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Antoine Mena (La Habana, 1983) es graduado en la especialidad de Pintura de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, promoción de 2008. En 2018 participó en la exposición colectiva de artistas cubanos Puentes, no muros, que tuvo como sede el Instituto de artes visuales de Cincinnati, Estados Unidos.
Su obra, de difícil definición, no repara en etiquetas convencionales. Por momentos es figurativa; por momentos, abstracta; casi siempre, neoexpresionista. Estas ambivalencias, que pueden parecer un titubeo estilístico para cierta crítica normativa, más que un repertorio de búsquedas o experimentos, es una afirmación de su temperamento de new wilde.
No se propone gustar con su pintura, que no es, stricto sensu, una representación del mundo tangible, sino el resultado de la exploración de su propia psiquis. Antoine dialoga con Antoine en voz alta, con una paleta que no teme a las estridencias. Es así. Y uno puede abrazar su gesto creativo u observarlo de lejos, pero nunca desde la indiferencia.
Antoine habla poco y piensa rápido y bien. Dejo constancia aquí de nuestro más reciente diálogo.

¿De dónde proviene tu pintura?
Mi pintura nace de mis experiencias, mi subconsciente, mis aprendizajes y mis errores. Es una reacción constante a lo vivido, pero también a algo que escapa a las palabras: una energía que me impulsa a expresarme, incluso, sin respuestas claras.

¿Puedes referirte a artistas que te han influido de alguna manera?
Mi padre [Rigoberto Mena] ha sido una gran influencia: me mostró el camino hacia el arte desde que yo era niño, y su obra auténtica, elegante y profundamente emocional, ha dejado una huella definitiva en mi universo creativo.
También han influido artistas como Fidelio Ponce, Wifredo Lam, Carlos Enríquez, Mariano Rodríguez, Leopoldo Romañach y varios amigos talentosos.

¿Tener un padre pintor condicionó de algún modo tu orientación vocacional?
Absolutamente. Verlo pintar fue una experiencia íntima y reveladora. Él me llevó a museos, me compraba materiales, y más allá del ejemplo, me mostró que la pintura podía ser libertad, terapia y una forma de vida.

¿Cómo recuerdas tu paso por San Alejandro?
Fue un valioso espacio de formación.
Aunque no siempre sigo una metodología fija, lo aprendido allí nutre la base sobre la que construyo mi lenguaje artístico. La técnica importa, pero nunca más que el sentir.
¿Qué es un artista?
Un alquimista de lo invisible, un equilibrista que se lanza sin red a lo intangible.

¿Cuándo te asumiste como artista?
Me asumí como pintor en los momentos más difíciles, cuando el arte me sanaba.
¿De no haberte dedicado a la pintura, qué actividad profesional te habría gustado desarrollar?
Tal vez habría seguido caminos vinculados a la música o la escritura: otros lenguajes emocionales.
¿Te consideras abstracto, figurativo, fovista, expresionista…?
Me considero expresionista, aunque mi trabajo no se limita a una estética específica. El expresionismo para mí es un universo emocional amplio, no un estilo cerrado.

¿Cómo leer tu pintura?
Mi obra se lee desde lo emocional y simbólico. Cada cuadro se construye sin un orden aparente, y alcanza coherencia cuando logra sumergirme en algo honesto.
Uso el lenguaje visual para abrir preguntas más que para explicar, y rechazo encasillar su interpretación. La pintura debe ser libre: cada espectador la reconstruye desde su experiencia.
¿Cómo llegas al cuadro? ¿Tienes una rutina para crear? ¿Vas a la tela cargado de intuiciones o en lo fundamental la obra ya está armada en la cabeza?
No tengo un método fijo. A veces me guía la música; otras, mi estado emocional. Algunas ideas se diluyen, otras se transforman en residuos simbólicos que conversan con las siguientes. No hay orden aparente hasta que la pintura adquiere coherencia poética. No sé cuándo terminará.

¿Te alimentas de otras artes?
Sí, profundamente. La música, en especial, es un detonante emocional que influye en mi proceso pictórico. También me nutro del cine, la literatura y la poesía, que expanden mis ideas y sensaciones.
¿Hasta qué punto te interesa la opinión de la crítica? ¿Te ayuda a reconocerte?
La crítica es bienvenida, sobre todo cuando conecta con algo auténtico. Pero mi camino creativo sigue su curso, y en ese trayecto a veces ni yo sé hacia dónde voy. Por eso es esencial creer en uno mismo para no perderse.

¿Vives de tu trabajo?
Sí. La pintura es mi oficio, mi refugio y mi forma de dialogar con el mundo. Es una necesidad vital.
En 2018 tuviste la primera exposición personal, Ofrenda, en la Galería del Palacio de Lombillo, en La Habana. El espacio lo compartiste con Rigoberto Mena, tu padre.
Fue una experiencia única. Compartir la galería con él me hizo reencontrarme con nuestras conexiones artísticas. Aprendo constantemente de él, en el arte y en la vida.

¿Qué opinión tienes de la obra de Rigoberto Mena? ¿Emulas con ella?
Su obra tiene una elegancia y una impronta casi divinas. Lo considero un maestro de las emociones, un artista marcial del sentir.
Y no, no emulo con su obra, pero me inspira a crear desde la libertad y la autenticidad.
Si te fuera dado coleccionar pintura cubana de cualquier época, ¿cuáles serían aquellos diez artistas que no faltarían en tus paredes?
Incluiría a Fidelio Ponce, Lam, Carlos Enríquez, Mariano, Romañach, Boffill, Segundo Planes, Antonia Eiriz, mi padre… y varios artistas cubanos jóvenes que merecen estar en cualquier colección, por su talento y verdad.
Pero te pasarías de diez.
Bueno, son mis paredes…