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Descifrando a Martí con Pedro Pablo Rodríguez

Preguntas sobre lo que quiso decir Martí en aquel discurso en el Liceo cubano de Tampa, grabado en nuestra memoria cultural y política.

por
  • Rafael Hernández
    Rafael Hernández
septiembre 10, 2025
en Con todas sus letras
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Foto: Kaloian

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Conocí a Pedro Pablo Rodríguez, en el tránsito de los 60 a los 70 del siglo pasado, hablando de José Martí. Enseñaba en el curso sobre Pensamiento Revolucionario Cubano en el Departamento de Filosofía de la UH, y no llegaba a los 25 años, pero ya podía dictar una clase completa, como si la estuviera leyendo, con frases que se iban desplegando en largos periodos, articulando facetas del pensamiento martiano, su acción política, sus visiones e interacciones con Cuba libre, en un estilo muy personal que recordaba de cierta manera al del Apóstol. 

A los estudiantes de aquel curso de instructores de Filosofía, algunos mayores que él, nos encantaba escuchar a Pedro Pablo, ameno y simpático con todos los que entrábamos en la selva de los textos martianos siguiendo sus pasos. 

Ha sido director de la edición crítica de las obras completas de Martí, colmado de premios nacionales como historiador, investigador de ciencias sociales, de estudios culturales, maestro y periodista, oficios que ha ejercido toda su vida. Y sigue siendo el joven erudito que se hace preguntas y convida a despejar capas sucesivas de la obra y el pensamiento martianos, que en su compañía, se revelan casi insondables y, en buena medida, sorprendentes. 

Lo fui a ver a la azotea cerca del Malecón de La Habana, donde ha vivido siempre, en una especie de buhardilla por donde hay que caminar entre pilas de libros, folletos, carpetas y el reguero propio de la creación intelectual. 

Yo aparecí con mi jolongo de preguntas sobre lo que quiso decir Martí en aquel discurso en el Liceo cubano de Tampa, grabado en nuestra memoria cultural y política. Y se las hice durante dos horas. De manera que aquí voy a extractar el núcleo de nuestra conversación extensa, que pronto publicaremos íntegra en la revista Temas. 

Pedro Pablo Rodríguez. Foto: Vladimir Molina/PrensaLatina.

Pedro Pablo, se cita una y otra vez la frase “Con todos y para el bien de todos”, pronunciada en un discurso y en un contexto político determinados.  ¿Cuáles son? ¿Cómo tú la interpretas dentro de ese contexto, y a partir de tu dominio de la obra y el sentido del discurso de Martí?

Lo primero es que Martí emplea mucho la imagen, lo cual es una forma de comunicación muy importante tanto en el plano escrito como oral. Sus discursos buscaban una idea central, a lo largo de su labor al frente del Partido Revolucionario Cubano, consistente en conseguir la acción mayor posible de cubanos que apoyen la idea de la independencia; y sobre todo, que la apoyen mediante la lucha armada, una salida difícil, dolorosa, pero que como Martí decía, era la única que dejaba España.

Pero a veces algunas personas la convierten en un lema cerrado. Y por lo general, Martí no trabajaba con lemas cerrados; sino trata de dar distintos ángulos de cualquier asunto que estudia. En sus discursos está más extractada la idea que cuando escribe artículos. Aunque los discursos también eran, por lo general, escritos previamente. Pero los textos que publica en Patria en esos mismos años se caracterizan por una claridad meridiana, en sus puntos de vista y en las ideas centrales que quiere dar, aun cuando esté usando imágenes. Y esto lo hace con un estilo literario, muestra de su gran capacidad como escritor y pensador, para manejar ideas, hilándolas de una manera muy inteligente y usando muy cuidadosamente las palabras.  

No podemos olvidar nunca que Martí fue no sólo un gran escritor, sino sobre todo un gran comunicador, que supo utilizar esos dos medios, la prensa escrita y el encuentro con las personas, el discurso frente al público, de un modo que nunca dejó caer los recursos literarios, para poder ganar el apoyo de quienes lo estaban escuchando.

¿Y qué pasa con “Con todos y para el bien de todos”? Como lema, tiene un gran alcance, al afirmar para el bien de todos. Como han observado algunos otros estudiosos de Martí, esto no quiere decir que él pensara que un ciento por ciento de los cubanos iban a aceptar el proyecto de República que él estaba presentando. 

“Con todos y para el bien de todos” se refería a que no sería la Cuba de la oligarquía colonial ni la de las oligarquías latinoamericanas. Que no sería la Cuba dominada por un país extranjero y una monarquía, España, sino que su propio pueblo elegiría a quienes estarían al frente de ese estado independiente, y al mismo tiempo habría una representación de los diversos sectores nacionales.

No caben dudas de que Martí no hizo una guerra abierta contra la burguesía cubana; pero, cada vez que pudo, dio un toque negativo a la que colaboraba con la metrópoli, que lamentablemente fue la mayoría. Aunque hubo quienes no lo hicieron, sobre todo entre la gente más joven.

De un modo u otro, la guerra de 1895 demostró que muchos de ellos se dejaron llevar por el espíritu patriótico, como gente joven al fin y al cabo. Y, por supuesto, llega un momento, en el medio de aquella contienda, en que la guerra ya era un mal tan grande para la propia burguesía hispanocubana, que empezaron a ver de qué manera acababan de resolver el problema y se la quitaban de arriba, porque estaba afectando a todos los sectores de la economía nacional. Que ya venía afectada desde antes, porque quien controlaba los recursos de Cuba era el gobierno español, y entonces, con más razón, los gastaba en la defensa de su dominio.

¿Al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad le tendremos miedo, en el país donde la sangre que derramó por ella se la ha hecho amar demasiado para amenazarla? ¿Le tendremos miedo al negro, al negro generoso, al hermano negro, que en los cubanos que murieron por el ha perdonado para siempre a los cubanos que todavía lo maltratan? Pues yo se de manos de negro que están más dentro de la virtud que las de blanco alguno que conozco: yo sé del amor negro a la libertad sensata, que sólo en la intensidad mayor y natural y útil se diferencia del amor a la libertad del cubano blanco: yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble, y está poniéndose de columna firme de las libertades patrias. Otros le teman: yo lo amo: a quien diga mal de él, me lo desconozca, le digo a boca llena:-“Mienten”. / José Martí

Martí anticipaba que todo eso iba a ocurrir, por sus estudios sobre Cuba, por sus conocimientos sobre la economía de su tiempo, y estar situado en el centro de los Estados Unidos, la economía de tipo capitalista que se desarrollaba más impetuosamente a finales del siglo XIX, y se estaba convirtiendo en una potencia con intereses continentales y, si podía, universales.

De manera que él tiene una conciencia muy grande de que hay que aprovechar las divisiones que puedan surgir con las aspiraciones de los Estados Unidos, que para Martí es el gran peligro, casi que más importante en ese momento que la propia España, porque consideraba que España se iba a debilitar, como sucedió. A pesar de que pretendía gastarse “hasta el último hombre y la última peseta”, cosa que no hizo.

Quiero decir que Martí se forma en el medio de todas estas contradicciones y luchas, y está viviendo además la experiencia de los Estados Unidos, que avanzan aceleradamente por un camino de formación de monopolios, que tienden a ir controlando la vida política del país. Él es un pensador de  avanzada en advertir todo esto, a partir de la propia prensa norteamericana. Martí se dedicaba horas y horas a estudiar los problemas económicos de Estados Unidos que esa prensa estaba discutiendo. Y se fijó, desde luego, en lo peligroso de esos intereses.

¿Al español en Cuba habremos de temer? ¿Al español armado, que no nos pudo vencer por su valor, sino por nuestras envidias, nada más que por nuestras envidias? ¿Al español que tiene en el Sardinero o en la Rambla su caudal y se irá con su caudal, que es su única patria; o al que lo tiene en Cuba, por apego a la tierra o por la raíz de los hijos, y por miedo al castigo opondrá poca resistencia, y por sus hijos? ¿Al español llano, que ama la libertad como la amamos nosotros, y busca con nosotros una patria en la justicia, superior al apego a una patria incapaz e injusta, al español que padece, junto a su mujer cubana, del desamparo irremediable y el mísero porvenir de los hijos que le nacieron con el estigma de hambre y persecución, con el decreto de destierro en su propio país, con la sentencia de muerte en vida con que vienen al mundo los cubanos? ¿Temer al español liberal y bueno, a mi padre valenciano, a mi fiador montañés, al gaditano que me velaba el sueño febril, al catalán que juraba y votaba porque no quería el criollo huir con sus vestidos, al malagueño que saca en sus espaldas del hospital al cubano impotente, al gallego que muere en la nieve extranjera, al volver de dejar el pan del mes en la casa del general en jefe de la guerra cubana? ¡Por la libertad del hombre se pelea en Cuba, y hay muchos españoles que aman la libertad! ¡A estos españoles los atacarán otros: yo los ampararé toda mi vida! A los que no saben que esos españoles son otros tantos cubanos, les decimos: “¡Mienten!” / José Martí

Así que “Con todos y para el bien de todos” juega un doble papel. Me refiero al discurso completo, no a  la frase. Por un lado, hacer comprender que la República no iba a ser de un sector social determinado. Para que no cogieran miedo los trabajadores, los campesinos, los negros. De que iba a ser una República de blancos contra negros, de latifundistas y de grandes dueños de tierra contra el campesino libre que tiene su pequeño conuco. Que no era una guerra contra la intelectualidad del país ni contra los analfabetos del país. Es una guerra de todos, porque la República tiene que abrir espacios para todos.

Ahí está la idea central que él quiere transmitir. Y por eso es que, al mismo tiempo, dice esa frase tan deliciosa contra los “alzacolas”. La usó pensando en el pavorreal, que es un “alzacolas”, esos pavorreales que se pavonean y se creen que ellos son los más importantes y los que deciden la vida del país, y que nunca van a aceptar semejante tipo de ideas. Siempre hubo “alzacolas”, y la vida ha demostrado que siempre los habrá. Estoy pensando que hasta hoy tenemos algunos “alzacolas” entre nosotros.

Y a los lindoros que desdeñan hoy esta revolución santa cuyos guías y mártires primeros fueron hombres nacidos en el mármol y seda de la fortuna, esta santa revolución que en el espacio más breve hermanó, por la virtud redentora de las guerras justas, al primogénito heroico y al campesino sin heredad, al dueño de hombres y a su esclavos; a los olimpos de pisapapel, que bajan de la trípode calumniosa para preguntar aterrados, y ya con ánimos de sumisión, si ha puesto el pie en tierra este peleador o el otro, a fin de poner en paz el alma con quien puede mañana distribuir el poder; a los alzacolas que fomentan a sabiendas, el engaño de los que creen este magnífico movimiento de almas, esta idea encendida de la redención decorosa, este deseo triste y firme de la guerra inevitable, no es más que el tesón de un rezagado indómito, o la correría de un general sin empleo, o la algazara de los que no gozan de una riqueza que sólo se puede mantener por la complicidad con el deshonor, o la amenaza de una turba obrera, con odio por corazón y papeluchos por sesos, que irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el primer ambicioso que la adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la bandera,-a lindoros, o a olimpos, y a alzacolas, -les diremos: -“Mienten.” ¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevee, y se ama! / José Martí

Seguro. Sin embargo, al mismo tiempo, en el discurso deja claro que los españoles que aceptan el orden republicano, que se incorporan a la Cuba nueva, tienen un espacio como ciudadanos, son como cubanos, dice.

Exacto. Porque se trata de los españoles que viven en Cuba. Ese fue un elemento en su pensamiento, desde que empieza a organizar la guerra, que repitió montones de veces en sus escritos en Patria y en sus discursos. Un llamado constante a que la guerra no era contra el español que vivía en Cuba. Y en buena medida, estaba pensando en su propio padre, que, como él mismo escribió, le dijo un día: “Yo ya te veré luchando por los intereses de tu patria”, no recuerdo ahora la frase textual.

Su padre, que había sido un militar del gobierno español, que no le interesaba la independencia de Cuba. Y que tuvo muchos choques con su hijo en la adolescencia. Pero fue un español que hizo familia en Cuba y que, como tantos otros de ellos, se quedaron aquí. Una enorme cantidad de soldados jovencitos que fueron llevados a la fuerza al ejército español, como parte de los más de trescientos mil o cuatrocientos mil, los historiadores dan cifras distintas, que metió España en Cuba. Y con un entrenamiento rápido los mandaban. Porque se estaban muriendo una cantidad de tropas aquí en  medio de la guerra.

Buena parte de esos muchachos españoles se quedaron en Cuba, dejaron el ejército y se quedaron a vivir en Cuba. Lo cual significa que la prédica martiana logró que en Cuba no hubiera odio contra el español; el español de trabajo, de familia, que podía tener determinadas ideas políticas o costumbres propias. Sin embargo, siempre tendrían un lugar en Cuba.

Tengo la impresión de que la gran burguesía hispanocubana de la época entendió bastante las ideas de Martí. Mucha de esa gente, muchos de sus hijos pelearon por Cuba; y muchos de ellos se negaron a aceptar el dominio de Estados Unidos. Tenían intereses propios y eso chocaba con Estados Unidos. 

Martí manejó todo aquello con mucho tacto. Esa frase la dijo pensando no solo en el presente aquel del momento del discurso, sino hacia el futuro, hacia cuando se constituyera la República. Quién sabe si, de estar vivo en el momento en que se forma la Constituyente —donde hubiera estado Martí sin dudas, y donde hubiera sido el líder de la bancada patriótica y revolucionaria—, de qué manera hubiera movido aquello para tratar de entorpecer lo más posible la acción norteamericana, que levantó desagrado hasta entre sectores de la propia burguesía hispanocubana.

Digo hispanocubana porque no nos olvidemos de que, hasta los años 1930 en Cuba, buena parte de la gente bien acomodada, y dueños de empresas importantes, eran españoles. Cuba siguió siendo muy española hasta los años 1930, y quizás hasta la guerra civil en España, que sí puso mayor distancia.

En relación con los que él ve como enemigos del proyecto de República, de esa República acogedora, donde puedan estar presentes todos los cubanos y donde puedan converger los intereses de todos los que estén apoyando una causa como la de la República, ¿cuáles son los que, en ese discurso, él identifica como enemigos?

En ese discurso y en otros, y en textos suyos, la gente más peligrosa políticamente hablando, para él, eran los anexionistas. Le preocupaban más que los prohispánicos, que los que hubieran querido que Cuba siguiera atada al gobierno español. 

Recordemos que, en una carta a Gonzalo de Quesada, uno de sus hombres de confianza, donde habla del peligro de los Estados Unidos, una carta del año 1890 o 1891, le dice: “Gonzalo, una vez los Estados Unidos en Cuba, ¿quién los puede sacar de ella?” Estaba clarísimo. Qué trabajo ha costado sacar a los Estados Unidos de Cuba, y todavía.

Él jugó con todos estos elementos. Y se dio cuenta de que era más fácil convivir con españoles, que de algún modo ya se sentían cubanizados y que hasta muchos de ellos incluso no apoyaron clara y abiertamente el mantenimiento del gobierno colonial, y se acomodaron de alguna manera con las características que tuvo de todas maneras la República cubana. Martí entendió la importancia grande de evitar que estas personas no sólo siguieran apoyando a España, sino que se convirtieran en anexionistas.  

El anexionismo de esa época se ha estudiado muy poco, realmente. Fuera de tres o cuatro figuras francamente anexionistas, que defendieron esta postura. Pero habría que entrar a estudiarlo socialmente, por ejemplo, en los periódicos, eso no se ha hecho. 

Lo pienso por periódicos de españoles, como el Diario de la Marina. En sus números de los años de la guerra, en la que están echándoles a los patriotas, y a la guerra misma, no he encontrado la postura a favor de una presencia norteamericana en Cuba. No he podido hacer un estudio sobre eso, pero cuando estaba discutiéndose la Constitución y viene lo de la Enmienda Platt, encontré que al Diario de la Marina no le gustó mucho esa Enmienda. Hubieran preferido una República sin Enmienda Platt.

Tal parece que en los propios años 1930, por declaraciones de algunos de los revolucionarios de la época, ciertos sectores de esa burguesía hispánica, de origen español, que quedaba en Cuba y que venía desde los siglos anteriores, de esas familias, eran favorables a romper los lazos de dominación de Estados Unidos. Y ya muchos de ellos se habían hecho cubanos, asumieron la nacionalidad cubana, pues al que tenía un negocio le convenía adoptar la nacionalidad, porque le permitía moverse legalmente con más facilidad. 

Esa oligarquía hispanocubana, usando tu término, esa oligarquía terrateniente en una República como la martiana, con todos y para el bien de todos, hacía difícil la convivencia, no por el diseño de la República, sino por el concepto liberal tan profundo, tan radical que está en la acción política y el pensamiento de Martí. Si entiendo tu explicación, él está defendiendo que esa sea una República donde los de abajo tuvieran los mismos derechos que los de arriba. Siendo así, ¿cómo vería él la convivencia con ese sector conservador, digamos, no anexionista, pero sí ultraconservador, ligado a la tierra en la Cuba del inicio de una República que fuera con todos y para el bien de todos?

En más de un momento, Martí se refiere, por ejemplo, al campesinado empobrecido, al que no tiene tierra, al que tiene que trabajar para los grandes propietarios. Él asume la misma conducta con el problema de las clases, por decirlo de alguna manera, que con el asunto de las razas. Se ha dado cuenta de que en el propio colonialismo español ha ido entrando cierta comprensión de que si Cuba no es española, corre gran peligro de convertirse en norteamericana, y que entonces eso sería peor para España, porque una Cuba libre con buenas relaciones con España le convenía, como ocurrió, a la propia oligarquía española, a la de allá, no sólo a la de aquí; pues aunque ya no sería “la vaca lechera”, tendría una importancia para la acción política exterior de España y para su ganancia económica. 

Imagínate tú que si la industria azucarera cubana no hubiera sido dominada rápidamente por Estados Unidos, las familias hispanas que tenían dinero se hubieran mantenido dueñas de esos ingenios, y de un modo u otro hubieran buscado cómo ayudar a sus familias en España, o a sus sectores cercanos allá, o a la gente con las cuales tenían determinados negocios. Porque había que comprar equipos, invertir parte de su fortuna en mantener el negocio, y en muchos casos se prefería hacerlo con España que con los Estados Unidos, con un desarrollo industrial mucho más acelerado que el español.

En el discurso del Liceo Cubano de Tampa, él hace varias veces referencia a la necesidad de fomentar la confianza con aquellos que están en la guerra, con los que combatieron desde el inicio de la Guerra de los Diez Años. Y parece querer darles seguridades a esos que combatieron, los que hicieron la guerra, de que tendrían el reconocimiento total de la Revolución de independencia. Como si quisiera enfrentar los recelos hacia los políticos, los civiles como Martí. Ese recelo entre los militares, que combatieron y están dispuestos a seguir luchando, en qué medida le preocupa a él como problema que divide a los cubanos, igual que los dividen también los que él llama “alzacolas”, los que miran a los cubanos de a pie, a los pobres, como gente ignorante y que no vale la pena tomar en consideración. En otras palabras, el problema tanto de civiles que se creen superiores como de militares que sienten ser ellos los que han logrado avanzar por el camino de la independencia.

En el caso de lo que tú llamas civiles, yo comparto esa opinión tuya, me parece muy clara. En relación con los militares, Martí ya tenía las mejores relaciones en ese momento con Máximo Gómez.  

Resulta asombrosa la comprensión de Gómez. Porque él se había puesto muy molesto en el año 1884, cuando Martí le escribe la famosa carta donde le dice que un pueblo no se manda como un campamento. Gómez tenía toda la razón para molestarse.

Eso es al inicio de su relación. Que fue fatal.

Ese inicio fue fatal. Maceo se dio cuenta. Y Martí se va molesto, porque Gómez se había ido a bañar, en medio de aquella primera entrevista en el Hotel Griffou. 

Lo tiró a mondongo, diríamos en buen cubano.

Lo tiró a mondongo. Gómez era ríspido. Cuando él regresa del baño, Maceo le dice: “General, este hombre se va molesto con nosotros por lo que usted le dijo.” Y Gómez no le hizo mucho caso. 

Lo extraordinario es que después él llegó a ganarse la confianza de esos hombres.

Primero, se supo ganar muy bien la de Gómez. Que era el jefe estricto, que hacía cumplir las órdenes, que tenía una educación militar, porque no olvidemos que él estuvo en el ejército español y ahí fue donde aprendió a hacer la guerra, aunque después luchó contra la dominación española en Santo Domingo.

A Gómez, Martí se lo metió en el bolsillo, sobre todo con el viaje que hace por primera vez a República Dominicana, para invitarlo a reiniciar la lucha. Al invitarlo, le dice algo así como “a pesar de la ingratitud probable de los hombres”, en lo cual estaba clarísimo. Gómez sabía, porque había sufrido esa ingratitud. 

Pero en la carta que él le escribe en 1884, Gómez anota debajo: “Este hombre me insulta”. Fue todo lo que escribió.  

Después de eso, Gómez, que se había retirado de todo, en cuanto Martí lo busca para ponerse de acuerdo y que sea el jefe; él acepta. Gómez no tuvo resabios. En lo que Martí escribe sobre su primer viaje y su encuentro con Gómez, narra cómo se pusieron a mirar por una ventana a unos guajiros dominicanos que estaban en una fiesta. Y Gómez le dijo, emocionado: “Para esto trabajo yo”. Eso le parte el alma a Martí, y lo dijo cuando habló de Gómez. O sea, hay un enamoramiento mutuo. 

Y el otro caso es el de Maceo. Véase lo que escribió Martí sobre Maceo y las cartas que le manda después para que se incorpore a la guerra, son sensacionales. Y se ganó también a Maceo. 

Entonces, ¿de dónde viene el disgusto de Maceo? Me paso la vida aclarándolo. Porque hay un criterio equivocado sobre ese disgusto. 

En el encuentro de La Mejorana.

En La Mejorana. Se olvida que lo que molestó a Maceo fue que Martí decidiera que fuera Flor Crombet, quien ha aceptado armar la expedición con el poquito dinero disponible, quien la hiciera. Puesto que Maceo necesitaba más dinero para armarla. Y ahí viene la carta que, inmediatamente después de que le manda el dinero a Flor, le escribe a Maceo, donde le dice que por el momento tiene que decidir que fuera Flor el que la organizara, porque él decía que podía. Y le argumenta a Maceo, que a él no le preocupa, porque sabía que iba a ir a Cuba “aunque fuera en una uña”. Mira la frasecita.

¿Qué le está diciendo? Yo sé que a ti no hay quien te pare, y tú sí vas a ir a Cuba, de todas maneras. 

Sí, hubo ese choque en La Mejorana. Lo pone Martí en su Diario y lo pone Gómez en el suyo. Se fueron tristes de allí porque se dan cuenta de que Maceo está molesto y que las cosas no pueden caminar bien con él. 

Sin embargo, al otro día, Maceo los manda a buscar, para hacerles un desfile de sus tropas. Qué manera más fina y educada de presentarles excusas. Lo hace de una manera delicadísima.

Deja claro que él sigue siendo el lugarteniente de esa guerra que dirigen Máximo Gómez y Martí.

Y él sabe que la figura política es Martí, no él. Y que Gómez es el general en jefe. Y que él le debe todo a Gómez, porque fue el que le enseñó a pelear, a hacer la guerra. 

 

Etiquetas: José MartíPortada
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Politólogo, profesor, escritor. Autor de libros y ensayos sobre EEUU, Cuba, sociedad, historia, cultura. Dirige la revista Temas.

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