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Adriana Pérez Mugia (Pinar del Río, 1985) ha recorrido un largo sendero, en el arte y en la vida, hasta hoy. Su obra, autorreferencial, es una búsqueda incesante de las propiedades trascendentales del ser (ontología), un hurgar en las esencias con herramientas artísticas.
Ella se hace las preguntas de siempre, elementalmente profundas, sobre los orígenes del ser humano, su designio, su impostergable derecho/obligación de vivir. Trabaja para sí y desde sí, para los otros. Piensa que su experiencia es transmisible. Y a fe que lo logra.
Entiendo que no quiere hacer proselitismo, sino mostrar el camino por ella transitado hacia la aceptación del yo, la autocomprensión y el compromiso con los congéneres. No sólo se amista con su cuerpo sino que, además, lo exalta.
La pintura, la artesanía creativa, el performance, los estudios bíblicos y la fotografía han estado presentes en su proceso de formación.
Hoy nos muestra piezas de Mi primer hogar, una de sus series, conformada por fotografías intervenidas con bordados sobre el papel impreso. Siento que en este gesto artístico hay un esfuerzo por redimensionar, en el plano simbólico, aquellas tareas que el falocentrismo ancestral definió como exclusivamente femeninas. Borda literalmente sobre el dolor y el júbilo de ser mujer; subraya, comenta, grita desde estas piezas que nacen de la introspección. Es un reclamo su obra y una profesión de fé.
Y aquí se las dejo, en palabra y obra. Saluden a esta artista talentosa.

La fotografía llegó en un momento difícil
Como creadora visual, mi objetivo es expresar la esencia de mi universo interior, así como los viajes personales y espirituales que atravieso. Cada vivencia me lleva a la reflexión: me cuestiono mis reacciones, quién soy y hacia dónde voy. Este proceso se convierte en un ritual que acompaña mi observación de la vida y sus diversas facetas.
Mi obra actúa como un espejo que refleja la complejidad del ser humano, e invita a otros a explorar sus propias narrativas, a encontrar belleza en la vulnerabilidad y fortaleza que nos define.
Nací en Pinar del Río. Desde pequeña, el impulso de crear resultó una forma de entender el mundo, y mi mamá fue la persona que me acompañó en ese proceso de formación y elección.

Me formé en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, donde me gradué en la especialidad de pintura. Luego de graduarme viví un período de indagación sobre cuál era mi voz. Fue un proceso muy complejo, al punto que en un momento me sentí perdida y paré de crear.
Llegué a la fotografía en un momento difícil, cuando sentí que había perdido el rumbo creativo. El Curso de Fotografía Artística con el artista visual Yuri Obregón Batard fue clave: me devolvió la confianza y me mostró que la fotografía podía ser mucho más que técnica, un lenguaje.
Luego, en el Laboratorio de Fotografía Conceptual Post F8, también liderado por Yuri Obregón, descubrí que la fotografía era, además, concepto, historia, emoción, memoria.

En la práctica fotográfica encontré un espacio para explorar quién soy, para mirar hacia dentro.
Durante años viví desconectada de mi cuerpo, como si fuera un lugar ajeno. La serie Mi primer hogar me permitió reconciliarme con él, reconocerlo como casa, como refugio y raíz.
Amar el cuerpo con sus cicatrices, con sus silencios, ha sido parte esencial del proceso. Habla de lo íntimo, de lo que se ha perdido y se recupera. El arte como forma de volver a habitarse.

Entre las personas que han influido en mi camino está, como queda expresado, Yuri Obregón Batard, sin cuya enseñanza no habría descubierto todas las posibilidades que me ofrece la fotografía.
También me inspiran artistas como Marta María Pérez, por su fuerza simbólica; Cirenaica Moreira, por su mirada; y Ana Mendieta, que me conecta con la dimensión espiritual del arte, con esa relación entre cuerpo, tierra y memoria.

Además, encuentro una resonancia profunda en el fotobordado como práctica artística. Esta técnica me fascinó desde el primer momento por el nivel de cuidado que exige: bordar sobre una imagen impresa requiere precisión, respeto por el soporte, y una escucha atenta de lo que ya se ha dicho visualmente.
Cada puntada debe ser pensada; este gesto técnico se convierte también en una actitud simbólica. El hilo no sólo cose, sino que subraya y transforma.
Antes de crear Mi primer hogar, hubo cuatro cuerpos de obras que marcaron profundamente mi búsqueda simbólica y emocional. Estas son:
Postales del pasado, una instalación compuesta por fotografías y postales familiares, encapsuladas en placas Petri. En ella trabajé con la idea de la memoria como fragmento, no como relato completo; como huella, como impresión que persiste.
El trabajo con collage, un ejercicio creativo fundamental, me permitió desarrollar una narrativa visual a partir de imágenes encontradas que dialogaban entre sí, y que me enseñaron a componer desde la intuición, el ritmo y la resonancia simbólica.
Como la luna, compuesta por 28 piezas circulares —menstrualeras (acuarela sobre sangue menstrual) sobre cartulina— que representan escenas vinculadas al ciclo de la vida, a la mujer. En esta obra pude integrar lo simbólico, lo corporal y lo espiritual.
En la serie El velo bordé por primera vez y descubrí en ese gesto una forma de meditación en acción.

Mi primer hogar
Después de ese recorrido, sentí la necesidad de dirigir la mirada hacia mí. Ya no sólo hacia el
linaje o lo femenino colectivo, sino hacia el cuerpo propio: como archivo, como casa, como territorio emocional. Así nació Mi primer hogar, como una continuación íntima y corporal de esa búsqueda.
La primera pieza de esta serie fue “Floreciendo”. La imagen la había tomado cinco años antes, durante mi aprendizaje en el Curso de Fotografía Artística. Fue un ejercicio creativo. Debíamos fotografiar una parte de nuestro cuerpo que no nos gustara mucho. Yo escogí mi abdomen. Durante algunos años había tenido sobrepeso, y me resultaba incómodo mostrar esa zona de mi cuerpo. Además, dos cicatrices marcaban mi piel, una de una operación de apendicitis, y otra debido a una cesárea. Sin embargo, cinco años después, mi percepción había cambiado. Comprendí que cada cicatriz venía de una experiencia de vida o muerte, y eso me había enseñado sobre la capacidad de levantarnos ante las dificultades.

Bordar sobre esa imagen devino un gesto de reconciliación. Cada puntada fue una forma de decir: “te reconozco, te honro, te habito”. Mi primer hogar es una serie que nace de una necesidad muy personal, reconectar con mi cuerpo y con mi historia.
Trabajo con fotografía y bordado, dos lenguajes que se complementan. Tomo fotos de mi cuerpo y luego bordo sobre ellas, como si el hilo pudiera decir lo que la imagen no alcanza.
Para mí, bordar es un gesto íntimo, casi ritualístico. Una manera de escuchar lo que el cuerpo guarda en silencio.
Cada puntada exige presencia, ritmo, respiración. Mientras bordo, entro en un estado de atención profunda, donde el tiempo se diluye y lo interno se revela. Es un proceso lento, pero cargado de sentido; cada hilo que atraviesa la imagen es también una forma de atravesarme a mí misma.

El bordado es tan importante como la fotografía en esta serie, porque es ahí donde la imagen se transforma en experiencia.
Mostrarme desnuda en estas obras es un acto de vulnerabilidad, pero también de afirmación. Me asusta, sí, pero también siento que, al hacerlo, invito al espectador a mirar su propio cuerpo con respeto, con ternura. A honrar su historia.
Mi primer hogar explora la idea de que el ser humano es como una casa. Tiene una parte exterior que muestra al mundo y una interior, que guarda su alma. El cuerpo se convierte en el primer espacio que habitamos, y a través de él me conecto con temas como la intimidad, la memoria y el desarraigo.

Esta serie me ha brindado la oportunidad de sanar mi relación con el cuerpo, entendiendo el hogar como una segunda piel, un lugar donde el tacto se convierte en una extensión de nuestra existencia.
Mi corporalidad es el lugar desde donde percibo y pienso el espacio, y es a través de esta conexión que me sitúo en el mundo.
Mi primer hogar es un viaje introspectivo. Al representar hechos vitales, he podido “escuchar” al cuerpo y conectar con sensaciones internas.
Mi intención es inspirar a otros a sanar su propia relación con sus cuerpos y a encontrar la belleza en sus historias personales.