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Mi camino como emprendedora cubana. Rompiendo mitos (III)

No se trata de sobrevivir, sino de construir referentes, de sembrar cultura emprendedora, de dejar huella en el tejido comunitario.

por
  • Yulieta Hernández Díaz
septiembre 16, 2025
en Te digo lo que sé
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Después de compartir los primeros diez mitos que enfrenté (parte I y II) como emprendedora en Cuba, sigo convencida de que el camino emprendedor no se construye solo con esfuerzo, sino también con desaprendizaje. Cada etapa me ha obligado a cuestionar creencias que parecían verdades absolutas, y a reconstruir mi visión del negocio desde la experiencia, el error y la adaptación.

En esta tercera parte, quiero seguir profundizando en los desafíos reales que enfrentamos quienes decidimos emprender en medio de una policrisis estructural, con recursos limitados, marcos legales cambiantes y una demanda cada vez más fragmentada. Estos nuevos mitos no solo afectan la toma de decisiones, sino también la autoestima, la estrategia y la sostenibilidad del negocio.

Aquí comparto cinco nuevas creencias que tuve que desmontar para seguir avanzando:

1️1. “Si no vendo, no sirvo” vs. construir sostenibilidad más allá del ingreso inmediato.

Uno de los mitos más dañinos que enfrentamos como emprendedores es la idea de que el éxito se mide exclusivamente en ventas. Se nos enseña que si no hay ingresos constantes, el negocio no funciona, y que la validez del emprendimiento depende de su rentabilidad inmediata. Pero esa visión es incompleta y, en muchos casos, injusta.

Cuando comencé en 2018, las condiciones en Cuba eran distintas. Aún existía el CUC, no se había implementado el ordenamiento monetario, y aunque la crisis se gestaba, la inflación no era tan severa ni la demanda solvente tan restringida.

En esos primeros años, mis clientes fueron empresas estatales, lo que permitió un crecimiento exponencial en las ventas. Lo difícil era lograr la contratación, pero la demanda existía. Mi negocio era joven, y yo también: sin experiencia ni posicionamiento, pero con muchas ganas de aprender y emprender.

Después del Ordenamiento, todo cambió. Seguimos trabajando con clientes de empresas estatales, pero en 2022 visualizamos estratégicamente que no era viable continuar. La ausencia de efectivo en los bancos cubanos se volvió crítica, y los proveedores exigían pagos en efectivo. Tomamos la decisión de cerrar la contratación pública. Fue un giro radical.

Fueron meses durísimos. Tuvimos que cambiar la estrategia de comunicación, reorganizar la empresa internamente, y hasta modificar procesos técnicos para adaptarnos a ese nuevo tipo de cliente. Durante tres meses, las ventas fueron mínimas, apenas lo necesario para subsistir como empresa. Luego, al lograr esa adaptación, las ventas comenzaron a recuperarse.

Pero llegó 2023, y con él, una crisis aún más profunda. La inflación y el colapso de la demanda solvente marcaron un antes y un después en el mercado cubano, especialmente en el sector de la construcción, que siempre se ve afectado en tiempos de crisis. Las ventas volvieron a caer.

En 2024 fue aún peor. Trabajamos a costos, sin utilidad, solo para evitar cerrar. Las reservas financieras para contingencias se agotaron. Además, enfrentamos fenómenos externos que afectaron gravemente la estabilidad financiera de la empresa. Algún día podré hablar de ellos; hoy no estoy en condiciones.

Y en este 2025, con una economía que acumula tres años de recesión, seguimos sobreviviendo como empresa. No hemos cerrado, por el compromiso que tenemos con nuestros trabajadores, sus familias, y por el amor profundo que sentimos por esta empresa que hemos construido durante siete años.

En mi experiencia, ha habido meses de baja demanda, momentos de pausa estratégica y etapas de inversión sin retorno inmediato. En esos períodos, el negocio no generaba ingresos visibles, pero acumulaba valor: fortalecía su reputación, consolidaba alianzas, ajustaba procesos internos, capacitaba al equipo y desarrollaba nuevas líneas de trabajo. Todo eso también es crecimiento, aunque no se refleje en una factura.

Por eso, cuando escucho que “si no vendo, no sirvo”, sé que es un mito. El valor de un negocio no se mide solo en ingresos, sino en su capacidad de sostenerse, adaptarse y generar impacto a largo plazo. La siembra silenciosa también es parte del éxito.

1️2. “Todo debe estar perfecto antes de lanzar” vs. iterar, probar y ajustar en tiempo real.

Uno de los mitos más paralizantes del emprendimiento es creer que no se puede mostrar nada hasta que esté impecable. Se piensa que el negocio, la marca, el producto o el servicio deben estar completamente definidos, pulidos y sin errores antes de salir al público. Pero esa idea, lejos de protegernos, nos puede frenar durante meses o incluso años.

En mi caso, he lanzado muchas cosas sin que estuvieran perfectas. Desde el logo inicial —que era más una imagen gráfica que un verdadero logotipo— hasta los primeros contratos, redes sociales, tarjetas de presentación y materiales promocionales. Cometí errores, claro. Algunos por desconocimiento, otros por falta de recursos, y muchos por la urgencia de comenzar. Pero cada uno de esos lanzamientos imperfectos me permitió aprender, ajustar y evolucionar.

Recuerdo que al principio no tenía formación en comunicación empresarial ni en diseño gráfico. Lo que sí tenía era la certeza de que debía comunicar confianza, seguridad y profesionalismo. Así que, con lo que tenía a mano, fui construyendo. El logo lo diseñó un amigo arquitecto, las redes las abrí sin estrategia definida, y las tarjetas de presentación muchas veces no se imprimieron por falta de recursos. A veces solo intercambiaba teléfonos o compartía un código QR improvisado. Pero lo importante era estar presente, ser visible, comenzar.

Con el tiempo, fui estudiando, aprendiendo y ajustando cada elemento. Hoy tenemos una marca sólida, una narrativa clara y una estrategia visual coherente. Pero todo eso se construyó iterando, no esperando la perfección.

En Cuba, donde los recursos son limitados, esperar a tener todo perfecto puede significar no lanzar nunca. La escasez obliga a ser creativos, a probar con lo que hay, a mejorar sobre la marcha. Y eso no es una debilidad: es una fortaleza. Porque cada versión que se lanza, aunque imperfecta, permite recibir retroalimentación, validar ideas y crecer con el público.

Además, la perfección es relativa. Lo que hoy parece ideal, mañana puede necesitar ajustes. El mercado cambia, el contexto también, y lo que realmente importa es la capacidad de adaptación. En mi empresa, hemos rediseñado procesos, materiales, servicios y hasta el enfoque comercial más de una vez. Y cada rediseño ha sido una oportunidad para mejorar.

Por eso, cuando escucho que “todo debe estar perfecto antes de lanzar”, sé que es un mito. Emprender es iterar. Es lanzar versiones iniciales, aprender del camino, ajustar con humildad y seguir evolucionando. La perfección no está en el punto de partida, sino en la capacidad de mejorar continuamente.

1️3. “El cliente siempre tiene la razón” vs. educar al cliente y defender el valor del trabajo.

Este mito se repite como mantra en muchos espacios comerciales. Se nos dice que hay que complacer al cliente, que su opinión es incuestionable, que cualquier reclamo debe aceptarse sin debate. Pero esa lógica, si no se revisa, puede erosionar el respeto profesional, desvalorizar el trabajo y generar relaciones desequilibradas.

En mi experiencia, el cliente no siempre tiene la razón. Y eso no significa que haya que enfrentarlo, sino que hay que educarlo. Mostrarle el proceso, explicarle los límites, defender el valor de lo que hacemos. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?

Me he encontrado con clientes que exigen servicios técnicamente incorrectos, que dañan el medioambiente o afectan directamente su entorno local. Otros solicitan intervenciones que violan normativas vigentes en materia de seguridad constructiva, urbanismo o patrimonio. En más de una ocasión, han pedido arboricidios, diseños que alteran la trama urbana o soluciones que requieren permisos especiales —como piscinas— que están prohibidas o reguladas estrictamente en Cuba.

También hay quienes solicitan servicios que, desde el punto de vista funcional o estético, no son viables. O que implican un gasto económico desproporcionado para sus condiciones reales. Y otros que, directamente, proponen violar las regulaciones tributarias: contratos “por la izquierda”, evasión de impuestos, pagos sin documentación. Es cierto que el sistema fiscal cubano es abusivo y está mal diseñado, pero eso no justifica la ilegalidad. Cumplir con la legalidad es parte de la ética profesional que defendemos.

Además, hay clientes que exigen tiempos de preparación técnica imposibles, que someterían a nuestro equipo a estrés innecesario y comprometerían la calidad del trabajo. Solicitan ejecuciones aceleradas que atentan contra la seguridad estructural, la durabilidad y el rigor técnico que nos caracteriza.

Educar al cliente no es imponer, es compartir. Es mostrar por qué un diseño toma horas, por qué una asesoría requiere preparación, por qué un presupuesto no puede ajustarse sin afectar la calidad. Es abrir el proceso, no esconderlo. Y eso, en Cuba, donde muchas veces se desconoce el valor del trabajo intangible, es un acto de resistencia ética.

También aprendí a establecer límites. A decir “no” con respeto. A explicar por qué no puedo entregar en 24 horas, por qué no se puede copiar el trabajo de otro, por qué no acepto negociar bajo presión. Y cada vez que lo hice, fortalecí mi marca. Porque el respeto no se exige: se construye desde la coherencia.

Defender el valor del trabajo es también defender el ecosistema. Si todas cedemos, si todas bajamos precios sin justificación, si todas aceptamos condiciones injustas, debilitamos el tejido emprendedor. Pero si educamos, si explicamos, si defendemos con argumentos, entonces transformamos la cultura de consumo.

Por eso, cuando escucho “el cliente siempre tiene la razón”, sé que es un mito. El cliente tiene voz, pero también tiene que aprender. Y nosostros, como emprendedores, tenemos el deber de educar, de comunicar, de defender. Porque solo así se construye una relación sana, ética y sostenible.

1️4. “Sin redes sociales no existo” vs. construir reputación desde el vínculo territorial.

En tiempos de algoritmos y pantallas, parece que todo emprendimiento debe estar en Instagram, Facebook o TikTok para ser legítimo. Se repite que “si no estás en redes, no existes”. Pero esa idea, aunque útil en ciertos contextos, ignora la fuerza del vínculo territorial, la reputación construida en el cuerpo a cuerpo, voz a voz, y la legitimidad que nace del trabajo real en comunidad.

En mi experiencia, muchas de las alianzas más sólidas, los clientes más fieles y los proyectos más transformadores no llegaron por redes sociales. Llegaron por recomendación directa, por haber estado presente en ferias, por haber acompañado procesos comunitarios y al ecosistema emprendedor, por haber respondido con rigor y sensibilidad en momentos clave. La reputación no se construye solo con likes: se construye con coherencia, con presencia, con utilidad demostrada.

Además, en Cuba, llegar al cliente potencial a través de redes sociales es especialmente difícil. No hay plataformas de pago integradas, ni influencers especializados por sector, ni segmentación efectiva para públicos específicos.

En mi negocio —la construcción— es particularmente complejo alcanzar al cliente meta: aquel que tiene capacidad de pago, demanda solvente y busca servicios con rigor técnico y visual. Ese cliente es cada vez más escaso, y no suele navegar por las redes en busca de asesoría constructiva.

He visto negocios invertir grandes sumas en comunicación digital, generar contenido constante, pagar campañas… y no lograr conectar con su público objetivo. Lo que obtienen son algoritmos, métricas vacías y gastos que no se traducen en contratos reales.

Mientras tanto, métodos tradicionales como tarjetas, flyers colocados estratégicamente, networking presencial y recomendaciones directas siguen siendo más efectivos. No por nostalgia, sino por eficacia.

No se trata de no estar en redes sociales. Hay que estar: es vital hoy en día. Pero hay que hacerlo con estrategia, con narrativa clara, con objetivos definidos. Y sobre todo, complementarlo con otros métodos que siguen siendo fundamentales para llegar al cliente real. Porque el cliente meta no siempre está en el feed: muchas veces está en el terreno, en el barrio, en el evento, en el consejo popular, en la recomendación de un cliente, de un colega, de un amigo.

También he comprobado que la reputación territorial tiene una ventaja clave: es más difícil de falsificar. En redes se puede copiar el logo, el discurso, el estilo. Pero en el territorio, la gente sabe quién eres, cómo trabajas, qué has hecho. La autenticidad se valida en el terreno, no en el perfil.

Por eso, cuando escucho “sin redes sociales no existo”, sé que es un mito. Existimos en el territorio, en la memoria colectiva, en la utilidad demostrada. Las redes pueden amplificar, pero no definen. Lo que define es el trabajo, la coherencia y el vínculo real con la comunidad.

1️5. “Emprender es para jóvenes” vs. la experiencia como activo estratégico.

En muchos espacios, se repite que emprender es cosa de jóvenes. Que hay que tener energía, rapidez, dominio de la tecnología, flexibilidad. Que después de cierta edad, ya no se puede innovar, ni liderar, ni construir algo nuevo. Pero esa idea, además de injusta, es profundamente errónea.

En mi caso, comencé a emprender siendo joven. Lo hice con entusiasmo, intuición y muchas ganas de transformar. Pero también con vacíos, con errores, con aprendizajes que solo el tiempo y la práctica podían ofrecer. Y a lo largo del camino, he visto cómo la experiencia —propia y ajena— se convierte en un activo estratégico irremplazable.

He tenido el privilegio de conocer colegas en Cuba que comenzaron a emprender en la tercera edad. Personas que, después de décadas de trabajo en otros sectores, decidieron apostar por un negocio propio. Y no solo lo lograron: lo hicieron con éxito, con profundidad, con impacto real. Su experiencia les permitió leer el contexto, anticipar riesgos, construir redes sólidas y liderar con sabiduría.

La edad no es una barrera: es una ventaja. La experiencia acumulada, el conocimiento del territorio, la red de vínculos construida durante años, la capacidad de sostener procesos… todo eso es capital estratégico. Y en Cuba, donde cada decisión requiere sensibilidad, adaptación y resiliencia, ese capital es esencial.

También he comprobado que la experiencia permite liderar con más calma, con más sentido colectivo. No se trata solo de vender, sino de construir algo que perdure, que sirva, que transforme. Y eso requiere madurez, criterio, perspectiva.

Además, en un país donde los contextos cambian constantemente, la experiencia es clave para adaptarse sin perder el rumbo. Para sostener equipos, para reinventarse, para defender principios sin caer en el oportunismo. La juventud aporta energía, sí. Pero la experiencia aporta dirección.

Por eso, cuando escucho “emprender es para jóvenes”, sé que es un mito. Emprender es para quien tiene visión, compromiso y capacidad de acción. Y la experiencia, lejos de ser un límite, es uno de los activos más poderosos que podemos tener.

***

Cada mito desmontado en esta serie no es solo una corrección conceptual: es una invitación a mirar el emprendimiento cubano desde su complejidad, su dignidad y su potencia transformadora. En contextos como el nuestro, donde la escasez convive con la creatividad, y la incertidumbre con la voluntad de construir, emprender no puede reducirse a fórmulas importadas ni a frases hechas.

Hemos aprendido que vender no es lo único que importa, que lanzar imperfecto es mejor que no lanzar, que educar al cliente es parte del trabajo, que las redes sociales no sustituyen el vínculo real, y que la experiencia —lejos de ser un límite— es una fuerza estratégica. Cada mito desmontado es también una defensa: de la ética, del rigor, de la utilidad social, del respeto por el entorno y por quienes trabajan con nosotros.

Emprender en Cuba exige más que entusiasmo. Exige criterio, sensibilidad territorial, capacidad de adaptación y una ética firme ante la presión del mercado. No se trata de sobrevivir, sino de construir referentes, de sembrar cultura emprendedora, de dejar huella en el tejido comunitario.

Esta serie no busca imponer verdades, sino abrir conversaciones. Invitar a revisar lo que repetimos sin pensar, lo que copiamos sin adaptar, lo que aceptamos sin cuestionar. Porque romper mitos no es destruir: es liberar. Es permitirnos emprender con autenticidad, con estrategia y con sentido colectivo.

Continuará…

Seguir leyendo la serie:

Mi camino como emprendedora cubana. Rompiendo mitos (I)

Mi camino como emprendedora cubana. Rompiendo mitos (II)

Mi camino como emprendedora cubana. Rompiendo mitos (III)

Etiquetas: emprendedores en CubaPortada
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