La Bichota. Desde las 10 de la noche del 13 de julio y hasta las 2 de la madrugada del 14, la calle Paseo vibró con los standars de siempre, música buena que el tiempo hay ido colocando en un sitio de honor. Y de tantas canciones memorables, “Love of my Life”, “Don’t Stop me Now” y “We are the Champions”, de Queen, impregnaron la atmósfera de una dulce nostalgia.

Pyra, fundado en 2020, es hoy por hoy un referente en la escena rockera de la capital cubana. Sus músicos, como es habitual entre los que ejercen esta modalidad, aparecen por momentos incorporados a diferentes agrupaciones. Integran el grupo Hansel Arrocha (guitarra, bajo), Liliam Ojeda (cantante), Darío Arrocha (teclados, guitarra, bajo), Eduardo Longa (batería) e Ivan Vera (guitarra, bajo), cada uno maestro en lo suyo.

Hansel es un guitarrista todoterreno, que enciende al auditorio con sus solos y riffs sin alterar su expresión serena. Como si meditara mientras toca.
Darío es un joven prodigio, que ya comienza a hacerse notar por su versatilidad como instrumentista; está, muy bien afincado, en el bloque de arrancada de una carrera que siento promisoria.
Liliam —Lily— Ojeda es la reina de la noche. De cualquier noche. Elijan ustedes, que canta ella. Temperamental, expresiva, pone en su voz las canciones —de rock, aunque no solo— como quien se calza un guante. Brilla igual en el escenario que se estremece, a todo volumen, que en el pequeño espacio, íntimo: es “electrica” y “acústica”. Una estrella auténtica.
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En la actualidad, una empresa estatal debe a Pyra cuatro meses de sus honorarios por presentaciones en vivo en las que el público paga un cover por escucharlos. Recaudan cada noche dinero físico que, inexplicablemente, luego se pierde en laberintos burocráticos. Aun así estos músicos no dejan de tocar, les va la vida en ello. Es literal.
¿Y qué decir del público? Va a los conciertos como quien va a un culto religioso. Se entrega. Salta, se mueve con toda libertad, da testimonio de una fidelidad imbatible. Construyen en el pequeño espacio (lo mismo en El Submarino Amarillo que en las otras plazas donde suelen reunirse) un ámbito donde prima el libre albedrío.
Nadie baila mal, porque esa categoría taxativa no existe entre ellos. Todos danzan a su aire, se expresan desde lo profundo del ser. Hay quien acompaña con mímica a los instrumentistas en sus ejecuciones, y quien se abandona en un cabeceo frenético que mucho tiene de éxtasis.

Es gente del rock, sobrevivientes de miles de escaramuzas y batallas. Algunos, por sus atuendos y modales parecen adolescentes prematuramente envejecidos; otros, más “formalitos” sorprenden por el desorden que arman apenas el grupo ejecuta los primeros compases.
Afuera queda la dura cotidianidad, la ciudad empobrecida con sus esquinas atestadas de basura y escombros; del otro lado de la música, la falta de transporte y alimentos, el salario insuficiente, la precariedad en toda la extensión de la palabra.
El rock, por encima de los encasillamientos del mercado, es un sentimiento. También para un grupo de cubanos.