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A la memoria de mis amigos Jorge Arrans,
Gastón Joya Sr, Rafelito de la Torre y Angel Quintero.
Fue en julio de 1981. En las vacaciones de mi tercer año de Ingeniería Hidráulica. Tenía pendiente un mundial, término que conocen todos los universitarios de mi época. Y nada más y nada menos que de Dibujo Técnico. Creo que soy de los pocos estudiantes de la CUJAE que llevó a mundial esa asignatura. No fue por desconocimiento o falta de perspectiva. Era simple: no entregaba los trabajos prácticos.
Las clases de Dibujo Técnico eran las seis horas lectivas de los lunes. Yo llegaba roto de tanta trova y bohemia, copiaba las indicaciones del profesor y con la misma ya estaba montado en la 190 camino a mi cama. Aunque en mi casa tenía una mesa con cristal biselado, que servía de guía para mi Regla de T, y papel Alba y lápices 2B e incluso Centropen, nunca volvía sobre las tareas. Y aquel profe, que vivía en Cojímar, no me perdonó la vida.
Pese a las alertas de mi madre y mi hermana, me enrolé a mediados de julio en mi primera salida de Cuba. Mi primer viaje fuera del territorio nacional me llevó al mar, al Golfo de México.
Siguiendo el rastro de mis mayores quise reeditar, a menor escala, aquel viaje iniciático de Silvio a bordo del “Poltava”, un motopesquero arrastrero por la popa tipo Atlantic, construido en los astilleros VEB de Stralsund, Alemania Oriental y rebautizado en 1969 como Playa Girón.
La “Flota del Golfo”, fundada en 1963 y sucesora de la antigua “Flota del Alto de La Habana”, no era de la dimensión de La “Flota Cubana de Pesca”, que contaba con más de 100 barcos de cascos de acero, tipo arrastreros-congeladores, barcos factorías y tanqueros. En los años 70 dicha flota llegó a tener capturas de más de 200 mil toneladas en pesqueros como el de Terranova en Canadá, en el Callao Perú y frente a las costas atlánticas de África.
Dicen que la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, en la que Cuba fue signataria y votó a su favor, fue el tiro de gracia de las pretensiones pesqueras de Cuba. Las 12 millas náuticas de Mar Territorial pasaron a ser 200 millas náuticas de Zona Exclusiva. Cuba, que tenía la infraestructura, perdió sus pesqueros.
La “Flota del Golfo”, que tenía su sede en los Muelles de Paula, era mucho más modesta en términos de calado, captura y cantidad de barcos.
Operaba en el pesquero conocido como Banco de Campeche y se dedicaba a la captura de Cherna y Pargo de lo Alto. Sus barcos eran casi todos del tipo “Lambda 75” (aunque hubo al principio algunos tipo “Ëta”, “Sigma” y “Ro”) de 23 m de eslora y 6,25 m de manga, con un motor de 250 hp y una velocidad de 10 nudos. Eran de madera y fueron construidos en los Astilleros Victoria de Girón en Cárdenas a partir de 1961.
Aunque tenían dos tiburoneras y algunos utilizaron redes de arrastre, la mayoría eran palangreros congeladores. Actuaban como buques madre; cada uno cargaba en su cubierta 6 lanchas auxiliares con motores “Volvo Penta” donde faenaban dos pescadores, estos tiraban tres palangres de 40 anzuelos con carnada plateada muerta.
El trabajo era cíclico y super complejo. La captura que no fuera pargo o cherna (a veces caía un busil o un aguají) era para consumo interno, aunque lo que más picaba era un pez muy parecido al sapo o al rascacio conocido como serafín y que no se comía (¿será?).
En aquella aventura pesquera y artística estaban apuntados, además de un servidor, la trovadora Alina Estévez —de quien más nunca supe—, el trovador Angel Quintero (EPD) y los grupos Guaycán y Distensión. Además iban la periodista Juana María Vega y el fotógrafo Manuel Torreiro de Juventud Rebelde; Jorge Julio González (Yoyi) y Rubén Jiménez, periodista y fotógrafo de la Revista Mar y Pesca.
Éramos un montón de neófitos en un barquito, conducidos por Papito, el patrón, su ayudante —no recuerdo su nombre— y el cocinero Juanito. (Recuerdo un tiempo después una descarga en casa de Juanito, en pleno San Isidro, donde conocí personalmente a Sara González).
Apenas salimos aquella tarde del puerto de La Habana nos empezó a afectar la cinetosis, aparición de náuseas por la aceleración y desaceleración lineal y angular de una manera repetida.
Un “bichero” que colgaba de una baranda de la cubierta de maniobra se meneaba de un lado a otro, con más ángulo mientras más movido el mar. Era una especie de marcador de los mareos y lo bautizamos como “meneómetro”.
Según Papito, el patrón, los malestares durarían unos 3 días hasta que el cuerpo se adaptase a los vaivenes del mar. Había tres métodos para contrarrestar los síntomas: el más sencillo era ponerse horizontal cuando apretaban los mareos. El otro era medicarse; en aquella época se utilizaba una píldora antiemética llamada Gravinol, de alguna manera también te tumbaba un poco. Pero según Juanito, el cocinero, el mejor método era tomar ron, porque entonces ambos mareos se anulaban entre sí. Y ese fue el más popular de todos. Obviamente.
Aunque había un camarote con 21 literas casi todos dormíamos en colchonetas en la cubierta de maniobras, una especie de mezanine donde se colocaban las artes de pesca.
Como este Lambda no era de faena esa cubierta iba vacía. Utilizábamos un pequeño baño a estribor al que había que serviciar con agua del mar a través de un cubo amarrado con una soga a la baranda lateral. Yo prefería utilizarlo de madrugada. Por las mañanas un bando de jodedores solían premiar con aplausos los tamaños de las piezas. Nos bañábamos con una manguera que bombeaba agua salada y utilizábamos unos jabones especiales que te dejaban el cuerpo como si te hubieras sumergido en grasa.
Las “actividades” consistían en llegar a la zona de pesca de un Lambda y hacerle un concierto a los pescadores. Ellos llegaban en sus lanchitas de tirar el palangre y se acomodaban en unos bancos y en las barandas de nuestro barquito.
Papito y su ayudante les iban sirviendo tragos de Ronda (el ron más popular de aquellos años) y nosotros a lo nuestro. Empezaba Alina Estévez, que se acompañaba de un cuatro venezolano, y después venía yo.
Les confieso que en esa época estaba “duro”. No era fácil digerirme. Mis canciones eran algo ríspidas y crípticas, pero tal vez por el Ronda y la lejanía me las asimilaban. Siempre cerraba mi parte cantando Guillermina Camarioca de Pedro Luis Ferrer, con la ayuda del Tres de Pepe Ordás, el contrabajo de Gastón Joya Sr (EPD), tal vez claves y maracas de Tato Ayres o Manolo y el bongó de Julio César Varcárcel Gregorio, miembros de Guaycán.
Luego venía Ángel Quintero cuyas canciones “La Catedral” y “Cañonazo de las 9” eran éxitos seguros. Ahí escuché por primera vez los temas de su Ópera Trova “Donde crezca el Amor”, que después fuera todo un suceso dirigida por Armando Suárez del Villar y con las actuaciones de Ovidio González, Mayra de la Vega, Luis Alberto García e Hilario Peña, entre otros.
El aria —no sé si llamarle así— de la entrega de la correspondencia en Angola (en el teatro fue interpretada por Ovidio-Luis Alberto y por Hilario Peña) fue asumida por Jorge Enrique Mendoza y Rafelito de la Torre (EPD) con tremenda gracia y con gran aceptación del público pesquero. —Mira cómo han crecido mis jimaguas, mi esposa mandó fotografías, son bonitos, son bonitos, auténticas criaturas de alegría. Mira cómo han crecido mis jimaguas, esto sí es un acontecimiento, que forme el pelotón y tiren salvas, que aquí hay un padre doble y sin inventos, si señor, igualitos que yo…
El grupo Distensión, que después se fundió con Canto Libre (el de La Habana, el de Mundy, Yiyo y Super Luis, pues había otro en Camagüey), era un “grupo latinoamericano” de estudiantes del ISRI. Creo que los primeros cursos de dicho instituto eran para trabajadores del servicio diplomático, que ya no eran tan jóvenes, y recuerdo a Raúl Rojas, a Olguita y sobre todo a Jorge Arrans, quien después fuera cuadro de cultura en el Ballet Nacional de Cuba y en Artex.
Tenían un repertorio super original, y hasta utilizaban disfraces y coreografías, como en la canción “Sam Go Home”. Es al único grupo de la trova al que le escuché repertorio del folklore haitiano.
Guaycán (que en lengua taína quiere decir Remora o Pez Pega) era otro grupo de aficionados, que competía en los Festivales de la FEU por el “Fajardo”, donde Pepe Ordás estudiaba Educación Física. Lo integraban, además de Pepe, Jorge Enrique Mendoza en la voz solista, a la sazón estudiante de Derecho (es la voz prima inconfundible del estribillo de “Son para ti”), Gastón Joya Sr (dinástico apellido de la música cubana) en el contrabajo, Julio César Varcárcel Gregorio en la percusión cubana (de la familia de los Varcárcel que sentaron cátedra en el Conservatorio Guillermo Tomás de Guanabacoa). Cierto aire de autenticidad en la canción latinoamericana la daban los primos chilenos Tato Ayres y Manolo, pues se llevaban bien con los ritmos e instrumentos andinos (dígase bombo leguero, charango, quenas y zampoñas). Un aparte para Mayra Ibarra, talentosísima multi instrumentista, inspiradisima compositora y con un finísimo sentido del humor.
En el primer encuentro que tuvimos con los pescadores, mientras se arreglaba algún inconveniente en la intervención de Guaycán, a Mayra se le ocurrió contar un chiste, la historia de “Las medias moradas”. Fue apoteósico. Los chistes de Mayra se convirtieron en la atracción principal de aquella “Brigada artística”. Los pescadores la bautizaron como “La Tremenda” y la recomendaban, a través de mensajes por radio, a las futuras tripulaciones a visitar.
Por aquella época formó parte de Guaycán el juglar camagüeyano Rafael de la Torre (Rafelito), pertenerciente al grupo fundacional del Movimiento de la Nueva Trova en Manzanillo, en 1973. Aunque ya era conocido su trabajo como trovador, sumó fuerzas con los muchachos de Guaycán y creo que durante su estancia en el grupo se sintió un crecimiento a nivel musical y escénico. Su bis cómica y su carisma fueron importantes en temas como “La Canción Perfecta” (Héctor Zumbado/Pepe Ordás) y “Sara Mondongo”.
Rafelito fue redescubierto por Virulo, quien se lo llevó al naciente Conjunto Nacional de Espectáculos. Su participación en el musical “Welcome Colón” lo catapultó a la fama del boca a boca. Aunque nunca fue mediático, su nombre en cualquier cartel era éxito seguro.
Yo siempre he dicho que con su partida a México, en 1991, Cuba perdió a un artista muy completo que hubiera ayudado a revolucionar el teatro musical. Después de México se fue a vivir a la Argentina donde murió a causa del COVID-19 en 2021, a punto de cumplir 70 años.
En eso andábamos, pescando por nuestros medios, tomando Ronda y descargándonos las canciones propias y ajenas. Ensayando “Boga Guitarra al Mar” (Rafael de la Torre/Pepe Ordás) con la que cerrábamos la presentación para los pescadores.
Pero un pensamiento nos rondaba y nos comía el coco. Salvo Tato y Manolo, por razones obvias, y Rafelito que había participado en la guerra de Angola, los demás nunca habíamos estado en el “extranjero”.
Existía un protocolo de que, si había tormenta, el Lambda nuestro tenía que guarecerse en Isla Mujeres. Todos le rezábamos a las deidades del mar para que nos enviara alguna tempestad, alguna pequeña borrasca que nos pusiera en peligro y pisar la tierra de una solitaria islita (todavía Isla Mujeres no era un paraíso turístico) para poder decir que habíamos estado “afuera”.
Fuimos suavizando nuestros reclamos, solo le pedíamos a Papito que acercara el barco lo suficiente para ver la franja costera, así como Silvio avistó en su primer viaje la ciudad de Agadir en Marruecos o Walvis Bay en la antigua Africa del Sudoeste; pero él en sus trece.
Supongo que Papito, Juanito y el navegante preferían bandear el mar bravío antes que llegar a la aburridísima isla. No sé cómo lograron convencerlo, pero una noche el patrón puso rumbo a la costa de Quintana Roo. Yo, que no me enteraba de nada y medio en nota, me fui a mi colchoneta de la cubierta de maniobras. En la madrugada escuché una tremenda algarabía. Mi madre —pensé— qué fiesta se están mandando.
Al otro día estaban todos eufóricos. Ya habían (técnicamente) estado en el “extranjero”, y todos lo habían consignado en sus diarios anotando latitud y longitud. A las 3 y 20 de la mañana, como epifanía malsana, pudieron avistar la intermitencia de la luz del faro de Cabo Catoche.
Posdata: A mi regreso pude aprobar el mundial de Dibujo Técnico.