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Entre las variables asociadas al progreso y al desarrollo, el tiempo y las oportunidades son de capital importancia, las Américas son ejemplo de ello.
Al arribar al Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, que partió de España como explorador, devino conquistador, función que ejercieron los representantes de las coronas de España y Portugal durante los cuatrocientos años siguientes.
En las Américas del siglo XV, los europeos encontraron civilizaciones pacíficas, tecnológica, económica y militarmente atrasadas respecto a ellos, con las cuales pudieron dialogar y, sin dejar de beneficiarse de las riquezas naturales, incluidas el oro y la plata, implantar políticas inclusivas con los pueblos de la región, algunos que, como los de México y Perú, eran avanzados y ricos.
La evidencia de que llegaron a tierras habitadas por personas que podían ser socios y no vasallos, nunca existió.
Como si fueran enviados de la Providencia, los conquistadores tomaron posesión de tierras pobladas por unos 50 millones de personas, sobre la cuales, con la complicidad de la Iglesia, establecieron el vasallaje y la esclavitud, además, importaron millones de esclavos africanos y, junto con la evangelización, acudieron a prácticas feudales, como mitas y encomiendas.
Para castigar la desobediencia y la insumisión, los conquistadores hispanos usaron a discreción la tortura y la pena de muerte. El cacique Hatuey fue quemado en la hoguera y Tupac Amaru desmembrado vivo por cuatro caballos que tiraban de brazos y piernas, luego la cabeza, separada del torso y clavada en una pica, fue exhibida para el escarnio público.
Los pueblos originarios y los criollos fueron víctimas de un prolongado estancamiento e impedidos de progresar económicamente con las metrópolis; lo hicieron sin ellas y luego contra ellas. El descontento por los malos tratos, junto con las identidades que forjaban el tiempo, la convivencia y las expectativas compartidas, nutridas por las ideas filosóficas y políticas liberales irradiadas desde Europa, dieron lugar al nacionalismo y el patriotismo.
La tardía independencia favoreció la formación de antediluvianas oligarquías criollas constituidas por caudillos ligados a los estamentos militares, latifundistas y al clero, los cuales, actuando de consuno, con la única excepción de los Estados Unidos, asumieron las repúblicas como botín.
Aquellas retrógradas fuerzas, ajenas a la democracia y el estado de derecho que ya estaba vigente en el siglo XIX, fueron la dimensión política de las deformaciones estructurales integradas al esquema económico agroexportador, a las plantaciones y las haciendas en las cuales, con mano de obra esclava o servil, indígena, africana, incluso criolla, se producía en las colonias para consumir en Europa.
Asumiendo como válida la dicotomía derecha-izquierda, según la cual, el núcleo original de la derecha latinoamericana fueron las fuerzas retrógradas y reaccionarias ligadas a los caudillos, a los terratenientes y al clero que, una vez conquistada la independencia, en forma de oligarquía, ejercieron el poder, en algunos países hasta hace muy poco. Entonces: ¿Quiénes eran la izquierda?
La primera izquierda latinoamericana con vigencia en la vida política nacional, fue el liberalismo que en la región se formó a partir de las influencias, las experiencias y las herencias culturales cuyos vectores fueron, además de los intercambios personales, la literatura y la prensa. Liberales fueron los precursores y forjadores de la independencia en el siglo XIX.
En el siglo XX los sectores liberales formados por intelectuales y artistas, periodistas, escritores, abogados, maestros, profesores y políticos que acompañaron las luchas políticas y sociales, contra la opresión, el latifundio, por la democracia y la modernidad política en repúblicas gobernadas por oligarquías nativas, en connivencia con el imperialismo y el capital extranjero.
A principios del siglo XX, debido a la difusión del marxismo, el socialismo y otras corrientes políticas europeas avanzadas como la socialdemocracia y el pensamiento socialcristiano que irradiaron su influencia, en América Latina aparecieron los partidos comunistas, nuevos actores políticos que, por el radicalismo de su discurso, aunque no por su impacto político, mal encaminados, por lo general, conceptualmente, enfrentaron a la vez a las oligarquías, la burguesía y a los liberales con los cuales debieron aliarse.
En algunos casos, la confusión perdura. Para remanentes del marxismo dogmático, ser liberal es un estigma y no una condición política avanzada.
El primer partido comunista latinoamericano se fundó en Argentina en 1918 y para 1929 cuando se efectuó la Primera Conferencia de tales organizaciones en América Latina, con 38 delegados, ya existían pequeñas organizaciones comunistas en Brasil, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Cuba, Colombia, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, Venezuela y Chile.
Con los partidos, desde Europa y los Estados Unidos, también llegó el anticomunismo que todavía es la principal bandera esgrimida contra los luchadores sociales, sean o no marxistas, incluidos todos los liberales presentes en el amplio espectro político latinoamericano.
Incluso las fuerzas retrógradas acusan a varios presidentes estadounidenses, naturalmente liberales, entre ellos Roosevelt, Obama y Biden de ser socialistas. En América Latina donde los partidos y la ideología marxista eran ilegales, los calificativos de comunista o marxista, incluso liberales podían significar persecuciones, cárcel, y torturas.
Aunque existen en todas partes, puede que los gobernantes populistas, todos liberales en su mejor versión, sean una invención típicamente latinoamericana. Se trata de una mezcla casual de democracia y autoritarismo, componentes civiles y militares presentes en personalidades honestas, sensibles a la necesidad de justicia social y progreso, capaces de interpretar grandes demandas sociales e intereses populares, cohesionar a elementos de todas las clases y capas, asumir posiciones nacionalistas e incluso antiimperialistas y ejercer el poder de modo autoritario, descartando las instituciones y las fórmulas usuales.
Esas magníficas criaturas, ligadas a singulares momentos históricos, por lo general carecen de fijador y tienen fecha de caducidad, aunque en algunos, casos, entre otros Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón, Omar Torrijos y otros muchos, su legado los sobrevive.
En la búsqueda de su papel en aquellos países latinoamericanos en los cuales recibe oportunidades, la izquierda debería preocuparse, no tanto por subrayar su identidad como alternativa al sistema, como por encontrar el modo de integrarse coherentemente a la lucha por el progreso general de la sociedad. Los avances espectaculares, seguidos de aparatosos retrocesos, son costosos episodios. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.